Ni vencedor ni vencido o la diplomacia de pensar por el otro

Mohamed VI
Mohamed VI
No humillar al adversario demuestra sin duda una fortaleza moral que privilegia una estrategia no violenta, destinada a prevenir la espiral del odio y a fomentar un clima propicio para la resolución pacífica de los conflictos
  1. Salvar la cara
  2. Pequeñas victorias
  3. La gestión de la imagen
  4. Ni ganadores, ni perdedores
  5. Salir del estancamiento… pasar página

Es precisamente esta fortaleza moral, basada en el respeto, la responsabilidad y la voluntad de superar las tensiones, la que animó el Discurso Real con ocasión de la Fiesta del Trono.

Salvar la cara -es decir, la imagen, el honor o la credibilidad de un actor- constituye un desafío fundamental en las relaciones internacionales. No solo los Estados buscan evitar perder la cara para mantener su posición e influencia, sino que también deben tener cuidado de no humillar o menospreciar a sus interlocutores durante las negociaciones diplomáticas. Esta doble preocupación es reconocida como un elemento clave para la eficacia diplomática y la estabilidad en las relaciones internacionales.

¿En qué sentido salvar la cara representa un desafío crucial para los actores políticos involucrados en las relaciones internacionales?

Es importante precisar que cuando se habla del concepto de la “cara” en política internacional, se trata en primer lugar de una cuestión crucial de estatus y credibilidad de los actores implicados, cuyos reconocimiento y respeto condicionan su influencia y legitimidad en la escena mundial. En otras palabras, perder la cara suele equivaler a perder el estatus, la reputación o la capacidad de ser tomado en serio, lo que puede reducir la influencia de un Estado, incluso la estabilidad de su gobierno.

Un ejemplo emblemático de la importancia para los actores estatales de evitar perder la cara se encuentra en la crisis de los misiles de Cuba, cuando el destino del mundo estaba en manos de dos hombres (los dos K, como se les llamaba), Kennedy y Khrouchtchev. Ambos buscaron formas de retirarse sin perder la cara ante la escena internacional y, sobre todo, ante sus propios pueblos. En las negociaciones discretas, Kennedy aceptó retirar secretamente los misiles estadounidenses instalados en Turquía, a cambio del retiro de los misiles soviéticos de Cuba, permitiendo así que Khrouchtchev presentara esta resolución como un éxito sin sentirse humillado. Este compromiso ayudó a salvar la cara de ambos dirigentes.

Salvar la cara

Cabe señalar en el mismo sentido que la preservación de la cara en las relaciones internacionales implica una salida del estancamiento bajo una lógica de “ni vencedores ni vencidos”, de manera que se respete la dignidad y el honor del adversario, abriendo así un camino hacia la negociación y la reconciliación sin humillación.

De hecho, salvar la cara significa ofrecer a la otra parte una salida honorable, esencial para que esta acepte entablar un diálogo o llegar a un compromiso. Esto evita que el adversario se sienta aplastado, rechazado o derrotado, lo que podría provocar una postura de rechazo, bloqueo o una escalada del conflicto. En otras palabras, cuando es elegante y refinada, la diplomacia desempeña un papel fundamental en la gestión de las relaciones internacionales, al proporcionar una razón común para dialogar, abrir perspectivas y ofrecer un marco que permita salvaguardar la paz a pesar de la complejidad de los desacuerdos.

Por el contrario, no tener en cuenta la dignidad del adversario en las relaciones internacionales puede conducir a un aumento del riesgo de escalada y conflicto. Los actos percibidos como humillantes pueden agravar los conflictos, generar reacciones desproporcionadas y dificultar los compromisos. El nuevo pensamiento geopolítico sugiere que, tanto en las relaciones entre naciones como entre individuos, la humillación puede dar lugar a comportamientos irracionales y desatar conflictos interminables. No se debe olvidar, en este contexto, que el grito cargado de amargura y vergüenza del presidente argelino Ben Bella: “Nos han humillado, oh hermanos, nos han humillado”, quedó profundamente grabado en la memoria colectiva de los argelinos durante generaciones. Por lo tanto, es crucial evitar que el adversario se sienta humillado, pero también es primordial restablecer el diálogo mientras la parte que experimenta ese sentimiento de humillación esté dispuesta a entablar la discusión.

No humillar al adversario es sin duda una muestra de fortaleza moral que privilegia una estrategia no violenta, destinada a prevenir la espiral del odio y a favorecer un clima propicio para la resolución pacífica de los conflictos. Es exactamente esta fuerza moral, basada en el respeto, la responsabilidad y la voluntad de superar las tensiones, la que animó el Discurso Real con ocasión de la Fiesta del Trono, traduciendo un compromiso sincero de tender la mano al pueblo hermano de Argelia, sin humillar ni comprometer la dignidad de las partes. Cuando Su Majestad el Rey Mohamed VI afirma que “nuestro apego inquebrantable a la política de la mano tendida hacia nuestros hermanos en Argelia procede de la íntima convicción que albergamos en nosotros, respecto a la unidad de nuestros pueblos y a nuestra capacidad común para superar esta situación lamentable” y especialmente cuando aboga por “una solución consensuada que salve la cara a todas las partes, donde no haya ni vencedores ni vencidos”, el Rey inscribe la necesidad de salvar la cara del otro en un doble registro, tanto ético como estratégico.

En el plano ético, su enfoque se fundamenta en una fuerza moral que busca tender la mano sin humillar ni comprometer la dignidad del otro. Esta actitud refleja un compromiso sincero por la paz y la reconciliación, basado en el respeto hacia el otro y en la gestión respetuosa de sus sensibilidades. En el plano estratégico, este enfoque permite instaurar un clima de confianza favorable al diálogo y a la cooperación duradera, al mismo tiempo que evita los conflictos provocados por la pérdida de la cara o la humillación pública. Al velar cuidadosamente por la imagen del adversario, el Rey actúa conforme a una lógica diplomática orientada hacia la estabilidad y la resolución pacífica del diferendo con Argelia. Así, el mensaje fundamental relativo a la cuestión del Sáhara en el Discurso Real combina un impulso ético a favor de la dignidad y el respeto mutuo, con una visión estratégica realista, donde salvar la cara del otro es una palanca esencial para avanzar hacia soluciones pacíficas y consensuadas, salvaguardando al mismo tiempo los intereses y la credibilidad de cada parte.

Pequeñas victorias

La historia de las relaciones internacionales está llena de ejemplos que ilustran cómo, en negociaciones delicadas, cada parte a menudo se ve obligada a ofrecer o aceptar concesiones limitadas o “pequeñas victorias” para salvar la cara del adversario y así mantener un marco favorable al diálogo y a la resolución pacífica de los conflictos. Por citar un solo ejemplo, mencionemos los ataques estadounidenses contra varios sitios nucleares iraníes en junio de 2025. Irán había respondido lanzando un ataque con misiles contra la base militar estadounidense de Al-Udeid en Qatar, la base estadounidense más grande en Oriente Medio, cerca de Doha. Este ataque iraní, aunque presentado como una réplica directa, también puede interpretarse como una forma de “pequeña victoria” simbólica, ofrecida por Estados Unidos a Irán para permitirle preservar su dignidad sin provocar una escalada mayor.

Varios elementos indican una especie de acuerdo tácito o un cálculo estratégico complejo en torno a esta respuesta, primero, la base estadounidense había evacuado sus aviones militares antes del ataque, reduciendo los daños y evitando así una escalada más brutal; segundo, y según varias fuentes, Irán habría informado previamente a las autoridades qataríes para limitar las víctimas civiles. Esta supuesta respuesta permitió a Irán salvar la cara mostrando que podía responder militarmente sin provocar un conflicto abierto real, y a Estados Unidos evitar una escalada descontrolada.

Así, aunque no se trate de una “victoria” en el sentido clásico, el hecho de tolerar o no impedir este ataque limitado contra su base pudo percibirse como una concesión estratégica por parte de Estados Unidos, que permitió a Irán “salvar la cara” en este contexto de enfrentamiento mayor. Esto ilustra la complejidad de lo que constituye una “pequeña victoria” en conflictos de alta intensidad, donde cada bando busca combinar la fuerza, el respeto mutuo y la gestión de la imagen.

Ceder voluntariamente algunas pequeñas “victorias” al adversario es, de hecho, una estrategia deliberada e inteligente para permitirle salvar la cara. Se trata para un Estado estratega no sólo de preservar su propia cara, sino también de cuidar la del otro, especialmente en un mundo cada vez más transparente donde la presión de la opinión pública y los medios internacionales no deja de aumentar. Por ello, la preocupación por salvar la cara del otro no es sólo una cuestión de cortesía, sino un factor fundamental en las negociaciones internacionales. El arte diplomático consiste en equilibrar la preservación de la propia imagen y la del otro, para negociar sin humillar y obtener soluciones viables. Este enfoque favorece la estabilización de las relaciones y evita rupturas bruscas derivadas de enfrentamientos en los que cada parte buscaría a toda costa promover su imagen y aparecer como “vencedor” absoluto.

La gestión de la imagen

La gestión de la imagen juega, en efecto, un papel fundamental en la resolución de los conflictos internacionales, toca el núcleo de la noción de “cara” y, en lo que respecta al Discurso del Trono, estructura perfectamente la política de la mano tendida emprendida por Su Majestad el Rey hacia Argelia, con el objetivo de abrir una nueva fase de diálogo al mismo tiempo que se protege la dignidad de ambas partes. La importancia de la imagen en este enfoque consiste en enviar una señal fuerte de buena voluntad, al tender la mano a Argelia de manera pública y solemne, el rey Mohamed VI no solo hace una propuesta política, sino que construye un relato positivo que invita a superar las tensiones históricas. También consiste en otorgar al país vecino la posibilidad de salvar la cara, es decir, de responder de manera positiva sin verse obligado a reconocer una culpa o debilidad, facilitando así la reanudación del diálogo sin humillación.

La política de la “mano tendida”, tal como la expresa Mohamed VI, no es solamente un mensaje de apertura, sino también una estrategia de imagen y gestión de percepciones, dirigida a instaurar un clima menos conflictivo. Esta estrategia se basa en el reconocimiento implícito de que, para resolver conflictos arraigados, se necesitan no solo concesiones concretas, sino también una gestión delicada de las sensibilidades relacionadas con la dignidad y la cara, factor a menudo decisivo en el éxito de una reconciliación duradera.

Ni ganadores, ni perdedores

En su discurso del Trono, el rey de Marruecos subrayó un enfoque equilibrado y conciliador frente al conflicto del Sáhara, afirmando que no debe haber ni ganadores ni perdedores. Esta frase resume un principio fundamental para la resolución pacífica de los diferendos: la búsqueda de una solución en la que ninguna de las partes se sienta humillada, derrotada o sometida a una imposición unilateral. El principio “ni ganadores, ni perdedores” implica así la ruptura con la lógica clásica de confrontación, el respeto a la dignidad de todas las partes, la búsqueda del consenso y del diálogo, y la sostenibilidad de la solución acordada.

De este modo, el Discurso Real pone en primer plano un ideal de justicia y legalidad que va más allá de la relación de fuerzas o de victorias parciales. Invita a construir un futuro basado en el respeto, el compromiso y la dignidad compartida, lo cual es particularmente relevante en contextos de conflictos territoriales, políticos o sociales donde la legitimidad del proceso es tan importante como su resultado.

La estrategia “ni vencedor, ni vencido” encarna elocuente la voluntad real de no buscar la dominación total ni la humillación del otro en el conflicto del Sáhara, sino de concebir una solución que, al reforzar la soberanía marroquí sobre las provincias saharianas, reconoce los intereses y la dignidad de cada parte. Esta postura, a la vez pragmática y ética, favorece la desescalada, la cooperación futura y una salida duradera de la crisis.

Adoptar una postura de comprensión estratégica y empática de la posición, los intereses y las motivaciones del otro Estado o actor político, incluso si se le percibe como un adversario o rival, constituye una forma de diplomacia altruista que consiste en comprender el pensamiento y los intereses del adversario, permite anticipar sus acciones, limitar los riesgos de conflicto abierto y favorecer la construcción de relaciones más equilibradas, evitando la negación o el rechazo del otro, lo cual puede conducir a callejones sin salida o a la escalada.

Salir del estancamiento… pasar página

El discurso del rey Mohamed VI del 29 de julio de 2025, con la propuesta de reconciliación “sin vencedor ni vencido”, ilustra perfectamente la dinámica política de pensar por el adversario, aquí Argelia, permitiéndole salir del estancamiento sin humillación. Al llamar a una reconciliación que pase página del conflicto del Sáhara, al mismo tiempo que refuerza la posición marroquí, Su Majestad el Rey parece adoptar una postura estratégica que busca preservar la dignidad de Argelia mediante una solución sin vencedor ni vencido, que evite imponer un marco en el que Argelia sea percibida como completamente derrotada o excluida, lo que podría alimentar un bloqueo duradero.

Además, esta estrategia real consiste en reconocer implícitamente a Argelia como un actor ineludible, aunque Marruecos considere a Argel como promotor del separatismo; el hecho de invitarla a una reconciliación indica que está dispuesto a reconocerla como un socio político importante, y no a aislarla o demonizarla por completo. Así, el Discurso Real favorece una salida pragmática de la crisis, creando las condiciones para un compromiso duradero, insistiendo nuevamente en que la mano tendida puede reducir la desconfianza y alentar un diálogo constructivo, esencial para la estabilidad regional.

Así, la diplomacia de pensar por el otro corresponde, me parece, a un enfoque prudente y respetuoso que consiste en pensar por el adversario, considerar su reputación y sensibilidad, al tiempo que anticipa lo que sería bueno o aceptable para él. Es una capacidad estratégica y ética que enriquece la comprensión política, una opción valiente que implica una atención sincera a la dignidad y a los intereses del adversario, una perspectiva de alta madurez política donde la razón y la prudencia guían la acción en un contexto de conflicto y tensión, una forma avanzada de virtud política, indispensable para relaciones internacionales pacíficas y constructivas.

Cabe recordar que la diplomacia que consiste en pensar por el otro no es, precisamente, una práctica común en las relaciones internacionales es un privilegio exclusivo de la grandeza de los reyes visionarios y de los líderes políticos excepcionales, capaces de demostrar sabiduría, empatía y generosidad para construir relaciones duraderas y pacíficas entre los Estados y para edificar puentes sólidos entre los pueblos.