Una vía para la paz: relaciones justas entre naciones (I)

El 27 de junio de 2012, tuvo lugar un acontecimiento histórico en el Capitolio de Washington, D.C. cuando Su Santidad Hazrat Mirza Masrur Ahmad, el Quinto Jalifa, Sucesor del Mesías Prometido (lpD) y Líder de la Comunidad Musulmana Ahmadía, se dirigió a destacados congresistas: senadores, embajadores, personal de la Casa Blanca y del Departamento de Estado, líderes de ONGs, líderes religiosos, profesores, asesores políticos, burócratas, miembros del Cuerpo Diplomático, representantes de grupos de expertos y del Pentágono y periodistas de los medios de comunicación.
La reunión, la primera de su tipo, brindó la oportunidad a algunos de los líderes más influyentes de Estados Unidos, incluida la Honorable Nancy Pelosi, líder demócrata de la Cámara de Representantes, de escuchar de primera mano el mensaje del Islam sobre la paz mundial. Después del evento, Su Santidad realizó un recorrido por el edificio del Capitolio, antes de ser acompañado a la Cámara de Representantes, donde se presentó una Resolución en honor de su visita a los Estados Unidos.
Texto del discurso
Bismil’lahir-Rahmanir-Rahim—En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso.
A todos los distinguidos invitados—Assalamu ‘alaikum wa rahmatul’lahi wa barakatuhu—que la paz y las bendiciones de Dios sean con todos ustedes.
Me gustaría ante todo aprovechar esta oportunidad para agradecerles que hayan sacrificado su tiempo para acudir y escuchar lo que tengo que decirles. Se me ha pedido que hable sobre un tema que es extenso, amplio y que abarca tantos aspectos, que no es posible tratarlo en su totalidad en el escaso tiempo que tengo a mi disposición. El tema que se me ha pedido comentar es el referente al establecimiento de la paz mundial, que, sin lugar a dudas es el asunto más crucial y urgente que el mundo precisa en la actualidad. Debido a la escasez de tiempo, expondré solamente el punto de vista islámico sobre el establecimiento de la paz mediante relaciones justas y equitativas entre las naciones.
Lo cierto es que la paz y la justicia son inseparables; no se puede conseguir una sin la otra. Este es un principio que entiende toda persona sensata e inteligente y, excluyendo a quienes están decididos a crear el desorden en el mundo, no hay nadie que pueda afirmar que exista alguna sociedad, país, o incluso el mundo entero, donde reinando la justicia y el trato equitativo, tenga lugar el desorden o la falta de paz.
Sin embargo vemos como en muchas partes del mundo impera efectivamente el desorden y la ausencia de paz. Este desorden es a la vez interno, es decir que tiene lugar dentro de los países, como externo, en términos de relaciones entre distintas naciones, y tiene lugar a pesar de que todos los gobiernos reivindican que sus políticas están basadas en la justicia, y que el establecimiento de la paz es su objetivo prioritario. Sin embargo, hay pocas dudas de que la inquietud y la ansiedad en el mundo no hacen sino aumentar, y que el desorden no hace más que extenderse. Esta situación indica claramente que, en algún punto del proceso, se incumplen las exigencias de la justicia. De ahí que haya una necesidad imperiosa de poner fin a la desigualdad, dondequiera y cuandoquiera que esta exista. Por este motivo, como líder mundial de la Comunidad Ahmadía Musulmana, me gustaría hacer algunas observaciones sobre la necesidad y la manera de lograr la paz basada en la justicia.
La Comunidad Musulmana Ahmadía es una comunidad puramente religiosa, y sostenemos la firme convicción que ya ha llegado el Mesías y Reformador destinado a aparecer en esta época para ilustrar al mundo el esplendor de las verdaderas enseñanzas del Islam. Nosotros creemos que el Fundador de nuestra Comunidad, Hazrat Mirza Ghulam Ahmad de Qadián (lpD) es el Mesías Prometido y Reformador y, por consiguiente, le hemos aceptado. Él inculcó a sus seguidores que difundieramos las verdaderas enseñanzas del Islam basadas en el Sagrado Corán. Por tanto, todo cuanto yo diga en relación con el establecimiento de la paz y la promoción de unas relaciones internacionales justas estará basado en las enseñanzas del Sagrado Corán.
Todos ustedes expresan de manera regular sus opiniones y, de hecho, hacen grandes esfuerzos para establecer la paz mundial. Sus mentes creativas y perspicaces les permiten presentar grandes ideas, planes e incluso nuevas visiones de como consolidar la paz. Es por ello por lo que no me atañe hablar de este asunto desde una perspectiva mundana o política; el foco de mi atención se centrará en cómo establecer la paz en base a la religión. Para este propósito debo, como ya he dicho, presentar algunas directrices de gran importancia recogidas de las enseñanzas del Sagrado Corán.
Es importante que recordemos que el conocimiento y el intelecto humano no son perfectos, sino limitados, y a la hora de tomar decisiones o forjar pensamientos, hay, a menudo, factores que interfieren con la mente humana, nublan el juicio y conducen a las personas a intentar conseguir lo que consideran sus propios derechos. En última instancia, esto puede culminar en resultados y decisiones injustas. Por el contrario, la Ley de Dios es perfecta, en ella no existen intereses personales ni disposiciones desleales, porque Dios solamente desea el bien y la mejora de Su Creación y por tanto Su Ley está basada íntegramente en la justicia. El día en que las personas reconozcan y entiendan este punto esncial será el día en que se establezca el fundamento de la paz. De lo contrario, los esfuerzos para establecer la paz, por incesantes que sean, seguirán sin proporcionar resultados.
Tras el final de la I Guerra Mundial, los líderes de algunos países deseaban que en el futuro todas las naciones mantuvieran relaciones buenas y pacíficas y, en el esfuerzo de buscar la paz mundial, se creó la Liga de las Naciones, cuyo objetivo principal era mantener la paz y prevenir nuevas guerras. Desafortunadamente, las normas de la Liga de las Naciones y sus resoluciones contenían fallos y carencias que impidieron la protección equitativa de los derechos de todas las personas y naciones. Como consecuencia de estas desigualdades, la paz duradera no pudo prevalecer, los esfuerzos de la Liga fracasaron, y culminaron de manera directa en la II Guerra Mundial.
Todos somos conscientes de la destrucción y devastación sin paralelo que la acompañaron. Unos 75 millones de personas, la mayoría civiles, perdieron sus vidas en conjunto. Esa guerra debería haber bastado para abrir los ojos del mundo, debería haber sido el desencadenante para el desarrollo de políticas sensatas que concedieran a todos sus derechos legítimos, basados en la justicia, y capaces de crear una vía para establecer la paz en el mundo. Los gobernantes del mundo de aquel momento, con el mismo deseo de establecer la paz, fundaron las Naciones Unidas. Sin embargo, pronto se hizo evidente que el objetivo noble y general que sustentaban las Naciones Unidas tampoco podía cumplirse. Tanto es así que hoy en día hay gobiernos que declaran abiertamente su fracaso.
¿Qué tiene que decir el Islam sobre las relaciones internacionales basadas en la justicia y, por tanto, como medio para establecer la paz? En el Sagrado Corán, Dios Todopoderoso explica claramente que nuestras nacionalidades y orígenes étnicos, pese a que actúan como medios de identidad, no avalan ni validan ningún tipo de superioridad.
Así, el Sagrado Corán deja claro que todas las personas nacen iguales. El Santo Profeta Muhammad (lpbD) en su último sermón, instruyó a todos los musulmanes que siempre recordaran que un árabe no es superior a un no-árabe, ni un no-árabe es superior a un árabe. Enseñó que un blanco no es superior a un negro, ni un negro es superior a un blanco. Así, la igualdad entre todas las naciones y razas es una enseñanza básica y clara del Islam, como lo es también la igualdad de derechos, sin discriminación ni prejuicios. Se trata de un principio de oro que permite establecer los cimientos de la armonía entre diferentes naciones así como el establecimiento de la paz.
(lpbD) – que la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
(lpD) – que la paz sea con él.
(Continuaremos este discurso en la siguiente entrega: “Una clave para la paz: la unidad global (II)”).