Opinión

Unas millas de humanidad

PHOTO/AFP/ROBERT GIROUX - Henry Kissinger
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“We didn’t start the war”, le dijo la primera ministra israelí Golda Meir al secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, judío como ella, en la primera reunión que ambos mantuvieron en Washington el 3 de noviembre de 1973 para abrir la posibilidad de iniciar un proceso de negociación en la Guerra del Yom Kipur. “Ustedes no han empezado la guerra” - respondió el doctor Kissinger -, “pero usted afronta la necesidad de tomar una sabia decisión para proteger la supervivencia de Israel”. Golda Meir, mujer dura e inteligente, tenía que conseguir el consenso de su aliado indispensable, Estados Unidos, y de su pueblo, que en aquel momento se mostraba mayoritariamente beligerante después del ataque sufrido por Israel. Al día siguiente, Kissinger se reunió nuevamente con la líder laborista y sus asesores para proponer un plan de seis puntos (condiciones) e iniciar las conversaciones. Y tres días después, el 7 de noviembre, lo hizo con el presidente egipcio, Anwar el Sadat, que se mostró abierto a la negociación, aunque ansiaba recuperar la dignidad de su país. Egipto había perdido la península del Sinaí en la guerra anterior de los Seis Días y la nueva ofensiva del Yom Kipur había sido frenada por las tropas del ministro de Defensa isarelí, Mose Dayan. 

El primer paso exigido por Sadat para iniciar la negociación consistía en que el Ejército israelí retrocediera unas millas en el Sinaí para establecer una franja de seguridad, lo cual significaba, simbólicamente, que Israel estaba dispuesto a desocupar el territorio. En enero de 1974, se iniciaron las conversaciones y Dayan propuso una retirada de entre 12 y 20 millas, muy inferior a lo propuesto por el plan de Kissinger. Después de dos días de negociaciones, el ministro de Defensa aceptó ampliar la barrera desmilitarizada y el proceso se desbloqueó. 

Cuatro años después, el presidente egipcio y el primer ministro conservador Menahem Beguin firmaron la paz definitiva entre Egipto e Israel auspiciada por el presidente demócrata Jimmy Carter, pero iniciada en aquella lejana conversación de noviembre de 1973 entre Henry Kissinger y Anwar el Sadat. Los acuerdos alcanzados en Camp David le costaron la vida al histórico líder egipcio, asesinado por integristas disfrazados de militares poco tiempo después, en un atentado cruel. Pero la paz entre israelíes y egipcios significó un paso de enorme valor para la estabilidad en Oriente Medio. Abrió las puertas a los acuerdos de Oslo que derivaron en la creación de la Autoridad Nacional Palestina, y sirve de referencia para comprender que tanto los conflictos políticos como la injustificable radicalización pueden encauzarse a través de la negociación, aún en una región tan dolorosamente castigada por la violencia. 

La brutal agresión de Hamás imposibilita cualquier equiparación histórica con aquel proceso y la figura histórica y política de Anwar el Sadat desborda cualquier comparación con los líderes y asesinos que hayan diseñado y perpetrado la masacre del pasado 7 de octubre. Pero el nivel de convivencia alcanzado por distintos Estados en la región en estos últimos años y la firme convicción común de combatir el terrorismo e identificar a los grupos terroristas como los principales enemigos de la estabilidad política, abre una ventana de oportunidad para que algún principio de entendimiento pudiera abrirse paso. El secretario de Estado Antony Blinken lo ha iniciado con la exigencia a Israel de que incluya en su estrategia militar una serie de pausas humanitarias que pudieran derivar después en un alto el fuego. Con el objetivo de reducir los efectos, trágicos, que están teniendo los bombardeos y los combates cuerpo a cuerpo sobre los civiles palestinos en Gaza. Cuyo sufrimiento se convierte hoy en el principal argumento para que la opinión pública internacional pida al Gobierno israelí un giro en su acción defensiva, después de haber legitimado la respuesta frente a la brutal matanza que ha sufrido su pueblo a manos de terroristas salvajes, con quienes ninguna negociación es moral ni políticamente admisible. 

En noviembre de 2023 no está en juego la supervivencia de Israel, como lo estaba en el pasado con la Guerra Fría y bajo la presión comunista. Entonces, figuras como Golda Meir, Anwar el Sadat y Henry Kissinger, supieron entender que la convivencia entre pueblos y estados enfrentados dependía de un territorio de pocas millas al que la diplomacia ha puesto el nombre de negociación. Hoy, la presión del integrismo y la barbarie terrorista son los enemigos de la convivencia en Oriente Medio. La mayor parte de los actores involucrados de una u otra forma en los conflictos de los últimos años han padecido y hacen suyo el sufrimiento de las víctimas civiles e identifican a los responsables de las matanzas, los grupos terroristas. Esa convicción puede ser una ventana de oportunidad. Para abrirla, hace falta una pausa. Unas pocas millas de humanidad.