
Desde el martes 4 de agosto, mucho se ha escrito y opinado acerca de la explosión en el puerto de Beirut, explosión que para muchos ha supuesto la puntilla a un estado y una sociedad que se encaminaban desde octubre hacia un nuevo conflicto civil de consecuencias imprevisibles. No solo para Líbano, dada la magnitud de los actores implicados, las consecuencias se van a sentir en toda la región, abriendo, si la situación no se reconduce un nuevo campo de batalla.
Líbano recibió el martes el golpe más grande desde el final de la guerra civil, cuando dos explosiones en el puerto de la ciudad arrasaron todo en un radio de 10 km. En un principio las noticias hablaban de una explosión de un almacén de fuegos artificiales, más tarde se supo que la primera explosión había afectado a un almacén donde se guardaban 2750 toneladas de nitrato de amonio produciendo una segunda y brutal deflagración. La segunda explosión afectó a un área de alrededor de 10 km del puerto de Beirut, sintiéndose, según diversos medios, la explosión en la costa de Chipre y provocando un movimiento de 3,3 en la escala Richter y una devastación nunca antes vista en un país que sabe muy bien lo que es la guerra y lo que son las bombas.
El balance para Líbano varía según el medio, entre 80 y 200 muertos y entre 2000 6000 heridos, que han terminado de colapsar los maltrechos hospitales de Beirut, que aún combaten la pandemia y el 90% de las reservas de cereal para este año destruidas o contaminadas por la explosión. Según el gobierno libanés, las pérdidas ascienden de momento, a más de 15000 millones de Dólares.

La presencia de una ingente cantidad de nitrato de amonio, fertilizante de uso habitual en la industria agroalimentaria, disparó las alarmas, dado su uso habitual como componente de explosivos. Sin embargo, de nuevo, lo paradigmático, es, que la presencia de ese nitrato de amonio en el puerto de Beirut desde hace 7 años, era el resultado lógico de una concatenación de errores en un estado fracturado, donde las estructuras de control colapsaron hace mucho tiempo. 2750 toneladas de abono, procedentes de un barco de bandera moldava en tránsito de Georgia a Mozambique, propiedad de un empresario ruso residente en Chipre, que transportaba nitrato de amonio para la fabricación de explosivos de uso civil. El barco es abandonado en el puerto de Beirut debido a varios factores, el adeudo de los sueldos de los tripulantes, que además son conscientes de las escasas medidas de seguridad de la carga y la perdida de interés de los propietarios tanto del barco como de la carga en continuar el viaje a Mozambique. La solución natural para
estos últimos es Beirut, habitual cementerio de barcos abandonados, y al que tras acceder, informan de la imposibilidad de pagar las tasas, si no también el salario de la tripulación, por lo que barco y carga quedan detenidos. Desde este momento, las autoridades de aduanas libanesas como la OMI (Organización Marítima Internacional), organismo dependiente de Naciones Unidas denunciaron el estado de la carga, descomposición y exposición al calor y recomendaron estibarla fuera del barco aumentando las medidas de seguridad. Tres informes se sucedieron antes de abandonar el nitrato de amonio, de nuevo sin unas mínimas garantías de seguridad, esta vez en un almacén del puerto.
En 2016 la autoridad portuaria de Beirut denuncia y emite informes sobre la descomposición del nitrato de amonio y su extrema volatilidad, apelando incluso a instancias judiciales, ante la pasividad de las autoridades libanesas, sin que se termine ninguna medida al respecto. En 2017, apoyados en un informe de la OMI, se informa al gobierno que en el estado de descomposición en que se encuentra, el nitrato de amonio almacenado no se va a poder reexportar, insistiendo en que se tomen medidas de seguridad. El barco fue hundido en Beirut en 2018, lo demás es historia.
Tras la explosión, se suceden las acusaciones, haciendo que todas las miradas y especulaciones acerca del suceso, se desviasen hacia Hezbolá. El presidente de EEUU, prudente como es habitual, sin nombrar a la organización chií, declaró que se trataba de una bomba, de algún tipo, sin ofrecer evidencia alguna, solamente refirió haber consultado a personal militar, supuesto desmentido tanto por fuentes del Pentágono, que refirieron el mismo martes a la CNN no tener evidencia de ataque alguno en suelo libanés, como el principal aliado de los EEUU en la región, Israel, por boca de su ministro de exteriores. Gabi Ashkenazi. Ni siquiera las ISF tuvieron constancia de ningún ataque, en palabras de Abbas Ibrahim, comandante de las ISF, los ojos y los oídos del estado y uno de los hombres que más poder ha concentrado a su alrededor estos últimos años. A pesar de estas declaraciones institucionales, medios saudíes e israelíes, desde Aurora a Okaz o Riyadh Daily, insisten en la implicación de Hezbolá e incluso de Irán. A río revuelto, ganancia de pescadores.

Sin embargo, parece que no es Hezbolá en este momento el actor político en Líbano más interesado en provocar un incidente de esta magnitud. Desde que comenzó la llamada revolución del WhatsApp en octubre, Hezbolá ha venido insistiendo en mantener a toda costa la estabilidad en el país, donde aparece como el garante del actual gobierno, reforzando este papel durante los meses más duros de la pandemia, al haber sido clave para evitar el irremediable colapso del sistema sanitario público, al poner al servicio del gobierno, su amplia red de asistencia primaria, laboratorios y hospitales, cargando además con labores cotidianas como la desinfección de las calles en las principales ciudades del país.
Ni siquiera la eliminación de un rival político como es Nazar Najarian, secretario general del Kataeb, justificaría semejante acción. Najarian, perteneciente a la minoría cristiana armenia, fue colaborador destacado de Bashir Gemayel durante la guerra civil, desempeñando tareas tanto militares como políticas. Tras la guerra Najarian abandonó la actividad política para dedicarse a los negocios, estableciéndose en Canadá donde hay establecida una amplia colonia libanesa. Considerado un hombre de la vieja guardia de la falange libanesa, fue elegido secretario general del Kataeb tras elecciones de 2018.
El Kataeb fundado en 1936 por Pierre Gemayel, representa a la derecha cristiana maronita, opuesta a las organizaciones chiíes, Amal y Hezbolá, partidario además, del alejamiento de Siria. Durante la guerra civil fue uno de los principales actores políticos y militares, detentando en 1982, la presidencia del país su secretario general, Bashir Gemayel, hasta su asesinato un mes después de su elección. La muerte de Gemayel precipitó la intervención en los campos Sabra y Chatila por parte de las milicias del partido, apoyadas por el ejército israelí, provocando una matanza entre la población refugiada en los campos.

El Kataeb, tras las elecciones de 2018, obtuvo tres diputados en la Asamblea de representantes, por lo que es un partido irrelevante en el espectro político libanés, mas, cuando desde enero, ocupa el gobierno un ejecutivo monocolor, auspiciado por el presidente Michel Aoun y apoyado en los partidos chiíes, Hezbolá y Amal.
La muerte de Nazar Najarian consecuencia de la explosión, incluso la explosión misma no solo es el último acto de la penúltima semana de la ira en Líbano, es el paradigma del desenlace inevitable de la fractura social en Líbano.
Sin embargo Hezbolá es responsable de la actual situación política en Líbano, como principal aliado del presidente Aoun, señalado por los manifestantes que desde octubre ocupan las calles del país, y al que exigían la dimisión como paso previo a la conformación de un nuevo gobierno y la convocatoria electoral. También como responsable de la no conformación de un gobierno tecnócrata, otra de las exigencias de los manifestantes, ajeno al sistema imperante y libre de las redes clientelares que lastran la política doméstica libanesa.
Hezbolá se opuso a este gobierno y Aoun consintió. Hezbolá ha puesto la zanahoria, poniendo sus capacidades al servicio del ejecutivo, capacidades muy superiores a las del mismo gobierno, pero al mismo tiempo ha empleado el palo, enviando a sus militantes a enfrentarse a los ciudadanos libaneses que protestan contra el sistema que ha conducido al país a esta situación. Las implicaciones internacionales que Hezbolá tiene para Líbano son cuestión aparte, pero su peso y consecuencias en la política exterior del país son al menos tanto grandes como los intereses de actores externos en intervenir en Líbano, como Arabia Saudí o el mismo Israel, interesado en agitar lo máximo posible el avispero libanés para sacar Hezbolá de la partida.
Los sucesivos ejecutivos libaneses, desde 2015, por no remontarnos 30 años atrás, han hecho de las relaciones exteriores una forma de promoción personal, entre estos Gebran Bassil, ex ministro de exteriores y yerno de Michel Aoun, que se paseaba por Davos en representación del gobierno libanés, a cargo de unos desconocidos y altruistas donantes o Saad Hariri, uno de los principales acusados por la ciudadanía, propietario de Saudí Oger, y con pasaporte francés y saudí. El ex primer ministro, Saad Hariri no ha perdido el tiempo exigiendo una investigación internacional, coincidiendo con su vuelta a la primera línea política libanesa al respecto de la sentencia del Tribunal Internacional para Líbano sobre el asesinato en 2005 de su padre, el primer ministro Rafiq Hariri.

El tribunal, dado lo complejo de la situación, ha retrasado el anuncio de la sentencia hasta el día 18 de agosto, y que sea cual sea el dictamen de La Haya, va a apagar las llamas del incendio libanés con gasolina. El proceso contra cuatro militantes chiíes in absentia, no fue reconocido por Hezbolá, que siempre se ha negado a entregar al tribunal a los cuatro acusados de matar a 21 personas, incluido el primer ministro Hariri y herir a otras 221 personas. La semana anterior a la explosión, ha sido, sin duda una de las peores para Líbano, en un año sin descanso para la agotada sociedad libanesa.
En la frontera con Israel, se elevó la tensión aún más entre las IDF (Fuerzas de defensa israelíes) y Hezbolá, que respondió a los ataques de la fuerza aérea israelí sobre objetivos de la organización libanesa en Siria. A lo largo de la frontera sur de Líbano se produjeron durante toda la semana pequeños enfrentamientos entre las IDF, tanto en lado libanés como en las granjas de Shebaa, territorio libanés ocupado desde 1967 por Israel, y uno de los aspectos mas sensibles en las relaciones entre ambos países.
El día tres de agosto, un día antes de producirse la explosión en el puerto de Beirut, el gobierno de Hassan Diab, comenzaba a fracturarse con la dimisión del ministro de exteriores Nasif Hiti. Hiti denunció, una vez, mas la corrupción sistemática de las instituciones libanesas y la imposibilidad de llevar a cabo las reformas necesarias para sanear el sistema político. Pero sobre todo, Hiti, habló del inexorable camino del país de los cedros hacia la asunción de la condición de estado fallido y acusó al gobierno de ser el principal responsable de la perpetuación del sistema y a la comunidad internacional de no querer ayudar a Líbano a solventar al difícil situación en que se encuentra.
Y sin embargo, la del ministro de exteriores no ha sido la única defección dentro del aparato diplomático libanés, horas después de producirse la tremenda explosión en Beirut, dimitía la embajadora de Líbano en Jordania, Tracy Chamoun, nieta del expresidente Camille Chamoun, por las mismas razones que horas antes lo había hecho Nasif Hiti, responsabilizando al sistema político surgido tras la guerra civil de negligencia. Por un momento parecía que la clase política libanesa renegaba de sí misma y del sistema en el que hasta hacía unos días habían desarrollado sus carreras.
Tras la explosión, los acontecimientos no tardaron en precipitarse, el día siete, ante la inoperancia del ejecutivo, que únicamente había anunciado la formación de una comisión de investigación que determinase lo ocurrido, cuyos resultados habrían de ser públicos antes de cinco días. Decenas de miles de libaneses salieron a la calle a protestar, rodeando la Asamblea de representantes. El sábado 8, el presidente de la Falange Libanesa, y uno de sus tres representantes electos, Samy Gemayel, anunció que el Kataeb abandonaba la Asamblea de representantes en protesta por la muerte en la explosión del anterior secretario general de la organización. De la misma manera abandonaron la Asamblea Paula Yacoubian, única parlamentaria no adscrita a ningún partido en Líbano y los representantes drusos del partido de Walid Jumblat, manifestando que esta, la Asamblea, ya no tiene capacidad de representación ni de tomar decisiones políticas que reconduzcan la situación.
Al mismo tiempo se producían graves enfrentamientos entre manifestantes, que salieron a la calle para denunciar, una vez más, la corrupción, el clientelismo y la negligencia demostrada por las autoridades a la hora de gestionar la secuencia de acontecimientos que desembocaron en la explosión en el puerto de Beirut. Los manifestantes trataron de romper las barreras que protegían los alrededores de la Asamblea, donde ahorcaron simbólicamente a los tres máximos responsables de la actual situación sociopolítica en Líbano, el presidente Michel Aoun, el presidente de la Asamblea Nabih Berry y el líder de Hezbolá Hasan Nasrallah.
De la misma manera en que mantuvieron paralizado el máximo órgano de gobierno del país desde noviembre, los manifestantes se emplearon a fondo para romper el cordón policial en la Plaza de los Mártires, empleando estos, como en aquellos días de noviembre, gases y los infames cañones de agua contra la población. A medida que se iban acumulando heridos tanto entre manifestantes como entre la policía, se iba incrementando la violencia. Según datos de la cruz roja libanesa se produjeron cerca de 160 heridos y un policía murió en los enfrentamientos. Las sedes de los ministerios de exteriores, medioambiente y economía fueron ocupadas e incendiadas por los manifestantes. Esa misma noche Hassan Diab comparece ante los libaneses por televisión, mientras manifestantes y fuerzas de seguridad se enfrentan por la supervivencia del antiguo régimen, para anunciar una inminente convocatoria electoral para tratar de reconducir una situación irrecuperable. Dos días después, el lunes 10, el primer ministro y su ejecutivo dimite en pleno, ante la presión social y la imposibilidad de desarrollar su labor sin ataduras, quejándose de la interminable corrupción que atenaza al país, expresándose en los mismo términos en que lo hizo una semana antes el ex ministro de exteriores Nasif Hiti.
Dejan la pelota en el tejado de Michel Aoun, Nabih Berry, y como no podía ser de otra manera de Hasan Nasrallah, ligado irremediablemente a este último gobierno, pero con una agenda e implicaciones internacionales propias que hace difícil saber cuál va a ser la postura que va a adoptar en los próximos días o meses. También Hezbolá ha llamado en los últimos días a la unidad nacional, aunque con la sensación de, centrar mas el mensaje en quitarse de encima la responsabilidad vertida sobre la organización por parte de sus enemigos, que en cerrar filas con el resto de actores políticos y sociales libaneses en post de una solución viable y dialogada a una situación abiertamente insostenible.
Solución, que, irremediablemente tiene que pasar por el dialogo entre Hezbolá y el resto de organizaciones sociales y políticas libanesas. Mientras, se conformará un gobierno provisional sin prácticamente atribuciones que convoque elecciones en el periodo de tiempo mas corto posible. Elecciones, que, de no recoger las demandas de la ciudadanía, y llevar a cabo las reformas planteadas desde octubre, centradas en la regeneración social, política y económica del país comenzando por la reprobación del presidente Michel Aoun. Ese mismo lunes Gebran Bassil, presidente del MPL(Movimiento Patriótico Libre), llama a conformar rápidamente un gobierno, mientras en la calle la ciudadanía se pregunta ¿Qué gobierno?
En esta coyuntura, a instancias del presidente de Francia, Emmanuel Macron, apoyado por Naciones Unidas, ese mismo lunes 10 convoca una conferencia de donantes de urgencia. El país en este momento necesita 90000 millones de Dólares para acometer la reconstrucción tras la violenta explosión y abastecerse de reservas de alimentos, ya que mantiene reservas solamente para un mes. La ayuda pactada es de 300000 millones de Dólares a cambio de reformas estructurales, económicas, fundamentalmente, que son percibidas por una parte de la sociedad libanesa como una imposición, un chantaje, a un país que lucha por su supervivencia. Es seguro que además se exigirá el desarme de Hezbolá y su desaparición, y en este sentido condicionan su ayuda tanto Riad como Washington, con la aquiescencia de París, más interesados en sustentar a la vieja élite acomodada a sus intereses que en solucionar realmente la situación en Líbano. Se ha llegado a especular por parte de diferentes medios, que se ha propuesto a Hariri liderar un gobierno de unidad nacional. No nos engañemos, Hezbolá, no va a ceder, sus capacidades exceden a las del estado, son fuertes y lo saben. Aunque solo sea por el peso político y social que acapara la organización chií, ha de ser parte de la solución. Obviar a Hezbolá sería un error que ni Líbano ni la región se pueden permitir, por mucho que desde algunos sectores de la sociedad libanesa se insista en la necesidad de marginar a la organización a cambio de las tan necesarias ayudas. Incluso reafirmando el infame sistema que ha conducido a Líbano a esta situación.
La explosión es la última y más grande de las muchas explosiones que vienen sacudiendo el país desde el mes de octubre, un gobierno sustentado por la élite política y económica gobernando de espaldas a la sociedad, enfrentamientos en la calles entre manifestantes y militantes chiíes, parálisis de la Asamblea de representantes e intentos de cambio de gobierno donde el presidente Michel Aoun obvió las demandas de la sociedad libanesa. Un excesivo peso, como nunca antes tuvo, de Hezbolá tanto a nivel militar como a nivel social. Crisis económica, energética, y alimentaria en un marco regional de inestabilidad crónica, pero en una situación que nunca antes se dio, con más actores enfrentados e intereses cruzados. Crisis sanitaria, crisis de refugiados, corralito bancario. Líbano ha ido reuniendo todos los ingredientes necesarios para que, bien agitados, estalle el inevitable conflicto civil. Todos significa Todos, el nuevo lema de la gente en la calle es tremendamente significativo. Hay que resetear el país, sin excepciones, nos encontramos ante un estado fallido de manual. El estado carece de capacidades y legitimidad.