El efecto dominó inducido por el deshielo diplomático entre Irán y Arabia Saudí amenaza con tumbar una nueva pieza: Siria. El Gobierno de Bashar al-Asad, bajo la influencia de Teherán, está a un paso de restablecer sus relaciones bilaterales con Riad. “En el marco de la voluntad del Reino de facilitar la prestación de los servicios consulares necesarios entre ambas naciones, se están manteniendo conversaciones con funcionarios sirios para reanudar los servicios consulares”, confirmó en el informativo matinal del jueves el presentador del canal de televisión Al-Ekhbariya, la competencia saudí de Al Jazeera. Las partes dan por hecho un acuerdo histórico que daría por cerrado el capítulo de alianzas dibujado por la Primavera Árabe.
La mediación de Rusia habría sido determinante para desatascar las negociaciones, según el Wall Street Journal. El presidente ruso, Vladímir Putin, aprovechó la reciente visita al Kremlin de su homólogo sirio para discutir los términos del acuerdo con Arabia Saudí. Irán hizo el resto. El Gobierno de Ebrahim Raisi convenció a Damasco de la importancia de reabrir los canales diplomáticos con Riad después de firmar su propia tregua con el Reino del desierto en Pekín. No han sido los únicos que han ejercido presión sobre al-Asad. Omán y Jordania, países árabes con una larga tradición en la mediación de conflictos, también promovieron el acercamiento.

Los nombres de Maher al-Asad y Hussam Louqa estarían detrás de las negociaciones. El hermano menor del presidente, un alto mando del Ejército vinculado a los intereses de Irán, y el jefe del Mukhabarat, los servicios de inteligencia del régimen, habrían encabezado la delegación siria en las sucesivas rondas de diálogo con los saudíes, que han tenido lugar en Riad y Moscú. Según fuentes consultadas por el Wall Street Journal, la intención era presentar el acuerdo antes de una eventual visita a Damasco del ministro de Exteriores saudí, el príncipe Faisal bin Farhan, prevista para finales de abril. Habrá que esperar, pero el jefe de la diplomacia del reino ya había dado por amortizado el actual statu quo con Siria en su discurso de la Conferencia de Seguridad de Múnich.
Damasco quiere que Riad corte la línea de financiamiento a las milicias rebeldes que siguen operando en Siria. Riad, por su parte, pretende dar carpetazo al asunto de los detenidos de nacionalidad saudí que fueron capturados por militar en las filas de los grupos fundamentalistas islámicos implicados en la guerra civil, según la agencia Reuters. Las negociaciones comprenden, además, la arquitectura de seguridad en la frontera siria con Jordania y el contrabando de captagon, conocida como la droga de los yihadistas, desde Siria.
“Antes de la revolución de 2011 y la injerencia abierta de Irán, Siria era un miembro más del orden político árabe, y se le había permitido desempeñar un papel dominante en el Líbano posterior a la guerra civil, que ayudó a impulsar a Hizbulá”, recuerda el analista Aron Lund en las páginas de Al-Monitor. La Primavera Árabe lo cambió todo. Riad financió a los rebeldes sirios que se levantaron en armas contra el régimen de Asad, mientras que Damasco se apoyó en Teherán y Moscú para mantener el poder en una devastadora guerra civil que pronto se convirtió en una guerra por delegación con intereses cruzados a escala internacional.

“Las relaciones entre Arabia Saudí y Siria siempre han sido difíciles y durante décadas han alternado entre periodos de relativa armonía —durante los cuales Riad a menudo hacía pequeños regalos al régimen de Asad, siempre falto de liquidez— y una feroz competencia. Aunque ninguno de los dos regímenes sentía mucho amor por el otro, los lazos no se rompieron por completo hasta 2011, cuando Riad respaldó las peticiones de destitución de Asad y, en los años siguientes, el dinero saudí se utilizó para financiar a los rebeldes que intentaban acabar con él”, añade Lund.
Arabia Saudí promovió la expulsión de Siria de la Liga Árabe; una expulsión motivada en última instancia por la brutal oleada represiva del régimen de Asad contra los manifestantes que pedían su dimisión. La mayoría de los miembros de la organización cerró filas con los rebeldes sirios, lo que propició la salida definitiva de Damasco en 2011. Pero en este nuevo escenario, Siria podría recuperar su sitio a pesar de la desconfianza que genera Asad en algunos círculos regionales. Otros, sin embargo, apuestan por su vuelta después de una década de caos. La participación del presidente sirio en la próxima Cumbre, que tendrá lugar precisamente en Arabia Saudí el próximo mes de mayo, le restituiría como interlocutor válido.

“El acuerdo negociado en Pekín [que certificó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí] ayudará al régimen sirio a rehabilitarse en el orden político árabe, aunque ese proceso comenzó antes de que las partes se reunieran en la capital china (…) El impulso original, y de hecho el principal, para este regreso fue un cambio radical entre los Estados árabes respecto a las relaciones con Siria”, escribe el analista Imad Harb en el Arab Center de Washington. En realidad, la campaña para redimir a Asad es obra de Emiratos Árabes Unidos. La diplomacia emiratí se embarcó hace un par de años en una política de apaciguamiento con sus vecinos. El hecho de recomponer sus relaciones con Siria “forma parte del plan”, sostiene Dina Esfandiary, investigadora del Crisis Group.
Los devastadores terremotos en Turquía y Siria aceleraron esta dinámica. El castigado norte de Siria recibió la ayuda humanitaria de Arabia Saudí. El Reino wahabí envió un avión cargado con alimentos y material médico al aeropuerto de Alepo. Asad explotó la oleada de solidaridad internacional para avanzar en su propia agenda y recuperar los contactos con un vecindario que hasta entonces le había sido abiertamente hostil. Recibió en Damasco a los ministros de Exteriores de Jordania y Emiratos, conversó por teléfono por primera vez con el rey de Bahréin, Hamad bin Isa Al Jalifa, y el presidente de Egipto, Abdel Fattah El Sisi. Y visitó después Omán y Emiratos Árabes Unidos. En este último desplazamiento, acompañado de su esposa.

“Lo que parece seguro es que el régimen sirio ha logrado no solo superar las objeciones árabes a su rehabilitación, sino también preservar su estrecha relación con Irán al tiempo que se asegura el apoyo de Rusia como contrapeso a la influencia de la República Islámica en el país”, sostiene Harb. “Asad no tiene ninguna obligación de reducir sus relaciones con Irán. El papel y la influencia iraní en Siria continúan a buen ritmo, y en su debilitada posición tras 12 años de guerra civil y destrucción económica y física, el presidente sirio no está en condiciones de distanciarse de Teherán, como algunos regímenes árabes quieren que haga”.
Asad sale reforzado, pero Mohamed bin Salman no se queda atrás. El príncipe heredero, el verdadero hombre fuerte del país, aprovecha el contexto para enterrar el hacha de guerra, rebajar las tensiones a escala regional y desarrollar sus ambiciosos planes económicos para el Reino. Es un paso más de una estrategia que comprende una serie de movimientos previos, como la distensión con Qatar y Turquía, la tregua acordada en Yemen con los rebeldes hutíes y, como colofón, el acercamiento con Irán. Un periodo para imprimir su sello en política exterior y marcar perfil propio ante Estados Unidos, que queda una vez más fuera de la ecuación.