Alianza de valores y Paz Mediterránea

guerra ucrania

Pensar el Mediterráneo como horizonte de paz resultaría prácticamente imposible sin las herramientas que diseñaran una Alianza de Valores. Conocer los hechos del pasado contribuye a explicar los hechos del presente. La historia de la humanidad está trufada por guerras de conquista, caldo de cultivo del enfrentamiento entre el “bien” y el “mal”. Centrándonos en el siglo XIX y primeras décadas del XX, se llevaron a cabo las grandes expediciones coloniales que atravesaron el Mediterráneo, conquistaron África, el Oriente y la Arabia, impulsadas por el descubrimiento de lo ignoto habitado por seres humanos herederos de culturas ancestrales y de valores humanos “naturales”, en principio comunes a todo el género humano. La colonización nubló la historia de los pueblos colonizados y, por ende, la propia historia de los colonizadores, así como la posibilidad del encuentro de valores humanistas de una y de otra parte. Cierto es que el Mediterráneo, en su propio devenir, nunca fue un espacio de paz y sí un espacio guerrero, que también lo fue de ida y vuelta. Se esgrimía, como argumento, dominar al “otro desconocido” y conquistar un espacio también desconocido. Para tal fin, el expedicionario impuso “su cosmovisión”, su modelo, su derecho, su escuela, su religión y descubrió los beneficios de la economía de extracción, trazando fronteras arbitrarias, dividiendo pueblos, etnias y reinos locales. Sin duda, surgieron animosidades y heridas profundas que se perpetúan hasta nuestros días en la memoria colectiva del tiempo de los pueblos. Conocer este marco de referencia pienso es fundamental para crear nuevos instrumentos que impidan que el Mediterráneo vuelva a ser una cuenca bélica como volvió a serlo la zona de los Balcanes y la guerra de Ucrania que parecía inimaginable en plena Europa.

Es preciso que la niebla desaparezca de los países mediterráneos y africanos como cuestión previa para sentar un plan de paz de raíces profundas por las que circulen aquellos valores humanos que puedan ser denominador común. La dignidad de cada persona, la libertad, unas ciertas dosis de igualdad y de fraternidad basada en la mutua confianza, reclaman indudablemente un cambio de mentalidades y una “co-operación” de ida y vuelta en el rumbo de las inversiones y del desarrollo económico y social; una revisión de la globalización sin daños culturales. La escuela como instrumento de paz ha de contribuir a disipar las brumas de la historia con un esfuerzo de todos los países ribereños del Mediterráneo, y los de África, para avanzar en una entente cordiale. A estas herramientas, precedería la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que habría de ser completada, en sus derechos personales, con otros derechos de carácter económico y social. Con estos ingredientes, que algunos calificarían de utópicos pero que son los mínimos para evitar los conflictos y las condiciones objetivas de guerras del futuro, se tendría que “repensar” el Mediterráneo y África en el marco de una Alianza de Valores, con programas básicos de educación comparada, de historia de la filosofía y de historia de las ciencias, así como la historia comparada del hecho religioso, de las creencias y de los mitos. Pienso que es el único camino, a medio y largo plazo, para evitar las alternativas de guerra, incluida las híbridas, así como las nebulosas del terrorismo. Es preciso un plan masivo de inversiones para el desarrollo de África y de sus vecinos mediterráneos. La presencia de China y de Rusia en esta amplia zona es otro dato significativo para que Europa y Occidente ponga en marcha, no sólo un Plan Euroáfrica para el desarrollo y respeto de la integridad territorial, -(una guerra en el Mediterráneo, además de la catástrofe humana, acarrearía un coste económico incalculable)- sino también, comiencen a sentar las bases y a desarrollar los fundamentos para definir una Alianza de Valores fundamentales. Estados Unidos es imprescindible como primer socio de muchos países mediterráneos. La Alianza de Valores humanos debería ser la brújula de la política global mediterránea, incluso la que busca la paz por medios defensivos.

Los intercambios comerciales y los mecanismos de una globalización no laminar no pueden mantenerse en paz, a medio o a largo plazo, sin el recíproco reconocimiento de los valores humanos de cada pueblo que confluyen en lo universal. Parece necesario definir un nuevo horizonte de pensamiento para los intercambios de ida y vuelta entre todos los pueblos mediterráneos para fundar una paz duradera en el respeto de la dignidad y de la libertad del “otro”, de una cooperación en doble dirección y del reconocimiento de las diversas formas de organización democrática que se sustentan en la diversidad de los hechos culturales. Este enorme desafío implica una tarea en profundidad que le corresponde a una educación comparada que revise las estructuras, los métodos y los contenidos de los manuales escolares para mejor conocer al “otro” una vez desvestido de la carga reincidente de estereotipos que se perpetúan desde las guerras del pasado. Siendo realistas, el eco de la guerra de Ucrania, con la Federación Rusa como “agresor”, es un toque de atención para el espacio mediterráneo y euroafricano. La búsqueda de una Alianza de Valores humanos, como marco común, pienso es el camino más sólido para modular las relaciones internacionales y abonar espacios de coexistencia y de convivencia pacífica.

Francisco J. Carrillo. Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.