Una estrategia para Corea del Norte

Corea del Norte es un fósil viviente, como si un dinosaurio del Cretácico apareciera en pleno siglo XXI, una implacable dictadura comunista personificada en una saga familiar que ha convertido al país en un gulag de muertos de hambre sin contactos con el exterior, porque su aislamiento se ha intensificado con el auto impuesto cierre total de fronteras cuando el año pasado estalló la pandemia de la COVID-19. Es como una cápsula en el tiempo. Si sobrevive es porque ha logrado cruzar el umbral nuclear a un coste terrible para su maltratada población, dispone de bombas atómicas y de la tecnología de misiles necesaria para proyectarlas a distancia y eso le da la necesaria dosis de temor que garantiza su supervivencia en un mundo que ha seguido cambiando a su alrededor. Y ese fósil político armado hasta los dientes ha lanzado de nuevo varios misiles el pasado 25 de marzo en un desafío que también ha supuesto una nueva violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Estados Unidos no sabe cómo tratar esta amenaza (en poco tiempo los misiles norcoreanos podrán alcanzar sus costas) ni tampoco es el único país amenazado pues en igual situación y aún más cerca están los vecinos Japón y Corea del Sur, como también lo están China y Rusia. Pasado muy poco tiempo ha quedado en evidencia que Kim Jong-un se burló de Donald Trump y que las tres entrevistas que ambos mantuvieron no contribuyeron a controlar mejor los arsenales coreanos -y aún menos a recortarlos- y que su única consecuencia fue dotar de una cierta legitimidad ante el mundo al líder aislado. Kim se burló de Trump.
Ahora Joe Biden quiere cambiar de estrategia, busca encontrar una que sea efectiva y a diferencia de Donald Trump lo quiere hacer con la cooperación de los otros cuatro países antes mencionados, una estrategia que no sea exclusivamente militar y que no excluya una salida diplomática a la crisis.
De ahí los recientes contactos con Tokio y con Seúl, que parecen dispuestos a colaborar con los norteamericanos. Pero no basta, porque una estrategia eficaz necesita embarcar también a Moscú y Pekín y eso es más complicado en el actual contexto de las frías relaciones que ambos países tienen con los Estados Unidos y que vienen definidas por la imposición de sanciones a Rusia en respuesta a sus ciberataques y al tratamiento del opositor Navalny, y por serios desacuerdos con China por la calificación de “genocidio” para el tratamiento que reciben los uigures en la provincia de Xinjiang, al margen de otros problemas comerciales y también políticos sobre Taiwán y el mar del Sur de China
Moscú, con una frontera muy despoblada y a miles de kilómetros de distancia de Pyongyang, no parece sentir el peligro con la misma intensidad, tiene otras preocupaciones más inmediatas y probablemente ve con agrado los dolores de cabeza que Kim da a los americanos, mientras que a China le preocupa que el régimen norcoreano se pueda derrumbar porque provocaría millones de refugiados hambrientos desbordando su frontera, y también teme una eventual reunificación de la península de Corea bajo la égida de los EEUU. Por eso, China prefiere ir con pies de plomo e, incluso, violar el embargo y darle de vez en cuando a Pyongyang respiración boca a boca en forma de alimentos y petróleo (o comprar su carbón) para evitar lo peor. Le preocupan más los refugiados o los americanos en sus fronteras que la nuclearización de Corea.
Por eso la estrategia de China sobre Corea del Norte es conservadora y se basa en el mantenimiento del statu-quo y en una ambigüedad calculada consistente en mantener una suficiente capacidad de influencia sobre Pyongyang para evitar que cometa imprudencias graves que puedan desembocar en una intervención militar norteamericana, en evitar que las sanciones hagan colapsar su economía, y en mantener viva en Washington la esperanza de una solución diplomática. No es fácil, pero China parece cómoda con la situación actual y el problema es que sin su colaboración será muy difícil que las cosas cambien sobre el terreno.
Ante esta realidad, Washington puede estar reconsiderando su estrategia para dejar de exigir la desnuclearización de Corea del Norte, que se adivina imposible a estas alturas, con objeto de concentrarse en la contención y el control de armamentos y eso lo haría paradójicamente con el refuerzo de sus alianzas militares con Japón y Corea del Sur y el aumento de su presencia militar en la zona, algo que preocuparía a Pekín y podría animarle a una actitud más cooperativa. Lo que está claro es que la política actual no ha dado resultados y los EEUU saben, además, que Irán sigue con lupa lo que pasa en la península de Corea.
Jorge Dezcallar, embajador de España