Corea del Norte, el hilo conductor

Corea del Norte es un activo sumamente útil para China, y su importancia en este rol ha ido en aumento, lo cual ha llevado al Gobierno chino a aumentar su apoyo de manera casi incondicional con el fin de mantener el statu quo. Esto hace que los dirigentes norcoreanos sean menos propensos a experimentar con reformas económicas y menos sensibles a las presiones externas, así como a los beneficios que pueden reportar las negociaciones con la República de Corea, Estados Unidos y otros actores internacionales. La consecuencia inmediata es que Seúl tiene ahora aún menos influencia a la hora de tratar con Pyongyang, y probablemente, dado el escenario actual, esa situación perdure más de lo deseable.
El 24 de febrero de 2022, el presidente ruso Vladimir Putin ordenó a sus tropas iniciar la invasión de Ucrania. Durante mucho tiempo, Occidente en general, y Europa en particular, creyeron la utopía de que un escenario con un conflicto armado entre dos Estados modernos luchando por el control de territorios era una parte obsoleta del paisaje internacional de principios del siglo XX.
El estallido del conflicto en la frontera este de Europa, así como el rápido deterioro de las relaciones entre China y Estados Unidos, marcaron abruptamente el final de un periodo en la historia de las relaciones internacionales que comenzó en 1990 - 1992 con el colapso de la URSS y la desintegración del bloque comunista. Este periodo estuvo marcado por la relativamente benigna hegemonía de Estados Unidos, la creciente interconexión en todo el mundo, la aparición gradual de una economía verdaderamente global y, durante un tiempo, el avance aparentemente imparable de la democracia liberal.
Aún es complicado determinar si nos encontramos ante el fin de la globalización y de esos sueños de democracia liberal generalizada o sólo ante su declive temporal. Incluso si el escenario final es el último, es probable que esta decadencia tarde mucho tiempo en reconducirse. Podrían pasar décadas antes de que los ideales de un mundo global, democrático e interconectado vuelvan a ser dominantes.
Las consecuencias de esta nueva situación para Corea no son precisamente positivas. El “orden mundial” imperante en el periodo 1990 - 2020 fue notablemente beneficioso para Corea del Sur, cuya economía, principalmente orientada a la exportación, ha sido una de las más beneficiadas por el fenómeno de la globalización. Así mismo, su alianza con Estados Unidos parecía garantizar la seguridad de la República de Corea frente a las amenazas externas de su vecino y hermano del norte, aun a pesar de que estas no gozaran de credibilidad.
En ese contexto, las generaciones más jóvenes de coreanos han crecido acostumbrados a vivir en un mundo aparentemente estable y seguro, y la política exterior coreana se centró sobre todo en las cuestiones económicas, mientras que los problemas de seguridad, a pesar de todo el ruido en torno a la cuestión nuclear norcoreana pasaron a un segundo plano, la percepción de la amenaza no era patente.

Durante siglos, la preocupación y ocupación principal de la diplomacia han sido las cuestiones de seguridad, actuando efectivamente como una continuación de la guerra por otros medios. Los diplomáticos se afanaban en trabajar para reducir la probabilidad de un ataque externo a su país o, por el contrario, para crear las condiciones en las que éste pudiera atacar y someter a sus vecinos de forma efectiva. En cambio, en décadas recientes, este enfoque tradicional se ha considerado fuera de contexto, siendo tachado por algunos de paranoico. Sin embargo, la antigua situación está volviendo gradualmente, con toda su batería de prioridades tradicionales. Y en la nueva o deberíamos decir, recuperada realidad, Corea del Norte opera persiguiendo una nueva serie de objetivos, lo que lleva aparejada la inutilidad de los antiguos enfoques empleados hacia Pyongyang.
En el contexto actual, se puede considerar a Corea del Norte como una amenaza existencial para Corea del Sur, Japón, el noreste de Asia e incluso Estados Unidos, a la par que un elemento desestabilizador para el mundo occidental (sólo hemos de recordar los constatados y casi permanentes ataques cibernéticos procedentes del país asiático o la implicación directa en el conflicto entre Rusia y Ucrania). Nos encontramos en un punto de inflexión crítico con una Corea del Norte nuclear y beligerante. Si no se encuentra la manera de afrontar una solución pacífica a la cuestión nuclear, lo que ahora parece improbable, la posibilidad de un conflicto nuclear o convencional, intencionado o accidental, en la península coreana, e incluso más allá, se convierte en algo real. Del mismo modo, y dada la deriva de las actuaciones del régimen norcoreano, la posibilidad de que armas nucleares y/o el material fisible para bombas sucias puedan venderse o suministrarse a terceros actores, ya sean Estados u organizaciones terroristas no estatales, para su uso con fines desestabilizadores no puede dejarse de lado y toma cada vez más visos de materializarse.
Ante esta situación, se hace imprescindible la necesidad de una mayor vigilancia sobre Pyonyang y el aumento de los contactos diplomáticos en el trato con el régimen, al mismo tiempo que, particularmente para EE. UU., es inexcusable mantener una estrecha relación con Corea del Sur y Japón.
Pero si hay alguien que está en situación de intermediar y ayudar con Corea del Norte, es China, que ya actuó como anfitriona de la “Conversaciones a seis bandas”. Sin embargo, ante el escenario de tensión con Estados Unidos, por el momento ha decidido mantenerse al margen. La posición de China, no se debe olvidar. Es única en este conflicto, pues la supervivencia económica del país depende totalmente de Pekín: más del noventa por ciento de su comercio exterior y del crudo y sus derivados que recibe, proceden de China. Probablemente ese sea uno de los motivos que ha llevado al régimen coreano a estrechar lazos con Rusia y a involucrarse en el conflicto de Ucrania. Corea del Norte ha visto una ventana de oportunidad para diversificar algo su dependencia exterior y para obtener contraprestaciones que no puede obtener de Pekín.
En el fondo, lo que subyace en las acciones de Corea del Norte es la aspiración por alcanzar una relación de “normalidad” con Washington en la que se le acepte como potencia nuclear, y de ese modo desligarse progresivamente de la dependencia que le ata a China, que en el fondo lo considera un Estado vasallo.

El programa secreto de enriquecimiento de uranio de Corea del Norte, y su determinación de tener armas nucleares, fue el responsable de la finalización del “Acuerdo Marco” en vigor entre 1994 y 2002 y de las “Conversaciones a seis bandas” mantenidas entre 2003 y 2009, así como de las cumbres Trump-Kim en Singapur y Hanói en 2018 y 2019. Actualmente, Corea del Norte se niega a hablar con Estados Unidos al mismo tiempo que incrementa exponencialmente su arsenal de armas nucleares y sus vectores de lanzamiento para ellas, capaces de alcanzar Corea del Sur, Japón y Estados Unidos. En 2022, Corea del Norte lanzó más de cien misiles balísticos y, desde diciembre de 2023, se han producido al menos otros veinte lanzamientos, incluidos tres misiles balísticos intercontinentales (ICBM). Entre estos se incluye un ICBM de combustible sólido, sobre un transporte móvil por carretera, capaz de recorrer más de quince mil kilómetros y de alcanzar objetivos en cualquier parte del territorio de Estados Unidos. A pesar de todo, a medida que Corea del Norte ha ido aumentando esas capacidades y ha persistido en sus actividades ilícitas, la respuesta de Estados Unidos y sus aliados y socios ha sido cuando menos incoherente e inconsistente. Eso ha ayudado a que el régimen se sienta en una posición de relativa fuerza, incrementando también las provocaciones a Seúl. Su reforzada “alianza” con Moscú sigue esa línea y produce el mismo efecto.
El escenario que va a tener que afrontar el nuevo inquilino de la Casa Blanca es muy diferente al que se encontró durante su primer mandato y, a tenor de los acontecimientos, en el momento que decida afrontar el problema de la guerra de Ucrania (ya veremos si cumpliendo lo que ha prometido en campaña o no), no podrá desligarlo del problema coreano. Ello nos lleva a intuir que no habrá solución simple ni fácil y que, en esta ocasión, pasar de las palabras a los hechos requerirá de mucha sutileza. Para Trump el centro de gravedad de su política exterior y de seguridad estará en la región Asia-Pacífico, donde China es su rival. De ahí su empeño en desligarse de Europa y de lo que le supone la guerra de Ucrania. Sin embargo, va a tener que lidiar con un hilo conductor que une ambos escenarios, y este es Corea del Norte, que en uno sirve a los intereses de China y en el otro a los de Rusia. Un panorama, como se puede comprobar, nada sencillo y lleno de malas opciones.