El Sur global no acepta que un Occidente de poder menguante siga definiendo lo que debe hacer y cómo debe pensar

Un sexto del mundo no puede determinar el orden internacional sin contar con el resto

AFP/ GIANLUIGI GUERCIA - Los países BRICS, acrónimo de los cinco miembros Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica se reúnen durante tres días para una cumbre en Johannesburgo a partir del 22 de agosto de 2023
AFP/ GIANLUIGI GUERCIA - Los países BRICS, acrónimo de los cinco miembros Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica se reúnen durante tres días para una cumbre en Johannesburgo a partir del 22 de agosto de 2023

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

La Estrategia de Seguridad Nacional de los EE. UU. afirma que «nos encontramos en medio de una competición estratégica para configurar el futuro del orden internacional» y propone al mundo una gran coalición en torno a sus valores para cerrar filas contra las potencias autoritarias.

De momento, la respuesta no es la esperada. Únicamente los aliados más estrechos de Washington, que solo representan un sexto de la población mundial, se han sumado. El Sur global, más de la mitad de los habitantes del planeta, lo entiende contrario a sus intereses y no acepta que un Occidente de poder menguante siga definiendo lo que debe hacer y cómo debe pensar.

En el mismo EE. UU. existe un gran debate sobre los peligros y consecuencias de esta apuesta estratégica y muchas figuras relevantes propugnan como alternativa algún tipo de orden internacional de coexistencia.

Al convocar una cruzada democrática en nombre de sus propios valores se reducen mucho las posibilidades de entendimiento, lo que puede resultar contraproducente y favorecer a las potencias revisionistas. La reciente cumbre de los BRICS parece confirmar esta tendencia. Por otra parte, resulta contradictorio, al estar la gran potencia norteamericana profundamente dividida precisamente por una cuestión de valores.

Introducción

En 2018, en El mundo que nos viene Josep Piqué afirmaba:

«Siglos de comercio y décadas de globalización han hecho su trabajo. Han tejido una red que hace imposible plantear el futuro de las relaciones internacionales como un juego de suma cero. Por lo tanto, frente a los defensores de las tesis deterministas, casi hegelianas, sobre el ascenso de Asia, aquí plantearé la idea de una síntesis (postoccidental) global que no solo veo más probable, sino también más deseable. […] Occidente sigue marcando el debate de los valores y, como en la mitología del Cid, va a seguir ganando batallas después de muerto; si es que ha muerto»1.

Por entonces, ya era evidente que el mundo entraba en una nueva era que dejaba atrás un periodo de dominación hegemónica de Occidente y de la ilusión del «fin de la historia» —del inicio de una era de occidentalización generalizada2. Sin embargo, la rivalidad entre Washington y Pekín todavía no había degenerado en una mutua y plena desconfianza ni la pandemia del COVID-19 y la guerra de Ucrania habían acelerado e intensificado las transformaciones y contradicciones de dicho proceso.

En la actualidad, el panorama mundial resulta menos prometedor. Se producirá, sin duda, una síntesis, pero en un contexto de mayor antagonismo y por ello, probablemente también, más traumática y menos fértil. Así, en la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de los EE. UU. de octubre de 2022 podemos leer:

«Nos encontramos en medio de una competición estratégica para configurar el futuro del orden internacional. […] Estados Unidos liderará con nuestros valores y trabajaremos codo con codo con nuestros aliados y socios y con todos aquellos que compartan nuestros intereses […] Nos asociaremos con cualquier nación que comparta la creencia básica de que el orden basado en normas debe seguir siendo el fundamento de la paz y la prosperidad globales»3.

Evidentemente, los rivales a batir en esta cruzada democrática son China y Rusia —que junto con sus aliados más estrechos suman casi un cuarto de la población mundial.

Cuando el presidente Biden firmó dicho documento, mostró un gran optimismo en relación con la buena acogida que su propuesta de liderazgo «más necesario que nunca» encontraría en gran parte del mundo. El punto de partida del designio estratégico estadounidense, como explica Kissinger, es la convicción de que los valores norteamericanos son universales y por ello deben ser adoptados por el mundo entero4.

Pues bien, casi un año después, únicamente los aliados más estrechos de Washington: los países occidentales de Europa, Norteamérica y Oceanía, más sus incondicionales de Asia Oriental, Japón y Corea del Sur —que solo representan un sexto de los habitantes del planeta— han visto con buenos ojos esta propuesta estratégica. Más de la mitad del mundo —al que se ha dado en denominar Sur global— lo interpreta contrario a sus intereses. Además, en su fuero interno ha decidido que el tiempo en que Occidente determinaba los valores y las reglas del juego ha llegado a su fin. Al hacerlo, ha reducido enormemente las posibilidades de éxito de dicho designio geoestratégico.

En este documento se defiende que, si ya es difícil sostener un orden internacional en contraposición a dos potencias como China y Rusia, resulta quimérico intentar determinarlo contado únicamente con el respaldo firme de un sexto del mundo y que, al intentarlo, se corre el riesgo de inducir un desenlace contraproducente. Todo ello aún agravado por la contradicción de que el país que convoca al mundo detrás de la bandera de sus valores se encuentra profundamente dividido precisamente por razón de valores, hasta el punto de poderse hablar hoy de una nación con dos almas incompatibles.

Antecedentes

El sistema internacional puede organizarse sobre tres fundamentos básicos: un gran consenso, fue el caso de las tres décadas que siguieron al fin de la Guerra Fría; la coexistencia, que en este momento sería el menos malo, al quedar descartado el anterior; o la confrontación, que es a lo que parece abocado el mundo. Solamente en el primer caso sería correcto hablar de orden internacional, aunque este sea imperfecto.

Ya desde 2012, Graham Allison lleva advirtiendo de los peligros que se pueden derivar de la confrontación entre las grandes potencias como consecuencia del auge de China, a lo que el politólogo estadounidense se refiere como la «Trampa de Tucídides»5.

Sin embargo, el optimismo y la creencia de que el mundo marchaba de forma inexorable hacia un final de la historia democrático y liberal, según las tesis de Fukuyama, hizo que, hasta su ESN de 2017, Washington no pusiera la rivalidad entre las grandes potencias en el centro de su agenda estratégica6.

«Los dirigentes tanto de China como de Estados Unidos parecen realmente interesados en tratar de estabilizar su relación, que se encuentra ahora en su punto más rocoso de los últimos 50 años. Ambos países reconocen que la tensión entre ellos se ha agudizado tanto que se enfrentan a un riesgo real y creciente de guerra. […] Hay una cuestión fundamental que impide retomar un diálogo necesario: carecen de una narrativa mutuamente aceptable para definir su relación. Los líderes estadounidenses, en sus compromisos diplomáticos y declaraciones públicas, afirman habitualmente que están inmersos en una «competición» entre grandes potencias. […] Los dirigentes chinos no permitirán que la «competición» defina dicha relación»7.

Recientemente, Kissinger ha llegado incluso a advertir: «Estamos en la clásica situación previa a la Primera Guerra Mundial en la que ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier alteración del equilibrio puede tener consecuencias catastróficas. […] El destino de la humanidad depende de si América y China se puedan llevar bien. […] El rápido progreso de la IA, en particular, les deja solo de 5 a 10 años para encontrar un camino»8.

Interpretar la geoestrategia de nuestro tiempo como una batalla ideológica global entre la democracia y la autocracia es una apuesta por el autocumplimiento de esta profecía, con el peligro, como afirma de Hugh White, de marchar sonámbulos hacia el abismo9.

Hasta hace pocos años, las bondades de la globalización y su efecto modernizador y occidentalizador eran el dogma comúnmente aceptado.

«En los primeros años de la Posguerra Fría, los teóricos y responsables políticos estadounidenses ignoraron los riesgos potenciales de la integración con un homólogo autoritario. La globalización se basaba en normas económicas liberales, valores democráticos y normas culturales estadounidenses, que los economistas y la clase dirigente de la política exterior daban por sentados. Estados Unidos establecía las normas de las instituciones internacionales y las empresas multinacionales, la mayoría de las cuales eran estadounidenses o dependían en gran medida del acceso a la tecnología y los mercados estadounidenses. En estas condiciones, los enredos económicos se consideraban oportunidades para que Washington ejerciera su influencia e impusiera sus reglas. Las incursiones y distorsiones de un mercado por otro eran la estrategia de Washington, no su problema»10.

Pues bien, el declive del orden internacional de inspiración occidental, cuyo triunfo definitivo parecía impulsado por la globalización, se debe en gran parte a una estrategia deliberada acordada por Moscú y Pekín cuando dicho proceso estaba en plena expansión, su marcha parecía imparable y ambas grandes potencias —situadas bastante atrás en el ranking económico mundial— difícilmente podían reivindicar tal condición.

En 1996, la Federación Rusa y la República Popular de China firmaron un acuerdo de asociación estratégica, que no ha dejado de profundizarse hasta nuestros días, cuyo objetivo principal era oponerse a un mundo dirigido por una única potencia: los Estados Unidos11. Por entonces, razones históricas y geopolíticas hacían que la rivalidad entre ambos Estados revisionistas fuera muy superior a la que les distanciaba del hegemón americano. Superando sus diferencias y haciendo de la necesidad virtud, su firme voluntad de llegar a jugar en el tablero de las grandes potencias y los sucesivos desencuentros con Washington han convertido dicha asociación estratégica en un verdadero ariete que ha debilitado los fundamentos del sistema internacional que, en las últimas décadas, había permitido un enorme desarrollo económico y social global, incluido el de las potencias que lo han cuestionado.

Otro factor determinante es lo que Brzezinski llamaba The global political awakening: el hecho de que, del mismo modo como la Revolución Francesa hizo a la totalidad de la sociedad francesa consciente de su protagonismo político, la revolución de la globalización ha hecho que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad esté políticamente activada, sea políticamente consciente y esté políticamente interconectada12.

Así, las naciones del Sur global se han vuelto conscientes de que son sujetos —y no solo objetos— del sistema internacional. Durante mucho tiempo sus deseos y objetivos habían quedado relegados a notas a pie de página de la geopolítica13.

«El Sur global no existe como una agrupación coherente y organizada, sino como un hecho geopolítico. […] Está empezando a limitar las acciones de las grandes potencias y a provocar que respondan al menos a algunas de sus demandas. […] Su afán por “alcanzar” a los Estados ricos es un imperativo común y, en todo caso, urgente. Su deseo tanto de autonomía estratégica como de una cuota mucho mayor de poder político en el sistema internacional es fuerte y no hace sino aumentar, especialmente entre las potencias medias, como Brasil, Indonesia y Sudáfrica»14.

La mayoría de dichos países conservan, además, arraigados resentimientos frente a Occidente heredados de la época imperialista y colonialista, percepción fomentada e intensificada por la interpretación marxista de la historia que muchas de sus élites han asimilado precisamente en las universidades occidentales.

Por otra parte, el comportamiento insolidario de las potencias occidentales durante la pandemia del COVID-19 y en relación con las políticas climáticas —que carga sobre aquellos países la solución de un problema que han creado fundamentalmente los países más desarrollados— no ha hecho más que ahondar en el resentimiento ya existente15.

No parece que los países del Sur global, muchos de los cuales empiezan a acariciar unos niveles de desarrollo cercanos a los de los países más avanzados, vayan a aceptar sin más que las antiguas metrópolis les sigan dictando lo que deben hacer y cómo deben pensar.

Esto se ha puesto claramente de manifiesto en la reunión en Hiroshima del G7 —que se ha convertido en el foro principal para la coordinación de las políticas frente a Pekín y Moscú16 y al que Francisco Marhuenda se refería como «concepto caduco y equivocado17»— en la que se intentó convencer al Sur global de que se uniera a Occidente para confrontar a Rusia y contener a China.

Como explica el príncipe Miguel de Liechtenstein: «Es probable que estos esfuerzos resulten inútiles. La mayoría de los países del Sur global no ven ningún beneficio en entrar en la lucha entre las llamadas naciones “democráticas” y “autoritarias”. Durante la Guerra Fría surgió un movimiento de no alineados. Algo similar podría ocurrir también en el contexto actual, pero la diferencia ahora es que el Sur global está sustancialmente más desarrollado. Ha ganado influencia política, estratégica y, sobre todo, demográfica, que seguirá creciendo. […] El grupo de países industrializados tendrá que reconocer que podría acabar en una doble confrontación. Parecen querer mantener modelos anticuados y paradigmas occidentales, y, al mismo tiempo, están malinterpretando las necesidades del Sur global en un mundo multipolar. Los proyectos de ayuda propuestos apestan a paternalismo»18.

No obstante, la guerra de Ucrania ha sido el gran catalizador de las diferencias entre las potencias occidentales y el nuevo movimiento no alineado:

«Muchas élites no occidentales ven la guerra como un asunto europeo y rechazan la interpretación occidental de que es un ataque al orden jurídico de la ONU y, por tanto, una amenaza mundial. Se preguntan ¿por qué debería recibir más atención que los conflictos más cercanos?, ¿por qué Occidente financia masivamente a Ucrania en lugar de gastar más en el cambio climático?, acusándole de doble rasero. Creen que las naciones ricas podrían hacer más para ayudar a los países endeudados. Les preocupan menos las causas de la guerra que sus consecuencias, especialmente el aumento de los precios de los alimentos y el combustible»19.

Como dijo Emmanuel Macron en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero de 2023: «Me sorprende cómo hemos perdido la confianza del Sur global». Tiene razón. La convicción occidental sobre la guerra y su importancia se ve igualada en otros lugares por el escepticismo, en el mejor de los casos, y el desdén absoluto, en el peor20.

Esta circunstancia favorece a las potencias revisionistas porque, al no alinearse el Sur global con el liderazgo estadounidense del orden internacional, facilita su configuración multipolar. Esto permite a China y a Rusia redirigir hacia ese inmenso espacio sus cadenas de flujos comerciales, económicos y tecnológicos, reduciendo la influencia de Occidente sobre ellas y reforzando, en sentido contrario, su peso en el panorama global.

«Según Dongwu Securities, en lo que va de año, por primera vez, China exportó más a países en desarrollo que a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón juntos»21. La XV cumbre de los BRICS no ha hecho más que confirmar esta tendencia. Pekín, asociado estratégicamente con Moscú, amplia así sus esferas de influencia para crear un mundo más a su medida.

La cuestión de los valores

Como explica el embajador Ricardo López-Aranda en su contribución al Panorama Estratégico 2020 de IEEE, Occidente siempre ha considerado que sus valores son universales22. Para que unos valores se puedan considerar universales se tiene que dar al menos una de las dos condiciones siguientes: que estos sean reconocidos como tales por una parte muy significativa de la comunidad internacional o que estos emanen de la naturaleza profunda de la dignidad humana y sean, por tanto, en lo esencial, permanentes. Pues bien, no se da ninguna de las dos premisas.

En primer lugar, los consensos básicos que surgieron de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y que, a pesar de la profunda división de la Guerra Fría, permitieron el nacimiento y desarrollo de las Naciones Unidas y de un denso entramado multilateral, se han desvanecido. Como subrayó el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, en Johannesburgo, «las actuales instituciones multilaterales —el Consejo de Seguridad, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial…— reflejan “un mundo que ya no existe”»23.

En segundo lugar, los valores que propugna Occidente han cambiado en las últimas décadas y la opinión dominante tanto en EE. UU. como en la vieja Europa es que, conforme a las categorías kantianas, estos son el resultado de un acto autónomo de la voluntad que determina dichos valores, en este caso un acto autónomo de la voluntad de las sociedades occidentales. Para ser estos universales tendría pues que aceptarse que la voluntad autónomamente ejercida por Occidente es de aplicación global, algo que el resto del mundo solo aceptaría desde una posición de subordinación moral que ya no es el caso.

Así, por ejemplo, Reinhold Brender en un documento titulado Fortaleciendo el multilateralismo en un mundo multipolar defiende:

«Muchos países del Sur global se han abstenido de condenar la grave violación del derecho internacional que supone la invasión de Ucrania por parte de Rusia. […] Dado el creciente peso del Sur global, encontrar un terreno común con él es esencial para que la UE y los países afines refuercen el multilateralismo. […] La UE podría desarrollar una estrategia de compromiso con el Sur global para apoyar el multilateralismo en vísperas de la cumbre del Futuro de las Naciones Unidas del año que viene, cuyo objetivo es reavivar el multilateralismo con las Naciones Unidas en su centro. […] Desde la perspectiva de la UE, la cooperación multilateral es inclusiva y debe ser diseñada para ser universal. […] La UE y los países afines deben ganarse a la opinión mundial para construir una coalición lo suficientemente amplia para garantizar que los valores occidentales sigan teniendo influencia en el multilateralismo liderado por la ONU»24.

Este empeño de que la ONU adopte los valores occidentales como universales es contradictorio con la idea de que esta sea más inclusiva. Se corre el peligro de hacerla todavía menos relevante porque será vista por muchos países como un instrumento occidental de poder e influencia globales. Y lo que es aún peor, dicho empeño puede ser interpretado como un «supremacismo moral» que llene el vacío que en su día ocupó el «supremacismo racial».

Debemos considerar también que el derecho del ser humano a vivir conforme a sus propias convicciones es, dentro de unos límites —difíciles de determinar—, un principio fundamental del respeto de la dignidad humana. Así lo recoge la Constitución española en su artículo 16.º. Si es así dentro de una nación que comparte cultura y raíces históricas, con mayor razón en el ámbito internacional que no disfruta de esta circunstancia.

Por otra parte, la lucha en favor de los derechos humanos no se puede considerar como tal si está impregnada de consideraciones geopolíticas, aplicando la ley del embudo según se trate de un rival o de un socio.

La civilización occidental que con sus valiosísimas contribuciones se siente segura de sí misma y mantiene gran capacidad de seducción —Emilio Lamo de Espinosa afirma: «El atractivo del bloque occidental sigue intacto, y los emigrantes de todo el mundo lo certifican votando “con los pies”25»—, resulta, sin embargo, arrogante, lo que, a su vez, también produce rechazo.

Los valores, ideas y creencias (en el sentido orteguiano) son una espada de dos filos: por una parte, pueden actuar como cemento que fragua, vertebra y da consistencia a las comunidades humanas, como fue el caso en la cristiandad medieval europea donde encuentra sus raíces Occidente26 o, más recientemente, en el proceso de occidentalización que, hasta fechas recientes, han seguido las naciones del mundo que han querido modernizarse e industrializarse —proceso que como expresa el informe final de la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2020 ha dado paso al fenómeno inverso de la desoccidentalización (Westlessness)27.

Por otra, estos también pueden empujar al mayor de los antagonismos, como ocurrió en la guerra de los Treinta Años, la más destructiva en términos relativos de todas las sufridas por Europa. Del mismo modo, cuando se confrontan valores y creencias resulta mucho más difícil llegar a acuerdos y a soluciones consensuadas: ¡con los valores no se negocia!

A todo ello hay que sumar que cada vez es más difícil saber cuáles son exactamente los valores que Occidente defiende. Los Estados Unidos, su abanderado, está sumido en una polarización política que hace el país casi irreconocible y que podría dar lugar a un profundo cambio de rumbo estratégico en el caso de que Trump vuelva al poder.

El Partido Republicano considera que los demócratas están poniendo en peligro el futuro de la nación norteamericana y el partido demócrata, que los republicanos carecen de credenciales democráticas. En ambos casos se cuestiona la legitimidad del oponente político, algo que disuelve los mismos cimientos de la democracia. Fukuyama lo explica de la siguiente manera:

«Para la gente de izquierdas, las élites que gobiernan EE. UU. son corporaciones y grupos de interés capitalistas —compañías de combustibles fósiles, bancos de Wall Street, multimillonarios de fondos de cobertura y megadonantes republicanos— cuyos grupos de presión y dinero han trabajado para proteger sus intereses contra cualquier tipo de ajuste de cuentas democrático. Para la de derechas, las élites malignas son los agentes del poder cultural en Hollywood, los medios de comunicación, las universidades y las grandes empresas que propugnan una ideología secular woke en contradicción con lo que los conservadores estadounidenses consideran valores tradicionales o cristianos28.

El mismo autor en su libro El liberalismo y sus desencantados ha tenido que apelar a la mesura, recordando que:

«El liberalismo clásico puede ser entendido como una solución institucional al problema de gobernar sobre la diversidad [de creencias o ideologías] o, para ponerlo en unos términos algo diferentes, para un manejo pacífico de dicha diversidad en una sociedad pluralista. El principio fundamental consagrado en el liberalismo es el de la tolerancia: no se tiene que estar de acuerdo con los demás ciudadanos en los temas más importantes, únicamente en que cada individuo debe poder decidir por sí mismo sin la interferencia de otro o del Estado»29.

Aplíquese esto mismo a los Estados y será mucho más fácil encontrar unos mínimos consensos básicos sobre los que construir un sistema internacional viable, más inclinado a aceptar compromisos y a establecer la coexistencia entre rivales que propenso a la confrontación.

De momento, aunque existan sectores muy occidentalizados en las sociedades del Sur global, la tendencia es contraria a aceptar como universales los valores que propugna Occidente como base del orden internacional basado en reglas. Reglas que, a su vez, no están recogidas de forma clara y precisa en ningún sitio y que se acomodan ciertamente mejor en la cultura anglosajona, capaz de concebir una constitución no escrita, pero que para gran parte del mundo son un concepto demasiado vago. Por otra parte, las potencias occidentales, se han saltado en ocasiones dichas reglas, lo que ha hecho que se las haya acusado de hipocresía30, dañando su auctoritas.

Una revolución heraclitiana

La historia, al igual que las mareas, responde a ciclos. Después de la pleamar —de la occidentalización del mundo y de la expansión de sus valores—, el nivel del mar ha empezado a bajar. La ESN estadounidense es un intento de contener el flujo descendente de la marea. Nos guste o no, el mundo que conocíamos y en el que las naciones europeas construyeron el estado del bienestar y se sentían seguras y cómodas ha llegado a su fin. Para los Estados Unidos, con su vocación de ser la ciudad en lo alto de la colina, perder su posición de dominancia también es un trago difícil de pasar.

«Durante aproximadamente 80 años, la política estadounidense se ha basado en la preponderancia económica, militar, tecnológica y política del país. […] En la actualidad, la mayoría de los analistas coinciden en que la disminución de la cuota de Estados Unidos en el PIB mundial, la reducción de las ventajas militares, la disminución de la supremacía tecnológica y de la influencia diplomática significan que Washington pronto se enfrentará a un mundo multipolar por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los estadounidenses siguen cautivados por las ideas de una época desaparecida en la que su poder reinaba de forma suprema»31.

No obstante, la ESN estadounidense en vigor declara en la primera frase: «Nuestro mundo se encuentra en un punto de inflexión». No solo se han clausurado las tres décadas de orden hegemónico estadounidense, sino que, ampliando a una escala mayor, vemos que el sistema internacional que nació tras la Segunda Guerra Mundial también está finalizando: las Naciones Unidas han perdido la centralidad que han disfrutado durante dicho periodo y tanto Alemania como Japón se han sacudido el yugo de la derrota y se están volviendo a convertir en potencias militares. Por último, los cinco siglos de dominio occidental de la historia, que se iniciaron con las grandes navegaciones portuguesas y españolas de finales del XV-principios del XVI y con la posterior revolución científica, está cediendo frente al ascenso de Asia. Sumemos a todo ello la actual revolución industrial en curso, que cambiaría por sí misma el mundo que conocemos sin necesidad de otras consideraciones geopolíticas, y encontraremos un porvenir postoccidental desconcertante que desborda las referencias desde las que nuestras sociedades han interpretado el curso reciente de la historia.

Por otra parte, Occidente tiende al narcisismo y mira al mundo a través de un espejo. En el pasado esto no tuvo graves consecuencias, pero, en adelante, se necesitará mucha más empatía para comprender los puntos de vista ajenos y superar los resentimientos.

España podría jugar un papel de moderador y de puente en este gran desencuentro internacional que facilitase un tránsito menos traumático hacia estos, más que probables, escenarios de futuro postoccidentales, donde el equilibrio de poder y la tolerancia de valores distintos parece un enfoque más adecuado que la confrontación. En primer lugar, somos un país que no convoca los resentimientos del Sur global32 y con más empatía en la relación con otras civilizaciones. En segundo lugar, la monarquía española tuvo el privilegio de haber mantenido una relación no conflictiva con China durante los tres siglos de convivencia en Filipinas, dinamizando el comercio asiático por medio del patrón plata33 —con efectos muy distintos a la imposición del «patrón opio» por parte de Gran Bretaña34. Además, los jesuitas gozaron de una aceptación y prestigio en la corte de los mandarines que no ha sido igualada por occidental alguno. Somos un país con una gran historia, aprovechémoslo.

Conclusión

El mundo vive un momento de creciente confrontación entre las grandes potencias en el que Washington ha convocado al mundo en torno a sus valores, considerados universales, para defender lo que define como «el orden internacional basado en normas» y cerrar filas contra las potencias autoritarias.
En Estados Unidos existe un gran debate sobre los peligros y consecuencias de este designio estratégico. Muchas figuras relevantes propugnan como alternativa algún tipo de sistema internacional de coexistencia. Además, únicamente un sexto del mundo, los países más desarrollados, se ha sumado a él.

El Sur global, más de la mitad de la población mundial, lo entiende contrario a sus intereses y no está dispuesto a que las antiguas metrópolis sigan determinando lo que debe hacer y cómo debe pensar. La XV cumbre de los BRICS en Johannesburgo parece confirmar esta tendencia.

Al convocar el líder de Occidente una cruzada democrática en nombre de sus propios valores se reducen mucho las posibilidades de entendimiento y se puede producir el efecto contrario al que se busca, con ventaja de las potencias revisionistas.

Por otra parte, la gran potencia norteamericana está profundamente dividida precisamente por la cuestión de valores, lo que debilita su capacidad de proyectarlos y abre la posibilidad de un cambio de timón geoestratégico.

Estamos viviendo un momento de inflexión histórica que parece abocar al mundo a una era postoccidental. España podría jugar un papel de moderador y de puente en este gran desencuentro internacional que facilitase un tránsito menos traumático hacia un futuro muy incierto y, sin duda, desconcertante. En el caso contrario de un orden de confrontación ¿qué desenlace esperamos?

José Pardo de Santayana

Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE

Referencias:

1 PIQUE, Josep. El mundo que nos viene. Ediciones Deusto, 2018.

2 Ibídem.

3 Disponible en: Biden-Harris Administration's National Security Strategy.pdf (whitehouse.gov)

4 KISSINGER, Henry. Entrevista de Jeffrey Goldberg en The Atllantic, 10 de noviembre de 2016.

5 Ver ALLISON, Graham. «Thucydides’s trap has been sprung in the Pacific», Financial Times. 12 de agosto de 2012. Disponible en: Thucydides’s trap has been sprung in the Pacific | Financial Times (ft.com). Posteriormente publicaría «The Thucydides Trap: Are the U.S. and China Headed for War?», The Atlantic. 24 de septiembre de 2015. Disponible en: Allison, 2015.09.24 The Atlantic - Thucydides Trap.pdf (harvard.edu), así como su famoso libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides's Trap? Houghton Mifflin Harcourt, 2017.

6 National Security Strategy of the United States of America. Presidencia de los EE. UU, diciembre de 2017. Disponible en: http://nssarchive.us/wp-content/uploads/2020/04/2017.pdf

7 LEVINE, Nathan. «A Clash of Worldviews: The United States and China Have Reached an Ideological Impasse»,
Foreign Affairs. 30 de agosto de 2023.

8 «Henry Kissinger explains how to avoid world war three», The Economist. 17 de mayo de 2023.

9 WHITE, Hugh. «Sleepwalk to War: Australia's Unthinking Alliance with America», Quarterly Essay, n.º 86. 2022.

10 CASS, Oren y RODRIGUEZ, Gabriela. «The Case for a Hard Break With China: Why Economic De-Risking Is Not Enough», Foreign Affairs. 25 de julio de 2023.

11 SINKKONEN, Elina. «China-Russia Security Cooperation», FIIA Briefing Paper, n.º 231. Enero de 2018. Disponible en: China-Russia security cooperation: Geopolitical signalling with limits (fiia.fi)

12 Ver: BRZEZINSKI, Zbigniew. Conferencia «Geostrategic Challenges Facing the United States» pronunciada en la Universidad Brigham Young el 12 de enero de 2010. Disponible en vídeo: Geostrategic Challenges Facing the United States - Dr. Zbigniew Brzezinski - YouTube

13 SHIDORE, Sarang. «The Return of the Global South: Realism, Not Moralism, Drives a New Critique of Western Power», Foreign Affairs. 31 de agosto de 2023.

14 Ibídem.

15 MILIBAND, David. «The World Beyond Ukraine: The Survival of the West and the Demands of the Rest», Foreign Affairs. Mayo/junio de 2023.

16 BLANCHETTE, Jude, JOHNSTONE, Christopher. «The Illusion of Great-Power Competition: Why Middle Powers—and Small Coutries—», Foreign Affairs. 4 de julio de 2023.

17 MARUHENDA, Francisco. «Los amos del mundo», La Razón. 28 de mayo de 2023.

18 LIECHTENSTEIN, Miguel (príncipe de). «The West still misunderstands the Global South», GIS. 25 de mayo de 2023. Disponible en: The West is alienating the Global South – GIS Reports (gisreportsonline.com)

19 BRENDER, Reinhold. «Strengthening multilateralism in a multipolar world», Egmont Policy Brief, 311. Julio de 2023. Disponible en: Strengthening multilateralism in a multipolar world: On the contribution of this year's G7 and G20 Summits and suggested next steps for the EU - Egmont Institute

20 MILIBAND, David. Op. cit.

21 «BRICS+: China crea su G7 alternativo», Informe Semanal de Política Exterior, n.º 1335. 4 de septiembre de 2023.

22 LÓPEZ-ARANDA, Ricardo. «El futuro de Occidente en el orden global», Panorama Estratégico 2020. IEEE, marzo de 2020. Disponible en: Panorama_Estrategico_2020.pdf (ieee.es)

23 «BRICS+: China crea su G7 alternativo». Op. cit.

24 BRENDER, Reinhold. Op. cit.

25 LAMO DE ESPINOSA, Emilio. «Tiempos de inflexión histórica. La invasión de Ucrania y el declive del poder occidental». Panorama Estratégico 2023. IEEE, mayo de 2023, p. 64. Disponible en: Panorama estratégico 2023 (ieee.es)

26 LÓPEZ-ARANDA, Ricardo. Op. cit.

27 Munich Security Report 2020: Westlessness. Munich Security Conference. Disponible en: https://securityconference.org/assets/user_upload/MunichSecurityReport2020.pdf

28 FUKUYAMA, Francis. «Rotten to the Core? How America’s Political Decay Accelerated During the Trump Era»,
Foreign Affairs. 18 de enero de 2021.

29 FUKUYAMA, Francis. Liberalism and its Discontent. Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2022, p. 7.

30 SPECTOR, Matias. «The Upside of Western Hypocrisy: How the Global South Can Push America to Do Better»,
Foreign Affairs. 21 de julio de 2023.

31 WINOKUR, Justin. «The Cold War Trap: How the Memory of America’s Era of Dominance Stunts U.S. Foreign Policy», Foreign Affairs. 13 de julio de 2023.

32 LAMO DE ESPINOSA, Emilio. Entre águilas y dragones. El declive de Occidente. Espasa, 2021, p. 321.

33 LOPEZ-LINARES, José Luis. Documental: España, la primera globalización. López Li Films, 2021.

34 En el documento Intellingence and Security Committe of Parliament: China, del 13 de julio de 2023, ordenado por la Cámara de los Comunes, podemos leer: «El papel histórico único del Reino Unido en China —en particular, pero no exclusivamente, en relación con Hong Kong— es probable que haga del Reino Unido un objetivo de mayor perfil». Es obvio que en Gran Bretaña no se ignora el resentimiento chino en relación con su ignominiosa actuación en las guerras del Opio.