Conciencia dirigida: cómo te conviertes en víctima creyendo que estás informado

Un dron vuela junto a edificios dañados en el lugar del impacto de un misil iraní contra Israel, en Holon, Israel, el 19 de junio de 2025 - REUTERS/ VIOLETA SANTAS MOURA
Un dron vuela junto a edificios dañados en el lugar del impacto de un misil iraní contra Israel, en Holon, Israel, el 19 de junio de 2025 - REUTERS/ VIOLETA SANTAS MOURA
Nietzsche dijo una vez: “No vemos el mundo tal como es, sino tal como somos”. Y este es el núcleo del asunto cuando hablamos de la conciencia derrotada

La conciencia, cuando se quiebra, no necesita cadenas ni grilletes; basta con que quede desprovista de su lenguaje, extrañada de sí misma, sometida al deseo de quien le dicta qué debe ver, oír o creer. Los medios —especialmente en la era de las pantallas resplandecientes— no presentan verdades, sino algo que se les asemeja, lo que el contexto permite difundir y lo que el mercado consiente promocionar. Entre una cosa y otra, el receptor deja de ser testigo para convertirse en espectador, de ser libre a convertirse en herramienta moldeable cada vez que la guerra necesita audiencia.

La reciente guerra entre Israel e Irán —o más precisamente, la guerra psicológica entre ambos— ha demostrado que la primera batalla no se libra en el cielo ni bajo tierra, sino en las mentes. No sólo caen misiles, también la verdad se fragmenta, es bombardeada, lanzada y reciclada en sofisticadas cocinas mediáticas cuyo objetivo no es únicamente convencerte, sino desactivarte. Convertirte en un espectador temeroso, iracundo, confundido, que no tiene certezas más allá de lo que le muestran en el noticiero.

En esa guerra mediática vimos cómo se construyen mitos a partir de incidentes, y cómo se reconfigura la conciencia del público árabe mediante un lenguaje binario: o estás con nosotros o contra nosotros, o apoyas la resistencia o eres parte del eje del mal. Lo importante no fue lo que ocurrió, sino cómo se narró el suceso, cómo se adaptó al público, cómo se mutilaron escenas y cómo se reensamblaron fragmentos para convertirlos en episodios heroicos o catastróficos según las necesidades emocionales. Lo que vemos no es lo que sucedió, sino lo que se nos permitió ver. Y ahí colapsa la conciencia, al perder su capacidad de discernimiento y renunciar a su misión crítica.

Según la teoría de la “espiral del silencio” de la investigadora alemana Elisabeth Noelle-Neumann, los individuos tienden a callar sus opiniones cuando sienten que difieren del consenso dominante, el cual es cuidadosamente construido por los medios. En tiempos de guerra, la única voz que se oye es la de la cadena más poderosa, la que es capaz de fabricar la ilusión del consenso. Las demás voces se apagan, las opiniones divergentes se marginan y el sesgo se convierte en un estado mental que nadie cuestiona.

Desde el ángulo de la psicología mediática, estamos ante lo que se conoce como “condicionamiento perceptivo”, donde se reprograma la respuesta emocional del receptor mediante la repetición de imágenes con la misma carga afectiva: llanto, ruinas, himnos, exclamaciones, titulares que consolidan héroes y víctimas. Estas herramientas no son inocentes; apuntan al sistema emocional del espectador, colocándolo en estado de recepción continua de mensajes que repite sin pensar.

En ese entorno, el ser humano no solo recibe la noticia, sino que se convierte en “resultado” de ella. Su mente, sus temores, sus posturas y hasta sus emociones dejan de emanar de él mismo para ser diseñadas desde el exterior. Como decía el filósofo e historiador francés Gustave Le Bon: “El público no piensa, reacciona”. Por eso, cuando se derrota la conciencia, se derrota el pensamiento, y el vocabulario desaparece de la mente como la tierra bajo los pies.

Tome como ejemplo a Al Jazeera en su cobertura del conflicto entre Irán e Israel. Cuando la base estadounidense de Al-Udeid en Qatar fue atacada, reinó el silencio. Un silencio cargado, que ni condena ni celebra. El lenguaje quedó asfixiado. Porque el discurso mediático previamente cargado contra Irán no dejó a la plataforma muchas opciones cuando el escenario bélico se trasladó a su propio territorio. Y ahí se revela la crisis: no en el bombardeo, sino en la contradicción estructural entre lo que se quiere decir y lo que no se puede reconocer.

No vivimos sólo en la era “post-verdad”, sino en la era “post-significado”, donde los mensajes se fabrican meticulosamente no para llenar las mentes, sino para vaciarlas. El periodismo, en su dimensión psicológica, es gestión de la atención, redirección de la ira, y control de la percepción colectiva. Lo que se dice en las pantallas no es más que una parte del relato; lo no dicho es lo que define la naturaleza real del conflicto.

Cuando se te dice que “Irán ha bombardeado”, no se trata solo del hecho en sí, sino de qué vas a pensar al respecto: ¿a quién amarás? ¿A quién odiarás? ¿A quién culparás? ¿A quién elevarás como héroe? ¿Y a quién acusarás de traición? Eso hacen los medios: no relatan el evento, sino que te moldean a ti a través del evento.

El colapso de la conciencia no es instantáneo, es una acumulación silenciosa que comienza con la fe ciega en la pantalla, pasa por la repetición constante y se convierte en la creencia de que no es necesario investigar, verificar o preguntar. Con el tiempo, quien hace preguntas es sospechoso, quien duda es un traidor, y quien piensa distinto, un enemigo de la patria.

Y ahí volvemos a la idea esencial: “La conciencia derrotada no encuentra sus palabras cuando la verdad golpea su corazón”. Porque esas palabras ya no le pertenecen. Fueron confiscadas hace tiempo, cuando entregó su mente a plataformas que hablaban en su nombre. La verdad, cuando cae sobre una mente desarmada, no deja más opción que el silencio o el lamento, sin capacidad de análisis, pues sus herramientas críticas han sido arruinadas, sus sistemas perceptivos devastados por olas de imágenes, frases, discursos, cánticos y montajes dramáticos.

Al final, el verdadero peligro no está solo en el “engaño mediático”, sino en la “omisión mediática”: cuando se dice la mitad de la verdad y la otra mitad se entierra en el archivo de lo no dicho. Por eso, la batalla real no se libra únicamente en el terreno físico, sino en la mente: en cómo entendemos el mundo y en la capacidad de recuperar el lenguaje que nos hace humanos libres, y no simplemente ojos que miran pantallas que deciden cuándo debemos enfadarnos, callar o aplaudir.

Abdelhay Korret, periodista y escritor marroquí