Italia: autonomismo, “premierato” y elecciones europeas

La XIX Legislatura de la Historia de la Italia republicana se encuentra cada vez más cercana a su primer año y medio de la vida y aparecen en el horizonte, más allá de elecciones al gobierno de una región concreta (Abruzzos, Basilicata o Cerdeña), las elecciones europeas de junio.
Unas elecciones donde no sólo se debe elegir la composición del Parlamento Europeo, sino también, en los meses siguientes, escoger al nuevo presidente de la Comisión (con sus vicepresidentes y sus 27 comisarios correspondientes, uno por cada Estado miembro de la Unión Europea); al nuevo presidente del Consejo Europeo; y la persona encargada de dirigir la diplomacia comunitaria. Fuera de ello queda la presidencia del Banco Central Europeo (BCE), en manos de la francesa Christine Lagarde desde octubre de 2019 (y con mandato hasta 2027) y también la presidencia del “Eurogrupo” (el formado por los países que han adoptado la moneda única, que en este momento son ya veinte), que tiene presidente desde hace tres años solo.
Esas elecciones para renovar el Parlamento Europeo constituyen un “test” de relevancia para saber qué visión tiene la ciudadanía transalpina del Gobierno Meloni, “in carica” desde el 22 de octubre de 2022, y que se asienta en una coalición de centroderecha formada básicamente por tres partidos (la Forza Italia de Tajani, los Hermanos de Italia de la “premier” Meloni y la Liga de Salvini). No nos olvidamos de “Noi moderati” del exministro Maurizio Lupi, pero hay que recordar que no entró en el Gobierno formado en la penúltima semana de octubre de 2022, y que sigue sin hacerlo.
Previsiones buenas para Giorgia Meloni
A día de hoy, todos los sondeos ponen de manifiesto que la “premier” Meloni ha aumentado su nivel de popularidad, pasando del 26% obtenido en las elecciones de septiembre de 2022 al 29-30% actual. Matteo Salvini, a su vez, se mantiene en el casi 9% de los votos, mientras Tajani es quien más intención de voto se está dejando ya que, tras lograr su partido un 8,1% hace poco más de un año, la mayor parte de las encuestas le dan entre un 6 y un 7%.
Claro que en la política ya se sabe que seis meses son un mundo (en realidad quedan cinco meses para las citadas elecciones europeas), y da la impresión de que Meloni va a ir dejándose apoyo entre los votantes durante ese período de tiempo. Cumplió a rajatabla la “hoja de ruta” que le impuso la Unión Europea, con unos Presupuestos Generales del Estado que tuvieron de inmediato el “visto bueno” de la Comisión, y la consecuencia fue que la prima de riesgo se fue de los 210 puntos básicos a los poco más de 150 actuales. Además, la única agencia de calificación que aún le mantenía dentro del rango de la “A”, Fitch, calificó la deuda soberana de la tercera economía de la eurozona como “estable con perspectiva positiva”, así que, al menos de momento, no habrá conflictos con los inversores y los tenedores de deuda pública.
Pero eso es solo el cuadro macroeconómico, y eso que acabamos de saber que el país creció en 2023 un paupérrimo 0,7%, frente al 8,3% de 2021 y el 3,3 de 2022. Un 0,7% que, dada la persistencia del encarecimiento de las materias primas en un país que aún sigue teniendo un fuerte sector secundario, puede llevar a que el crecimiento no suba del 0,5% a lo largo del año en curso, por no decir que se está más cerca de la recesión de lo que parece: basta con encadenar dos trimestres en negativo para entrar técnicamente en la citada recesión.
Si ya de por sí la realidad macroeconómica no es la que dejó Mario Draghi cuando abandonó la Presidencia del Consejo de Ministros hace casi año y medio, peor va aún todo lo concerniente a la microeconomía. Porque más de 3 millones de ciudadanos transalpinos se encuentran en riesgo de exclusión social; los más de 16 millones de pensionistas tienen, en no pocos casos, importantes dificultades para costear sus necesidades básicas (con una Sanidad al borde del colapso); y los jóvenes cada vez cobran peores sueldos y tienen más dificultades para emanciparse de sus padres.
Elecciones europeas como muestra del escenario político
Lo cierto es que las elecciones europeas, por mucho que se les tome como un tema menor, suelen avisar de que lo que puede venir. Un ejemplo es lo sucedido con Matteo Salvini y los anteriores comicios europeos, celebrados en mayo de 2019: el líder de la Liga logró el 34% de los votos, doblando lo logrado por él mismo en las elecciones generales de marzo de 2018. Aquel importante logro del político lombardo, que relegó definitivamente al olvido a los dos anteriores líderes de la Liga (Umberto Bossi y el ya fallecido Roberto Maroni) fue fruto de la hábil negociación de Salvini con Cinco Estrellas, asegurándose una cartera de Interior desde la que llevó a cabo una muy agresiva política de “puertos cerrados” a la inmigración irregular que llegó a tener un 70% de apoyo entre la ciudadanía transalpina. Consecuencia de todo ello: victoria tras victoria en cada elección al gobierno de una región (Abruzzos, Basilicata, Cerdeña, etc.), hasta que, en enero de 2020, por la acción y movilización de un inesperado movimiento social (conocido como “Las sardinas”) la izquierda logró parar a Salvini cuando estaba a punto de hacerse con el principal bastión “rosso” (Emilia-Romagna).
Salvini luego cometería dos errores que pagaría muy caro, y que no fueron otros que hacer caer un Gobierno en agosto de 2019 y luego un segundo en julio de 2022 (esto sentó aún peor teniendo en cuenta la brillantez con la que Mario Draghi estaba llevando la dirección de la economía y la gestión de los fondos europeos). De ahí que, cuando se celebraran nuevas elecciones generales en septiembre de 2022, Salvini no sólo no reeditara el 34% de mayo de 2019, sino que tampoco pudiera repetir el 17,1% de 2018: se quedó en un paupérrimo 8,8%, sirviendo en “bandeja de plata” a su compañera Meloni la abultada victoria electoral que esta logró, y que ha hecho que la política romana sea la presidenta del Consejo de Ministros desde el 22 de octubre del año 2022 hasta el momento presente. Salvini lograría entrar en el Ejecutivo, pero además de quedarse de nuevo en viceprimer ministro, el presidente Mattarella se encargó de que no pudiera volver a Interior, enviándole a una cartera (Infraestructuras) en la que Salvini apenas puede lograr lucimiento, ya que el presupuesto para aeropuertos, puertos y demás vías de comunicación es cada vez menor.
Meloni, a su vez, se ha encontrado ante el hecho de que, o cumplía con los objetivos de déficit y deuda impuestos por la Unión Europea, o la agencia Fitch (porque Moody´s y Standard&Poors ya lo hicieron en su momento) rebajaba la calificación de la deuda nacional a “bono-basura”, algo muy grave tratándose de la tercera economía de la eurozona. Consecuencia: Meloni no tiene dinero para algunas de las medidas que quería llevar a cabo, como fomentar la natalidad en un país sumido en “pleno invierno demográfico”.
Ambos saben que, suceda lo que suceda, la coalición de centroderecha seguirá ostentando el poder hasta, previsiblemente, el final de la legislatura (septiembre de 2027), después de once años de “travesía por el desierto”. Pero también saben que van a presentarse ante el electorado con las manos vacías. Y peor será la situación para Meloni que para Salvini, no sólo porque a fin de cuentas sea quien presida el Consejo de Ministros y esté más expuesta a la opinión pública, sino que, porque seguramente llegará una nueva oleada de inmigrantes irregulares que, al menos a lo largo del año 2023, la actual “premier” fue incapaz de contener.
Así que ambos han ideado medidas con las que tratar de contentar a su electorado, y ambas tienen en común el no tener coste presupuestario. En el caso de Meloni, reformar la Presidencia del Gobierno, en el sentido de asegurar una legislatura completa para quien gane las siguientes elecciones generales; en el caso de Salvini, recuperar el tema del “autonomismo”, que viene de los tiempos en que Umberto Bossi lideraba la Liga. Vayamos por partes.
No le falta razón a Meloni cuando afirma que no tiene sentido que tanto los presidentes de las regiones, así como los alcaldes, tengan asegurado un mandato de cinco años (mandato que aseguran con una mayoría clara o a través de una segunda vuelta o “ballotaggio”) y, en cambio, el presidente del Consejo de Ministros cambie cada año o dos años (en una misma legislatura, sobre la base de que esta dure cinco años, lo normal es que haya, al menos, tres Ejecutivos diferentes). Tampoco tiene sentido que el primer ministro no pueda cesar o nombrar a los componentes del Ejecutivo que encabeza, correspondiendo esta función al presidente de la República, aunque cierto es que, por lo general, el jefe del Estado sólo suele intervenir en tres o cuatro carteras fundamentales (Economía y Finanzas, Defensa, Interior y Justicia, y algunas más como Asuntos Exteriores dependiendo de las circunstancias) y en el resto de ministerios, con o sin cartera, da libertad a quien vaya presidir el Consejo de Ministros.
Pero lo que Meloni no quiere ver, o al menos no quiere reconocer públicamente, es que pasar de un mandato temporal a uno de legislar implica una reforma constitucional en toda regla, debilitando el poder de El Quirinal, sede de la Presidencia de la República. Con esta reforma, el jefe del Estado se encontraría con que ya no podría ni hacer “incarico” de Gobierno a una persona concreta; ni nombrar a los ministros; ni, finalmente, decidir si anticipar o no elecciones. En otras palabras, se pasaría de un sistema electoral proporcional a uno mayoritario, siguiendo el modelo francés, que asegura al presidente de la República (en este momento, Macron) cinco años consecutivos al frente del Palacio del Elíseo, decidiendo, a su vez, quién lidera el Gobierno (que no es otro que su primer ministro, en este momento Gabrielle Attal).
La reforma que intenta la romana Meloni es, en ese sentido, sencillamente inviable: Matteo Renzi ya intentó en diciembre de 2016 eliminar una de las dos cámaras legislativas (el Senado pasaba a ser “Cámara de las Regiones”) y la ciudadanía le “mandó a casa” con el 59% de votos en contra. Sólo falta a ello que el Partido Democrático (PD) agite la bandera del “neofascismo” (con lo que le ha costado a Meloni quitarse de encima esa etiqueta) que supuestamente la dirigente romana estaría intentando imponer, más contraponer la figura de la cada vez más debilitada dirigente con la popularcísima del siciliano Mattarella (que sería el perjudicado por la reforma), para que, en un eventual “referéndum”, Meloni acabara como Renzi: directa “a casa” y sin lograr su reforma “estrella”. Eso sí, al igual que sucedió con el ahora senador por Campania, puede lograr durante un tiempo el efecto de distraer al electorado, pero no más. Recordemos, en relación con ello, que una reforma de este tipo ha de hacerse con una mayoría parlamentaria de dos tercios, y, al no tenerla el centroderecha, iría a una consulta popular que sería el final del mandato de Meloni: en un país donde Alcide de Gasperi ideó el “bicameralismo perfecto” (dos cámaras con igual capacidad legislativa) como respuesta al fascismo mussoliniano, cualquier reforma encaminada a debilitar al presidente de la República muy difícilmente puede salir adelante.
A su vez, Salvini, tras ver cómo se hundía su ultranacionalismo (“Italia para los italianos”), ha retomado el camino del autonomismo. Un autonomismo que ya en su momento intentó imponer en su momento el fundador de la Liga, Umberto Bossi, ante el hecho de que sus anhelos secesionistas para la Italia septentrional eran, sencillamente, inviables. Así, el ahora viceprimer ministro ha logrado una primera aprobación en sede parlamentaria de la vía hacia el autonomismo, pero está por ver que realmente logre un Estado federal en lo que la Constitución afirma como “república unitaria”.
Además, la reforma de Salvini se ha quedado completamente desactualizada respecto a lo que Bossi pretendía en su momento. En efecto, Bossi hablaba de un “Roma ladrona” que supuestamente se llevaba el dinero del norte del país para subvencionar la zona más meridional, mucho menos industrializada y más pobre en conjunto. Pero la realidad es que, en este momento, la población está concentrada en la Italia septentrional, con una sola región (Lombardia) albergando el 26-27% del conjunto nacional (16 millones de casi 60). Y que también se encuentran muy pobladas otra región del norte (el Veneto) y una del centro-norte (Emilia-Romagna).
Así que, sabiendo que “autonomismo” equivale a “control de la fiscalidad”, ¿qué sentido tiene ese autonomismo? ¿Evitar que el Ministerio de Economía y Finanzas deje de recaudar un dinero que tiene por destino fundamentalmente la zona más septentrional? Porque, tengámoslo presente, hace tiempo que Cerdeña, Sicilia, Calabria, Basilicata o Apulia tienen a la mayor parte de su población, o trabajando en el norte del país, o incluso fuera del mismo (recordemos que sólo en el Reino Unido hay censados más de 700.000 italianos). Pero a Salvini le sucede lo mismo que a su compañera de coalición Meloni: ha de presentarse con algo ante sus votantes de cara a las elecciones europeas, y, a diferencia de otros tiempos, no puede atacar a un gobierno del que él es nada más y nada menos que viceprimer ministro y titular de Infraestructuras.
En realidad, Salvini tenía pensado llevar a cabo, como Meloni, su “medida estrella”: el puente sobre el estrecho de Messina, con el que conectar la Italia continental con la insular. Pero una obra de tal magnitud (de la que ya otros mandatarios transalpinos hablaron en su momento y no pudieron llevar a cabo), sólo con el encarecimiento de las materias primas que hay en este momento, resulta aún más irrealizable que las políticas de natalidad que Meloni quería poner en marcha. Así que ahora toca hablar de autonomismo y dar la sensación ante los votantes de que algo se está haciendo, aunque sea casi irrisorio en este momento.
Quedan aún cinco meses para las elecciones europeas y apenas hay rivales que puedan debilitar al centroderecha: el PD de Schlein sigue sin apenas subir en intención de voto, Cinco Estrellas no se sabe ni lo que es y Matteo Renzi, líder de Italia Viva, sigue con la popularidad muy a la baja, aunque ya en todos los sondeos su partido haya dejado de ser “extraparlamentario”. Pero no por ello estos comicios pueden suponer un debilitamiento muy importante de la figura de Meloni e igualmente de Salvini, ya que seguramente ni siquiera se acerque a la mitad de los votos logrados en los anteriores comicios para el Parlamento Europeo: eso sí, tiene garantizado un importante aumento de apoyo electoral en relaciones con las paupérrimas cifras obtenidas en septiembre de 2022. Así que los dos intentarán llevar el debate por los dos temas mencionados (“premierato” y autonomismo), pero veremos de sirve de mucho o de poco: el tiempo lo dirá.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor de la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y autor del libro “Italia, 2018-2023. De la esperanza a la desafección” (Madrid, Liber Factory, 2023).