Destruir las esperanzas de quienes creían en la reforma desde dentro del régimen iraní

- Complicidad en crímenes y ejecuciones
- Continúa la política de consolidación
- Situarse en el lado correcto de la historia
Si en 2018, gracias a la vigilancia de la policía francesa, belga y alemana, el régimen no consiguió hacer estallar la gran concentración de opositores iraníes en Villepinte, París, con el objetivo de eliminar a la líder opositora Maryam Rajavi, esta vez ha conseguido por completo acabar con las esperanzas de quienes aún creían que la reforma era posible.
La policía de la moralidad, como perros rabiosos, continúa con sus abusos. Una joven fue golpeada duramente, y el vídeo se ha hecho viral. Las ejecuciones se suceden a un ritmo frenético, y algunos presos políticos han sido ejecutados tras 15 años en prisión. La máquina de matar no se detiene. Mientras tanto, el nuevo presidente, Massoud Pezeshkian, se niega a tomar partido y sigue pensando en salvar un régimen que él mismo describe como al borde del colapso. Massoud Pezeshkian había declarado que venía a salvar un régimen fundado en el principio del Guía Supremo, cuya voluntad prevalece sobre la del pueblo, y cuyos órganos de seguridad y militares dependen todos directamente de su oficina.
Quienes esperaban que un presidente pudiera impedir que la policía de la moral atacara a las mujeres y niñas iraníes, levantar la censura de Internet, o lo que fuera, o son charlatanes y demagogos, o ignoran totalmente la verdadera naturaleza de este régimen. La segunda opción parece poco probable, porque cualquiera que haya vivido siquiera un día bajo la bota de este régimen medieval comprenderá que lo que está ocurriendo en Irán no tiene nada que ver con un gobierno en el sentido convencional del término. Es una mezcla de pillaje, despotismo desenfrenado, dictadura, fascismo religioso, totalitarismo, oligarquía y todas las formas de dominación.
Esta entidad, surgida de las profundidades de la historia, ha mantenido secuestrados a Irán y a su civilización durante más de cuatro décadas abusando del nombre de Dios y de la religión. Promover la reforma y el cambio de este régimen desde dentro, mientras se demoniza a quienes aspiran a derrocarlo, no es sólo charlatanería, sino también complicidad activa con este régimen para prolongar su supervivencia.
Complicidad en crímenes y ejecuciones
Lo que han hecho Massoud Pezeshkian y su cómplice Javad Zarif, ex ministro de Asuntos Exteriores, equivale a complicidad en crímenes y ejecuciones. Han hecho creer a la gente que, si no votaban a Massoud Pezeshkian, Saïd Jalili, el candidato fracasado, y otras figuras de la línea dura, llegarían al poder, lo que sería motivo de pesar, pero demasiado tarde para actuar.
Han ignorado que cualquier reforma real comienza con la abolición de las ejecuciones, la introducción de medidas de control de la policía de la moralidad, y continúa con el levantamiento de las restricciones y el fin del filtrado de Internet, entre otras cosas. El Presidente, que se declara sometido a la «política general del Líder Supremo», ni siquiera se ha atrevido a pronunciarse contra las incesantes ejecuciones y la censura de Internet, y mucho menos a cuestionar la «disolución del Consejo de Guardianes» u otras reformas esenciales.
Continúa la política de consolidación
Con la presentación de un gabinete cuya composición ha sido dictada por la oficina de Jamenei, queda claro una vez más que cualquier expectativa de cambio desde dentro del régimen no es más que un espejismo. La política de consolidación, que Jamenei inició durante el último mandato de Hassan Rohani para hacer frente a las oleadas de revueltas nacionales, sigue siendo ahora su única opción. Ya ni siquiera tiene capacidad de maniobra. Sin embargo, Massoud Pezeshkian no hace más que acentuar las divisiones dentro del régimen. Este régimen sólo puede sobrevivir mediante la represión interna, el belicismo y el terrorismo en el exterior.
Es innegable que este régimen está condenado a aceptar la fractura en la cúpula, mientras se exacerban las contradicciones internas, se acumulan las crisis mortales de política exterior, se multiplican los impasses militares y la sociedad se prepara para una nueva oleada de revueltas. Esta situación es tan evidente que incluso los expertos del régimen son conscientes de ella y lanzan ya advertencias:
«... Si el Sr. Pezeshkian no toma las decisiones correctas, les garantizo que en cuatro meses veremos manifestaciones masivas en las calles de Teherán, y podría degenerar en masacres en todo el país» (Taghi Azad Armaki, YouTube Abdi Media, 22 de agosto de 2024).
Situarse en el lado correcto de la historia
En este contexto, un periodista francés de un importante diario, conocido por su complacencia con el régimen iraní, hace comentarios que animan al régimen iraní a ceder a sus tácticas de chantaje en relación con los rehenes, presionando a la oposición iraní que Teherán más teme. Hacer este tipo de declaraciones en elogio de la cobardía no sólo es deshonroso, sino que anima al régimen de los mulás a proseguir aún más su despreciable diplomacia de los rehenes.
Alí Jamenei sabe mejor que nadie que se avecinan levantamientos aún más poderosos que los de 2022, de lo contrario no habría apostado toda su estrategia a consolidar sus fuerzas y su régimen, a costa de marginar a sus mejores colaboradores.
Si no atendemos al llamamiento de los oprimidos de Irán, que llevan cuarenta años sufriendo las torturas más atroces, si no prestamos atención a los valores de igualdad y justicia emanados de la Revolución Francesa para situarnos en el lado correcto de la Historia, escuchemos al menos a Alí Jamenei, ese viejo dictador senil, que no cesa de recordarnos, con mil y una señales, lo inevitable de su caída.