Aimé Cèsaire, Emmanuel Dongala, Leopoldo Sédar Shengor o Cheikh Hamidou Kane, entre otros, son considerados ya clásicos en el panorama de la literatura mundial

La orgullosa Negritud de Césaire, Shengor y Damas

PHOTO/ARCHIVO - Aimé Fernand David Césaire, poeta y político martiniqués. Fue el ideólogo del concepto de la negritud y su obra ha estado marcada por la defensa de sus raíces

La verdad de África, de sus múltiples dimensiones, está todavía generándose en los entresijos de nuestra propia cultura occidental. Se revela cuando menos lo espera uno en los planos afilados de una máscara o talla de ébano, en las escenas coloristas de las pinturas o telas o, como en este caso, entre las hojas de un libro, como ‘Historia de la literatura negroafricana’, de Lilyan Kesteloot, la hija del capitán de un barco a vapor que navegaba por el río Congo y que ha dibujado en sus muchas páginas los orígenes relativamente recientes de las letras del continente cercano.

El volumen, traducido por Casa África, cuenta cómo junto a las vanguardias históricas de principios del pasado siglo en París, primero el dadaísmo y después el surrealismo, de Tristan Tzara y André Breton, respectivamente, convivieron personalidades y movimientos que pretendieron ingresar la identidad negra como un valor diverso y alternativo a lo establecido en la sociedad de la época, paralelamente a la sacudida enérgica y rebelde a las “buenas costumbres” que propinaron, como una patada en el trasero, los dadaístas en su ya mítico Manifiesto de 1918.

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Aimé Cèsaire, Emmanuel Dongala, Leopoldo Sédar Shengor o Cheikh Hamidou Kane, entre otros, son considerados ya clásicos en el panorama de la literatura mundial, pero en esa época eran jóvenes emigrantes que vivieron el ostracismo sistemático acotado por los blancos, es decir, la aceptación obligada de la superioridad dogmática de la raza por antonomasia del planeta, y que se traducía en citas que calificaban el orden establecido como un “abominable sistema de imposiciones y restricciones, de exterminación del amor y de limitación de los sueños, generalmente conocido como civilización occidental”.

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Fue por esa época cuando surgió el movimiento de la Negritud, fundado por Senghor, Césaire y Damas, que otorga una forma de ser propia a los africanos y sus descendientes -a los continentales y a los de la diáspora esclavista hacia América y Europa- y dignifica esa cualidad, que no lastre. Por extensión valora como legítimas, y tan válidas como cualquier otra, sus costumbres y manifestaciones intelectuales, creativas y artísticas; en una razón de ser bien construida y consecuente con la propia historia de los pueblos de donde procedían.

Hoy en día África cuenta con literatos premiados por el Nobel, artistas musicales y plásticos internacionales de primera magnitud, notables intelectuales y estadistas en la mayoría de los foros del planeta, e incluso hubo ya un presidente negro en la primera potencia mundial, eso sin contar con los deportistas que a menudo constituyen la columna vertebral de los equipos más renombrados en cualquiera de las disciplinas de las que se trate a lo largo de todo el orbe.

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Llegará un día en que la negritud no sea un lastre para las etnias africanas, sino una garantía de muchos de los valores y cualidades que las civilizaciones occidentales han ido dejando por el camino a lo largo de su archiconocida carrera hacia la globalización. Atrás quedaron los eufemismos no tan lejanos del “moreno” y el “hombre o la mujer de color” para evitar llamar por su nombre al negro, acepción de la que ellos nunca han dejado de estar orgullosos.

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