Erdoğan quiere mantener su influencia en Sudán a toda costa. El presidente turco considera que el reencuentro diplomático en el que está inmerso con los países árabes con los que rivalizó en el marco de la Primavera Árabe no es incompatible con reforzar su presencia en el Cuerno de África, una región en crisis permanente pero plagada de ventajas estratégicas. Sin embargo, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí no opinan lo mismo y vigilan de cerca los movimientos del líder islamista en un país en llamas desde la caída del régimen de Omar Hassan al-Bashir a manos de sus compañeros de armas en 2019, en el que también tienen intereses.
El derrocamiento de al-Bashir después de tres décadas en el poder significó un revés para las aspiraciones de Erdoğan a escala regional. El autócrata compartía la agenda islamista de Turquía y Qatar, pero la cúpula militar que tomó las riendas del país no resultaba tan predecible. El autoproclamado presidente del Consejo Soberano de Transición, el general Abdul Fattah al-Burhan, y su número dos, Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, eran prácticamente dos desconocidos que, a priori, garantizaban su continuidad manteniendo cierto distanciamiento de los métodos y formas que habían provocado el descontento popular que condujo hacia la caída del dictador.

Desde El Cairo, Abu Dabi y Riad vieron clara la oportunidad de revertir la orientación histórica de Sudán y apostaron sin reservas por al-Burhan, a todas luces el caballo ganador. El teniente general recibió el respaldo inequívoco de los países del Golfo, que se embarcaron en una carrera milmillonaria para invertir en proyectos estratégicos e infraestructuras en Sudán. Sin embargo, los planes para desplazar a Jartum del eje Doha-Ankara no han salido según lo esperado. “Quizás los rivales de Turquía no deberían haberse sorprendido; después de todo, al-Burhan y otros generales de las SAF habían sido miembros del SIM, con todos sus vínculos ideológicos, económicos y de seguridad con la Turquía de Erdoğan”, escribe el analista político sudanés Jihad Mashamoun en Middle East Institute (MEI).
“Sudán mantiene desde hace tiempo una asociación estratégica con Turquía, forjada sobre la base de una ideología compartida y fomentada por crecientes lazos económicos y políticos, que ha demostrado ser resistente a los cambios de régimen”, subraya Mashamoun. De hecho, Jartum ni siquiera ha relegado a un segundo plano las relaciones bilaterales con Ankara. La cúpula militar sudanesa mantiene a Erdoğan como su socio preferente, incluso desde el plano comercial, mientras hace equilibrismo para contentar a sus nuevos financiadores del Golfo.
Según el Ministerio de Exteriores de Turquía, el volumen de comercio entre ambos países alcanzó los 480 millones de dólares en 2020, y la inversión turca en Sudán alcanzó los 600 millones de dólares ese mismo año. “La posición geoestratégica de Sudán hace que sea importante para el compromiso de Turquía con África, especialmente el mar Rojo y el Cuerno de África, y este alcance geográfico es esencial para la política neotomana de Ankara. El modelo turco, por el contrario, se centra en una combinación de proyectos humanitarios y de desarrollo, relaciones económicas y empresariales, y vínculos diplomáticos y, más adelante, de defensa”, explica el analista sudanés.
El Gobierno turco está dispuesto a competir en materia económica con los países del Golfo, sobre todo en el sector del agro. Así lo demostró el recibimiento del pasado viernes en Ankara del ministro de Asuntos del Gabinete de Sudán, Osman Hussein, quien firmó en representación del Gobierno de transición un Memorando de Entendimiento en materia de cooperación agrícola y ganadera con el vicepresidente turco Fuat Oktay. Se trató de una declaración de intenciones y de un mensaje cristalino a los países del Golfo.

Pero Egipto puede ser el mayor damnificado. El Cairo teme que las inversiones agrícolas turcas se traduzcan en la construcción de infraestructuras en las inmediaciones del río Nilo. De ser así, se podrían ver seriamente amenazadas las reservas de agua egipcias por un rival regional. La amenaza sobre los recursos hídricos se amplifica, y es que Turquía mantiene buenas relaciones con la Etiopía de Abiy Ahmed, a quien suministró drones Bayraktar T2 para contrarrestar los ataques del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF).
“Por ahora, Sudán está utilizando el realineamiento regional entre Turquía y el Golfo para mantener la relación de Jartum con Ankara, aunque este cuidadoso acto de equilibrio diplomático podría cambiar debido a las persistentes protestas de los sudaneses que piden un Gobierno civil pleno, una transición que llevaría la asociación estratégica de Sudán con Turquía a aguas desconocidas”, sentencia Mashamoun.