Basta una chispa

Se dice que si tienes diez terroristas y matas dos te quedan... veinte y eso explica lo que pasa, pues Israel asesina a sus enemigos sin conseguir detener a los movimientos de dirigen.
En primer lugar, porque las ideas no se matan a bombazos. En segundo porque los líderes de grupos como Hamás o Hezbolá saben que la muerte va unida al cargo y tienen sustitutos preparados. En tercer lugar, porque los mártires siempre tienen seguidores; y en cuarto porque esos asesinatos selectivos elevan una tensión que ya está por las nubes. Es lo que ha ocurrido desde que el 27 de julio un misil de los muchos que Hezbolá lanza a diario sobre Israel (habitualmente con escaso resultado) alcanzó una aldea drusa en los Altos del Golán (tierra siria ocupada por Israel) donde mató a doce niños, aunque Hezbolá lo niega con escasa credibilidad. Sea como fuere, tres días más tarde un misil israelí mató en Beirut al número dos de Hezbolá, Fuad Al-Sukr, y un día después una misteriosa explosión acabó en Teherán con la vida de Ismail Haniyeh, líder de Hamás. Son casos diferentes al de la anterior muerte en una operación militar en Gaza de Mohamed Deif, segundo jefe militar de Hamás y otro golpe duro para la organización.
Son diferentes porque a la vez que ponen de relieve la extraordinaria capacidad que tiene Israel de llevar a cabo operaciones de inteligencia muy complicadas a muchos kilómetros de distancia, la muerte de Al-Sukr y de Haniyeh lejos del escenario bélico son consideradas por muchos como una provocación. Hezbolá no quiere una guerra abierta con Israel porque el coste sería muy alto para ella y para el Líbano, pero no tiene más remedio que responder a la muerte de su líder y la forma de hacerlo que preocupa más en Jerusalén no es que siga tirando cohetes (tiene muchos, pero Israel es muy bueno interceptándolos), lo que más temen los israelíes es una incursión armada por tierra como la que hizo Hamás el 7 de octubre porque también el norte está plagado de túneles. Por eso Washington trata de mediar pidiendo a Hezbolá que se aleje 10 kms de la frontera para crear una zona de seguridad que permita que 60.000 israelíes que viven al sur de esa frontera puedan regresar a sus hogares. Llevan un año refugiados en albergues y hoteles y la proximidad del inicio del curso escolar hace que ya no puedan esperar más. Del lado libanés ocurre lo mismo. La zona es un polvorín, basta una chispa o un error para que salte por los aires.
Más complicado parece el asesinato de Haniyeh, líder de Hamás, cuya autoría Israel no ha asumido, aunque pocos la dudan. Haniyeh murió en Teherán cuando asistía a la toma de posesión del nuevo presidente de la República Islámica y eso coloca a Irán en situación muy incómoda porque era un invitado oficial; porque revela graves fallos de seguridad; porque murió en una residencia propiedad y custodiada por los Guardianes de la Revolución que han sido incapaces de proteger a su invitado y que han quedado en ridículo ante el mundo entero; y porque dificulta la tarea del nuevo presidente Pezeshkian, reputado como “moderado” de reanudar los contactos indirectos con Estados Unidos sobre el tema nuclear. En el frente de Gaza la muerte de Haniyeh elimina al principal negociador para la liberación de los rehenes israelíes aún en poder de Hamás. Su sustituto es Yahia Sinwar, arquitecto del ataque terrorista del 7 de octubre, líder clandestino de la lucha armada en Gaza, mucho más radical que Haniyeh y estrecho aliado de Irán. Aquí parece de aplicación el refrán español de “Si no quieres caldo, ¡taza y media!”
A veces parece que Israel quiere provocar una guerra con Irán (arrastrando a Estados Unidos) y hacer imposible la paz en Gaza, aunque sea a costa torpedear las negociaciones para la liberación de los rehenes, porque ya se sabe que Netanyahu antepone la destrucción de Hamás y la victoria total en Gaza a su regreso a casa. Y es que, no me canso de repetirlo, no habrá seguridad para Israel sin justicia para los palestinos.
Lo dicho, basta una chispa.
Jorge Dezcallar
Embajador de España