Más Europa, menos Europa

Durante la segunda mitad de la Posguerra Fría, en Europa se consideró que el declive de Estados Unidos era inevitable y, formalmente, trataron de prepararse para esa eventualidad. Impulsada por Alemania y Francia, la UE buscó acuerdos comerciales y energéticos con potencias globales “rivales”, incluidas Rusia y China. La idea era que, a medida que Estados Unidos se desvinculara de Europa, la UE daría un paso adelante. La realidad es que la dependencia europea de Estados Unidos en materia de tecnología, energía, capital y protección militar socava constantemente cualquier aspiración que la UE pueda tener de "autonomía estratégica".
La idea de que el continente alcanzaría “autonomía estratégica”, ha demostrado ser una contradicción que deriva en una paradoja conceptual. El término sugiere un nivel de autosuficiencia e independencia que parece cada vez más inalcanzable en un mundo globalizado. La Historia da fe que, desde la Primera Guerra Mundial, la seguridad del continente europeo ha dependido, de una u otra forma, en la intervención activa de los Estados Unidos. No obstante, este hecho es “políticamente incorrecto” entre las élites políticas continentales y cegadas por el viejo orgullo europeo, todavía les resulta difícil aceptar su dependencia de fuerzas externas. Pero la esperada, pero no disuadida, invasión rusa de Ucrania se consumó y todo cambió. Europa se encontró de bruces con la realidad geopolítica: se vio obligada de nuevo a buscar los brazos de Washington. En Europa hay guerra.
Quizás el comienzo de la situación que se admite como “declive europeo” puede fijarse en 2016 con el referendo por el Brexit y, más tarde, la elección presidencial de Donald Trump. En aquel momento, se hablaba de una “prueba de fuego” de la “democracia”, en particular porque Europa acababa de experimentar la Gran Crisis Migratoria de 2015 y, por supuesto, el ataque ruso a Crimea en 2014, todo ello mientras el ISIS actuaba en Oriente Medio y en ciudades europeas.
La situación en Europa, especialmente la política, ha sido un continuo ir y venir desde ese punto de inflexión en 2014-2016. La ola populista ha tenido altibajos, pero los últimos años han demostrado que los extremismos se han convertido en una característica permanente de la política europea. Las elecciones europeas de 2024 pueden marcar un punto de inflexión más profundo en la historia de Europa de lo que sugieren los resultados electorales. Por un lado, demuestran definitivamente que no hay vuelta atrás a la “normalidad” y que el establishment liberal que ha manejado el europeísmo durante décadas, tiene que admitir que la época en que se obviaba el euroescepticismo puede estar llegando a su fin. Habrá que negociar más y hacer concesiones para que se aprueben las leyes y, poner en práctica medidas necesarias.
La cuestión es: en el nuevo contexto social y político puede seguirse la normativa prevista para otro escenario social y económico diferente. Así, la Comisión ha abierto procedimientos formales contra varios estados miembros considerados como portadores de déficits en sus presupuestos nacionales. La medida sigue a una advertencia de la Comisión Europea de que los déficits podrían dispararse hasta el 7% de la economía después de que Bruselas hizo la vista gorda durante varios años debido al COVID-19. La advertencia se envió a Bélgica, Francia, Italia, Hungría, Malta, Polonia y Eslovaquia y acordó continuar un procedimiento legal que se aplica a Rumania desde 2020.
La medida tiene lugar mientras que Francia y Bélgica, donde la deuda pública excede el 100% del PIB, intentan formar gobiernos a partir de coaliciones fragmentadas. El Tribunal de Cuentas de Francia hizo público que el estado de las finanzas públicas era “alarmante”. Hace unos días, la Comisión criticó la libertad de prensa en Italia después de que Meloni presentara demandas judiciales contra determinados periodistas que la criticaron o se burlaron de ella, lo que representa un nuevo frente en la guerra entre Bruselas y el gobierno derechista de Roma.
El proyecto europeo está situado en una especie de punto intermedio en el que es lo bastante poderoso como para diseñar la política europea que puede crear tensión y radicalización, pero al mismo tiempo es demasiado débil y está demasiado expuesto a los efectos colaterales de la política interna de sus Estados miembros como para funcionar adecuadamente.
Es difícil ver cómo Europa puede escapar de este callejón sin salida, ya que su política se está fragmentando y su seguridad está cada vez más en duda precisamente debido a sus insuficiencias en todas las demás áreas de la política, no sólo la de Defensa. Y esto sin siquiera considerar la futura política de Europa hacia Ucrania, que ahora está en mayor duda que en cualquier otro momento desde 2022, especialmente después de que la francesa Agrupación Nacional (RN), la alemana AfD y otros partidos “antibélicos” obtuviesen tan buenos resultados en estas elecciones.
La contradicción insoluble es que Europa no es un actor estratégico, pero pretende comportarse como tal. Las tradicionales vacaciones de agosto harán que, probablemente, el mes sea parco en cuanto a noticias políticas europeas. Sin embargo, los líderes tendrán mucho que hacer cuando regresen a sus capitales, ya que tendrán lugar una serie de elecciones y decisiones que pondrán aún más presión sobre el consenso entre los partidos en Bruselas.