Somos los siguientes

REUTERS/Ilan Rosenberg - Vista aérea muestra los cuerpos de las víctimas de un ataque tras una infiltración masiva de pistoleros de Hamás desde la Franja de Gaza, yacen en el suelo en el Kibbutz Kfar Aza, en el sur de Israel, el 10 de octubre de 2023
REUTERS/Ilan Rosenberg - Vista aérea muestra los cuerpos de las víctimas de un ataque tras una infiltración masiva de pistoleros de Hamás desde la Franja de Gaza, yacen en el suelo en el Kibbutz Kfar Aza, en el sur de Israel, el 10 de octubre de 2023

Cuando la decapitación de unos bebés provoca indiferencia es la señal de la degradación moral de una sociedad. Cuando, en pleno siglo XXI, y con miles de libros de Historia, documentales, relatos y películas a disposición del público, hay adultos que todavía defienden lo indefendible, es como para hacérselo mirar. Más allá de la crueldad de los ataques y el número de víctimas, lo que, en verdad, debería estar en el centro del debate público y político es la deriva de una civilización, la occidental, tan acomodada como acobardada. Resulta insólito e incomprensible que los países europeos sigan produciendo oleadas de analfabetos que defienden el comunismo, al carnicero del Che Guevara, Venezuela y que sienten nostalgia por el Muro de Berlín y un régimen que sólo produjo corrupción, ruina, miseria y cien millones de muertos.

Cuando un adulto europeo totalmente libre es incapaz de hacer la diferencia entre libertad y tiranía, entre justicia y dictadura, entre principios e imposiciones, es nuestra obligación asumir responsabilidades por la decadencia de nuestro sistema educativo y la ausencia de brújula moral. Los políticos representan la excusa perfecta para ahogar nuestras deficiencias éticas porque, en primera y última instancias, es el ciudadano el que elige, vota, permite y exige, o no, un mínimo de calidad y honestidad. Cuando la integridad y los principios brillan por su ausencia, cabe esperar un mínimo de dignidad, algo que no nos devuelva, por iniciativa propia, a la condición de bestias. Pero, eso, la decencia y dignidad no existen entre nosotros, ya no, ni se les espera.

Cuando la Unión Europea, que no es otra cosa que el resultado de la voluntad de unos países de prosperar en paz termina vendiendo su nombre y reputación por miedo y pereza, se encuentra con el enemigo dentro, la sociedad dividida, arruinada y desorientada. Cuando algunos tratan, en el mejor de los casos, de comparar Israel y los sanguinarios terroristas, y en el peor, defienden a estos últimos, el discurso supone renunciar a todo aquello por lo que tanto se luchó y tanta sangre se vertió. La libertad es el recurso más caro porque escasea, mucho más que cualquier materia prima, y porque defenderla implica el uso de recursos ilimitados, pero, por encima de todo, profundas convicciones, que es justo lo que falta en el seno de Occidente.

Está ya todo inventado, pero hay muchos que todavía no se han enterado. Los hay que todavía están convencidos de que Israel robó una tierra y, desde entonces, oprime a los propietarios originales. Los hay que defienden el odio y el derecho a matar judíos, que justifican la persecución y estigmatización del judío. Los hay que hablan de defender a las mujeres sin alterarse por la esclavitud a la que están sometidas más de seiscientos millones de ellas.

Los hay que hablan de progreso y justicia mientras votan a socialistas y comunistas, que son lo mismo con más o menos duchas y mejores o peores indumentarias. Los hay que niegan a Israel el derecho a existir, tal cual, que no creen que sea un país democrático y a los que, en una suprema demostración de ignorancia, llaman genocidas a los que sufrieron el Holocausto.

Más bochornosa es la posición de los ilustrados europeos, los que sí conocen la Historia, los que han estudiado los estragos de la hoz y el martillo, los que saben que no hay nada bueno que rascar en la indigencia intelectual de Marx y que, pese a todo, están bien instalados en su abundancia material y doblan el espinazo porque han sucumbido al miedo. Miedo al insulto por la calle, miedo a que les llamen fascistas, o nazis, miedo a un atentado, miedo que termina por convencerles de que hay que negociar, pagar y cerrar los ojos ante los excesos de la escoria de la humanidad, terroristas, violadores y asesinos de hombres, mujeres y niños.

Europa está hoy como el Imperio Romano antes de caer, con los bárbaros a las puertas, cansados de trabajar y defender nuestro estilo de vida a cambio de unos billetes. Esos bárbaros que no comen cerdo ni beben alcohol, al menos no oficialmente, que consideran que hay que ejecutar a todo el que no se convierta al islam, que todo lo hacen en nombre de un Dios cuyo profeta aún no existía cuando ya había judíos en Palestina, son los que cobran nuestras subvenciones, los que nos acusan de racismo después de cometer un crimen, los que intentan importar sus tradiciones e imponerlas por la fuerza o con la anuencia de los traidores. Ellos son los vencedores y nosotros hemos perdido porque no nos respetamos a nosotros mismos, no nos orgullecemos de nuestro pasado, de lo construido, y porque hemos olvidado que hay que pelear para conservar lo mejor que tenemos.

La izquierda política es el Mal en todos los sentidos. Lo sabemos, lo hemos aprendido, pero hemos decidido olvidar, hasta que un día, las violadas y los decapitados no se llamen, Sara, Erez o Gal, sino María, Rocío y Fernando.

Somos unos cobardes, votamos mal, no defendemos a nuestros amigos, nos rendimos sin presentar batalla y nos conmocionamos con Jenni Hermoso. Lo tenemos todo, tecnología, dinero y libertad, pero preferimos la oscuridad, la comodidad del silencio o el ruido de las minorías exaltadas. Sólo tenemos agallas para insultar al televisor o quemar la camiseta de un club de fútbol rival, y pensamos que somos modernos, y que nuestras vidas valen la pena siempre y cuando haya cerveza fría, una playa, un programa de televisión espantoso y una paguita a fin de mes.

En el fondo, poco nos pasa para lo que merecemos. Israel pelea a diario por su supervivencia, desde tiempos inmemoriales, cuando ni siquiera había patrias o fronteras. Ellos saben que no pueden perder porque desaparecerían. Nosotros aún no nos hemos enterado de que, después de los judíos, seremos los siguientes. Esto no puede pasar aquí, repiten los idiotas de cabecera, como no podía suceder el 11 de marzo, como no podía llegar y quedarse el traidor de la Moncloa, como un tipo como Hitler no podía alcanzar el poder en la Alemania de los años treinta, el país por entonces más culto del mundo.

Cuando nos enteremos de que somos los judíos modernos, ya será tarde.

Pedro Lasuén, periodista y escritor, es autor de las novelas “Tal vez” y “Quizás” (Ed. Mascarón de Proa), en cuya ficción vuelca su conocimiento del mundo de las mafias y los servicios secretos.