Guerras del futuro y del presente

El combate de las nuevas aplicaciones civiles, el uso masivo de enjambres de vehículos aéreos no tripulados (drones) y la catarata de información de los combatientes, con la irrupción de la Inteligencia Artificial, dibujan un cambio radical en el arte de la guerra.
Es la principal conclusión global que han extraído los numerosos participantes en el XXXVII Seminario Internacional de Seguridad y Defensa que, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos (APE), se ha celebrado en Toledo. Conclusión, cuya principal derivada es que las guerras del futuro, en realidad ya del presente, serán más largas y sangrientas y cuya característica esencial serán los intercambios cruzados a distancia entre los contendientes.
Señalaba el general Carlos Javier Frías, director de la Escuela de Guerra y Liderazgo del Ejército de Tierra, que la utilización por Ucrania de soluciones de IA cambia radicalmente los escenarios de combate. Para empezar, la adaptación de técnicas utilizadas en la vida civil para que los ciudadanos comunicaran a su ayuntamiento, por ejemplo, la existencia de un socavón o de una avería en un semáforo para que fueran reparados de inmediato, trasladadas a información militar de todo tipo, convierte también de inmediato a todos los ciudadanos ucranianos en valiosísimas “unidades de información”, que permiten así saber en todo momento los movimientos del enemigo y eliminar el siempre temido factor sorpresa.
Valga, a título de comparación, que el general Wellington ignoraba lo que Napoleón tramaba al otro lado de la montaña de Waterloo antes de la batalla final (1815), una incógnita que hoy ya no tendría sentido, por cuanto satélites y drones facilitan al instante esos datos. Esa avalancha de información convierte en imposible aquello que apasionaba tanto a los protagonistas como a los espectadores de cualquier conflicto: la técnica del engaño.

El nuevo escenario lleva obviamente a preguntarse quién resultaría vencedor en las guerras del futuro, caracterizadas por esos intercambios de largo alcance. La respuesta predictiva estaría en que el triunfo estaría del lado del que tuviera mayor capacidad industrial militar constante y mayor población para soportar la sangría que supondrían esos enfrentamientos prolongados. Y, hoy en día, la potencia de mayores capacidades virtuales en ese campo es China.
No menos importante es la irrupción de las nuevas tecnologías aplicadas a la guerra, y que convierten todo en mucho más letal, según el general Fernando Luis Morón Ruiz, director de Investigación, Doctrina Orgánica y Materiales. Para este militar, uno de los grandes cambios lo constituyen los ciberataques, a través de los cuales se ha convertido a la mente humana, y su correspondiente manipulación, en espacio de confrontación. Para quienes consideraron, prácticamente hasta ayer mismo, que el subconsciente y la parte emocional del ser humano eran casi inexpugnables, habrán de admitir ya la evidencia constatada de que son mucho más manipulables de lo que pensaban.
Todo ello habría de llevar a los ejércitos occidentales a colmar su desventaja, por cuanto en su cultura de guerra siempre precisan de que sufran un ataque armado, digno de tal nombre, para ejercer su poder de represalia. Hoy, es cada vez más habitual que los agresores se muevan en la denominada “zona gris”, donde la guerra híbrida, que combina acciones claramente de guerra con otras de terrorismo sofisticado, o no estrictamente clasificadas, hasta el punto de hacer extremadamente difícil identificar a los agresores.
La guerra cognitiva es, pues, el más nuevo de los dominios de confrontación, lo que exige, entre muchas otras medidas, el desarrollo de técnicas de resiliencia, tanto para los dirigentes políticos como para la ciudadanía en general, para resistir los ataques a la cognición de la población. Curioso es, sin embargo, que este nuevo escenario de guerra ya estuviera previsto de algún modo en la Constitución de la UNESCO de 1946, que Miguel Ángel Aguilar, secretario general de la APE, se encargó de refrescar a los asistentes: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Como también era de esperar, Europa y la OTAN ocuparon gran parte de las sesiones y de los intercambios dialécticos del seminario. A este respecto, cabe resaltar el encomiable y persistente esfuerzo del excomisario europeo, Margaritis Schinas, en tratar de borrar el enquistado sentimiento nacional-emocional de que problemas tan acuciantes para la seguridad de la Unión Europea como el Sahel, Libia o el Sahara, no son estrictamente de Francia, Italia o España, atendiendo a su pasado dominio colonial en tales territorios, sino que son problemas europeos, de toda la UE. Y que, si persiste la ausencia de soluciones estables que fijen poblaciones y alienten su desarrollo, la primera consecuencia, entre muchas otras, será una fuerte emigración desestabilizadora saheliana hacia Canarias, Italia o Grecia, con evidentes repercusiones en el resto del ámbito comunitario.
En los debates quedaron también al descubierto algunas evidencias, que hacen frotarse las manos a los enemigos de una Europa unida, fuerte y con peso global. La principal es la ausencia de una diplomacia real comunitaria, que actúa por vetos cruzados, debilidad que conduce a que, por ejemplo, el presidente norteamericano, Donald Trump, mantenga a Europa apartada de las grandes decisiones internacionales en los conflictos en curso.

“¿Tenemos capital humano en los centros europeos de poder para poder tomar las decisiones que se imponen?”, se preguntaba Dan Smith, director del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Pregunta retórica que tenía la respuesta implícita de que los líderes de la OTAN no se comportan como tales. Y que los de la Unión Europea, que debaten a solas en sus reuniones y son capaces de llegar a importantes acuerdos, en cuanto abandonan la sala de reuniones, no se apean de su manida costumbre de “nacionalizar” para sí los éxitos conjuntos, y culpar a la propia UE de los fracasos conjuntos.
Esto resulta en que es imposible encontrar en los Veintisiete alguien dispuesto a morir por la patria Europa. Bien es verdad que esto se supera en España cuando, según el Instituto Gallup, un 53 % de los españoles declaran su indisposición a luchar por el país en caso de guerra.
Una realidad que contrasta con esgrimir grandes conceptos como el de la autonomía estratégica, que debería plasmarse en un modelo europeo de industria de la Defensa, del mismo modo que tuvimos el modelo de industria automovilística europea de los años cincuenta del siglo pasado, que propició notablemente la economía de los países y el bienestar y prosperidad de sus ciudadanos.
La coincidencia de este seminario de Toledo con la cumbre de la OTAN en La Haya propició los debates a propósito de la presunta excepción española a la firma del documento conjunto de aceptación de una inversión en Defensa de cada país del 5% de su PIB en los próximos diez años. Para María Dolores de Cospedal, vicepresidente del Real Instituto Elcano, “las palabras (en alusión al lío argumental de Pedro Sánchez) se las lleva el viento, y lo que está escrito y firmado, escrito queda”.
Así, asentimiento general a que, si Europa quiere ser actor principal en el concierto internacional, habrá de demostrar que puede defenderse por sí misma. Axioma que ya esgrimía el que fuera presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker: “Sabemos el diagnóstico y las consiguientes soluciones… pero resulta que luego tenemos que ganar elecciones”.