Aunque los artificieros han neutralizado ya más de 345.000 artefactos explosivos en los territorios que estuvieron ocupados por Rusia, el 30% del país está minado y se tardará años en limpiarlo todo

Caminando con la muerte: así trabajan los zapadores que desminan Ucrania

photo_camera PHOTO/MARIA SENOVILLA - El jefe de un equipo de artificieros de Járkiv retirando munición de racimo de una casa particular, tras un ataque ruso

Las tropas rusas han minado un 30% de Ucrania.

Maxim camina despacio mientras lleva una bomba de racimo en su mano izquierda. Acaba de recogerla del jardín de una de las familias ucranianas que llaman al 101 después de un ataque, cuando los proyectiles que lanzan las fuerzas rusas –por suerte– no explotan. Entonces un equipo de artificieros va a retirarlos.

No hay robots, ni trajes aparatosos, como los que salen en las películas cuando tienen que desactivar una bomba. Maxim sólo lleva su chaleco antibalas y su casco –que servirían de muy poco si el artefacto explotara– mientras deposita el letal cilindro en uno de los furgones de su equipo.

Así arranca el día para los especialistas en retirar explosivos del Servicio de Emergencias ucraniano. Trabajan seis días a la semana, de lunes a sábado. Comienzan con el solemne juramento de darlo todo por su patria antes de salir del cuartel y se aseguran de que, allá por donde ellos pasen antes, el resto de la gente no saltará por los aires.

"Mi hijo tiene 2 años y creo que esto no habrá terminado cuando crezca lo suficiente para entenderlo", reconoce Maxim con amargura. Él es el jefe del equipo de zapadores al que acompaño durante una jornada de desminado en el norte de Járkiv, y a sus 27 años tiene por delante una tarea que podría llevarle una década: desminar Ucrania.

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MARIA SENOVILLA – Los trabajadores de Emergencias que se dedican a limpiar los territorios minados entonan un solemne juramento cada mañana antes de salir del cuartel

Las tropas rusas han minado un 30% del país –todos los territorios que llegaron a tener ocupados–, más de 174.000 kilómetros cuadrados. De momento, sólo se pueden limpiar las regiones liberadas, donde ya no hay combates activos. Pero el trabajo de remoción es titánico.

Sólo en la provincia de Járkiv –la más minada de Ucrania– trabajan a destajo más de 500 zapadores. Y, además de retirar las minas antipersona que han sembrado los rusos, tienen que neutralizar los restos de los ataques aéreos que siguen sin dar tregua en este frente. Como la bomba de racimo que acaban de guardar en el coche.

“Cuando no nos esperan, sucede la tragedia”

El goteo de personas y vehículos que pisan una mina en esta región es constante. Los más expuestos son los agricultores, los operarios eléctricos que arreglan los tendidos bombardeados por Rusia o los civiles que salen a pasear al campo –algo que se ha convertido en un deporte de riesgo en el este de Ucrania desde que comenzó la invasión–.

Hoy el objetivo es, precisamente, limpiar el recorrido de los cables eléctricos que los operarios públicos van a reparar los próximos días. “Los electricistas han aprendido a esperarnos, han aprendido que no van a trabajar más rápido sin nosotros, y que cuando no nos esperan pasa la tragedia”, apostilla Maxim cuando nos dirigimos a recoger al jefe de estos operarios, Igor.

03_MARIA SENOVILLA_ un vehículo tras pisar una mina murieron sus ocupantes
MARIA SENOVILLA – El equipo de artificieros revisa un terreno donde un vehículo ha pisado una mina

El jefe de los operarios eléctricos indicará a los zapadores dónde tienen que trabajar. Es un tipo experimentado que, a pesar de que ya tiene unos años, camina a buen paso –con una libreta en una mano y un mapa de los tendidos eléctricos en la otra– anotando todos los desperfectos que encuentra. 

Maxim, Alexander y Sergei avanzan siempre delante de él, peinando el terreno. Son puntillosos: una primera inspección visual y luego un barrido con ondas magnéticas en cada palmo del terreno. Si el detector de metales suena, con una aguja hacen punciones en la tierra para comprobar si hay algún objeto metálico.

Durante el recorrido encontramos numerosa munición sin detonar. Desde proyectiles de mortero hasta munición más pequeña. A veces es difícil detectarlos entre los escombros, y es que la mayor parte de los pueblos del norte de Járkiv están arrasados la artillería rusa.

En localidades como Prudyanka o Slatino ahora sólo queda el esqueleto de la mayoría de las casas, cuyo interior también puede estar minado, tal y como me advierten los desminadores, que me recomiendan no caminar por mi cuenta y seguir el sendero que ellos van marcando.

04_MARIA SENOVILLA_ Maxime revisa restos de munición rusa en una zona que estuvo ocupada
MARIA SENOVILLA – Restos de munición rusa y materiales plásticos empleados para poner minas encontrados en el norte de Járkiv
“Limpien el cementerio, por favor”

Detenidos frente a un poste eléctrico, mientras Igor toma nota de los desperfectos a la entrada de un pueblo, una mujer se acerca a nosotros por la carretera. Ha reconocido a los desminadores: “Por favor, por favor, limpiad el cementerio. Está minado, y tenemos miedo; no podemos ir a visitar a nuestros muertos, por favor”, suplica una y otra vez. La escena es desoladora.

Además de la presencia de minas que tiene desesperados a los vecinos, la enorme cantidad de cables eléctricos –ahora seccionados por los bombardeos y desbaratados sobre el barro ucraniano– son un reto para los operarios públicos. “Somos 15 en la región de Dergachi, pero podemos reparar hasta 10 kilómetros de tendidos al día”, asegura Igor, sacando pecho del excepcional trabajo que hacen.

El ejército de operarios eléctricos que lucha contra las bombas de Putin en Járkiv ha demostrado de sobra su valía, especialmente durante la oleada de ataques contra las centrales de energía que azotó Ucrania el otoño pasado. Por aquel entonces, a los pocos minutos de escucharse las explosiones, cada vez que se producía un ataque podías verlos por las calles de la ciudad.

En las grúas de sus camiones, se encaramaban hasta lo alto de las líneas para devolver la luz a los jarcovitas. A diferencia de otras ciudades de Ucrania, y a pesar de que en ésta los bombardeos eran más frecuentes, sólo hubo un apagón de 24 horas, y los cortes en el suministro eran mucho menos habituales que en Odesa o Kiev.

Hoy su trabajo fuera de la ciudad requiere de la ayuda de los especialista en explosivos, porque ya se han registrados varios incidentes en zonas que no habían sido supervisadas previamente. Así que ahora, han aunado esfuerzos.

munición de raciomo
MARIA SENOVILLA – Munición de racimo encontrada en una casa particular del norte de Járkiv tras un ataque ruso
Munición prohibida

Los zapadores se dividen en grupos de seis personas para trabajar, y cada grupo lleva dos vehículos en los que cargan sus equipos: detectores de metales, material para hacer voladuras controladas en el caso de que la munición no sea estable y no se pueda manipular, herramientas para desenterrar las minas que localizan.

Además de limpiar pueblos y campo abierto, y de asegurar el trabajo de los operarios eléctricos, deben atender los avisos de los ciudadanos. Y no dan abasto de la cantidad de llamadas que informan de que hay un proyectil sin explotar en su jardín –o incrustado en su casa–. 

A veces, en los pueblos más alejados tienen que esperar varios días para que un equipo, como el de Maxim, vaya a retirarlos. Y es en estos avisos dónde se encuentran con las pruebas de los crímenes de guerra del Ejército del Kremlin.

Las fuerzas rusas siguen utilizando munición de fósforo y de racimo contra la población civil de manera sistemática. "Sólo de estas, mi equipo y yo hemos retirado más de 500", dice Maxim haciendo referencia a la bomba de racimo que recogió con sus manos unas horas antes.

06_MARIA SENOVILLA_ los zapadores caminan delante del operario eléctrico peinando el terreno
MARIA SENOVILLA – Dos de los artificieros caminan por delante de Igor, el jefe de los operarios eléctricos de Dergachi, para limpiar el terreno

Las minas antipersona también están prohibidas por el Protocolo de Ottawa, pero en la guerra en Ucrania se usan a discreción. Otra de las paradas que hacemos antes de finalizar el recorrido es en la escena de un terrible accidente causado por una mina: un coche pasó sobre el lugar donde estaba enterrada, saltando por los aires al hacerla detonar.

El suceso había tenido lugar el día anterior, y los pasajeros del vehículo habían fallecido. Ahora, estos especialistas en explosivos tienen que comprobar toda la zona circundante. “Hay muchas posibilidades de que haya más minas”, advierte un miembro del equipo, mientras examinan los restos de la explosión.

Cifras escalofriantes

Desde el comienzo de la invasión rusa los zapadores ucranianos han desactivado más de 345.000 artefactos explosivos, y más de 2.200 bombas aéreas. Hasta la fecha, han limpiado 82.000 kilómetros cuadrados –menos de la mitad del territorio que está minado–.  

En el departamento de Protección civil se afanan en contabilizar cada metro de terreno que limpian, pero tampoco ocultan que no es gratis: sólo en Járkiv cinco zapadores han muerto mientras hacían su trabajo, y otros cinco han resultado heridos de gravedad hace pocos meses. “Lo más frecuente es que te secciones los dedos o acabes con algún miembro amputado”, explican.

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MARIA SENOVILLA – Primer plano del detector de metales que emplean los zapadores ucranianos para desminar el terreno

La pérdida más significativa fue el día que cayeron los cinco fallecidos, todos a la vez, a causa de una explosión en cadena. “Era una serie de artefactos que las tropas rusas habían trampeado: cuando explotó el primero, el resto voló de forma simultánea; no tuvieron ninguna oportunidad", recuerda Maxim conteniendo la respiración.

Para ser artificiero en Ucrania son necesarios cinco años de formación. Antes de la guerra, estos especialistas se dedicaban mayoritariamente a retirar restos de bombas de la Segunda Guerra Mundial, que aún aparecían por todo el país. Ahora el trabajo se ha multiplicado por mil.

“¿Por qué has decidido dedicarte a esto?”, pregunto a Maxim al final de la jornada, antes de despedirme de él. “Alguien tiene que hacerlo”, responde con seriedad. “¿No tienes miedo?”, le digo. “Nunca pierdes el miedo”, responde.

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