Redescubriendo a Antonio Machado y Vicente Aleixandre

Machado fue el más joven representante de la generación del 98 y Aleixandre se encuadró en la generación del 27
Poesía - PHOTO/PIXABAY
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Después de Federico García Lorca, Antonio Machado, de quién se cumple ahora el 150º aniversario de su nacimiento, es probablemente el poeta español contemporáneo más universal. 

Cualquier fecha y momento es bueno para encontrar y zambullirse en la poesía, el género literario caracterizado por la expresión de sentimientos, emociones y reflexiones a través de la palabra, utilizando el lenguaje de manera estética y evocadora. Así se la define si se recurre a la tentación de ayudarse de la IA. 

Este año, entre otros muchos, se cumplen dos hitos especialmente importantes: el primero, el sesquicentenario de la venida al mundo del segundo hijo de los ocho que tuvieron Antonio Machado Álvarez y Ana Ruiz, cobijados en uno de los apartamentos alquilados en el Palacio de las Dueñas, en Sevilla, propiedad del duque de Alba. El segundo, la definitiva adquisición por la Comunidad de Madrid de la casa del poeta del amor por antonomasia, el también sevillano y hasta ahora penúltimo Premio Nobel español, Vicente Aleixandre. 

Antonio Machado fue el más joven representante de la generación del 98, nacida a consecuencia de la pérdida definitiva de las últimas posesiones del imperio español en América y Asia. Por su parte, Vicente Aleixandre se encuadró en la generación del 27. Ambos vivieron el exilio: el primero, de corta duración efectiva, puesto que falleció en la localidad francesa de Colliure en 1939, a poca distancia de la frontera española, que prácticamente acababa de atravesar. El segundo vivió un largo exilio interior en su casa de la calle madrileña de Velintonia número 3, sin que el régimen franquista de la posguerra le permitiera no sólo publicar nada, sino también que se pronunciara o escribiera su nombre por parte de periodistas, escritores o conferenciantes en cualquier medio hablado o escrito. 

Un documental presentado multitudinariamente antes de la estampida vacacional de agosto, “El Poeta del Amor”, dirigido espléndidamente por Rafael Alcázar, recuerda mediante la superposición de numerosos testimonios de quienes fueron sus amigos y discípulos, la peripecia vital del Premio Nobel de Literatura 1977, galardón que no pudo recoger personalmente por su delicado estado de salud. Delegó el honor en su amigo y valedor, el canario y también poeta Justo Jorge Padrón, residente en Suecia. 

Dos generaciones, la del 98 y la del 27 entre las que se colara la menos afamada del 14 (Ortega y Gasset, Marañón, Azaña), en las que concitó una descomunal cantidad de talento, de cuyas obras bebieron sus coetáneos y no pocas de las generaciones posteriores del país.

En cuanto a Machado, llama particularmente la atención que, del inmenso aluvión de turistas extranjeros que están duplicando prácticamente la población española a lo largo de este 2025, los más inquietos intelectualmente no dejen de recorrer y buscar sus huellas por Sevilla, Madrid, Soria y Segovia, lugares en los que vivió e impartió sus saberes el catedrático y profesor de Lengua Francesa. 

La conmemoración de su aniversario está sirviendo entre otras cosas para desmentir el presunto distanciamiento entre Antonio, poeta y escritor enviado por las autoridades de la II República española a los congresos internacionales de escritores, y su hermano Manuel, también poeta de indiscutible calidad literaria, cuya fama fue opacada por haber permanecido y trabajado en la España de la posguerra y ensalzado por el propio régimen franquista. Los dos hermanos fueron en realidad dos personalidades inseparables, no sólo por sus afectos y lazos familiares, sino también por su similar gusto por la vida bohemia de Madrid, a la que insuflaron los ímpetus que ambos trajeron de su común estancia en París, en donde vivieron el cambio del siglo XIX al XX y frecuentaron a otras cumbres literarias como Oscar Wilde y Rubén Darío. La poesía modernista del nicaragüense impactó tanto en los hermanos Machado como en Aleixandre, quien sólo empezó a escribir -sublimemente- poesía tras haberse extasiado con el ritmo rotundo del escritor y diplomático centroamericano. 

Si todos los citados ostentan marcadamente su propia personalidad, el denominador común a todos estos grandes intelectuales españoles fue su nostalgia, su melancolía y el ánimo de convencer a sus compatriotas de que la España a la que amaban con todas sus fuerzas, dentro o lejos de sus tierras, era merecedora del mejor destino posible.