Guerra Fría 2.0: riesgos nucleares en un mundo cambiante

Santiago Mondéjar. Consultor estratégico empresarial
Con la derogación del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, vigente desde 1987, Trump ha propinado una patada a China en la espinilla de Rusia. La razón radica en que China no es signataria del acuerdo, por lo que a piori no está sujeta a las limitaciones en el uso de misiles de corto y mediano alcance que impone el tratado. Las esperables llamadas a establecer una versión actualizada del mismo pondrán presión sobre China y otros países asiáticos para someter este tipo de armas al control internacional. En el ínterin, a pocos sorprendería que EEUU empiece a usar en breve su músculo diplomático para persuadir a sus socios asiáticos de que alberguen este tipo de misiles en sus respectivos países para contener a China, e incentivar a Beijing para que se avenga a firmar el futuro tratado.
Esto llevaría presumiblemente a situaciones similares a las que se prodigaron durante la Guerra Fría en el escenario europeo, que motivaron a Reagan y a Gorbachev para firmar el tratado ahora suspendido. En cualquier caso, el ecosistema nuclear tiene ahora más piezas móviles y es harto más complejo de lo que lo era en los años 80, cuando la paranoia y los malentendidos despertados por las maniobras Able Archerde la OTAN en el patio trasero del Pacto de Varsovia estuvieron a punto de causar un enfrentamiento nuclear.
La primera reacción en esta saga previsible ha sido que Rusia ha reciprocado la suspensión unilateral del tratado, abriendo la puerta a una renovada escalada nuclear, con EEUU acelerando el desarrollo y despliegue una versión terrestre del misil de crucero AGM-158 y Rusia haciendo lo propio con su equivalente, el Kalibr. Todos estos movimientos volverán a poner en el candelero a Europa, obligando a los países de la UE a revisar la estrategia europea de defensa nuclear, precisamente en un momento en el que la salida del Reino Unido de la UE es causa de toda clase incertidumbres, también en el ámbito militar.
Tanto Rusia como los paises de la UE son conscientes de que la capacidad nuclear británica, lejos de de ser autónoma, como la francesa, es altamente dependiente de los EEUU: la flota de 4 submarinos nucleares de la Royal Navy que componen el sistema de disuasión atómica del Reino Unido son en realidad versiones de submarinos de la clase Ohio construidos bajo licencia norteamericana. Los misiles Trident y sus ojivas nucleares, son de fabricación norteamericana y están cedidos por los EEUU al RU mediante leasing, lo que le permite disponer de 70 misiles albergados en unas instalaciones de armas estratégicas compartidas en King's Bay, Georgia, una base norteamericana a la que los submarinos británicos han de viajar regularmente para llevar a cabo su mantenimiento y rearme.
La mayor parte de la tecnología y componentes de los misiles Trident, desde los generadores de neutrones, a los depósitos de gas, pasando por el sistema de guiado y navegación, son también de origen norteamericano, lo cual es un negocio redondo para las empresas estadounidenses, que llega al extremo de que las instalaciones nucleares británicas de Aldermaston y Davenport estén participadas por las estadounidenses Lockheed Martin y Halliburton, y que el Atomic Weapons Establishment británico sea en realidad un consorcio del que forman parte Jacobs Engineering Group y Lockheed Martin, ambas norteamericanas.
Las legitimas dudas que rusos y europeos albergan respecto a la independencia nuclear del Reino Unido se suman a la preocupación por lo que pueda ocurrir si, como consecuencia de un Brexit catastrófico, Escocia decide retomar su pulsión por la independencia. Esto es debido a que los submarinos del sistema Trident están basados en Clyde, en la costa oeste de Escocia. La base se compone de un puerto para los submarinos en Faslane y un silo en Coulport, que almacena las cabezas nucleares. La oposición de los nacionalistas escoceses a estas instalaciones es notoria y radical, hasta el punto de que en su programa por la independencia aparece el compromiso de retirada las armas nucleares de territorio escocés y su prohibición en la constitución de una Escocia independiente.
Esto situaría al RU en la urgente tesitura de reubicar con premura sus instalaciones atómicas a otro lugar bajo su soberanía, probablemente en una zona densamente poblada y próxima a la costa francesa, en un momento en que el RU habría ya dejado de formar parte de EUROATOM.
La suma combinada de los riegos y consecuencias que todos estos acontecimiento entrañan está obligando a los gobiernos francés y alemán a pensar en lo impensable. Así, en fechas recientes, el parlamento alemán hizo público un estudio en el que se expresaba la legalidad de que Alemania cofinanciase programas de uso conjunto con clave dual de armas nucleares francesas, señalando que el esquema sería aplicable a nivel paneuropeo, lo cual tendría la virtud de aminorar las suspicacias tanto internas como externas que despierta una Alemania dotada de capacidad nuclear, y que contaría ya con el respaldo de las autoridades polacas.
A día de hoy, Alemania ya tiene bajo su cargo en la base de Büchel de 20 bombas nucleares de 100 kilotones de la clase B61, provistas por EEUU, y que el ejército germano puede lanzar bajo un protocolo de la OTAN mediante los cazabombarderos Tornado IDS del escuadrón alemán JaBoG 33. Sin embargo, esta capacidad se ha mantenido con un perfil bajo merced a un discreto velo mediático. Hace tan solo un lustro, cualquier discusión pública en Alemania sobre asuntos de esta naturaleza era anatema. Ahora, el retraimiento americano, sumado al caos británico y la asertividad rusa están haciendo que los viejos tabúes se conviertan en hipótesis de trabajo.