El 20 de enero la COVID-19, era conocido como “la neumonía de Wuhan” y en Occidente, los ojos estaban puestos en el Foro de Davos. En China se habían reportado 1.200 casos de contagios y cerca de cuarenta personas fallecidas. China todavía no había puesto en cuarentena a la ciudad de Wuhan, pero Taiwán, una pequeña isla del Océano Pacifico puso en funcionamiento el Centro Nacional de Acción en Salud, un comando central para el control de epidemias, donde se incluyen varios institutos de investigación con colaboración del gobierno taiwanés. Creado en la epidemia del SARS de 2003, este grupo de expertos médico comenzó a realizar seguimiento y vigilancia a aquellos que podían haber estado en contacto con algún positivo en COVID-19.
Esta rápida respuesta logró mantener bajo mínimos el numero de casos, en un territorio donde no ha habido cierre de teatros, grandes almacenes ni escuelas, aunque sí desaconsejaron las grandes reuniones.
La isla, de 24 millones de habitantes ha reportado cerca de 400 contagios y menos de una decena de muertes. Con más de dos millones de infectados y cerca de 140.000 muertes en todo el mundo, el caso de Taiwán es paradigmático.

Las medidas tomadas por Taiwán incluyeron reducir de manera drástica los vuelos entrantes desde China, Hong Kong y Macao, poco después de que el virus comenzara a aumentar en China continental, e imponer cuarentenas a los viajeros desde el principio, algo clave para detener la propagación.
Otra decisión del Gobierno fue la prohibición de exportar mascarillas, y de esa forma asegurar reservas suficientes para Taiwán. Desde el uno de abril, el uso de las mascaras protectoras es obligatorio en lugares como el transporte público.
La tecnología también ha sido un buen aliado para el control de la epidemia. El Gobierno taiwanés desarrolló un programa que ha permitido a los usuarios poder contar sus viajes al exterior y ver si desarrollaban algún síntoma, y de esa manera tener controlados a los posibles positivos por COVID-19, lo que ha sido utilizado en las aduanas por funcionarios de los aeropuertos para tener mayor control sobre los pasajeros con altos riesgos de infección.

Además, la buena disposición de los ciudadanos de mantener el distanciamiento social ha ayudado a controlar el virus y no ha hecho falta decretar un estado de alarma que obligara al confinamiento total como en su vecina provincia de Hubei, epicentro de la pandemia.
En marzo, Taiwán vivió un repunte de los casos debido, principalmente, a la vuelta de estudiantes de Europa y Estados Unidos. Para controlar estos casos se llevó a cabo una cuarentena estricta. En total de 80.000 personas están en aislamiento y con controles diarios de temperatura y síntomas que se rastrean por teléfono. Si los datos del GPS del teléfono de una persona en cuarentena indica algún movimiento fuera de lo normal, el individuo recibe una llamada para confirmar su ubicación y tenerlo controlado.

A pesar de estas buenas prácticas levadas a cabo por Taiwán, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha reconocido su labor para frenar la pandemia en la isla del pacífico.
Como la mayoría de los territorios, Taiwán pidió información a la OMS cuando comenzó el brote sobre la transmisión del virus de persona a persona, según la BBC.
Según el gobierno taiwanés, la organización de la salud no contestó a esta petición. “Esperemos que a través de la prueba que supone esta pandemia, la OMS pueda reconocer claramente que las epidemias no tienen fronteras nacionales”, dijo el ministro de Salud de Taiwán, Chen Shih-chung.

Cabe recordar que Taiwán no forma parte de la Organización Mundial de la Salud. Las malas relaciones con Pekín se remontan más allá de 1950. En ese año el conflicto bélico termino oficialmente, después de veinte años de combates, pero la Guerra Fría entre ambos sigue viva. La razón: tanto China como Taiwán se ven a sí mismos como los herederos del Gobierno legítimo de una China unificada. Para China, Taiwán es una provincia díscola de su República Popular; para Taiwán, es la capital de la República de China, reconocida por una veintena de países de Latinoamérica, Cariba, África, Europa y Oceanía.
La política de China contra Taiwán ha sido privarla de cualquier presencia en los foros internacionales y son muchos los organismos multilaterales que han evitado relacionarse con ella para evitar un conflicto mayor con Pekín. Para formar parte de la OMS hay que ser miembro de Naciones Unidas, algo que tampoco es Taiwán.

El pasado 18 de febrero la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Taiwán, Joanne Ou, advirtió de la posibilidad de que su país compartiera sus conocimientos con los profesionales de la OMS. Pero Taipéi no ha sido llamada a ninguno de los paneles globales que la OMS organiza para tener información sobre el desarrollo de la pandemia. La “discriminación” que según la presidenta de Taiwán ha sufrido su país por parte de la OMS ha culminado en la publicación de los correos electrónicos que había enviado al organismo internacional en los que advertía en diciembre sobre el brote de un nuevo tipo de neumonía. Algo que la OMS ha desmentido.
El comunicado publicado por el Gobierno taiwanés comenzaba: “Los Centros para el Control de Enfermedades de Taiwán tuvieron conocimiento por diversas fuentes de que había, al menos, siete casos de neumonía atípica en Wuhan, China”.
Durante esta pandemia la OMS ha recibido múltiples críticas por cómo está llevando el control de la crisis sanitaria mundial. Hasta Francia ha criticado su gestión y ha pedido un “nuevo multilateralismo de la salud”.