Miedo

<p>Una alianza informal de partidos de izquierda franceses reunidos para elecciones anticipadas estaba en camino de convertirse en el mayor bloque parlamentario y vencer a la extrema derecha, según los sorprendentes resultados proyectados - AFP/EMMANUEL DUNAND&nbsp;</p>
Una alianza informal de partidos de izquierda franceses reunidos para elecciones anticipadas estaba en camino de convertirse en el mayor bloque parlamentario y vencer a la extrema derecha, según los sorprendentes resultados proyectados - AFP/EMMANUEL DUNAND 
Desde siempre el miedo ha sido una de las fuerzas más potentes para explicar el comportamiento humano y seguramente tiene mucho que ver con el instinto de conservación de la especie, en lo que nos parecemos a muchos animales, aunque con la importante diferencia de que nosotros también somos capaces de imaginar lo que todavía no ha ocurrido, pero puede ocurrir, que muchas veces contribuye a aumentar el temor que sentimos. 

El miedo es libre y cada uno lo vuelca sobre lo que le parece: la oscuridad, las ratas, el dolor, la soledad, el avión o los espacios abiertos o cerrados, a perder lo que tenemos o a no conseguir lo que deseamos. Elija usted mismo lo que más miedo le da y seguro que puede acabar formando un club numeroso con quienes comparten sus fobias. 

A veces el miedo es irracional pues hay quienes temen lo que no existe, desde los fantasmas a las brujas o los demonios. En otras ocasiones el miedo es a defraudar, a no estar a la altura, a no cumplir las expectativas que alguien ha puesto en nosotros, miedo a lo que los demás digan o piensen de nosotros. A veces el miedo puede impulsar a actuar antes de que se deteriore aún más la situación que tememos o, por el contrario, nos puede paralizar si deviene en puro terror ante lo que se avecina.

O sea, el miedo forma parte de nuestros instintos más básicos y puede ser bueno o malo, según se vea, según nos ayude y nos proteja, o nos estorbe y nos paralice. Porque miedo tenemos todos, desde el torero cuando está a centímetros de la asta afilada del toro, hasta el soldado israelí que avanza entre ruinas humeantes y cadáveres de palestinos, desde el que teme perder el empleo hasta el que siente sudores fríos antes de presentarse ante el tribunal de unas oposiciones. Desde la mujer que va a parir hasta el marido que espera fuera, inquieto, mientras cruza los dedos en una muda plegaria de que “todo salga bien”. Todos hemos sentido alguna vez el cosquilleo en el estómago, la boca seca y ese desagradable olor a almendras podridas que es como huele el miedo.

Don Francisco de Quevedo decía algo así como que el miedo se debe conservar, pero nunca mostrar, porque ese miedo también nos ayuda a no cometer más imprudencias que las estrictamente necesarias, aunque siempre habrá quiénes harán “puénting” o escalarán con manos desnudas paredes verticales hasta lograr que a otros nos suden las palmas con solo verlos en la tele. Ellos también sienten miedo, pero les motiva superarlo y descargar luego de golpe toda la adrenalina acumulada. Les admiro sin atreverme a imitarles.

El miedo también llega a la política como muestra el hecho de que en la segunda vuelta de las elecciones francesas se haya formado un “frente republicano” entre centristas, liberales y diversos partidos de izquierdas a fin de intentar detener el avance del Rassemblement National de Marine Le Pen y su delfín Bardella hacia el palacio de Matignon. Y aunque su partido ha sido el más votado, lo han conseguido, aunque no será fácil formar ahora una mayoría que pueda gobernar. 

Teníamos miedo a que esa derecha euroescéptica renacionalizara la política y frenara el proceso de construcción europea, al tiempo que traiciona nuestros valores sobre la inmigración o sobre la igualdad de género. Y por eso aunamos fuerzas tratando de contener con una tirita lo que ya es una hemorragia en muchos otros países, incluida España, una hemorragia producto del descontento y del miedo de tantos y tantos ciudadanos dejados atrás por las revoluciones tecnológica y digital, por el capitalismo neoliberal y por la globalización que destruyen empleos. 

Ese es el problema, el ascenso de los populismos de derechas e izquierdas es solo su consecuencia más visible. Y como no se puede ir contra el tiempo, que ya Stephen Hawking demostró que es una flecha siempre avanza y nunca retrocede, lo que debemos hacer es regular esos retos globales para revertir sus efectos perniciosos y quedarnos solo con los buenos, que también los tienen y muchos. Lo que pasa es que el ambiente geopolítico mundial no favorece las negociaciones que se precisan para hacerlo. Nadie dijo que fuera sencillo.

Gramsci decía que prefería el optimismo de la voluntad sobre el pesimismo de la razón y no puedo estar más de acuerdo, añadiendo que también lo prefiero a la parálisis de la inacción que provocan el miedo y la desconfianza. Porque lo que tememos no deja de existir porque metamos la cabeza en un agujero en el suelo como hacen los avestruces cuando sienten el peligro cerca. Es siempre mejor mirar a los ojos de nuestros retos, por abrumadores que nos parezcan, porque solo así seremos capaces de vencerlos. No en balde nuestro futuro depende de cómo enfrentemos juntos el cambio climático, la seguridad sanitaria, la proliferación nuclear, la creciente pobreza y desigualdad en el mundo, la regulación de la Inteligencia Artificial para evitar que sea ella la que acabe dominándonos a nosotros... Son desafíos tremendos que ponen de relieve que a lo que más debemos temer es al miedo mismo porque conduce a la parálisis de la inacción.

Jorge Dezcallar