Se jodió el invento

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump - REUTERS/KEVIN LAMARQUE
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump - REUTERS/KEVIN LAMARQUE 
En el mundo y más en el conocido como el mundo occidental, llevamos 80 años viviendo del cuento o embebidos en un sueño al que nos agarrábamos cada vez que el planeta empezaba a temblar

Las dos guerras mundiales del pasado siglo nos enseñaron varias cosas como que el mundo no era de fiar porque en sus desaforadas ansias de ampliar confines a base de guerrear, siempre había algún listo, un lunático o incluso un nostálgico dispuesto a liarla y, por aquello de allá quítame unas pajas, declaraba la guerra a parte de o a todo su entorno cercano o aún hasta más allá; que la disuasión originada por la posesión o la amenaza del empleo del arma nuclear era vital para mantener un, sin embargo, creciente equilibrio de fuerzas y una paz, que, aunque forzada, servía para seguir tirando; que hacía falta crear organismos supranacionales, quienes, dotados de poderes, dinero, prestigio internacional o incluso de fuerzas propias o prestadas pudiera -con su presencia o con la amenaza del empleo de estas- aplacar, a modo de arbitro de contiendas, los impulsos desaforados de aquellos que estuvieran dispuestos a la greña, embebidos o cercanos a ella; que el verdadero equilibrio del mundo se basaba en la ley de los contrapesos entre dos países muy potentes económica y militarmente, que aglutinaban en torno a ellos a una serie importante de afines con los que comerciaban y mantenían en cierto estado de calma y sosiego y por último; que, si alguno de estos últimos fallara, siempre había cierto número de aspirantes, de más o menos peso o en vías de lograrlo, que pronto se mostrarían dispuestos a ocupar el puesto vacante e incluso a borrar del mapa la presencia o influencia del coloso caído.  

Pues bien, y en base a los enumerados principios de subsistencia o incluso de supervivencia, montamos el chiringuito de varias pistas, para lo que fue preciso crear la ONU, la OTAN, el Pacto de Varsovia y la UE; nació y creció exponencialmente el arsenal de armas nucleares y dejamos que EE. UU. y Rusia ejercieran de árbitros, pastores, carceleros o padres -según se mire- quienes mantenían a sus familias o rebaños a buen recaudo, ciertamente conjuntadas y en más o menos calma. 

Nadie osaba a sacar sus pies del tiesto o a alzar la voz y, aunque nos veíamos obligados a gastar enormes cantidades de dinero en armamento, dicho cuantioso gasto era por nuestra seguridad y estaba siempre justificado porque, sin darnos mucha cuenta de ello, la mayor parte del mismo retornaba a las arcas de los mencionados próceres, quienes lo reinvertían para sacar nuevos modelos más precisos, mortíferos, avanzados o sofisticados y, a la vez, más caros con los que engordar sus grandes industrias de armamento y enjugar sus propios gastos nacionales al respecto.

En este “mundo de Yupi” y sus cambalaches nos encontrábamos, aunque con ligeros cambios en el ambiente que, de haber estado más atentos, se hubieran descubierto ciertas pistas de lo que podía ocurrir. 

Como que la otrora poderosa Rusia está aparentemente más débil, pero cada vez más enzarzada en una guerra de desgaste en Ucrania contra “el resto del mundo” durante ya tres años de enconados combates propios de una guerra total; que Putin anda hurgando y manoseando bastantes procesos electorales e influyendo grandemente en muchos de ellos; que la UE se ha venido deteriorando económica y burocráticamente hasta convirtiese en un masa ingobernable e inútil de países ahítos de normas, prohibiciones y pérdidas de tiempo en un claro ejemplo del famoso dedo que nos impide ver el sol; que la OTAN se ha convertido en otro grupo de burócratas llenos de limitaciones de los propios aliados, que no invierte apenas en defensa y que basa su capacidad de reacción y disuasión en la voluntad del “primo” americano, cuyo actual presidente, desde la misma campaña electoral para conseguir su segundo mandato, viene avisando seriamente que América es lo primero y que quiere volver a recuperar su esplendor, para lo cual, como es lógico, deberá despojarse de mucho lastre tanto interior como exteriormente.

Han bastado unos pocos, muy pocos días para que los gritos, los malos modos y los famosos e histriónicos desplantes, poco respetuosos con las formas y la mínima cortesía diplomática de una cabra loca, llamada Trump, se hayan hecho realidad. Muchos, casi todos, pensaban que no lo iba a hacer en realidad, se creían que sería la segunda edición de un presidente norteamericano que amagaba y gritaba mucho, pero nunca daba fuerte y de verdad.

Estábamos confundidos, ha sido precisamente, esa su amarga experiencia anterior y el haber podido constatar, durante ocho años, que nadie le hacía caso, lo que le ha llevado a no ceder en su línea de actuación y decisión, le pesara a quien le pesara. Le apoyan incondicionalmente muchos millones de votos de hombres y mujeres que han nacido, crecido, e incluso algunos ya han fallecido, cansados de ver que año tras año se dilapidan fuera la mayor parte de sus impuestos, que a su país nadie respeta a pesar de sus esfuerzos y que no solo pone mucho dinero sobre la mesa, sino la inmensa mayoría de fallecidos para solventar todos los conflictos del mundo; mientras el resto de países, se ríen de los yanquis, viven en otro mundo y parece que no le afectan las cosas.

Nadie pensaba, ni mucho menos, que iba a ser como se mostró el pasado viernes y nos pilló con el calzón bajado a todos. El pobre Zelenski, persona acostumbrada a ir mendingando trozos de pan duro por todas las esquinas y la mayor parte de los parlamentos internacionales, ha tenido que soportar una gran humillación; humillación que Trump más bien nos mandaba a todos los demás. Nuestros poco resolutivos y pesimamente preparados dirigentes se han quedado noqueados; sus tibias y, como de costumbre, inútiles reacciones este fin de semana no han servido para nada. Unas vanas promesas sin fecha ni entidad, muchos abrazos -algunos fingidos- y un camino por delante incierto y oscuro para todos, pero más aún si cabe, para Ucrania. El país indefenso, que ha tenido la desgracia de tener al frente a un humorista, que por urgencia y necesidad se ha convertido en un personaje muy serio, perseguido y con poco futuro real.

El mencionado mundo Occidental tiene los días contados como tal. Mucho me temo que demasiadas cosas de todo nivel y entidad deben cambiar drásticamente e incluso desaparecer o cambiar de rol parcialmente o de forma total.

Hay que redefinir todo tipo de conceptos e importantes estrategias; arrimar todos el hombro, seria y directamente, sin subterfugios ni vacilar; formar internas y externas alianzas políticas de verdad y generar ingentes cantidades de fondos para proporcionarnos nuestra propia seguridad. Al respecto, espero y deseo que nadie caiga en el chovinismo como muy fácilmente, me presumo, pueda pasar.

Es altamente posible y probable que muchos países europeos no puedan seguir el ritmo que nos tengamos que marcar y debo resaltar que, inicialmente resulta algo curioso que, al parecer, vayamos cogidos de la mano o siguiendo la estela del Reino Unido quien, puede que, oliéndose la tostada, en su día se alejó de la UE y empezó a caminar por separado para volver como líder de un rebaño falto de tal.

Trump conseguirá lo que lleva cuatro años mascullando y trazando, ya empieza a dedicarse a lo que realmente le interesa, Israel y Arabia Saudí en Oriente Medio, el Ártico, sus fronteras terrestres y el Pacífico cercano. Es posible que termine su mandato aclamado o que hasta, siguiendo una costumbre muy norteamericana, alguien le descerraje un par de tiros y acabe su historia con tal final.

Ahora Putin se queda un tanto aislado en el tapete internacional; deberá jugar bien sus bazas, no excederse en sus pretensiones en Ucrania y estar muy atento al papel de China y la India, quienes están muy ansiosos de llegar a ser alguien de mayor peso en el mundo actual y a este personaje le quedan pocas cartas con las que jugar que no conozcamos ya.