
El presidente Macron está contra las cuerdas. La convulsa Francia, cuna de las revueltas sociales que en diversos siglos han provocado cambios de trascendencia política, sigue rugiendo feroz con violentas y masivas protestas que terminan convirtiendo las calles de las principales ciudades del país galo en verdaderos campos de batalla.
Nadie entiende cómo el Gobierno en el Elíseo puede tener tal capacidad de resistencia, si se extrapolara la magnitud de las protestas y su dureza a otro país, no pocos hablarían de un Estado fallido o de un gobierno colapsado por impopular.
El foco de las broncas son las mismas barriadas que en su momento unieron a estudiantes y a trabajadores para luchar por una mejora en los derechos sociales de las clases más desprotegidas en las masivas protestas de 1968 que duraron, mayo y junio, y que terminaron resquebrajando el Gobierno de Charles de Gaulle.
El eco del descontento surgió entonces en los “bidonvilles” (tugurios) que por entonces iban extendiéndose a las afueras de la capital de Francia y en otras ciudades sobre todo las más industriales.
Uno de los “bidonvilles” más poblados desde mediados de 1950 era Nanterre que proliferaba recibiendo sobre todo a inmigrantes argelinos y magrebíes llegados a tierras francesas dispuestos a probar suerte; muchos llegaron a nutrir al sector de la construcción como obreros.
Precisamente fue la Universidad pública de Nanterre, el origen de las protestas que sacudieron a toda Francia en 1968 tras la detención de varios estudiantes por protestar por la paz en Vietnam. La mecha prendió por todo el país, con huelgas masivas, liceos tomados y millones de personas vociferando por vivir en un mundo más justo y tampoco faltaron las consignas en contra del capitalismo y del imperialismo.
El presidente De Gaulle, orillado por un país paralizado, convocó elecciones generales anticipadas en junio de dicho año y solo así la gente regresó a sus casas.
Cincuenta y cinco años después, es Nanterre otra vez el foco de la ira de cierta parte de la población, tras el asesinato del joven Nahel Merzou, de 17 años y nacido en Francia, pero hijo de argelinos inmigrantes. Al estudiante lo detuvieron en un control policial al oeste de dicha localidad y el joven no quiso orillarse porque era menor de edad sin permiso para conducir; y tras acelerar, el policía le pegó un tiro en la cara asesinándolo.
La madre del menor cree que el policía le disparó por sus rasgos faciales africanos y anunció que se uniría a las protestas clamando por justicia en un país en el que persiste la xenofobia y la discriminación racial.
Nahel no era un delincuente, ni estaba siendo buscado por la justicia. De acuerdo con la Agencia France Press él pretendía entrar en la Universidad de Suresnes porque quería ser electricista y jugaba al rugby en el equipo Piratas de Nanterre. No estaba ligado con las drogas.
“Nahel usaba el rugby para salir adelante y tenía la voluntad de encajar social y profesionalmente. Era un deportista que no estaba vinculado, ni con las drogas, ni con la delincuencia”, declaró Jeff Puech, presidente de Ovale Citoyen, a Radio France Internationale.
La familia del joven asesinado pide a través de su abogado que el policía sea juzgado por asesinato y no por homicidio involuntario, a fin de lograr el máximo castigo penal.
De ese Nanterre reavivó la llamarada que ha vuelto a incendiar socialmente a Francia. Ya no es el Nanterre calificado de tugurio con chabolas de cartón y de madera improvisadas al que llegaban hombres desde varias partes de África, buscando un trabajo, para luego traerse a sus mujeres y afincar una familia. No es el Nanterre de los 14.000 habitantes de mediados de 1960, es ahora un suburbio que forma parte de la llamada “banlieue” (periferia) conformado por 93.500 habitantes.
Se encuentra en la región de la isla de Francia, situado en el departamento de Altos del Sena; los políticos lo califican de “cinturón rojo” porque es tradicionalmente comunista de casi toda la vida. Sin embargo, alberga un importante centro financiero, porque incluye a parte del barrio de La Défense.
Manifestaciones coléricas
Durante la presidencia de Jaques Chirac, en 2005 Francia vivió un período de fuertes protestas llenas de actos vandálicos tras la muerte de dos jóvenes musulmanes, de origen africano, mientras huían de la policía en Clichy-Sous-Bois; una comuna pobre del este de París. En ese entonces, Nicolás Sarkozy era ministro del Interior y llegó a decir en la televisión que los jóvenes de 17 y 15 años, respectivamente, eran “escoria”. Murieron electrocutados mientras huían de la policía.
Los últimos meses de 2005 fueron de protestas cotidianas con centenares de coches quemados y diversos incendios con una ira que fue extendiéndose a otras ciudades francesas.
Precisamente, Associated Press recogió los testimonios de diversas familias asentadas en los suburbios marginales e intentó indagar por qué las protestas estaban tan cargadas de odio, amargura y capacidad de destrucción contra el sistema francés.
De acuerdo con la Agencia de información francesa, los manifestantes declararon que en realidad los disturbios eran una forma de expresar la frustración por el desempleo y el acoso policial en la zona. “Uno de los manifestantes afirmó que la gente había salido a la calle a gritar que estaban marginados en guetos”.
En los actuales acontecimientos, la turba que exige justicia por Nahel, ya ha quemado más de 6.000 vehículos desde el inicio de las revueltas violentas el pasado martes 27 de julio. Y un total de 500 edificios públicos han sido pasto de las llamas.
París vive una inusitada ola de cancelaciones porque los turistas no quieren verse expuestos al cierre del metro, de los museos y los restaurantes porque al caer la noche las calles quedan a merced de los cientos de manifestantes.
Gérald Darmanin, ministro del Interior, reveló a Le Figaro la detención de 176 personas en una sola jornada de violencia mientras en la ciudad de Aviñón la multitud intentó incendiar una comisaría.
Si bien, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, expresó sus condolencias por el asesinato de Nahel, ante la situación civil, analiza la necesidad de interrumpir el servicio de las redes sociales durante la tarde-noche a fin de evitar que la turba se organice mediante los servicios de mensajería instantánea.
Macron ha ordenado un mayor despliegue policial y amparado por la Ley de Seguridad Global, auspiciada durante su Gobierno y puesta en vigor desde finales de 2020, se prohíbe la grabación, publicación y circulación de videos de acciones policiales en las redes sociales ya sean efectuados por un periodista o por un ciudadano. Además, se facilita el uso de drones para la identificación de los rijosos, la vigilancia electrónica y el ciberespionaje.
La ONU aconseja medidas
No es la primera vez que pasa y hay que poner más atención a las denuncias por racismo en Francia, aconsejó Ravina Shamdasani, portavoz de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
La Oficina de Derechos Humanos de la ONU (ACNUDH) pidió a Macron que el país “tuviera en cuenta su historial de racismo en la policía” para evitar otra imprudencia policial.
"Este es un momento para que el país aborde seriamente los profundos problemas de racismo y discriminación en la aplicación de la ley. También enfatizamos la importancia de la reunión pacífica. Pedimos a las autoridades que garanticen el uso de la fuerza y que respeten siempre los principios de legalidad, necesidad, proporcionalidad, no discriminación, precaución y rendición de cuentas”, declaró Shamdasani desde Ginebra.
Según las últimas cifras publicadas por el regulador policial de Francia, hubo 37 muertes durante las operaciones policiales registradas en 2021; y diez fueron asesinadas a tiros.
Al interior de Francia, diversas ONG´s y otras asociaciones civiles denuncian la acción policial a la que han llegado a equiparar con la brutalidad de la actuación policial en Estados Unidos violentando los propios derechos humanos.
Para los defensores de los derechos humanos, la Ley de Seguridad Global de Macron, es una forma de proteger la acción policial y ha contribuido a un incremento en las denuncias por la actuación de los cuerpos policiales sobre todo contra jóvenes inmigrantes.
¿Qué está pasando en Francia en los suburbios de las ciudades mas importantes? ¿Es todo producto de la brutalidad policial o hay un caldo de cultivo en el que convergen varias aristas sociales, económicas, culturales, raciales o inclusive políticas?
En la opinión de Pedro González, el caldo de cultivo es la propia insatisfacción de los inmigrantes de segunda, tercera y cuarta generación que llegaron a Francia.
“Muchos son franceses de pleno derecho. Algunos llegaron a Francia, desde los años 1960 con la guerra de Argelia y las actuales generaciones han heredado la escuela gratuita, la enseñanza republicana y resulta que la rechazan. Para mí ha quedado evidente este sesgo en las revueltas más graves de 2005”, comenta el fundador de Euronews.
González que, en su momento, destacó como corresponsal de RTVE en París, recordó que en los episodios de 2005 muchos inmigrantes sentían un rechazo hacia su propia nacionalidad e identidad francesa a tal punto que “no se sabe qué es lo que quieren”.
“No se aprecian ni valores de izquierda o de derecha. Más bien hacer una contabilidad de sus hazañas quemando vehículos, incendiando edificios, con heridos y hasta muertos. Para luego subir todo eso en las redes sociales; para mí es desolador”, inquiere el también fundador del Canal 24 horas.
¿Hay cierto sector obrero social francés descontento con el deterior económico?
El tópico de los problemas sociales ya ha tocado su fin. En los últimos 20 años el Gobierno francés ha gastado 40.000 millones de euros en políticas sociales para beneficiar a la llamada “banlieue”. Así que este tópico ya no cuela, sinceramente. Lo que hay detrás es una ausencia de valores, esto es un nuevo nihilismo, ignoran qué es la igualdad, la fraternidad y quieren atentar contra la libertad.
Lo más inquietante, procede González, es que luego estas generaciones se refugian en imanes extremistas y así van fomentando todavía ideas más radicales y violentas.
Preocupa igualmente la guerra de desinformación…
La forma de destruir a una democracia es a través de la desinformación. Se trata de un factor nuevo, hay mucha desinformación en estos incidentes como en muchos otros y los que vendrán igualmente. El Real Instituto Elcano recientemente dio unos datos: el 60% de la desinformación que padecemos viene de granjas de inteligencia artificial rusas y chinas. Y lo que pretenden es destruir la democracia.
A juicio de González, no hay razón para destruir las ciudades con tal fiereza nada justifica tal saña contra el inmobiliario, las vías públicas, los destrozos de los coches particulares; ni siquiera, añade, la acción del Gobierno de incrementar la edad de jubilación de 62 a 64 años.
“Y, por último, quiero destacar un punto que para mí es muy revelador: cuando le cortaron la cabeza al profesor Samuel Paty, en octubre de 2020, en la periferia de París no hubo ninguna revuelta, ni protestas masivas”, recuerda con certeza.
Este lamentable acontecimiento sucedió el 16 de octubre de dicho año. Paty era un profesor de secundaria que fue asesinado y decapitado en un acto de terrorismo islamista; su cabeza fue mostrada en Twitter. El asesinato lo cometió un refugiado ruso de 18 años de origen checheno que se había radicalizado.