Opinión

Donald Trump, entre los juzgados y la Casa Blanca

REUTERS/JONATHAN ERNST - El candidato presidencial republicano, el expresidente Donald Trump, habla en el Monument Leaders Rally organizado por el Partido Republicano de Dakota del Sur en septiembre 8 de agosto de 2023 en Rapid City, Dakota del Sur
photo_camera REUTERS/JONATHAN ERNST - El candidato presidencial republicano, el expresidente Donald Trump, habla en el Monument Leaders Rally organizado por el Partido Republicano de Dakota del Sur en septiembre 8 de agosto de 2023 en Rapid City, Dakota del Sur

Donald Trump ha comparecido este lunes ante uno de los muchos tribunales que le acusan de una sarta de irregularidades políticas y empresariales. Tiene que responder a tantos procesos que, a poco que se descuide, con los correspondientes recursos que seguro agotará, y en el mejor de los casos para su suerte, tardará una decena de años para convertirse en un ciudadano libre de cargos. 

Pero él no se rinde: continúa compartiendo su autodefensa, invirtiendo millones de dólares en pago al ejército de abogados que le arropan y aspirando a regresar a la Casa Blanca en el siguiente mandato. 

En la comparecencia, lejos de mostrarse respetuoso con el tribunal reaccionó con la arrogancia que le caracteriza y montó un lamentable espectáculo acusando la persecución contra la actividad empresarial y arremetiendo contra el juez que le llamó al orden varias veces. Fue un escándalo sin precedente tratándose nada menos que de un expresidente y de un aspirante a volver a ocupar el cargo. Parece tan seguro de conseguirlo y así aplazar las posibles codenas, que ya ha encargado a sus fieles asesores que preparen un proyecto para la reforma a fondo de las estructuras de la Justicia, se supone que para que en el futuro le sea más favorable.

Pero si con la Justicia no le va bien, compitiendo en las primarias republicanas, que ya están en vísperas, no puede quejarse. Las encuestas, que en los Estados Unidos son muy creíbles y respetadas, le resultan sorprendentemente favorables. Tanto que en cinco estados cruciales en el reparto de votos electorales – o compromisarios si se prefiere – supera las perspectivas de voto del propio presidente, Joe Biden, bien es verdad que de diferente partido. En Nevada le saca diez puntos y en Arizona, Pensilvania, Georgia y Wisconsin entre dos y cinco. 

The New York Times, asegura que tanto en la Casa Blanca como en la sede del Partido Demócrata estos datos han creado preocupación. Es evidente que lo que se va conociendo sobre las mentiras y trampas del expresidente no influye en amplios sectores de la opinión pública: muchos ciudadanos o bien no creen la realidad o no les importa. En el Partido Republicano hay una gran división de posiciones que se reflejan tanto en el Senado como en el Congreso. En la calle son bastantes los que mantienen la creencia   de que Trump sufre la persecución de estos que en las elecciones de 2020 hicieron trampas con sus votos en los recuentos de las papeletas y le robaron la reelección.

Los analistas, salvo excepciones, no se explican esta creencia incluso de personas con reconocida capacidad intelectual y cultural. Fuera de los Estados Unidos la sorpresa que causa la “Trumpmanía”, como se reconoce en algunas redacciones, es aún mayor. En las democracias europeas no se comprende, quizás porque tampoco se conocen bien las motivaciones que mueven el voto en la diversidad de estados e intereses que existe en Estados Unidos. También hay que tener en cuenta   la complejidad del sistema electoral, la escasa participación de votantes que acuden a las urnas y, sobre todo, la exaltación que merecen los triunfadores especialmente en las finanzas y los negocios. Trump se convirtió un mito del éxito cuando se valoraba su triunfo empresarial sin detenerse a conocer sus trampas fiscales y de otra naturaleza.

Aquella imagen de triunfador en los negocios, la imagen de símbolos como el suntuoso edificio de la Quinta Avenida neoyorquina que lleva su nombre con letras de oro, o sus exhibiciones cambiando ostensiblemente de mujeres, siempre exuberantes, la acabó trasladando a la política. Una ideología sin más argumento que el del dinero, que despierta admiración y ejemplo a imitar, nada que ver con la ética ni menos aún con una propuesta que pueda despertar el interés que la política determina el voto en otras democracias más volcadas en la igualdad y en bienestar colectivo.