Francia rechaza dar plenos poderes a Macron

AFP/PHILIPPE WOJAZER - El presidente de Francia, Emmanuel Macron

El peculiar extremista de izquierda e “insumiso” Jean-Luc Mélenchon no podrá exigir el puesto del primer ministro, cuyo derecho se había arrogado antes de la segunda y definitiva vuelta de las elecciones legislativas francesas. Su coalición Nueva Unión Popular Ecológica y Social, con 142 escaños, de ellos 79 de La Francia Insumisa (LFI), se sitúa como primera fuerza de oposición, pero lejos de los 246 escaños obtenidos por la coalición Juntos, de apoyo al presidente Macron, que cosecha 246, lejos de la mayoría absoluta de que disfrutó en la pasada legislatura, pero aún la primera fuerza política en la Asamblea Nacional. De esos 246 diputados de Juntos, 170 pertenecen a La República en Marcha (LRM), muchos menos de los 262 de que LRM disponía en la legislatura recién finiquitada.

Con el lenguaje dramático que le caracteriza, Mélenchon  calificó tales resultados como “una derrota total del partido presidencial”. Son los excesos verbales de noche electoral, aunque sí es verdad que la situación presenta rasgos inéditos, tanto que podría producirse una parálisis que condujera a tener que volver a las urnas en menos de un año.

La razón es que Macron, tras su holgado triunfo en las presidenciales, consideraba llegado el momento de reforzar con una fuerte mayoría en la Asamblea Nacional toda la batería de medidas, más que necesarias, imprescindibles, para modernizar al país y sacudirse la presión de extremas izquierdas, sindicatos y colectivos de todo tipo, que han boicoteado sistemáticamente cualquier intento de modificación del rígido sistema de protección y garantías de Francia. De hecho, la medida estrella de Macron, el retraso de la jubilación ¡a los 65 años! seguramente tampoco podrá abordarse en esta legislatura.

Macron había solicitado para esa y las demás reformas una mayoría holgada de respaldo, una suerte de plenos poderes que los ciudadanos evidentemente ahora le han negado, lo que hace prácticamente imposible plantearlas con alguna posibilidad de éxito de sacarlas adelante. La propia primera ministra, Elizabeth Borne, calificaba la situación como inédita, “lo que constituye un riesgo para nuestro país”. Prometió que desde hoy mismo, el macronismo intentará construir “una mayoría de acción, ya que no hay alternativa a garantizar a nuestro país la estabilidad y poder continuar con las reformas necesarias”.

Para ello, Macron solo parece que pueda contar apenas con los 64 diputados que la derecha tradicional, ahora denominada Los Republicanos (LR), han logrado mantener, lejos del centenar de que dispuso en la legislatura saliente, pero suficientes para, caso de sumarlos a los 246 del macronismo, conformar una mayoría absoluta sobre los 577 diputados de la Asamblea Nacional.

No obstante, LR también se ha posicionado desde la noche electoral en la oposición, por lo que es de suponer que venderá caros sus presuntos apoyos puntuales. Apoyos que pueden no ser suficientes en el caso de las grandes reformas, por ejemplo la de la reforma de la edad de jubilación y la simplificación de categorías personales y sociales de acceso a la misma. Estas tienen tanto calado en el tejido social, que no bastaría la alianza entre macronistas y republicanos.

La revancha de Le Pen

Si hay que resaltar un vencedor neto de estas legislativas francesas, parece indiscutible que lo ha sido el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, que reclama para su grupo el liderazgo de la oposición. En efecto, como partido, sus 89 escaños sobrepasan a los 79 de LFI de Mélenchon y a los 64 de LR.

Para Le Pen este resultado le confiere sabor de revancha. Dado el sistema electoral francés, mayoritario a dos vueltas, el RN ni siquiera podía lograr en el pasado los 15 escaños necesarios para formar grupo parlamentario, lo que suponía una evidente disfunción entre el abultado número de votos que los lepenistas conseguían en las urnas y la escueta representación que obtenían en el hemiciclo. Esta vez es distinto, y Le Pen no solo se ha sobrepuesto a un sistema electoral que le castigaba especialmente, sino que ha laminado de paso a los competidores de Reconquista, el partido de Éric Zemmour, que le disputaban el espacio ultranacionalista.

Le Pen ha prometido una oposición dura, al menos tanta desde el otro extremo como la de las huestes de Mélenchon. Ninguno de los dos parece dejar hueco o margen para el pacto con el macronismo, de ahí el riesgo de parálisis que se evocaba tanto en el Palacio del Elíseo como en el de Matignon, éste sede del primer ministro.

Estas elecciones nos han traído también una versión actualizada de que la poltrona política es para quién se la trabaja. Macron había advertido a sus ministros y secretarios de Estado que aquellos que no ganaran su escaño tendrían que abandonar el Gobierno. La mayoría ha cumplido, a comenzar por la primera ministra, Elisabeth Borne. Algunos, como Olivier Véran, ministro para las Relaciones con el Parlamento; Olivier Dussopt, de Trabajo, o Clément Beaune, ministro para Europa, han ganado a sus contrincantes por márgenes muy estrechos.

Por el contrario, no han conservado su escaño y por tanto no podrán seguir sentados a la mesa del Consejo de Ministros, la ministra de Sanidad, Brigitte Bourguignon; la de Transición Ecológica, Amélie de Montchalin, y la secretaria de Estado del Mar, Justine Benin. También han sufrido severas derrotas otros dos pesos pesados del macronismo, Christophe Castaner, presidente del grupo parlamentario LRM en la Asamblea Nacional, y Richard Ferrand, presidente hasta ahora de la Cámara Baja de Francia.