La pugna de siglos entre una nobleza castiza y la de los mercaderes exacerba el distanciamiento de los vascos, según Jon Juaristi

Identidades y separatismos se acentúan en España a partir de la expulsión de los judíos

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Rivalidades, exclusivismos, limpieza de sangre, permean la agitada historia de España. Lo paradójico es que cuando Isabel de Castilla y Fernando de Aragón concluyen la denominada Reconquista frente a la dominación árabe, comienzan a perfilarse las identidades exclusivas y excluyentes, exacerbadas a partir de la crisis del Estado-nación en el siglo XVIII. Mucho puede tener qué ver en ello la expulsión de los judíos, también en el mismo año 1492, y la subsiguiente pelea de los diferentes estamentos por ocupar el inmenso vacío dejado por una comunidad especialmente influyente en los reinos españoles hasta entonces.

En una de las conferencias de las XI Jornadas Sefardíes en La Rioja, el catedrático, filólogo y exdirector de la Biblioteca Nacional y el Instituto Cervantes, Jon Juaristi, resume a grandes rasgos una de las causas en la conformación de las identidades y la aparición y auge de los separatismos en España.

Estima Juaristi que el origen está en las pugnas nobiliarias. El primer documento que señala es una carta que Hernando del Pulgar, secretario de Isabel I de Castilla, dirige al cardenal Pere Gómez de Mendoza, en la que le pide explicaciones porque Guipúzcoa haya promulgado un Estatuto de Limpieza de Sangre, por el que se prohíbe que vayan a morar allí judíos y conversos. Es aún 1481 y quedan once años aún de conspiraciones antes del edicto de expulsión.

El segundo jalón es el Nobiliario escrito por Diego Fernández de Mendoza, en el que se establece el listado de la aristocracia española. En ese texto, a los habitantes de Vizcaya se les adjudica la condición de “judíos expulsados de su tierra originaria por el emperador Tito tras cortarles la lengua”. Se  extiende a partir de tal aserto la convicción del origen judío de los vascos, que establecen su primer asentamiento en Fuenterrabía (literalmente, Fuente del Rabino). Sucesivos libelos a lo largo del siglo XVI, especialmente el escrito por Pedro Álvarez de Castro, Conde de Lemos, será especialmente cruel, al considerar que “los vizcaínos –vizcaínes (dos veces caínes)- fueron llamados así por matar a Caín y Abel y después a Cristo”.

jornadas sefardies

Será no obstante en 1560 que el Tizón de la Nobleza Española, tratado genealógico de 1560, el que origine el aluvión de libelos contra la nobleza española, al señalar y denunciar sus orígenes judíos. En todo caso, vascos y castellanos empiezan a verse desconfiadamente distintos a partir precisamente del siglo XVI, “en que se producen precipitaciones identitarias por acumulación”, dice Juaristi. “Los vascos se autoproclaman los primeros pobladores de España, como descendientes de un nieto de Noé, cuyo idioma vasco originario sería una lengua de la dispersión de Babel. A su vez, los moriscos, por ejemplo, también reclamaban una antigüedad inmemorial, al presentarse como descendientes de los caldeos, que habrían llegado a la península ibérica hablando en árabe”.  A su vez, los castellanos considerarían a los vascos “irrecuperables para la verdad”.

Juaristi, autor de ‘Vestigios de Babel’ (1993) concluye, pues, en que si las identidades se han ido decantando a partir del momento histórico de la expulsión de los judíos y su nueva diáspora, los nacionalismos periféricos se aceleran a partir del siglo XVIII, momento en el que empiezan a echar mano de todos los argumentos a su alcance, de probada veracidad histórica o no, a fin de ir conformando sus ambiciones separatistas.

Uriel Macías y Karen Gerson
Sin presencia ni influencia judía en la política actual

Artífice de la creación y organización de estas Jornadas Sefardíes en San Millán de la Cogolla, el bibliógrafo sefardí Uriel Macías explica a Atalayar que, “desde las conmemoraciones de 1992 se ha hecho un considerable esfuerzo para que los españoles conozcan el antes y el después de la expulsión de los judíos en la historia de España”.

A su juicio, no es útil lamentarse por lo que pudo ser y no fue, en alusión al papel desempeñado por los judíos en el desarrollo y prosperidad de las naciones que recibieron a los expulsados de España: “El tren que España perdió se perdió, ya está. Lo que ahora procede es conocerlo, estudiarlo y, como se dice ahora, ponerlo en valor. Creo que la única forma en que el conjunto de los españoles tenga conciencia de la importancia de todo ello será cuando su estudio sea un contenido curricular en la enseñanza secundaria. Sé que algunas autonomías están ya en ello, Madrid, Aragón, Andalucía… Esperemos que sea pronto realidad”.

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Actualmente la población estimada de judíos sefardíes en España es de tan solo 40.000 personas, o sea apenas el 1/1.000 de la población total. “Se requiere por lo tanto un gran esfuerzo, especialmente de las propias instituciones judías, tanto para que la sociedad española nos conozca más y mejor, como para que nosotros mismos podamos hacer valer esa presencia”.

Como se recuerda en los coloquios y colaciones del seminario, en los cinco siglos de ausencia oficial de los judíos de España, hay tres etapas: de 1492 a 1834 en que la prohibición de ritos y actividades es total; de 1834 a 1920 comienzan a tolerarse, aunque muy restringidas, pequeñas comunidades. Desde esa fecha del siglo XX, y con el paréntesis de la Guerra Civil y la inmediata posguerra, se extienden paulatinamente las primeras comunidades oficialmente reconocidas, a partir de las de Sevilla, Madrid y Barcelona. Un gran impulso se produce a partir de 1992, propulsado por instituciones como el Centro Sefarad, uno de los principales divulgadores de hitos, historia, acontecimientos y personajes de la cultura judía en España.

A la pregunta de cuándo cree que en España se normalice la presencia judía en la política, Uriel Macías contesta que “aún queda bastante tiempo. Esa presencia es algo normal en países como Francia, Estados Unidos, Argentina, y por ende en las manifestaciones adyacentes a la actividad política. No es el caso de España, aunque cabe recordar nombres como los de Margarita Nelken, Gustavo Bauer o Enrique Múgica, que desde sus escaños o incluso en el Consejo de Ministros aportaron su propio acervo moral y cultural al desarrollo y la prosperidad del país”.        

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