Alarma la salida de empresas occidentales de territorio iraquí ante la presencia china
Irak está tratando de evitar que su sector petrolero quede monopolizado por China. El Ministerio de Petróleo iraquí ha vetado hasta tres acuerdos comerciales que habrían supuesto la transferencia de una buena parte de su infraestructura petrolera de manos occidentales a chinas.
Bagdad temería un control excesivo por parte de empresas estatales chinas, que ya operan en el país, así como un éxodo masivo de compañías occidentales, en un contexto de crisis económica. “No queremos que el sector energético iraquí sea etiquetado como un sector energético liderado por China”, afirmó en este sentido un oficial local a Reuters.
Lukoil, la principal empresa privada petrolera rusa, y la estadounidense Exxon Mobil han estado interesadas en transferir sus activos en el país a varias compañías estatales chinas. La empresa rusa ha estado en contacto con Sinopec para vender su participación en el campo petrolífero West Qurna 2, mientras que Exxon Mobil ha tratado de hacer lo propio con su participación en West Qurna 1, para lo que llegó a firmar un acuerdo con China National Offshore Oil Corporation y PetroChina.

Mientras que Bagdad logró evitar la primera transacción, ofreciendo unas mejores condiciones a Lukoil, Exxon Mobil quiso seguir adelante con la venta y solicitó un procedimiento arbitral ante la Cámara de Comercio Internacional.
Ante la imposibilidad de convencer a la empresa de permanecer en el país, Bagdad primero intentó buscar un sustituto de Estados Unidos. “Cuando Exxon Mobil salga, no aceptaremos un remplazo que no sea otra empresa estadounidense”, declaró entonces el primer ministro Mustafa al-Kadhimi. Cuando estas tentativas fracasaron, la empresa estatal Iraq National Oil Company anunció que se haría con la participación.

La británica BP también habría estado interesada en transferir sus activos del campo petrolífero Rumaila a una empresa estatal china, pero las autoridades iraquíes habrían logrado convencerla de dar marcha atrás.
Otras empresas occidentales ya habían abandonado anteriormente Irak, entre ellas la estadounidense Occidental Petroleum y la británica Shell.
Irak, que cuenta con las quintas reservas de crudo a nivel mundial según la CIA, es un país fuertemente dependiente del petróleo. Hasta un 96% de sus exportaciones, un 92% del presupuesto estatal y un 43% del Producto Interior Bruto dependería de este sector, según los datos del Banco Mundial.
Desde la invasión estadounidense de 2003, varias empresas occidentales habían invertido fuertemente en la industria petrolera iraquí, pero, desde hace algunos años, parecen estar perdiendo interés y buscando abandonar el país.

No obstante, Bagdad está necesitado de inversión extranjera para impulsar la reconstrucción del país tras la devastadora guerra contra el Daesh. Esto es más urgente aún por las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, la cual tensionó fuertemente la economía iraquí debido a la reducción del precio del crudo en los mercados internacionales, llevando a una contracción del PIB de hasta un 10,4%, según el Banco Mundial.
Sin embargo, el abandono del país por parte de las principales empresas energéticas occidentales amenaza con reducir el acceso de Bagdad a tecnología y capital extranjeros, y con ello disminuir la producción petrolera.
Según Ihsan al-Attar, un funcionario del Ministerio de Petróleo, este éxodo tendría que ver con el empeoramiento del clima de inversión en el sur y el este del país, exacerbado por un rechazo social entre los iraquís, que acusan a estas empresas de “colonialismo”. Para este oficial, las empresas chinas habrían aprovechado este vacío para aumentar su presencia.

El actual clima de impasse político en Irak, no habiéndose producido todavía la investidura de un nuevo Gobierno tras las elecciones de octubre de 2021, no ayuda a recuperar la confianza de los inversores.
Esta falta de acuerdo se ve empeorada por la injerencia de actores externos, destacando el caso de Irán, que busca equilibrar la balanza política del país a su favor, utilizando para ello a las Fuerzas de Movilización Popular, una coalición de milicias principalmente chiíes aliadas con el país persa. Estas últimas, recientemente, han sido acusadas de efectuar ataques contra la infraestructura petrolera del Kurdistán, región en la que se encuentran hasta un tercio de las reservas totales de crudo de Irak, lo que viene a perpetuar el problema de la creciente desconfianza inversora.

Por su parte, China se ha convertido en el mayor importador de petróleo y gas natural a nivel mundial, de cara a alimentar una economía que no ha dejado de crecer a un ritmo vertiginoso desde que Deng Xiaoping iniciase en 1978 la conocida como “Reforma y Apertura”, por la que el Partido Comunista Chino (PCCh) dejó atrás la autarquía del periodo maoísta y abrió sus brazos a la economía mundial.
En este sentido, en 2021, China importó 10,26 millones de barriles de petróleo al día, cerca de un 25% de todas las importaciones de crudo a nivel mundial, una inmensa demanda a la que el Imperio Celeste ha tratado de responder estableciendo relaciones energéticas con cuantos países productores posibles.

Ya desde 1993, año en el que China pasó a ser un importador neto de petróleo, Pekín ha incentivado la expansión de sus empresas estatales en las industrias petroleras de países en desarrollo, lo que se aceleró a partir de 1999, cuando el entonces presidente Jiang Zemin anunció la política go out/go global, con la que el PCCh incentivó las inversiones extranjeras de sus compañías, con el objetivo de asegurar el suministro energético del país.
Aquí, Irak, el segundo mayor productor de petróleo de la OPEP, se ha posicionado como uno de los grandes beneficiados. A partir de la caída de Sadam Hussein en 2003, las empresas estatales chinas empezaron a invertir fuertemente en el sector y Bagdad se posicionó rápidamente como uno de sus principales socios energéticos.

En la actualidad, el país árabe es el tercer mayor exportador de crudo al gigante asiático, al que envía hasta un 30% de sus exportaciones totales de este producto, y el Imperio Celeste es ya su primer socio comercial. Ni siquiera el ascenso del Estado Islámico en Irak puso fin a esta relación, importando China en los peores momentos de la insurgencia hasta la mitad de todo el crudo extraído en el país.
Este vínculo se aceleró en 2019 con la firma de un Memorándum de Entendimiento por el que Irak ingresó en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), más conocida como la Nueva Ruta de la Seda, que el entonces primer ministro iraquí, Adel Abdul Mahdi, describió como un “salto cuántico” en las relaciones sino-iraquís. “Pediré a las compañías chinas que contribuyan y trabajen vigorosamente y de manera efectiva en el renacimiento y reconstrucción de Irak”, afirmó entonces el premier iraquí.

La IFR es el proyecto estrella del presidente chino, Xi Jinping. Anunciada en 2013, la IFR tiene como principal objetivo la construcción de infraestructuras para mejorar las conexiones de China con el resto del mundo, centrada en proyectos relacionados con la energía, la construcción de infraestructuras y el transporte. Aquí, Pekín establece acuerdos bilaterales con los países interesados y, normalmente, financia los proyectos con préstamos en condiciones favorables.
En 2021, según un informe de la Universidad de Fudán, Bagdad habría recibido hasta 10.500 millones de dólares en contratos de construcción asociados con la IFR, convirtiéndolo en el mayor beneficiario a nivel mundial. De estos, hasta 6.400 millones se habrían producido en el sector petrolero y otros 1.800 millones en el sector gasístico, convirtiendo al país árabe en el principal receptor de inversiones energéticas procedentes de la IFR en 2021, y el tercero en el periodo entre 2013 y 2021, solo por detrás de Pakistán y Rusia.

Y Pekín está buscando aumentar todavía más su presencia, como muestran los intentos de sus empresas estatales de adquirir los activos en manos occidentales en el país, así como su entusiasmo en participar en los contratos públicos que Irak saca a concurso.
Pero este gran salto adelante de la presencia china también ha generado roces. Pekín ha sido acusado por sus rivales de llevar a cabo una “Diplomacia de la Trampa de la Deuda”, por la que utilizaría su poderío económico para realizar préstamos a países en desarrollo que no podrían pagar para posteriormente utilizar su deuda para extraer concesiones.
En este sentido, para Kirk Sowell, analista de riesgos especializado en Irak, “la preocupación entre los críticos iraquíes de los acuerdos con China es la cantidad de petróleo que está siendo hipotecado para pagar las inversiones chinas, una pregunta cuya respuesta desconocemos”. Esto ya ha sucedido con otros países productores de petróleo en desarrollo como Venezuela y Angola, que tuvieron que financiar sus deudas contraídas con China a través del envío directo de crudo.

Es en este contexto en el que Bagdad estaría intentando limitar el aumento de los activos de su industria petrolera en manos chinas. No obstante, dado la dependencia iraquí de este sector, el poderío económico chino y la retirada empresarial occidental, esta estrategia podría tener el riesgo de alinear al gigante asiático sin lograr mantener en el país a unas empresas occidentales cada vez menos interesadas.