El lento despertar del panda chino

Santiago Mondéjar
Pie de foto: El presidente estadounidense, Donald Trump, y el presidente chino, Xi Jinping, asisten a una reunión bilateral paralela a la Cumbre del G20 en Osaka el 29 de junio de 2019. AFP/BRENDAN SMIALOWS
El economista John Kenneth Galbraith dejó escrito que la política no era realmente el arte de lo posible, sino elegir entre los desastroso y lo repulsivo.A juzgar por los resultados conocidos del G20 celebrado en Osaka, parece que los principales líderes mundiales han hecho buena la frase de Galbraith, evitando una escalada en la guerra comercial que ha visto un enorme incremento de aranceles y sanciones comerciales en el último año, llevados a cabo sobre un mar de fondo que bien podría poner fin, tal y como las conocemos, a las instituciones creadas por los acuerdos de Bretton Woods, especialmente la Organización Mundial de Comercio.
Según hemos venido recogiendo en una serie de artículos de Atalayar sobre el caso iraní, lo que ocurra en este país a tenor de la presión a la que está siendo sujeto por EEUU, puede tener notables repercusiones económicas y geopolíticas a nivel global, que pueden dar la puntilla al declive del orden económico mundial actual. Un ejemplo de ello lo encontramos en los intentos de la UE de establecer una alternativa viable al sistema de flujo de capitales internacionales basado en la red SWIFT (acrónimo de la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), controlado por EEUU, que se han materializado en la creación el pasado mes de enero del sistema INSTEX.
Hay otros indicios de que el resto de las potencias económicas no permanecerán impasibles ante las maniobras norteamericanas si estas afectan sensiblemente a sus intereses comerciales. Así, por ejemplo, el jefe del Banco Popular de China, Yi Gang y el ministro de Finanzas ruso, Anton Siluanov, subscribieron a principios de junio un acuerdo bilateral para usar sus respectivas monedas nacionales en el comercio entre ambos países, y son conocidos los trabajos de desarrollo de sistemas alternativos a SWIFT para pagos transfronterizos entre empresas rusas y chinas, estableciendo pasarelas para transferencias entre el Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (PESA) ruso y el Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos de China (CIPS).
Pie de foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reúne con el presidente chino, Xi Jinping, al inicio de su reunión bilateral en la cumbre de líderes del G20 en Osaka, Japón, el 29 de junio de 2019. REUTERS/KEVIN LAMARQUE
Es un hecho constatable que China continúa obteniendo petróleo iraní mediante buques petroleros que fondean en la bahía de Jianzhou, pese a las sanciones norteamericanas, lo que supone una tabla de salvación para Teherán, para quien estas ventas de crudo son una parte crucial de sus esfuerzos para aguantar la campaña de máxima presión financiera a la que Irán está sometido. Es posible que en fechas próximas China llegue a acuerdos con Irán para pagar el crudo que importa de este país en yuanes, al tiempo que reduce su dependencia de compras en Arabia Saudí y en los Emiratos Árabes, países éstos a los que podría tratar de exigir asimismo la aceptación del pago en yuanes.
China parece dispuesta a hacer todo lo que esté a su alcance para impedir que las potencias occidentales utilicen las instituciones internacionales existentes en beneficio propio. Las declaraciones de Mike Pompeo en su discurso en Bruselas a finales de 2018, criticando sin ambages el multilateralismo y sugiriendo que las entidades supranacionales deben ser reformadas o directamente eliminados, han encendido un buen número de alarmas, y no sólo en Beijing. En esa misma línea, elasesor de seguridad nacional de Donald Trump, John Bolton, afirmó que EEUU no cooperará ni proporcionará asistencia de ningún tipo a la Corte Internacional de Justicia, a la que simplemente dejarán languidecer hasta que desaparezca a todos los efectos.
Con todos sus defectos y disfunciones, el sistema internacional de control existente requiere de la prevalencia del imperio de la ley y del poder coercitivo de tribunales con jurisdicción internacional sin excepciones ni exenciones.
Por ello, es predecible que China se vea en la necesidad de elegir pronto entre dos estrategias diferenciadas. La primera consistiría en prescindir hasta dónde sea posible de las instituciones globales existentes, creando organizaciones internacionales rivales para interactuar con terceros países de la manera que más favorezca a los intereses chinos, aportando políticas sobre temas relacionados con problemas globales desarrolladas en China, libres del corsé que conlleva trabajar dentro de las plataformas institucionales ya existentes, pero conservando su capacidad de veto es dichas instituciones para asegurarse de que su funcionamiento no distorsiona o restringe los intereses chinos, lo que llevaría implícitamente al gradual deterioro de tales instituciones.
Por otra parte, China podría, más plausiblemente, inclinarse por cooptar en las instituciones existentes, penetrando progresivamente en las mismas con el objetivo de hacer valer sus preferencias nacionales en materia de política exterior y seguridad, usando así su incorporación a las instituciones globales como un multiplicador transformativo de los esfuerzos de China para consolidar su estatus como potencia global en un terreno de juego de iguales, en el que le sería posible encontrar compañeros de viaje circunstanciales con los que coordinar su oposición a las políticas y acciones estadounidenses.
En cualquier caso, parece inevitable que la inercia económica china altere indeleblemente los tres pilares en los que se ha fundamentado el orden económico internacional durante décadas. Es presumible que tanto el Fondo Monetario Internacional, como la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial, tengan una impronta china, precipitada por la diplomacia confrontacional de Donald Trump.