Millones de iraníes guardaron este domingo luto con su participación en los rituales de la Ashura, la festividad más importante para los chiíes, amoldada este año a las medidas de protección exigidas ante la crisis sanitaria de la COVID-19.
La República Islámica de Irán ha sobrepasado ya los 375.000 casos diagnosticados de manera oficial después de que en las últimas 24 horas se hayan sumado 1.642 contagios nuevos, como reconoció el propio Ministerio de Salud iraní.
21.571 personas, al menos, han fallecido ya a causa de la lacra del coronavirus, con más de un centenar muertos que se sumó a esta terrible cifra este domingo, según señaló la agencia de noticias iraní IRNA.
Todo ello justo cuando se ha festejado la tradicional Ashura, de una manera totalmente atípica por la proliferación de elementos como las mascarillas preceptivas para protegerse del patógeno y por el respeto a las normas de distanciamiento social que han tenido que cumplir las cofradías participantes, las cuales trataron de respetar las indicaciones de separación física para evitar la propagación del coronavirus; todo ello por orden expresa de las autoridades sanitarias nacionales, protocolo complicado de llevar a cabo en grandes concentraciones de personas como ocurre en esta celebración tan importante para los chiíes.

Cumpliendo con las habituales escenas impactantes de todos los años, los fieles vestidos de negro se golpearon el pecho y la cabeza con la manos y lloraron al recordar el martirio del tercer imán chií Hussein, nieto del profeta Mahoma, en la batalla de Kerbala (actual Irak) en el año 680 de nuestra era.
Para conmemorar la muerte de este imán a manos del califa Yazid I, un hecho que marca el comienzo del cisma entre chiíes y suníes, las dos ramas principales del islam, las cofradías tuvieron que hacer este año un esfuerzo no habitual y aplicar restricciones impuestas.
En este marco, se redujeron los movimientos procesionarios y hubo límite a la presencia de personas en las celebraciones. A las puertas de mausoleos como el de Imamzadeh Saleh en el norte de Teherán, los fieles formaron largas filas a la espera de que en el interior del recinto se liberaran algunos espacios, muy cotizados por las restricciones de acceso obligadas por la pandemia del coronavirus.
"Nunca había visto algo semejante en mi vida, que la gente se siente a cierta distancia y lleve mascarillas y que no haya procesiones. Este año nos sentimos con el corazón roto", se lamentó en declaraciones a la agencia Efe Mohamad Forghaní, de 70 años, quien también quiso dejar claro que, de todas formas, "la esencia se mantiene, que es guardar luto por el imán Husein".
Las habituales procesiones de estas fechas, que este año han sido más esporádicas, están formadas por grupos de hombres que se flagelan la espalda con pequeños látigos formados de cadenas metálicas. Entre la percusión de tambores y los cánticos de duelo, los cofrades portan asimismo en estos rituales unas pesadas estructuras metálicas decoradas con plumas y estatuillas de animales.
Las cofradías también instalaban otros años casetas para repartir comida, refrescos y té a los participantes en las ceremonias, pero la COVID-19 ha modificado esta tradición. En la mayoría de los sitios solo se repartió comida empaquetada, principalmente a los pobres, para evitar aglomeraciones y la propagación del virus.

"Me da pena porque no pudimos alimentar aquí cada noche a 3.000 o 4.000 personas ni hacer procesiones golpeándonos el pecho hasta las tantas de la noche", confesó Mostafa Sameí, uno de los encargados de una caseta ubicada en el bazar de Tayrish.
Según las directrices generales del Ministerio de Salud persa, todas las ceremonias deben realizarse en espacios exteriores y manteniendo la distancia física. De no cumplirse la normativa, las autoridades ya amenazaron con recortar la ayuda preceptiva a la cofradía en cuestión o cancelar la licencia.