
“Nadie está por encima de la ley” es una proclama que enarbolan prácticamente todos los sistemas judiciales de los países que se rigen por verdaderas democracias. Lo acaba de reiterar también el ministro de Justicia de Estados Unidos, Merrick Garland, tras concluir las audiencias públicas de la Comisión de Investigación del Congreso sobre el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.
Pese a todas las trabas y dificultades puestas por un Partido Republicano casi fagocitado por el expresidente Donald Trump, la “Comisión del 6 de enero” ha escuchado testimonios muy concluyentes sobre su responsabilidad en lo que, sin ambages, fue un intento de golpe de Estado en el único gran país del mundo que presume de no haber sufrido ninguno en sus casi dos siglos y medio de historia.
La última declaración registrada en la citada comisión, retransmitida en directo a toda la nación en horario de máxima audiencia, ha correspondido a su presidente, Bennie Thompson, cuyas conclusiones constituyen un acta de acusación determinante. “El presidente ha abierto la vía al desorden y a la corrupción, todos los responsables del ataque [al Capitolio] deberán responder ante la Justicia por sus actos”, y entre tales responsables Donald Trump se perfila como el principal impulsor.
Thompson concluyó su alegato exigiendo que aquellos actos “tengan consecuencias severas, porque si no fuera así mucho me temo que nuestra democracia no se repondrá”.
De los muchos testigos que han desfilado por la comisión y han ofrecido su testimonio, ha habido práctica unanimidad en señalar a Trump como el instigador de las masas, que después de haberlas azuzado para asaltar el Capitolio se limitó a seguir los acontecimientos a través de la televisión instalada en su comedor privado. La diputada Elaine Luria denuncia la impasibilidad del entonces presidente, “que desoía no solo a sus consejeros, sino también a los miembros de su familia que le suplicaban interviniera, y que si actuó así fue a causa de su propio egoísmo de mantenerse en el poder”. Tanto es así que tuvo un acceso de cólera cuando su entonces vicepresidente, Mike Pence, al que calificó de traidor, desoyó su orden de que boicoteara la ratificación parlamentaria de la victoria electoral de Joe Biden.
La misma diputada Elaine Luria reiteró varias veces que ningún cuerpo de seguridad, ni la Policía Federal, ni la local de Washington, ni la guardia nacional fueron llamados en momento alguno para impartirles órdenes de que fueran en ayuda de sus sitiados policías en el Capitolio.
Uno de los consejeros que fueron más constantes en exigir al presidente una declaración pública fue el encargado de los asuntos jurídicos, Pat Cipollone, que se reafirmó ante la comisión en “la clara necesidad que había en aquella situación de una declaración inmediata y clara conminando a aquellas gentes a abandonar el Capitolio”. Una acusación en la que también insistió Adam Kinzinger, uno de los dos únicos diputados republicanos que aceptaron comparecer ante la comisión y fueron repudiados después por su partido: “Que el presidente no actuara durante 187 minutos no fue un error –dijo Kinzinger-, no actuar fue un acto consciente y deliberado”.
La comisión cierra ahora sus audiencias públicas para trabajar en la redacción final de su informe, que estará concluido previsiblemente en otoño, en principio antes de que se celebren las elecciones legislativas parciales denominadas de medio mandato, y cuyos sondeos pronostican por ahora la derrota del Partido Demócrata.
Por su parte, a Donald Trump, que no ha cesado en sus ataques declarativos a la citada comisión parlamentaria, y que ya ha anunciado su intención de volver a presentarse a las elecciones presidenciales de 2024, parece que sólo podría detenerle en ese empeño el que compareciera ante un tribunal, acusado cuando menos del delito de intentar subvertir el orden constitucional. Parece difícil que eso no ocurra, salvo claro está que con él no se respete la divisa de que nadie está por encima de la ley. En cuyo caso, asimismo, la admirada democracia americana saldría seriamente tocada, como poco, tal y como vaticina Bennie Thompson.