Mediterráneo sin fronteras

Javier Fernández Arribas
Pie de foto: Foto de familia de los asistentes a la Cumbre mediterránea de Barcelona
La seguridad, la estabilidad, el progreso y el desarrollo económico y social como antídoto eficaz, entre otros, contra el terrorismo y como prevención de una inmigración desesperada en manos de las mafias sin alma.
El protagonismo del Mediterráneo emerge por los problemas que nos ocupan y desvelan a casi todos como el terrorismo y la inmigración. Sin embargo, hay otros sectores relevantes de la vida diaria que permiten el progreso y el desarrollo de la sociedad en su conjunto en busca de una clase media sólida y estable que contribuya a acercar las orillas de la desigualdad y de la injusticia, caldos de cultivo de casi todos los males que padecemos.
Los ricos del Norte, enfangados en una grave crisis económica y, sobre todo, de principios y de valores, y los pobres del Sur, que han echado en los últimos años una mano estimable con parte de la soga que tira del opulento y pesado vehículo norteño para superar parte de la zona pantanosa. La vida tiene sus etapas y cada uno habla de la Feria según le va en ella, pero los hechos demuestran la enorme necesidad de cooperación entre todos, Norte y Sur, porque nunca sabes por donde va a soplar los malos vientos.
La cumbre mediterránea de Barcelona reuió a ministros de ambas orillas para afrontar una etapa muy preocupante por el avance galopante de los terroristas que se manejan a sus anchas entre las costuras de sociedades de la tecnología y de la información que no saben, no quieren o no son capaces de dar respuestas a las demandas de sus habitantes o de mostrar un mínimo horizonte a los más desfavorecidos. Los fanáticos captan a los más débiles y pusilánimes ofreciéndoles falsas promesas de martirio y su estúpida recompensa, luchas por la Justicia peculiar que asesina a seres humanos y tener vidas de lujo a costa del sufrimiento y de la miseria de miles de víctimas.
El Norte que sufre la lacra de jóvenes insatisfechos sin identidad clara, debe ser consciente de que el Sur padece el azote de un gran elevado número de ciudadanos lanzados al abismo más por necesidad que por convencimiento. El resultado de la Cumbre de Barcelona debería ser la aplicación real con los fondos necesarios de la política de Vecindad de la Unión Europea para los allegados mediterráneos que pueden encontrar en esas inversiones, en ese desarrollo de sus propios recursos e industria en parte de la solución a unos problemas que no tienen fronteras. Esta es la clave para entender el peligro del terrorismo y de la inmigración incontrolada: no hay fronteras y el riesgo es para todos si no se soluciona en cada uno de los afectados.
Es cierto que el Este, Ucrania y Rusia, requieren mucha atención, esfuerzos y fondos europeo. Pero los más temerosos de Putin en el Centro de Europa deben convencerse de que una mejora de la situación en el Este puede proceder del Sur. La energía es un ejemplo de buena cooperación mediterránea para todos. El gas o las energías renovables generadas en el Sur del Mediterráneo para Europa significarían reducir la dependencia de Rusia y una interacción trascendental para la seguridad, la estabilidad, el progreso y el desarrollo económico y social como antídoto eficaz, entre otros, contra el terrorismo y como prevención de una inmigración desesperada en manos de las mafias sin alma.
La falta de escrúpulos se contagia de una forma muy preocupante y estremecedora cuando ocurre que unos seres humanos embarcados en un cascajo infernal, desesperados en mitad del mar, son tirados por la borda y asesinados tras haberse puesto a rezar a su Dios cristiano por otros supuestos seres humanos que dicen que solo hay un Dios que es Alá. De inmigrantes necesitados y de religión musulmana, estos asesinos han pasado a integrar las filas de los fanáticos captados por los criminales narcoterroristas del Daesh que matan por matar, con la mayor crueldad posible, para atemorizar a millones de buenas personas y robar todo el petróleo y el dinero posible.
El Mediterráneo, camino de convertirse en una apocalíptica fosa común, ha sido el escenario de una nueva tragedia con tintes patológicos que superan los duros elementos de la inmigración desde países africanos como Costa de Marfil, Senegal y Mali, lugares de origen de los bárbaros que echaron al mar a unos pobres cristianos por rezar a su Dios. ¡¡¡Dios mío!!!, debemos acabar con esta barbarie de odio religioso que convierte en asesinos a inmigrantes africanos que buscaban una vida digna y fueron capaces de quitársela a sus hermanos.