Farid Othman-Bentria: “Tánger es un fénix, siempre ha sabido reinventarse”

Farid Othman-Bentria acaba de publicar su primera novela: “Leve declaración de ausencias”, una “narrativa”, como él la define, muy personal y original que invita al lector a hacer su propio viaje interior. En sus páginas, llenas de realismo mágico, “las musas se mezclan con virtudes y pecados”
Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS
Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

“Todo empezó siendo muy niño, me decían que era un niño muy viejo”. Así comienza la conversación con el poeta tangerino Farid Othman-Bentria con motivo de la publicación de su primera novela: Leve declaración de ausencias, aunque él prefiere llamarla “narrativa” al no seguir una estructura al uso. Estamos en el café Comercial de Madrid, ciudad donde vive desde hace años. Antes fue Granada, y primero, Tánger, donde nació y vivió hasta los cinco años, y donde vuelve siempre que puede. Esa ciudad que es “un fénix”, también es su refugio. Sus calles empedradas, sus callejuelas, sus bazaristas, la niebla y el humo, sus misteriosos personajes, sus encuentros, el amor y el desamor… van tejiendo una historia que comienza con un hombre en un café con un folleto en la mano… y nieva. Este libro es más que un libro, es un doble viaje: exterior e interior, a través de páginas llenas de referencias mitológicas, de pensamientos, de poética y poetas, de cruces de vidas y sensaciones.  

<p>Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS</p>
Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

¿Cómo ha sido su evolución hasta esta primera novela? 

Todo empezó siendo muy niño, con seis o siete años; me decían que era un niño muy viejo. En el colegio me publicaron mis primeros poemas. A veces, llegaba tarde porque los padres me paraban por la calle y me pedían un poema, ya entonces pensaba que la poesía no funciona así. Me agobiaba mucho. Eso se repitió en el instituto. Yo no quería publicar hasta que no tuviera mi estilo, no hablo de que fuera bueno o malo, porque eso es muy subjetivo, sino de sentir algo propio y eso llegó con 26 o 27 años. Vi que había evolucionado, que mi poesía había ido tomando forma, y entonces saqué mi primer libro: Un viento de madera (2014). La gente me decía que era bonito, pero no me gustaba esa expresión, pensaba que algo faltaba, no sentía que estuviera bien. Con el tiempo aprendí el sentido de ser bonito. 

¿Era una cuestión de perfeccionismo? 

No tanto. Leía mi poema y reconocía dónde estaba el coletazo de Neruda, Bécquer, el ritmo muy claro de Whitman… Buscaba algo nuevo, tener una personalidad propia, quizá fuera malísimo, pero malísimo mío. Y de manera natural acabé teniendo mi estilo, entonces estuve abierto a publicar. Antes de mi primer libro, tuve un blog y al hacerlo público me di cuenta de que provocaba la relectura… 

Ya varios poemarios y la primera novela: Leve declaración de ausencias (Esdrújula). No es un título fácil, ¿qué quiere provocar en el lector? 

La pausa. Empecé con la idea de volver a hacer el camino y encontrar el método propio, no quería escribir una novela normal, quería experimentar, por eso la llamo narrativa. He mezclado estilos, hay poética, dramaturgia… Sé que no es fácil, pero esa pausa del título también la busco en el texto, que el lector no sepa qué va a encontrar. No olvidemos que declaración de ausencias es un concepto legal, aunque yo despiste con la palabra leve. Cuando alguien desaparece, pero no encuentran el cadáver, no te declaran muerto sino ausente, que puede ser un término parecido a la muerte, es como un limbo. 

PHOTO/ANTONIA CORTÉS
 Leve declaración de ausencias - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

El protagonista se mueve por una ciudad que no menciona... ¿Nos lo cuenta? 

Quien me conoce y ha estado allí sabe que es Tánger, aunque no aparece el nombre en ninguna página. Ahí está también el porqué de esta narrativa, que tiene su respuesta en una pregunta. Si Roma es la ciudad eterna, París, la ciudad de la luz, etcétera, ¿cómo Tánger, que es una ciudad literaria, no tiene una palabra para definirla? Me pregunté: “¿Cómo le doy respuesta?” y se la di con un libro entero. A partir de ahí, sí hay una palabra flotando para definir Tánger, pero no la voy a desvelar. 

Tánger… ¿Cuánto de ausencia/añoranza hay de esa ciudad? 

Siempre deseo regresar. Es mi ciudad terapia, mi energía madre, te regaña, pero te acoge sin dudarlo. En la narrativa, no cito el nombre de la ciudad ni tampoco el de los elementos protagonistas que son tres: el espacio, el que observa y la que guía la observación. No doy nombres, juego con ello. Se hace saber que no sabes para no distraer al lector. Propongo un viaje interior. Si reconoces Tánger es perfecto, pero si no, no te condiciona querer conocerlo para hacer ese viaje, no lo necesitas. 

Un hombre en el café de un cine. Así comienza la “narrativa”, luego, por sus páginas caminan personajes variopintos, esa ciudad con vida, realidad y sueños, filosofía… ¿ese recorrido cuánto tiene de recorrido interno del autor y del lector? 

Parte del reto era saber proyectar ese viaje interior en un viaje exterior que estamos llevando a la importancia de lo intangible, del espacio, pero que como en el Ulises de Joyce, lo puedes recorrer sin saber. Si conoces la ciudad mínimamente puedes plantear el recorrido con la misma estructura que el libro, que es un triángulo con una base pequeña. Los tres vértices están al inicio con el café y el folleto, el siguiente, en un diálogo de la parte teatral que se explicaría en la escalera de Jacob, y el tercero en el final de la historia, y no es el epílogo, que sería otro recorrido y cuya idea era que funcionara como texto propio, aunque tienes que haber leído el libro para entenderlo. Es la llave que te vuelve a abrir la historia. 

<p>Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS</p>
Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

“La gran verdad de esta ciudad es que todo es mentira, aunque uno no ceje en el empeño de vivirla como una realidad”. ¿Por eso puede nevar dentro del café? 

He visto nevar muchas veces y de muchas maneras en un café. Reclamo que el realismo mágico también está en los cuentos bereber, en Las mil y una noches, en ese cruce de Tánger. Lo reclamo como elemento propio desde el principio. En esta narración, nieva en el interior del café desde las primeras páginas. 

¿Se necesita imaginación para leer este libro? 

Son las ganas de ver. Escribí un poema en el que reclamaba los colores con los que quiero ver el mundo, no los que me imponen. Si alguien fuma en un café y se abre una puerta y hay una ráfaga de viento y sale la ceniza y se sitúa en mi mesa… ¿Por qué no puedo creer que es nieve? ¿Por qué me tengo que perder la magia? 

Antes hablaba del Tánger literario. ¿Qué queda del mito de esta ciudad? 

Creo que sigue ahí. El tema está en cómo quieras verlo. Cuando pensamos en el Tánger internacional hay que ver que Tánger fue internacional en el siglo I, no cuando el Estatuto, de hecho, hay escritos que dicen que el fin de la internacionalización vendría con el Estatuto. Tánger tiene el síndrome de la Edad de Oro. En Tánger hay tres islas hundidas, las islas Fénix, donde, según la mitología, solía ir el fénix, se inmolaba y volvía a nacer. Tánger es un fénix, lleva más de tres mil años viva y habitada, siempre ha sabido reinventarse. Mi Tánger de niño no es el de ahora, pero lo sigo viendo mío. Tánger ha crecido mucho. Es como Granada, mi otra ciudad, también ha crecido y cambiado, ya no está el olor de los secaderos de tabaco en la vega de mi niñez, pero La Alhambra es La Alhambra y su imagen con Sierra Nevada es increíble. Cuando me preguntan cuál es la ciudad más bonita del mundo digo: “¿Con Alhambra?”, porque entonces no hay debate. La capacidad de adaptación de Tánger es lo que hace que siga tan viva. 

<p>Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS</p>
Leve declaración de ausencias - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

El protagonista dice que los sitios nos eligen, no nosotros a ellos. ¿Lo piensa? 

Totalmente. Yo ando mucho, igual que el protagonista del libro. En ese deambular, me quejo de que en Madrid no hay mucha cultura de cafés, un lugar donde uno llega y se sienta a leer, a escribir, a observar. Hay excepciones como este Café Comercial. Lo sitios te llaman. Conozco a personas que dicen que son ciudadanos de mundo, sin apegos, y cuando han llegado a Tánger se han quedado. Si uno se mueve encontrará espacios con una energía especial que te dice: “Esto es casa, quédate”.  

El libro está lleno de referencias mitológicas como la caja de cerillas que alude al relato de Pandora. ¿Qué importancia da a la mitología? 

Mucha. Si encuentras la referencia tiras de los hilos y el libro crece y crece, y creo que eso es interesante; si no la encuentras, la lectura es más lineal. El reto es que las detectes o no, llegues a la misma emoción final. Este ha sido otro ejercicio duro que me ha llevado mucho tiempo. 

Además, es un libro muy sensorial. ¿Cuánto ha tardado en escribirlo? 

Lo he escrito en Tánger y con frío, necesitaba esa luz tangerina, por eso hay paradas, por eso he tardado en escribirlo. Están todos los elementos como parte de la mitología: hay agua, fuego, tierra y aire. En casi toda la mitología tanto mediterránea como atlántica, Tánger aparece como elemento mitológico. Tánger es una ciudad atlántica en el Mediterráneo. Cuando hay bruma y nubes no ves España, nos muestra muchos colores en el Estrecho, tiene una identidad líquida… El libro está lleno de mitología, pero no siempre es fácil detectarla. Incluso puede estar en los personajes del café. Hay referencias obvias, otras no. Hay personajes que aparecen poco, pero con nombres, y otros que aparecen más y no tienen nombre. El libro también está lleno de referencias poéticas. Se mezclan las musas con virtudes y pecados.  

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Farid Bentria - PHOTO/ANTONIA CORTÉS

 “Como ves, no hay presente. Todo el mundo aquí habla desde el minuto en el que habita hacia un futuro…”, podemos leer. ¿Qué es el tiempo para Farid? 

El tiempo debería ser un aliado y nos educan para que sea un enemigo. Vamos siempre deprisa. Corremos en el metro aun sabiendo que en cuatro minutos vendrá otro. Todo se mide en tiempo para que no lo tengas. Cuando conoces a gente que no lo mide descubres que tiene más. Si vamos a los bazares, una de las frases de los bazaristas, a los que me encanta escuchar, dice, refiriéndose a Occidente: “Vosotros tenéis los relojes, nosotros tenemos el tiempo”. En Tánger te puedes ir a los años 80, a los 50, incluso al futuro, sin salir de la ciudad. Como en Las mil y una noche, Tánger también es mil y una noche. El truco de esta ciudad es que tú vivas tu Tánger. 

Y hablando del tiempo, el protagonista dice: “La paciencia no es dejar que el tiempo pase o dejar pasar el tiempo”. ¿Qué es la paciencia? 

La paciencia empieza con uno. El mayor ejercicio es entenderse y respetarse. Tienes que saber quién eres y eso no se puede hacer sin paciencia. Y ojo, sin medirla. Es complicado. Este libro es un ejercicio de paciencia, porque esperas unos ritmos que no llegan.  

Viene de una familia intercultural, ¿eso le hace tener una mirada distinta hacia el otro, hacia sus personajes? 

Sin duda. La gran herencia familiar y la única que mi importa es ese prisma con el que ver el mundo. Al final, uno es un 100 % de algo, y la capacidad de poder mirar sin ciertos estereotipos o evitando los que tenemos es por esa herencia. Mi tío Rachid, hombre sabio y con carácter, me dio una definición de Tánger en castellano: “Tánger es un balcón desde el que ver el mundo, pero no es el mundo”. Esa es la realidad, desde Tánger sabes lo que pasa en África, en Europa, en España. Casi todo el mundo sabe lo que pasa aquí, pero pocos saben lo que pasa en Marruecos y la distancia es la misma: 14 kilómetros. La reciprocidad no es igual. En Tánger, las generaciones se sientan juntas y escuchan… y aprendes mucho. 

Y cuando mira desde ese balcón… ¿qué mundo ves? 

Un mundo cada vez peor. Tánger para mí es también refugio. La bahía de Tánger es protectora, tiene su montaña, su bosque, es amplia, acogedora, te resguarda del viento, te recoge… ¿Dónde no estaremos para querer refugiarse? 

El protagonista habla de “una ciudad hecha de libros”. ¿Qué libros escogería? 

Estamos pasando por la vida como si no fuera la vida. Hay que completar el viaje. ¿Con qué libros haría una ciudad? Hojas de hierba, de Whitman; Las flores del mal, de Baudelaire; Confieso que he vivido, de Neruda, el título me dio una marca, al leerlo con 13 años pensé que eso era lo que yo quería decir; y las obras completas de Lorca, porque Lorca me mata. Novelas: El collar de la paloma, de Ibn Hazm, español del Medievo, que es el ejercicio más bonito hecho nunca para explicar los tipos de amor; Os Maia, de Queirós, novela que, decía César Navarro, si no se hubiera escrito en portugués sería muy conocida; y, aunque no hago escritura automática, sí compro de forma automática, y así descubrí mi pequeña novela contemporánea, lo más hermoso que he leído en tiempo: La instrucción de los amantes, de Inés Pedrosa. 

Creo que este libro encierra una búsqueda. Al acabar, ¿qué sintió?  

Es un viaje interior. Como autor haces el mismo viaje que propones. Cuando la historia me dijo ya, tenía mucha emoción contenida y lloré. Tuve la sensación del barco llegando al puerto, la emoción, pero también la incertidumbre, y a la vez la belleza.