El acceso de la infancia a la educación protege frente a la violencia

Irene Infante  

Decía Nelson Mandela que la educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo. Años después, Malala Yousafzai utilizó prácticamente estas mismas palabras en Naciones Unidas, donde en un discurso dijo estar convencida de que “un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo”.

Sin embargo, en el mundo actual existen aproximadamente 57 millones de niños sin escolarizar, según datos aportados por Unicef. En estos casos, no se respetan los artículos 28 y 31 de la Convención de los Derechos del Niño de 1989, en los que se dice explícitamente que “los Estados Partes reconocen el derecho del niño a la educación” y se establece “el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”. Las implicaciones de la falta de acceso a la educación de los menores de edad son variadas y abarcan desde la exclusión social y la pobreza –en el menos dramático de los casos– a la radicalización de los menores y su uso como niños soldado.

Las tasas más bajas de escolarización se registran en África subsahariana y Oriente Próximo, donde los conflictos armados provocan numerosos desplazamientos forzosos a países vecinos, con la consiguiente desestabilización a nivel económico y social. La amenaza yihadista de grupos terroristas como Al Shabab en Somalia, Boko Haram en el norte de Nigeria y en los países vecinos, los desplazamientos forzados en Irak y el genocidio contra su población y las graves crisis humanitarias como la de Sudán del Sur, en la que se han generado 1,66 millones de desplazados, constituyen una amenaza para la estabilidad regional e internacional y merman el desarrollo de una sociedad civil basada en una cultura de paz. Como es de suponer, en estos conflictos, la población civil se lleva la peor parte, especialmente los niños.

En este sentido, el Informe Machel de 1996, que analiza las repercusiones de los conflictos armados sobre la población infantil, continúa utilizándose hoy en día como referencia para la promoción de la protección de los menores. Y es que, según indica Unicef, el 42% de los menores sin escolarizar están atrapados en un conflicto armado.

Al mismo tiempo, la grave crisis migratoria que se ha producido a raíz del deterioro de la situación en los conflictos en África y Oriente Medio provoca que cada día lleguen aproximadamente 700 niños a Europa. Este éxodo, sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial, no implica exclusivamente un grave riesgo a la seguridad e integridad de los menores, sino que en el trayecto de huida –que puede durar meses, e incluso años– éstos no reciben educación, con todas las implicaciones que esto lleva consigo.

De esta forma, no puede obviarse que los niños que durante varios años no han tenido acceso a la educación arrastran una serie de consecuencias psicológicas severas. En muchas ocasiones, lo único que han conocido es el terror, por lo que la reintegración a una vida relativamente normal es una ardua tarea. De este modo, en los campos de refugiados, donde se procura cubrir las necesidades básicas de las personas que huyen de la guerra y la persecución, la matriculación en educación primaria no abarca la totalidad de los menores del campo (normalmente entre el 60% y el 70%); además, la ratio de alumnos por profesor es muy elevada, lo que dificulta enormemente el aprendizaje de los alumnos y la consecución de una serie de valores morales que se derivan de la educación y que resultan beneficiosos para la vida en común.  

educacion12 de febrero, Día Internacional contra el Uso de los Niños Soldado

Uno de los riesgos que supone la falta de acceso a la educación infantil consiste en el secuestro de niños y niñas para su participación en los conflictos. Las cifras son escandalosas: cada año, miles de ellos son obligados por las milicias a formar parte en los conflictos, donde pierden la vida como combatientes, resultan mutilados o son utilizados como mensajeros, cocineros o para prestar servicios sexuales. En otros casos, son los propios niños los que no encuentran más alternativa que unirse a las milicias, dada su situación de extrema pobreza.

Por esto, en el Día Internacional contra el Uso de los Niños Soldado, que se celebra el día 12 de febrero, es necesario recordar que, ante la desprotección que implica estar inmerso en un conflicto armado, 300.000 niños en todo el mundo son reclutados como soldados y obligados a matar. En Siria e Irak, el Daesh utiliza a los menores como parte de su gran maquinaria propagandística, y enseña a los “infieles occidentales” la forma en que los niños de cuatro años cortan cuellos: como los adultos. En otros lugares, como República Democrática del Congo, algunos movimientos rebeldes –como el liderado por Thomas Lubanga– emplean a niños como soldados en sus filas.

De este modo, la educación no sólo es un derecho, sino que también implica protección frente a la violencia desmesurada derivada de los conflictos, no sólo en vistas a tener acceso a una educación que permita al niño o niña en cuestión combatir la ignorancia y desarrollar su espíritu crítico, sino a las características del propio recinto escolar. Es un refugio, un lugar donde, en principio, las balas no lleguen con tanta asiduidad. Sin embargo, en la actualidad, el carácter híbrido de los conflictos motiva que el terrorismo se entremezcle con las propias facciones armadas, y el resultado se traduce en el ataque sistemático, por razones ideológicas, de las escuelas, los propios estudiantes y los profesores cuando acuden a ellas, como ocurre en Afganistán y Pakistán. 

Más en Sociedad