El submarino Pisces VI se esfuerza por encontrar los restos del “Barco de la Muerte”, una de las peores tragedias de la migración ilegal del país en 2022. Mientras, se notifica el colapso total de la cara norte del silo del puerto de Beirut

Continúa el éxodo libanés frente a la peor crisis económica en décadas

photo_camera AFP/ JOSEPH EID - Líbano, un país de unos seis millones de habitantes, está lidiando con una crisis financiera sin precedentes que, según el Banco Mundial, es de una escala normalmente asociada a las guerras. La agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, dijo que al menos 1.570 personas, entre ellas 186 libaneses, la mayoría con la esperanza de llegar a Chipre, miembro de la UE

El Líbano, la que fuera definida como la “Suiza de Oriente Medio”, otrora leyenda exótica que fascinó al mundo de punta a punta, continúa ahora sumido en la peor crisis económica que sus ciudadanos han enfrentado en décadas. Un colapso que, día a día, empuja ya no solo a los refugiados palestinos y sirios que habitan el país –desde que las complicadas situaciones en sus países de origen los obligaron a huir al territorio libanés –, sino, también, a los propios ciudadanos libaneses, a unirse a una ola migratoria que no deja de crecer. 

Según los datos publicados por Naciones Unidas, que asegura que 8 de cada 10 habitantes del Líbano viven por debajo del umbral de pobreza, en el año 2020 más de 1.500 libaneses –palestinos o sirios– trataron de abandonar el país a través de precarias embarcaciones. Pero cerca del 75% de estos migrantes fueron interceptados por las autoridades, o devueltos a tierra. Y, desde entonces, la situación no ha hecho más que empeorar, y la cantidad de botes ilegales que buscan las costas chipriotas se han disparado de manera preocupante. 

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“No puedo alimentar a mi familia. Mi salario apenas me alcanza para unas pocas semanas (…) y ver a uno de mis hijos deambulando por el barrio buceando en los basureros, buscando latas y plásticos para vender, me rompe el corazón”, es el testimonio de Abu Abdullah, un repartidor tripolitano, para el medio Arab News. Un testimonio entre cientos, que evidencia las consecuencias sociales de una hiperinflación que supera las dos cifras, una devaluación de la moneda de más del 90% desde 2019, y las repercusiones de la crisis de la Covid-19, la explosión del puerto de Beirut y la guerra entre Rusia y Ucrania

“Preferiría arriesgar mi vida en el mar, que escuchar los gritos de mis hijos cuando tienen hambre”, concluía Abdullah. Y es que, también a causa del colapso económico, las cantidades astronómicas que exigen los contrabandistas para sacar a alguien del país por vía aérea (a través de tres aeropuertos diferentes antes de entrar en el territorio europeo) llevan, cada vez a más personas, a arriesgar su vida en precarias embarcaciones que se espera sirvan para cruzar el mar Mediterráneo. 

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Sin embargo, según la versión de diversos analistas consultados por Arab News, la tasa de migración ilegal se encuentra actualmente en declive debido al aumento de las tarifas de los traficantes, lo que dejaría, incluso las peligrosas rutas marítimas, fuera del alcance financiero de muchos libaneses. Algo con lo que no concuerdan todos los especialistas, que además de sostener que los flujos migratorios no han dejado de crecer, advierten especialmente sobre el éxodo de jóvenes libaneses formados, claves en la futuro recuperación del país. 

Esta situación es más complicada, si cabe, para los millones de refugiados procedentes de Siria y Palestina, tratados durante años como ciudadanos de segunda. Además de haber sufrido, en muchos casos, numerosos desplazamientos, estos colectivos difícilmente podían acceder al derecho de poseer casas o propiedades, de trabajar en profesiones liberales o de ejercer muchos derechos sociales o políticos. 

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En busca del “Barco de la Muerte” 

En este escenario, el hundimiento de un bote que transportaba a 84 migrantes –en su mayoría libaneses, aunque también palestinos y sirios –, el pasado 23 de abril, se ha convertido en un acontecimiento de importancia internacional. Aunque los equipos de rescate fueron capaces de salvar la vida de unas 45 personas y de recuperar al menos una decena de cadáveres en los días siguientes a la tragedia, la desaparición de, al menos 33 pasajeros, más de cuatro meses después del hundimiento, despertó la solidaridad de AusRelief, una ONG australiana presidida por Tom Zreika, un expatriado libanés que coordina la iniciativa “Los hijos del Líbano”. 

Los restos de los desaparecidos, recuperados para dar a las familias la oportunidad de brindarles “una sepultura adecuada”; así como los objetos de interés para el desarrollo de la investigación, serán recogidos por el submarino Pisces VI (que ha zarpado desde la isla española de Tenerife) en una operación que ha sido financiada por las donaciones de decenas de expatriados libaneses, organizaciones privadas y muchos otros particulares, y que coordinará las labores del Ejército libanés y la tripulación del sumergible.

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Y es que, todavía a día de hoy, se desconoce si el motivo del hundimiento fue una sobrecarga en el “Barco de la Muerte” –tal como ha sido bautizado –, o si, por el contrario, fue embestido deliberadamente por la marina libanesa durante un operativo nocturno. Una versión que defienden varios de los supervivientes del naufragio. 

No obstante, la tragedia del “Barco de la Muerte” parece no haber persuadido a los cientos de migrantes que, diariamente, continúan arriesgando sus vidas para llegar a las costas europeas. Y así lo ha evidenciado la salida de tres barcos de pesca –según las fuentes– mal equipados, con cerca de 200 migrantes, que este fin de semana han abandonado las orillas libanesas.

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Adiós al símbolo de la explosión de Beirut

Mientras, el puerto de Beirut, escenario de una de las mayores explosiones no nucleares de la historia, se ha convertido este martes en testigo del colapso total de la cara norte de los silos. Símbolo del accidente que tuvo lugar en 2020 y que se cobró la vida de más de 200 personas, dejando más de 6.500 heridos y una gran destrucción en la capital libanesa. 

A lo largo de los meses de verano, la que fue la mayor infraestructura de almacenamiento de grano del país, ha venido sufriendo importantes derrumbes parciales a causa de un incendio constante por la fermentación del trigo y maíz atrapado en su interior. Y este martes, definitivamente, las ruinas de la cara norte se han venido abajo, reduciendo así las posibilidades de los cientos de familiares de las víctimas de encontrar nuevas pruebas para una investigación –que pretende depurar responsabilidades– marcada por los continuos estancamientos y los obstáculos políticos y judiciales. 

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Una crisis rampante y sin frenos

Desde que en 2020 se agravase la crisis libanesa nacida un año antes, la moneda del país ha perdido casi el 95% de su valor, el porcentaje de ciudadanos que viven bajo el umbral de pobreza ha ascendido hasta el 80% y la población enfrenta cortes de suministros de electricidad y de agua corriente, así como desabastecimientos en los productos más básicos

El estallido de la guerra ruso-ucraniana tampoco ha mejorado esta situación. El pequeño país mediterráneo importaba más del 60% de sus necesidades de grano del país europeo, y tras la destrucción de los silos del puerto de Beirut y la interrupción del abastecimiento ucraniano, el Líbano ya no es apenas capaz de financiar las subvenciones al pan de pita, que ha tenido que racionar. Y, de cara al futuro, la parálisis política y los crecientes obstáculos internos y externos parecen no presagiar un cambio en la situación económica y social de la ciudadanía libanesa. 

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