
Distintos corresponsales españoles y la mayoría de los sondeos sobre intención de voto en Estados Unidos coinciden en reafirmar que el destino manifiesto de las elecciones presidenciales de 2024 será el de un enfrentamiento entre el presidente Biden y Donald Trump.
Con más de 27 puntos de ventaja sobre los candidatos del Partido Republicano en la carrera hacia las primarias que empezarán en diez semanas, el expresidente mantiene la cabeza erguida por encima de sus rivales. Aún cuando los debates preelectorales, en los que no participa Trump, van cobrando interés en la opinión pública y sus dos principales oponentes, la moderada Nikki Haley y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, alcanzan una intención de voto del 16%, lo cual anima las expectativas para las primeras consultas de Iowa y New Hampshire.
Haley puso en valor su experiencia en política exterior como embajadora en Naciones Unidas en el último debate, cuando las guerras de Ucrania y Gaza han desplazado parcialmente a los asuntos domésticos. Y se vistió con unos finos tacones para hacer creíble la candidatura de una mujer liberal que aspira a movilizar el voto del centro republicano, silenciado durante varias elecciones por el fantasma de la polarización.
Pero la polarización, o en otras palabras la radicalización de la política norteamericana se ha convertido en un tema para la reflexión en muchos hogares estadounidenses, en donde los enfrentamientos entre los políticos de Washington se ven como una tendencia corrosiva que está debilitando los valores de la democracia. “Compartimos valores comunes sobre la familia, la libertad, la democracia, la dignidad y la creencia en que juntos podemos afrontar cualquier desafío”, ha afirmado el senador de Virginia, Joe Manchin. Un perfil conservador del Partido Demócrata a quien algunos seguidores cercanos le atribuyen la intención de liderar un tercer partido con una orientación centrista alejada de las propuestas de los sectores ultra progresistas. Partido que tendría su origen en el nuevo movimiento denominado “No Labels”, que agrupa a líderes y ciudadanos hartos de la deriva demagógica y radicalizada en la que ha entrado la primera democracia del mundo.
Los deseos y la realidad se confunden con frecuencia en política. Pero la emergencia de políticos de nuevo cuño en el Partido Republicano y de grupos moderados podría abrir el anodino panorama de las presidenciales de 2024. Teniendo en cuenta además que las guerras en Ucrania y Palestina y la activa política exterior de Joe Biden y el secretario de Estado Antony Blinken trasladan a la opinión pública la necesidad de que Estados Unidos recupere un protagonismo internacional que permita estabilizar el complejo orden mundial.
Si las batallas culturales pierden peso y permiten a Haley pasar por alto cuestiones como el aborto, y los temas económicos y de cooperación internacional cobran protagonismo, en las elecciones de 2024 podrían disiparse tres dudas que ahora están presentes en la prensa y en una parte creciente de la opinión pública norteamericana: si alguno de los nuevos candidatos republicanos serán capaces de ganar a Donald Trump, lo cual es poco probable; si Biden sería capaz de ganar a algún candidato que no fuera el propio Trump, lo cual es todavía menos probable; y si el propio Donald Trump podría ejercer como presidente, aun siendo condenado en alguno de los procesos que tiene abiertos, lo cual es inconcebible.