En esta conservadora nación de 207 millones de habitantes de mayoría musulmana, los islamistas tienen una gran influencia gracias a la identidad de un país fundado en nombre del islam, a su poder en las calles y la inestabilidad de los gobiernos, lo que les ha permitido ejercer una fuerte presión desde la creación de Pakistán en 1947, tras la independencia del Imperio Británico. Las muestras más recientes de poder frente al Gobierno del primer ministro, Imran Khan, fueron la paralización de la construcción del primer templo hindú en Islamabad, apoyado por el Ejecutivo y el Parlamento, y la presión para la reapertura de las mezquitas en medio de la pandemia mientras el país estaba confinado. Todo esto con un Parlamento de 342 miembros en el que los partidos islamistas están representados por apenas 15 diputados.
¿Cómo lograron entonces la paralización de la construcción del templo y la reapertura de las mezquitas? “Tienen poder en las calles. Lo que no consiguen en las elecciones lo consiguen en las calles con protestas, violencia, el bloqueo de ciudades”, explica a Efe la activista de derechos humanos Tahira Abdullah.
En las protestas de todo tipo que hay en Pakistán, el número de participantes suele ser escaso, excepto en las de corte religioso, en las que los manifestantes se suelen contar por miles. “Tienen una audiencia cautiva: los estudiantes de madrasas (o escuelas corónicas). Es como una infantería. Con ellos pueden sacar a miles de personas a las calles”, añade.
Pero más allá de los estudiantes de las madrasas, los islamistas tienen una gran influencia sobre la población. La académica Ayesha Siddiqa explica que esa influencia se debe a la identidad del país como nación islámica, fundada como refugio de los musulmanes del subcontinente indio y definida como una República Islámica tras una enmienda constitucional en 1973. “Pakistán no tiene otra alternativa a la identidad islámica. En Pakistán no hay una identidad étnica. La fórmula es la religión”, afirma Siddiqa, investigadora asociada del Instituto del Sur de Asia de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres.
La académica remarca que Pakistán es una teocracia híbrida, a diferencia de Irán o Arabia Saudí, donde los religiosos sí tienen poder formal en el Estado. “El poder informal de los clérigos para aplicar de forma selectiva la sharía o ley islámica es tremendo”. Para la analista el hecho de que los islamistas no tengan peso en las urnas es irrelevante, ya que el poder electoral y el poder ideológico/religioso son diferentes, este último con un gran poder emocional que conecta con la gente. A eso se añade la suma de la violencia y la religión: “La discusión de la religión invoca inmediatamente violencia”, dice Siddiqa.
Además, la constante inestabilidad de los Gobiernos da poder a los clérigos, una debilidad promovida en ocasiones por el Ejército, que ha gobernado el país la mitad de su historia y en los periodos democráticos ejerce una gran influencia en seguridad y política exterior. “Una de las tácticas que usa el Ejército para desestabilizar al Gobierno es la religión”, según Siddiqa.
La académica pone como ejemplo las protestas islamistas que en 2017 bloquearon la principal entrada a Islamabad durante 21 días y que acabaron con la dimisión del entonces ministro de Justicia, por un cambio en el juramento de los cargos públicos que consideraban blasfemo. Según Siddiqa, en esas protestas el Ejército usó a los islamistas para desestabilizar al Gobierno del entonces primer ministro Nawaz Sharif.
Para Abdullah y Siddiqa la suma de la influencia social de los islamistas, la inestabilidad política y el papel del Ejército, evitan que los gobiernos traten de imponerse a los religiosos. “Ningún Gobierno de Pakistán, ya sea central o provincial, tiene el valor de hacer frente a los líderes religiosos”, afirmó Abdullah. Siddiqa va más allá: “El Estado ha capitulado voluntariamente su derecho a definirse de cualquier otra forma que no sea por parámetros religiosos”.
El último recurso y quizás el más poderoso de los islamistas es el uso de las leyes de la blasfemia, que imponen la pena de muerte en caso de insultos al islam, aunque nadie ha sido ejecutado por ello. Precisamente, el político de la opositora Liga Musulmana de Pakistán y exministro de Exteriores Khawaja Asif ha sido acusado de blasfemia por defender en el Parlamento la construcción del templo hindú con el argumento de que “ninguna religión es superior” a otra.
Los islamistas subrayan en sus argumentos contra el templo que Pakistán fue fundado por y para los musulmanes, y otras religiones no tienen cabida en el país. Pero el padre de Pakistán Mohamed Ali Jinnah no vislumbró un Pakistán extremista, todo lo contrario. “Sois libres para ir a vuestros templos. Sois libres para ir a vuestras mezquita o a cualquier otro lugar de rezo en el Estado de Pakistán. Puedes pertenecer a cualquier religión, casta o credo”, afirmó Jinnah. Pero como escribió recientemente la columnista Sheema Mehkar en el diario Daily Times: “Los paquistaníes parecen que solo han oído ‘sois libres para ir a vuestras mezquitas’”.