Desde que el pasado 24 de febrero Vladimir Putin anunciase el inicio de una “operación militar especial”, la posición de la República Popular de China en el tablero internacional no ha podido ser más delicada. Y es que, tras la negativa de Pekín a imponer sanciones bilaterales a Rusia por la anexión de Crimea en el año 2014, las relaciones entre ambas potencias se han consolidado enormemente.
En vísperas del inicio del conflicto, Pekín y Moscú firmaron importantes acuerdos comerciales y energéticos por valor de cientos de millones de dólares. Así, el 4 de febrero, tan solo 20 días antes de que los primeros contingentes rusos cruzasen las fronteras ucranianas, Putin anunció un nuevo pacto petrolero y gasístico con China que ascendía a más de 117.000 millones de dólares, al tiempo que los dos gigantes firmaban una declaración conjunta sobre las Relaciones Internacionales Entrando en una Nueva Era y el Desarrollo Sostenible Global.
En esta misma línea, el 18 de febrero Rusia hacía público otro acuerdo de cerca de 20.000 millones de dólares, en esta ocasión en relación a la venta de carbón; y el mismo 24 de febrero, Pekín anunció un levantamiento de restricciones que permitía la compra de trigo ruso. Todos estos movimientos comerciales se enmarcan dentro de la estrategia económica de Pekín por fortalecerse financieramente a través del impulso de sus relaciones. De hecho, los lazos comerciales entre Rusia y China crecieron cerca de un 35% en 2021. “La amistad entre los pueblos ruso y chino es sólida como una roca”, apuntó Wang Yi, ministro de Exteriores de China, el pasado 7 de marzo.

Sin embargo, la antigua república soviética representa todavía el octavo mercado de exportaciones para el gigante chino, y esto complica la posición de Pekín sobre la invasión de Ucrania.
Las potencias occidentales como EE.UU. o la Unión Europea han condenado sistemáticamente la acción rusa a través de sanciones económicas y políticas al Kremlin y las principales figuras del Gobierno de Moscú, pero China ha esquivado este camino. Ni en las múltiples reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU, ni en la Asamblea General del organismo, Pekín ha hecho pública su condena contra Moscú. Así como tampoco ha anunciado la imposición de sanciones –algo que tampoco han hecho otros países como Israel o Turquía. “Si Estados Unidos está realmente interesado en resolver la crisis de Ucrania, debería dejar de mostrar la tarjeta de sanciones”, afirmó el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Zhao Lijian, durante una rueda de prensa informativa.
Pero China, pese a erigirse internacionalmente como un país antiotanista y, presumiblemente, antioccidentalista, ha estudiado la ambigüedad de sus discursos en todo lo que atañe a la Federación Rusa con el objetivo de salvaguardar sus ingresos derivados del comercio. En el podio de los principales vínculos comerciales de Pekín se han posicionado, indiscutiblemente, las occidentales Unión Europea y Estados Unidos.

Inmersos en este escenario, las autoridades estadounidenses han advertido a China sobre su futuro posicionamiento en relación con Rusia. Así, durante una audiencia de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, la subsecretaria de Estado norteamericana, Wendy Sherman, ha avisado a Pekín de que las sanciones contra Moscú deberían “dar al presidente Xi una idea bastante clara de lo que le espera si, de hecho, apoya a Putin de alguna manera”. “Esperamos que China extraiga las lecciones adecuadas”, expresó.
En esta cuerda floja, la postura de Pekín no ha atraído la atención únicamente por su complejidad, sino, también, porque Xi Jiping parecer ser el único líder con la capacidad real de influir sobre Vladimir Putin. Algo que no ha logrado ninguno de los presidentes occidentales que han caminado en procesión por los pasillos del Kremlin. De hecho, y aunque oficialmente Jinping ha hecho un llamado a la negociación, los analistas internacionales temen que el líder chino se encuentre ayudando a Moscú en la sombra.
La compra de mayores cantidades de gas y petróleo, el acceso a su sistema de pagos internacionales –similar al código SWIFT, pero de menor potencia –, o el comercio de armas podrían ser algunos de los mecanismos con los que Pekín estaría paliando los efectos de las sanciones occidentales. Y es que China es, a día de hoy, el único país que podría aliviar realmente las consecuencias de las sanciones.

No obstante, China asegura, por activa y por pasiva, que “no forma parte de esta crisis”, y que sus relaciones con Ucrania continúan siendo normales. El gigante asiático ha defendido en varias ocasiones el derecho internacional y la integridad territorial ucraniana, pero varios analistas han considerado que este posicionamiento se debe a sus intereses nacionales en relación a Hong Kong.
Pero, contrariamente al caso hongkonés, el conflicto que China mantiene con Taiwán podría justificar una postura radicalmente opuesta para poner, en un futuro, a la isla bajo su propio ordenamiento jurídico. Utilizando la fuerza en el proceso si fuese necesario. La postura de Washington la causa taiwanesa a llevado al Gobierno norteamericano a contemplar, hace escasos días, la imposición de nuevas sanciones contra Pekín en caso de que este ataque la soberanía de Taiwán.
“Ya hemos demostrado que podemos. En el caso de Rusia, amenazamos con consecuencias significativas y hemos impuesto consecuencias significativas. No deben dudar de nuestra capacidad o resolución para hacer lo mismo en otras situaciones”, ha dicho la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, mientras aumentan las relaciones con Pekín. China ha condenado un acuerdo de más de 95 millones de dólares destinado a respaldar el sistema antiaéreo Patriot, y ha advertido a Washington de que este pacto “daña severamente las relaciones sinoestadounidenses, y la paz y la estabilidad del estrecho de Taiwán”.
Coordinador de América: José Antonio Sierra.