Sobre el “regreso” de Argelia a la escena internacional

El presidente argelino Abdelmadjid Tebboune se dirige a la 78ª Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York el 19 de septiembre de 2023 - AFP/ANGELA WEISS
El presidente argelino Abdelmadjid Tebboune se dirige a la 78ª Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York el 19 de septiembre de 2023 - AFP/ANGELA WEISS
Después de un largo retroceso diplomático de unos treinta años, durante la “década negra” y bajo la presidencia de Abdelaziz Bouteflika, parece que Argelia intenta desde 2020, multiplicar las iniciativas para establecer su regreso a la escena regional e internacional y poder así, superar aquellos tiempos de vacas flacas en los que se quedó preocupada y aislada por sus propias crisis internas.

Según el proyecto de plan de Acción gubernamental presentado en febrero 2020 ante la Asamblea Nacional Popular  “Argelia adoptará, bajo la dirección del Presidente de la República, Abdelmadjid Tebboune, una política exterior dinámica y proactiva que le garantizará un lugar digno de su vocación de potencia regional".

Este “lugar digno” lo explicara más tarde el jefe del Estado en una entrevista en la televisión nacional argelina el 8 de agosto de 2021 confirmando que Argelia ha podido recuperar su "verdadero lugar" en el tablero regional y mundial, y por lo tanto recuperar el papel que desempeñaba su país ” cuando hablaba en nombre de un tercio de la humanidad”, así como cuando logró, añade Tebboune, que “China (popular) entró en la ONU”, o que “el sistema de apartheid terminó en Sudáfrica” !

Independientemente de esta glorificación delirante del papel diplomático desempeñado por Argelia, tanto en el pasado como en el presente, seria legitimo preguntarse si la nueva política exterior preconizada por el poder argelino, ha podido efectivamente garantizar a Argelia el lugar y el papel que le corresponden en el concierto de las naciones. 

Cabe recordar ante todo, que esta promoción discursiva de una ” nueva política exterior” de Argelia, se enmarca en un contexto de grandes cambios en la escena política internacional, así como en el entorno regional inmediato de Argelia, un contexto que expone al país a nuevos riesgos y desafíos. Los acontecimientos que sacudieron el mundo árabe a partir de 2011, provocaron la caída de líderes establecidos en Túnez, Egipto y Libia y, como consecuencia, el colapso de las estructuras estatales en Libia y Mali, los dos Estados con los que Argelia comparte sus fronteras más largas, después de Marruecos. 

Así quedó el Estado de “un millón y medio de mártires”, enfrentado a numerosos desafíos en su entorno inmediato, entre los que podemos destacar las fuertes tensiones con Marruecos (1559 Km de frontera) con el que rompió unilateralmente sus relaciones, las crisis diplomáticas con Mali (1376 Km) con Níger (956 Km) y últimamente con Libia (983 Km) que  rechazo el proyecto magrebí de Tebboune que excluye a Marruecos, además de una reconciliación con Madrid que sigue estancada con el aplazamiento sin fecha de la visita del ministro de Exteriores español, José Manuel Albares a Argel, tras dos años de crisis, sin olvidar por supuesto la nueva crisis con Paris provocada por la acogida en Francia de la opositora argelina Amira Bouraoui, tampoco olvidamos la histérica campaña  político-mediática lanzada últimamente contra Abu Dhabi por la junta en el poder en Argel, cuyo único objetivo es ocultar su frustración, su impotencia y su aislamiento.

Parece claro que las transformaciones de este contexto inédito de gran incertidumbre, tomaron por sorpresa a las autoridades argelinas. Argelia dio la impresión de que se encuentra en la incapacidad absoluta de  asumir las responsabilidades que exige la nueva configuración geopolítica, no solamente rechazando la mano tendida de Su Majestad el Rey Mohammed VI para la vuelta a la normalidad, sino también rechazando cualquier estrategia conjunta en la cuestión maliense, Argelia sin  tener los medios para lograr sus ambiciones,  trataba  de seguir siendo el país clave en los asuntos de seguridad regional, al tiempo que lleva a cabo una diplomacia regional exclusiva, que es considerada incomprensible por muchos observadores y líderes de la región.

Conviene señalar igualmente que una de las acciones exteriores decisivas en el contexto de este “regreso” a la escena internacional, y que ha provocado fuertes tensiones entre Argelia y algunos de sus socios tradicionales. fue la reciente visita de Estado de tres días del presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, a Rusia el pasado junio, con el objetivo de tranquilizar al Kremlin y reforzar la cooperación bilateral entre ambos países. Debido a la situación internacional, esta visita,  ampliamente calificada de inoportuna, dio lugar a serias reservas hasta el punto de que 27 miembros del Congreso americano lanzaron un llamamiento a castigar a Argelia. A pesar de las protestas estadounidenses, Tebboune pronunció un discurso desafiante y negoció acuerdos militares y económicos en un contexto de crisis internacional entre Moscú y Occidente.

Tomando decisiones imprudentes en un entorno mundial cada vez más polarizado e impredecible, marginado en la cumbre de la Liga Árabe en Jeddah, ignorado por los BRICS a los que quería unirse, confrontado a una perdida de influencia en el Sahel, aislado en la escena regional, desconectado de la realidad internacional, el régimen militar argelino que tanto sueña volver  a ” hablar en nombre de un tercio de la humanidad” es hoy incapaz de hacer oír su voz, ni en el seno de la Liga de Estados Árabes, ni  entre sus vecinos africanos y mediterráneos  

No cabe duda que un dirigente político que actúa con sentido de Estado, es el quien vela por interpretar más finamente el comportamiento de sus aliados o enemigos, considerar perfectamente su propio interés nacional, evaluar cuidadosamente riesgos y oportunidades, y, de esta manera, decidir más sabiamente las estrategias de su gobierno a nivel internacional. Pero como entender el comportamiento  reincidente de un actor político que en vez de adaptarse a las nuevas realidades geopolíticas, se empeña constantemente en recaer en sus habituales ataques de locura; haciendo todo lo posible para quedarse tan solo en su entorno, tan inseguro sobre su futuro ?

Para comprender mejor los fracasos sucesivos de la política exterior de Argelia durante el mandato del actual presidente, no basta con medir el ritmo de las evoluciones muy aceleradas que se están produciendo en un mundo que cambia rápidamente, ni tampoco sería suficiente tener en cuenta los retos económicos y políticos internos que, sin duda alguna  impiden al país desempeñar un papel influyente en su entorno inmediato e implementar por lo tanto, su determinación de llenar el vacío que dejó en los años de su repliegue diplomático.

Quizás el enfoque “constructivista” en relaciones internacionales nos permita entender la complejidad del caso argelino, y saber muy particularmente  cómo la cultura política de los generales, verdaderos amos del país, moldea su comportamiento diplomático, ya que desde una perspectiva constructivista, los elementos estudiados en políticas exteriores son examinados como construcciones sociales. Así, la noción del interés nacional, en su sentido constructivista, deriva de la representación que los Estados tienen de sí mismos y de los demás, del sistema internacional y de su propio lugar, así como el de los demás, dentro de este sistema internacional.
  
Por lo tanto seria relevante abordar las representaciones que tiene hoy en día el régimen argelino sobre el  papel diplomático a desempeñar por el país, que fue percibido durante un cierto tiempo como la “Meca de los revolucionarios” y que hoy se presenta como “una fuerza de ataque” en el discurso oficial argelino. Poner de relieve el papel de las prácticas representacionales y sus implicaciones en la conducción de la política exterior de Argel, permite pues identificar  su imaginario del espacio, de la seguridad y de la soberanía, así como de la preservación de la identidad del país frente al “enemigo. En este sentido la narrativa oficial “anticolonial” y “antiimperialista” se encarga de definir la identidad nacional y al mismo tiempo, sirve para designar al "enemigo" y legitimar la movilización continua contra este “enemigo”. Por lo tanto cuando el poder argelino califica explícitamente a Marruecos de “país enemigo”, no hace más que mostrar la importancia que concede a esta hostilidad contra el Reino marroquí en su construcción identitaria, mientras que su aburrida retórica belicosa no deja de reflejar su profunda desconfianza y su  alta miopía estratégica.