Las elecciones estadounidenses del próximo 3 de noviembre mantienen al conjunto del globo en vilo a la espera de saber si Donald Trump será reelegido como presidente republicano o si por el contrario será el candidato demócrata, Joe Biden, el que se alce ganador en los comicios. Pero ¿cómo podría afectar un segundo mandato de Trump o una primera presidencia de Biden a Oriente Medio?
Para empezar, en materia de política exterior los informes del Pentágono y del Consejo de Relaciones Exteriores apuntan a que los desafíos actuales y de los próximos años de EEUU en la región pasan por contener las ambiciones nucleares de Irán; resolver el conflicto palestino-israelí; apoyar a los aliados en el Golfo Árabe, así como a Egipto y Jordania; estabilizar la situación en Libia e Irak y tratar de acabar con la alianza entre Siria y Rusia e Irán.
Bajo este escenario, las perspectivas de Trump en Oriente Medio, y, por consiguiente, sus actuaciones en el terreno durante su primer mandato se basan en afianzar las relaciones con Arabia Saudí, Israel y Egipto, al tiempo que mantiene una posición más combativa con Irán.
Por su parte, tanto en su carrera como senador, como cuando ejerció de vicepresidente de Barack Obama (2009-2017), Biden ha trabajado en la diplomacia americana y política militar en Oriente Medio y ha tenido experiencia en las negociaciones con Siria, Israel, Irán e Irak, si bien los resultados de esta último no fueron demasiado fructíferos.

Irán se espera que sea el plato fuerte de política exterior durante la próxima administración norteamericana. En este sentido, cabe recordar que, después de que el país iraní firmara el Acuerdo Nuclear con la Administración Obama en 2015, Trump se retiró del pacto en mayo de 2018 y no solo impuso sanciones comerciales a Irán, sino que también amenazó a los países que llegaran a convenios con los iraníes.
A ello, Irán respondió diciendo que ya no estaba sujeto a ningún acuerdo ni restricciones sobre el material nuclear que podía producir. Posteriormente, en septiembre de 2019, el país atacó una instalación de petróleo saudí, lo que llevó al asesinato del comandante militar a la cabeza de la fuerza de élite del país, el general Qassem Soleimani, en un ataque ordenado por el presidente Trump en enero de este año. Irán respondió lanzando misiles a bases norteamericanas en Irak.
No hay señales de que otro mandato de Trump pueda llevar a un cambio en la relación con este país más allá de las presiones mediante nuevas sanciones y operaciones encubiertas incluyendo ciberataques, que es lo que se espera que domine la estrategia de un Washington republicano. En este contexto, queda por resolver si la oposición de Trump al acuerdo nuclear se basa en alguna razón además de la negación sistémica a las medidas adoptadas por Obama.

Por el contrario, una administración de Biden buscará restaurar el acuerdo y caminar hacia un acercamiento con Teherán. El demócrata ha declarado no tener muchas esperanzas en este tema si bien ha destacado que “la manera más inteligente” de lidiar contra “la amenaza que supone Irán” incluye volver al acuerdo de 2015.
Para ello, Biden se inclina por utilizar métodos democráticos y aliarse con otros países, si bien el relajamiento de sanciones a Irán puede hacer que algunos de los Estados de la región se alejen de esta postura.

En cuanto a Irak y Afganistán, tanto Trump como Biden aseguran querer retirar las tropas de los conflictos en los que permanecen y, aunque ninguno tiene una estrategia concreta para hacerlo, difieren en algunos puntos para llevar esta retirada a cabo.
Por un lado, Trump viene anunciando desde la campaña para las elecciones de 2016 que su voluntad es “devolver a casa a los soldados americanos”, unos combatientes que estaban cansados de “guerras sin fin”, algo que ha repetido en el último mes como parte de la campaña actual.
De hecho, el ‘America First’ consiguió para esos comicios que parte del electorado que no veía mucho sentido a estas guerras o que no entendía cómo EEUU se gastaba miles de millones de dólares para este fin votara por Trump.
El actual presidente ha ido un paso más allá y ha llegado a asegurar que no es “popular” en el Pentágono puesto que este organismo busca únicamente “estar en guerra” y “poder destinar cantidades millonarias a comprar en empresas armamentísticas”. Por su parte, los altos mandos del Pentágono consideran que una salida “precipitada” de las tropas puede poner en peligro la paz en Afganistán.

Sin embargo, cuando el magnate se puso al frente de la Casa Blanca lo hizo tras un recorte en las tropas por parte de la Administración Obama que dejaron las fuerzas en Afganistán en un total de 8.400 efectivos en 2015. En un año de presidencia de Trump, esta cifra se vio incrementada hasta los 14.000, si bien en septiembre de 2019 regresaron cerca de 5.000 tropas a EEUU.
La situación en Irak, por el contrario, ha ido tendiendo de manera general a la baja y si entre 2003 y 2011 había unas 150.000 tropas en el país, en la actualidad esta cifra se ha reducido hasta las 6.000.
A este respecto, Biden ha mostrado una postura dispar en cuanto a la intervención de EEUU en el extranjero, apoyando en algunos casos el envío de militares y oponiéndose a la injerencia norteamericana en otros.
En conjunto, se muestra escéptico de la capacidad que pueda tener su país de resolver conflictos en otros lugares del mundo, algo que puede venir por el fracaso de las negociaciones con Irak en 2011 bajo la presidencia de Obama. Esta situación llevó a la retirada inmediata y unilateral de efectivos estadounidenses que, sin embargo, volvieron al terreno tres años más tarde, mientras la situación en el país no mejoró con la retirada.
Así, y aunque quiere devolver las tropas norteamericanas a casa, el candidato demócrata defiende hacerlo de forma “responsable” y aboga por dejar una “fuerza residual” en Afganistán como medida de prevención frente al terrorismo. Esto ha ocasionado las críticas de los demócratas más progresistas que buscan una posición más concluyente a la hora de devolver los soldados a suelo norteamericano.

En lo que concierne al conflicto palestino-israelí, Trump ha decidido impulsar su política exterior en las semanas previas a las elecciones presidenciales y ha actuado como anfitrión en la firma de los Acuerdos de Abraham entre Israel y Emiratos Árabes Unidos.
Sin embargo, a pesar de que el presidente haya llevado a cabo esta acción en una fecha tan cercana a los comicios puede que tenga poco impacto en una población más preocupada por la pandemia del coronavirus y las protestas raciales que sacuden EEUU.
Además, aunque ha sido Trump quien ha acogido la firma de los Acuerdos, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha asegurado que “cualquiera que sea el resultado” de las elecciones en EEUU, las relaciones entre Israel y el país norteamericano “permanecerán firmes y robustas”.

Si el magnate se alza en las urnas, los principales perjudicados en Oriente Medio serán los palestinos. Después de que en su primer mandato Trump reconociera a Jerusalén como la capital de Israel y en el marco de los planes de Netanyahu de anexionarse un 30% de Cisjordania, los palestinos se ven en las de perder.
Por su lado, y pese a que no se espera que una Administración Biden devuelva la Embajada a Tel Aviv ni reconozca la ciudad de Jerusalén como capital palestina, puede que el demócrata se oponga a la anexión unilateral de terreno por parte de Israel si esta no ha ocurrido antes de su llegada al despacho Oval.
No obstante, es posible que Biden asuma el puesto resentido por los fracasos en materia internacional de su tiempo en el gabinete de Obama y, sobre todo, cabe la posibilidad de que se centre en deshacer las políticas de Trump más que en activamente impulsar un nuevo programa de acción exterior.

En lo que se refiere a Siria, Trump ha calificado el país como una zona de “arena y muerte” lo que muestra el poco interés que tiene en la importancia estratégica del país o en la crisis humanitaria que vive y ha dejado que sean otros líderes -Rusia, Turquía e Irán- los que se peleen en la zona. Queda por ver si Biden buscará restaurar la credibilidad de EEUU en el área o también adoptará una postura de indiferencia.
Por su parte, Libia representa un desafío aún más complejo por la variedad y cruce de intereses en el país. Lo máximo que ha hecho Trump durante su presidencia ha sido llamar a un alto al fuego si bien no se ha involucrado de manera activa.
Sin embargo, tampoco se espera un compromiso mayor de Biden, aunque este se opuso a la intervención de 2011 en Libia y era escéptico de aquellos idearios que buscaban transformar la región.
Las sanciones a Líbano se han visto frenadas por el desastre de la explosión de Beirut, pero se espera que continúen a empresas y líderes políticos por supuestos lazos con el partido-milicia chií Hizbulá independientemente del dirigente a cargo. Así, pese a que los republicanos han sido más agresivos en la política de sanciones, Trump se ha refrendado de imponer las mismas al país, algo que se puede achacar a su total indiferencia por el mismo o la falta de una estrategia.

En lo que respecta a Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Egipto, la diferencia en la perspectiva demócrata y republicana hacia las relaciones con estos países no es demasiado profunda. Estados Unidos y el Golfo se necesitan mutuamente y tienen intereses compartidos por lo que se espera poco cambio en este terreno. Estos intereses son difícilmente evitables por parte de ningún mandatario y recogen el comercio de energía por el Golfo, el mar Rojo y el Canal de Suez.
Así, aunque estos Estados se han visto beneficiados por la política mercantilista de Trump y han afianzado relaciones con la Administración norteamericana, no es de esperar que un posible mandato de Biden enfríe las relaciones, si bien el demócrata ha condenado en varias ocasiones las acciones saudíes en la guerra de Yemen y ha advertido contra los acercamientos de EAU a Irán.

Cualquiera que sea el candidato elegido para dirigir el país norteamericano en los próximos años, Oriente Medio no será su foco de trabajo principal. Por el contrario, se espera que EEUU se centre en reparar los efectos que deje la COVID-19 y, en materia de política exterior, se califica a Oriente Medio como la cuarta prioridad del orden, por detrás de Europa, el Indo- Pacífico y Latinoamérica.
No obstante, si Trump sale elegido se esperan cuatro años de mayor alejamiento y enfriamiento de las relaciones con la región mientras que Biden podría adoptar unas políticas con mayores matices como la vuelta al Acuerdo Nuclear con Irán y normalizar las relaciones sin incrementar las expectativas ni acabar con ellas.