Opinión

Retos y desafíos para el Gobierno italiano

photo_camera PHOTO/ARCHIVO - Giorgia Meloni, presidente de Italia

El Gobierno Meloni encara este otoño no sólo el inicio de su segundo año de vida (recordemos que se encuentra “in carica” desde el pasado 22 de octubre), sino que es ahora cuando le va a tocar afrontar las primeras dificultades reales. Hay que tener presente, en relación con ello, que este Ejecutivo fue el que sucedió al exitoso Gobierno Draghi (febrero de 2021-octubre de 2022), que logró a lo largo del año 2021 una tasa de crecimiento “récord” (nada más y nada menos que un 6.3%) y que, además, dejó marcada la hoja de ruta al gobierno que le sucedió, y que se sustanció en el llamado PNRR que, aprobado por las autoridades comunitarias, señalaba el camino a seguir no sólo para una completa recuperación de los devastadores efectos del “coronavirus”, sino también los objetivos a cumplir para que el país fuera cobrando, por tramos, los 209.000 millones de euros recibidos en el “Recovery Fund” o “Fondo de Reconstrucción Europeo” de julio de 2020.

Así, la joven política romana afrontó el inicio de su mandato con una amplísima mayoría parlamentaria (casi 120 senadores de 200 en la cámara alta) y con unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) que, además de realizados por el anterior ministro de Economía y Finanzas (Daniele Franco), eran expansivos en el gasto público, con lo que su tramitación resultó fácil y apenas hubo contestación a la misma.

A partir de ahí, los problemas han ido llegando uno tras otro y ya se conoce la primera consecuencia de ello: un crecimiento negativo o decrecimiento en el segundo trimestre del año (-0.3%) en una etapa que normalmente es de crecimiento. Con lo que el país vuelve a estar al borde de la llamada recesión “técnica”, que no es otra cosa que encadenar dos trimestres consecutivos en negativo: será en mes y medio cuando sepamos si estamos ante esta recesión o no.

A ello hay que añadir una guerra entre Ucrania y la Federación Rusa que, iniciada el 24 de febrero de 2022, parece no tener fin: desde la retirada de los rusos a la remota zona del Donbass, no se aprecian avances sustanciales por ninguna de las dos partes. Y la dependencia de la energía rusa, aunque cada vez menor, sigue golpeando las economías de la Unión Europea, a lo que se añade un problema que viene de antes: el encarecimiento de las materias primas, que también contribuye a subir los precios.

En todo caso, lo que resulta cada vez más preocupante es el aumento constante del coste de la vida, no dando con la “tecla” ni el presidente de la Reserva Federal Estadounidense (Jerome Powell) ni la presidenta del Banco Central Europeo (Christine Lagarde): por más que suben los tipos de interés (en el caso de la moneda única europea, a punto de ponerse en el 4.50%), la inflación, y muy en particular la subyacente, sigue en cifras “récord”.
 
Como es sabido, el actual Ejecutivo italiano, que no es ni de centroderecha (por la debilidad de Forza Italia, la única formación realmente en esa parte del arco parlamentario) ni ultraderechista o post-fascista (por más que algunos se empeñen, olvidando que los post-fascistas, representados por el Movimiento Social Italiano (MSI), desaparecieron del Parlamento transalpino entre 1992 y 1994), tiene que moverse en un mundo comunitario donde su debilidad es mucho mayor que a nivel nacional. Porque el principal partido de la actual coalición de gobierno, que es el de Meloni, pertenece a una “familia” euroescéptica (“Reformistas y Conservadores”) que, durante años tuvo fuerza real (sobre todo mientras los “tories” británicos estuvieron dentro de ella), pero que ahora es un grupo menor en relación a populares, socialistas, liberales e incluso “verdes”. Todo ello se evidencia en la manera en que Meloni es ignorada por los principales países de la Unión Europea, con una Alemania y un Francia que ya le han hecho el “vacío” en más de una ocasión.
 
En ese sentido, el principal motivo de conflicto es que vuelve a reactivarse el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con sus célebres reglas del 60% de deuda sobre Producto Interior Bruto y su 3% de déficit en cada ejercicio presupuestario. Parece claro que no se va a volver a los años de la dura austeridad en el gasto público, pero que también se han acabado los presupuestos expansivos en el gasto público. Por suerte para el Gobierno Meloni, los países de centro y norte de la Unión, conocidos por su ortodoxia en el citado gasto público, tampoco pueden exigir más de la cuenta, toda vez que la “locomotora alemana”, como consecuencia de problemas de competitividad en su industria, se encuentra en este momento en bajas tasas de crecimiento. Y estos países, sin Alemania plena de fortaleza, tienden en situaciones así a reducir su nivel de exigencia.
 
Ello no oculta la realidad ya conocida: la abultadísima deuda pública, que, con la actualización de los datos (recordemos que la subida del coste de la vida hace bajar la deuda nacional porque el Estado recauda más en concepto de impuestos), se situó en el 143.5%. Lo que supone que, en este momento, cada italiano (en un país, por cierto, sumido en pleno “invierno demográfico”), no nace “con un pan bajo el brazo”, sino que debe asumir una deuda creada por generaciones anteriores que asciende a nada más y nada menos que 47.405 euros, frente a los 30.690 de un alemán o los 31.900 de un español. Solo sufre una realidad parecida la vecina Francia (44.270), con la diferencia de que la economía francesa es un 40% mayor que la italiana, a pesar de tener solo diez millones más de habitantes.
 
Dentro de unas semanas conoceremos, primero, el Documento de Planificación Económica y Financiera (DEF), donde se marcan los objetivos de deuda y déficit, y para octubre ya estará listo el borrador o anteproyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE). La pregunta es, con un año constante de subida de tipos de interés, cuánto dinero va a tener que destinar el Gobierno Meloni a pagar intereses de la deuda: Matteo Renzi, presidente del Consejo de ministros entre febrero de 2014 y diciembre de 2016, recuerda que en su último ejercicio presupuestario (el aplicado en 2017), con un 131.5% de deuda sobre PIB (Producto Interior Bruto) y tipos de interés en torno al 0.5%, había de dedicar nada más y nada menos que 77.000 millones solo a pagar dichos intereses. A partir de ahí, deduzcamos a cuánto puede ascender esta cantidad con casi trece puntos más de deuda y unos tipos de interés que llevan más de seis meses entre el 2 y el 4%.
 
En relación con ello, hay que recordar que el Ejecutivo presidido por la política romana tiene en su área económica uno de sus principales puntos de debilidad: por primera vez en décadas, y con la excepción de los gobiernos “giallo-rosso” (donde el historiador Gualteri asumió esta cartera) al frente de Economía y Finanzas no se encuentra un economista de relumbrón (como Sacomagni, Padoan o Franco), sino un político nato como Giancarlo Giorghetti, la “mente pensante” de la Lega de Salvini. Y es que Meloni logró traerse para Roma a quien era su candidato real, el prestigioso economista Fabio Panetta, pero el que hasta entonces había sido miembro del “board” del Banco Central Europeo (BCE) no vino para trabajar a las órdenes de Meloni, sino para sustituir a Ignazio Visco como Gobernador de Banco de Italia. Lo que llevó a lo que se conoce, en lenguaje popular, a “desvestir un santo” para “vestir a otro”.
 
Eso sí, Meloni tiene la fortuna de que la Comisión Europea, que es quien debe autorizar los nuevos presupuestos, está más débil que nunca: al haber elecciones al Parlamento europeo en junio de 2024, la presidenta de esta (la alemana Von der Leyen) se encuentra cada vez menos asistida, toda vez que uno de los vicepresidentes (Frans Timmermans, de la familia socialista) ha anunciado que será candidato a las elecciones que se celebrarán este otoño en Países Bajos, mientras la otra vicepresidenta de relumbrón (la liberal Margret Vestagher) está metida de lleno en hacerse con la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI).
 
La realidad es que los estados más endeudados (Grecia, con un 168.3%; Italia, con un 143.5%; Portugal, con un 113.8%; España, con un 113.5%; y Francia, con un 112.4%) se comprometieron, en la renegociación del Pacto de Estabilidad que tuvo lugar hace unos meses, a reducir la deuda en los años inmediatamente venideros. Y, además, Meloni sabe que, si quiere seguir recibiendo dinero del “Recovery Fund”, debe cumplir con las normas establecidas. Su problema es que el principal aliado de coalición, el VicePrimer ministro y titular de Infraestructuras Matteo Salvini, es un furibundo antieuropeísta: para el recuerdo queda su año de conflictos constantes con el expresidente de la Comisión Jean-Claude Juncker. También apoya el actual Ejecutivo el otro VicePrimer ministro y titular de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, exparlamenterio europeo, excomisario europeo y finalmente expresidente de la eurocámara. Tajani es persona muy querida en círculos comunitarios, pero aporta casi la mitad de los parlamentarios que Salvini a la “maggioranza”, con lo que Meloni al final tiende a inclinarse en un Salvini que le asegura la mayoría prácticamente absoluta.
 
Lo cierto es que una economía (la tercera de la eurozona) que creció en 2022 un 3.7% se vuelve a asomar al abismo de la recesión. Meloni ya ha dejado caer que habrá reducción del gasto tanto en jóvenes como en Cultura, pero ¿qué hacer para que el malestar no vuelva a instalarse en la política transalpina tras años de bastante tranquilidad? La respuesta a ello, en semanas venideras. -
 
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor de la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y autor del libro Historia de la Italia republicana, 1946-2021 (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).