Los conflictos en los que participa en su entorno cercano, Siria, Libia o el Alto Karabaj, la tensión con teóricos aliados como Estados Unidos y sus problemas en el seno de la OTAN o con la Unión Europea, no son las únicas cuestiones que preocupan al presidente turco Recep Tayyip Erdogan. En el horizonte, la amenaza de una derrota en las elecciones presidenciales previstas para junio de 2023, justo cuando se cumple el centenario de la Turquía de Kemal Ataturk.
La situación en el interior de Turquía es casi tan convulsa como lo está siendo su política exterior, fruto de una huida hacia adelante del presidente turco por su ansia de poder y el afán de extender la influencia otomana en la región, en un intento de reivindicar un neootomanismo que esconda la deriva del país. La sensación de una fácil victoria en las próximas elecciones, garantizada por la persecución política y la intromisión en todas las esferas públicas y privadas, desde las Fuerzas Armadas a la prensa, la judicatura o el ámbito académico, se va diluyendo, a pesar del afán del actual presidente de silenciar a una oposición que cada vez alza más la voz.
Las derrotas en las pasadas elecciones municipales en las dos grandes urbes turcas: Estambul y Ankara, ha puesto en alerta al AKP y a Erdogan sobre lo que puede pasar de una hipotética confluencia de la oposición a las próximas presidenciales. Ekrem Imamoglu y Mansur Yavas obtuvieron la victoria en Estambul y Ankara respectivamente, aupados por la llamada Alianza Nacional, que aglutinaba a los principales partidos de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP) y al Partido Democrático Popular pro kurdo (HDP). También se integraban otros dos partidos algo minoritarios, aunque vitales, el Partido del Bien (IYI) y el Partido de la Felicidad (FP).

Erdogan y su AKP cuentan ya con el apoyo de los nacionalistas turcos del MHP, pero a la vista de las derrotas en los epicentros de la vida turca, el presidente se ha visto obligado en los últimos meses a explorar otras alternativas que dinamiten la alianza opositora y frene su crecimiento. En el caso de los dos principales partidos de la oposición, Erdogan está llevando a cabo una campaña de presión política a todos los niveles, especialmente en lo relativo al HDP, ligado a los kurdos. Algunas de sus figuras más representativas, como Demirtas, están directamente encarceladas, al igual que otros representantes públicos del HDP. Sobre otras personas, como la directora de la campaña de Imamoglu a la Alcaldía de Estambul, Canan Kaftancioglu, y sus aliados, hay ya casos abiertos que pueden suponer importantes penas de prisión.
Sin embargo, sobre los otros partidos minoritarios, pero que pueden decantar una balanza bastante equilibrada, Erdogan está llevando a cabo otra estrategia. El IYI surge de una escisión del MHP, aliado de Erdogan y con un marcado carácter autoritarista, que también acoge a representantes desencantados del CHP y representa un nacionalismo más moderado que el de Erdogan y sus socios, pero nacionalismo al fin y al cabo. El FP, por su parte, tiene un marcado carácter islamista, algo que favorece las sinergias con el rumbo que ha marcado Erdogan para Turquía.
El presidente turco ha visto en estos dos partidos, especialmente el Partido de la Felicidad, la posibilidad de establecer vínculos con los que atraer de nuevo a votantes desencantados, con la vista puesta en una más que posible segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Bajo la bandera del nacionalismo y del islamismo, Erdogan cree poder capitalizar los votos suficientes para mantenerse en la Presidencia. No obstante, pese a la reciente reunión mantenida con uno de los referentes del FP, Oguzhan Asilturk, no hay nada concretado.

El AKP y Erdogan se encuentran en los niveles más bajos de apoyo desde hace 20 años, alrededor del 30%, lo que demuestra que hay una desconexión casi absoluta entre el presidente y la sociedad turca, especialmente los jóvenes y la población urbana. La deriva islamista y el identitarismo turco pone en su contra a segmentos muy importantes de la población turca. De la misma forma, los descontentos con la situación económica y política del país, pero ligados a un islamismo y/o nacionalismo más moderado, pueden aumentar las filas de estos partidos minoritarios que empiezan a amenazar el sistema de partidos turco que ha estado vigente durante las últimas décadas. Si ambas cifras se suman, la presidencia de Erdogan, peligra.
El presidente turco no tiene alternativa. Debe ampliar su alianza y buscar el apoyo de otros partidos para mantenerse al frente del país, ya que un cambio de rumbo no parece viable y la situación económica agravada por el coronavirus tampoco ayuda. La oposición por su parte debe mantenerse firme y soportar una gran presión política y judicial, además de ponerse de acuerdo en quién será su candidato para hacer frente a Erdogan, algo que tampoco será sencillo. De la capacidad de su figura de aunar el descontento generalizado y de representar a un gran número de minorías e identidades que no caben en la Turquía que está diseñando Erdogan, depende la victoria. Por último, el presidente del país euroasiático tiene la baza de adelantar las elecciones, un escenario que muchos analistas contemplan, y que podría provocar prisas en una oposición que debe agrupar numerosas sensibilidades. Hacer las cosas con celeridad no ayudaría a que las decisiones y los acuerdos que deben adoptar sean de la solidez necesaria para obtener el resultado que una gran parte de Turquía ansía: el fin de Erdogan.