El fenómeno terrorista ha experimentado una gran evolución desde los años setenta hasta nuestros días. Esa evolución, entre otros factores, ha ido de la mano de la globalización, convirtiéndolo en un fenómeno transversal y dando la oportunidad a los grupos terroristas de extender su mensaje, de captar acólitos y de actuar a nivel global.
Al mismo tiempo, esa misma globalización ha favorecido la expansión de los grupos de crimen organizado, facilitándoles la posibilidad de operar transnacionalmente. Los grupos criminales ya no circunscriben su actuación a un territorio concreto o a un país. Del mismo modo que los mercados internacionales se han abierto a cualquier empresa, el crimen organizado ya no conoce fronteras. Al fin y al cabo, el objetivo de una empresa legal es el mismo que el de una banda criminal: obtener beneficio económico.
El fenómeno del crimen organizado es en sí mismo un fenómeno complejo, con muchas ramificaciones y que abarca diversos aspectos de la actividad delictiva. Pero en el contexto actual, una de las facetas más preocupantes de este fenómeno es su conexión con redes terroristas que, o bien se aprovechan de estas redes criminales para obtener recursos, financiación y apoyo para cometer sus ataques, o bien se nutren en ocasiones de miembros de estas organizaciones que, en un momento dado y por diversos motivos, dan el paso y se transforman en miembros de grupos violentos aportando su experiencia criminal previa.
Este movimiento es una tendencia preocupante, pero a su vez puede ser visto como una oportunidad a la hora de luchar contra el terrorismo, pues la colaboración de los grupos terroristas con determinadas organizaciones o estructuras criminales puede ser al mismo tiempo una vulnerabilidad.
En este contexto, y volviendo a la acción terrorista, hemos asistido a un cambio radical del mismo. Los antiguos grupos locales o nacionales, con marcado signo político o reivindicaciones territoriales han desaparecido prácticamente, dando paso a un movimiento terrorista global de corte religioso y radical, y cuya reivindicación se basa en la imposición por todos los métodos a su alcance de sus creencias.
Esta “corriente” se caracteriza por una atomización de las células que actúan en Europa, la práctica ausencia de relación personal entre la cúpula dirigente y esas células, y el empleo masivo de las redes sociales, tanto para la difusión de su mensaje como para contactar con sus seguidores e impartir instrucciones.
Centrándonos en el terrorismo yihadista, una de sus notas distintivas es la relativa independencia de sus células, llevando a cabo la mayoría de ataques sin apoyo ni organización alguna por parte de la cúpula.
España es un caso paradigmático de esta evolución. Y el estudio de los diferentes atentados yihadistas sufridos en nuestro país nos es de gran utilidad para identificar las nuevas pautas de comportamiento, tanto de las organizaciones de crimen organizado como de los grupos yihadistas.
Ese estudio demuestra que estamos ante un escenario muy diferente de aquel al que estábamos habituados, y una de las principales características es que los grupos actuantes han de procurarse los medios para realizar sus acciones. Es en este punto donde el terrorismo actual converge con las diferentes redes de crimen organizado.
Esa convergencia se da en varios planos y, si bien simplifica enormemente la ejecución de las acciones terroristas, puede ser al mismo tiempo una oportunidad para el seguimiento y detección de la preparación de atentados.
Para las fuerzas y cuerpos de seguridad, al igual que para los servicios de inteligencia, la monitorización de las diferentes redes criminales y sus integrantes es más accesible que la de las posibles células terroristas, pues las primeras son estructuras más estables y perdurables en el tiempo y sus integrantes proceden en su mayoría de entornos conocidos. Por el contrario, las células yihadistas suelen crearse “ad hoc” para cometer los atentados y sus miembros no necesariamente proceden de la misma comunidad.

Para darnos cuenta del considerable peso de la delincuencia organizada en la economía mundial, responsables de EUROPOL consideran hoy que la cifra que mueve esta actividad asciende a 110.000 millones de euros.
En la historia de las relaciones entre grupos terroristas y el crimen organizado se pueden identificar dos fases. Tradicionalmente el foco se ha puesto en el nivel organizativo y, sobre cómo terroristas y grupos de crimen organizado han entablado diferentes formas de relación que iban desde relaciones o colaboraciones esporádicas a alianzas más estables o duraderas que podían acabar en cierta convergencia (por unión de intereses comunes) o incluso dar lugar a algún tipo de organización híbrida.
Actualmente estamos en una fase en la que el estudio de las redes y sus integrantes han tomado el protagonismo y, se vislumbra como los perfiles de los integrantes de unos y otros grupos, claramente diferenciados en el pasado, se han comenzado a mezclar o confundir entre sí.
Los grupos terroristas tradicionales que operaban en Europa, como ETA en España, eran organizaciones muy jerarquizadas, muy estructuradas, con un férreo control por parte de las direcciones sobre todos sus miembros y sus acciones. Eran incluso entidades muy burocratizadas. Sin embargo, las redes yihadistas a las que nos enfrentamos hoy día, tienen una estructura y modo de operar muy diferente, debido en gran parte a los avances tecnológicos en lo que a sistemas de comunicación y de difusión se refiere.
Son redes muy transversales, muy horizontales, en las cuales las células frecuentemente jamás han tenido contacto alguno con elementos dirigentes, ni siquiera de medio o bajo nivel. Y donde frecuentemente todo el proceso de captación, formación, adoctrinamiento, preparación de las acciones y transmisión de órdenes se lleva a cabo desde la distancia a través de la red. El nuevo fenómeno ha sabido sacar partido a la vulnerabilidad que supone la globalización y el acceso total a internet o a las aplicaciones que corren por nuestros smartphones. Pero al mismo tiempo, enfrentándose como se enfrentan a una sociedad evolucionada y “tecnologizada”, dejar descansar todos sus procesos en esos sistemas es así mismo una debilidad, por lo que han sido capaces de combinar ese modus operandi con otro igual de simple que inteligente: se ignora por completo la tecnología, se deshacen de los teléfonos móviles, las instrucciones se pasan en mano o verbalmente dentro de sus comunidades, a menudo convertidas en guetos, donde su impunidad y seguridad es absoluta, y se mimetizan totalmente con el entorno, tanto en su apariencia física como en el modo de actuar. Con esa forma de llevar a cabo su actividad consiguen una invisibilidad casi absoluta ante los modernos métodos de búsqueda, rastreo y obtención de información. Pero en lo sustancial ambos modos de actuar comparten esa mencionada transversalidad, esa estructura cuya jerarquía se ha simplificado al máximo.

Y este nuevo modo de actuar y de organizarse ha traído una novedad. No se puede hablar de una convergencia entre organizaciones terroristas y criminales como grupos que actúan en escenarios o ambientes diferentes. Ambos tipos de grupos hoy en día se nutren del mismo tipo social. Sus integrantes proceden del mismo “caladero”.
Este hecho supone todo un desafío a la hora de luchar contra ellos, pues la antigua convicción de que un terrorista siempre actuaría con un razonamiento totalmente diferente al de un criminal, buscando desestabilizar la sociedad con la finalidad de conseguir sus objetivos, mientras que el segundo simplemente busca obtener algún tipo de beneficio económico o de otra índole, ha desaparecido, difuminándose ambos propósitos, cuando no confundiéndose o mezclándose.
Con la irrupción de Daesh esta tendencia se acentuó, y datos más recientes, si bien con ciertas variaciones según el país del que tratemos, lo confirman.
Un análisis realizado sobre 51 ataques yihadistas en Europa y EEUU entre 2014 y 2017 desveló que al menos el 57% de los participantes tenían antecedentes criminales de algún tipo, y que un tercio de ellos había pasado por prisión previamente. En Reino Unido, entre 1998 y 2015 el 38% de los delitos relacionados con el yihadismo fueron cometidos por individuos con un pasado criminal demostrado, y la mitad de ellos habían pasado por prisión por delitos no relacionados con el terrorismo.
Del mismo modo, un estudio realizado en 2015 afirmaba que dos tercios de los alemanes que marcharon a combatir a Siria o Irak en las filas de Daesh tenían antecedentes policiales y, una vez más, un tercio de los mismos tenían alguna condena previa.
Los datos obtenidos en Francia en ese mismo año y hechos públicos por el portavoz del ministerio de justicia discurren en paralelo a los anteriores. Según afirmó, el 15% de los 167 radicales islamistas detenidos en Francia acusados de delitos relacionados con el terrorismo habían sido encarcelados previamente por otros crímenes.

Cuando nos centramos en España, los lazos o puntos en común entre organizaciones criminales y terroristas los podemos agrupar en tres diferentes elementos de convergencia: el funcional, el financiero y el ideológico.
Existe lo que podríamos considerar un ecosistema de lugares y espacios donde coinciden potenciales delincuentes buscando intercambiar información, conocer a nuevos socios, comprar y vender productos procedentes de actividades ilícitas o planear futuras acciones. La existencia de estos espacios ofrece una cierta estructura y continuidad a las redes criminales y, lo que es muy importante para esa relación que observamos entre organizaciones criminales y terroristas, permiten que se dé una evolución en el desarrollo de las carreras delictivas de aquellos que los frecuentan. Un proceso en el que se pasa de actividades criminales violentas al extremismo violento ideológico.
No obstante, ese “ecosistema” también ha avanzado, y ya no podemos hablar sólo de espacios físicos de convergencia como pueden ser las prisiones, mezquitas, clubs, bares etc. Ahora encontramos espacios virtuales de mucho más fácil acceso y más difícil control como son plataformas web, redes sociales, foros etc. La mayoría de ellos localizados en lo que se conoce como “deep web”. En la actualidad podemos afirmar que la verdadera concurrencia entre ambas actividades se produce en ese nuevo plano virtual.
En definitiva, esa evolución se puede entender como una búsqueda por parte de ciertos individuos de cierta evolución personal, por difícil que nos resulte entender esto. Una progresión que iría de la comisión de pequeños delitos en edad joven a crímenes más graves que desembocarían en la integración en un grupo criminal o terrorista. Y dado que las capacidades necesarias para integrarse en uno u otro tipo de organización son claramente similares, la transición, llegado el caso, es mucho más fácil y sencilla de lo que se podría imaginar.

Convergencia Funcional
Cuando hablamos de la convergencia funcional nos referimos a la relación que se establece entre las capacidades de los grupos criminales y la experiencia de las bandas u organizaciones terroristas. Esto se materializa cuando los criminales se convierten en facilitadores del terrorismo poniendo al servicio de alguna célula o de algún conocido o familiar radicalizado sus capacidades (acceso a armas u otros materiales ilegales, redes de falsificación de documentos, etc.).
Por lo general, el motivo de que se contacte con ellos son sus conocimientos, aunque en no pocas ocasiones esa conexión se produce debido a relaciones anteriores, bien de tipo religioso o familiar.
Otro caso frecuente es cuando este apoyo se produce mediante una integración temporal total o parcial en la célula terrorista. En este caso, la colaboración puede estar motivada por diferentes razones, pero siempre pragmáticas. Los criminales no tienen que ser necesariamente creyentes o radicales. Actúan así por lealtad a algún amigo, miembro de su comunidad o simplemente porque obtienen algún tipo de beneficio económico.
En otros casos, diferentes al anteriormente descrito, en el cual la parte criminal del entramado no conoce la finalidad de su apoyo, hemos visto como los grupos criminales han proporcionado apoyo a células, siendo perfectamente conscientes del resultado potencial de sus actividades. En este tipo de circunstancias, el interés por colaborar nace de relaciones personales, cierta simpatía hacia la causa o ambas. Sea como sea, el conocimiento de ciertas técnicas, los contactos en el mundo criminal y el acceso a fondos procedentes de sus actividades ilícitas son de gran utilidad para los terroristas.

Convergencia Financiera
En este punto nos encontramos con elementos de corte yihadista que entablan relación con grupos de crimen organizado con la finalidad de costear sus operaciones. Las posibles fuentes de financiación incluyen todo tipo de actividades ilegales, aun cuando participar en según qué actividades como el tráfico de drogas no case muy bien con los principios religiosos con los que justifican sus acciones.
Las actividades de estos grupos pueden ayudar a sufragar los altos costes que conlleva la preparación de un ataque terrorista y que cubren un extenso espectro que va desde el necesario entrenamiento a la necesidad de contar con pisos franco, locales donde almacenar el material, preparar los artefactos, labores de obtención de información, viajes, etc.
En ocasiones, este tipo de alianzas van más allá y se utilizan para respaldar la actividad yihadista a nivel de organización, obteniendo por medios ilícitos el dinero que llega directamente a las arcas de la dirección de la organización.
En este punto observamos dos categorías. Una con delincuentes especializados en este tipo de operaciones, asimilados a yihadistas, llevando a cabo estos actos de bajo perfil para financiar a las células, y otra con terroristas sin experiencia criminal previa, integrándose en esos grupos temporalmente para llevar a cabo una actuación concreta.
El coste que supone preparar un atentado varía en función del objetivo, los medios empleados y la complejidad del mismo. Es por ello que, si bien es necesaria una financiación robusta, si lo comparamos con la necesaria para otras actividades, esta no es desorbitada. Eso significa que ese relativo “bajo coste” se convierte en un elemento facilitador de la actividad terrorista, siempre y cuando no estemos hablando de ataques complejos o de gran magnitud. En ese caso los requerimientos económicos son mucho más elevados, pero al mismo tiempo, en ese tipo de procedimientos es más difícil que se involucren de elementos criminales, limitándose la colaboración de estos a ejercicios de bajo nivel, muy alejadas de la planificación y ejecución total del ataque.
Lo relevante del tema que estamos tratando es que preparar una embestida está al alcance de cualquiera, sin necesidad de acudir al apoyo de las organizaciones matriz, y éstas se aprovechan de dicha situación, alentando a sus acólitos a llevarlos a cabo, fomentando indirectamente la colaboración entre delincuentes o criminales y terroristas. La autofinanciación da a los yihadistas la capacidad de actuar independientemente.

Desde el 11 de marzo de 2004 la situación ha sufrido una gran evolución, y los métodos empleados por los yihadistas se han ido adaptando.
Ese desarrollo de la amenaza ha traído asociada nuevas oportunidades, tanto para los terroristas como para los delincuentes. El control efectivo del territorio en Siria e Irak les proporcionó nuevos métodos de financiación, algunos de los cuales, como el tráfico ilegal de obras de arte, necesitan la colaboración expresa de redes de crimen organizado y muy especializadas. Al mismo tiempo, ese mismo dominio sobre territorio y población, añadida a los adeptos que se trasladaron a esas zonas procedentes de otros países musulmanes y europeos, supuso una mayor eficacia en los métodos tradicionales de traspaso de dinero como el “hawala”. La ampliación de las redes de este sistema dificulta enormemente el seguimiento del mismo. Se calcula que, en solo tres años, más de diez millones de euros han cambiado de manos haciendo uso de este.
Si ponemos el foco en los ataques de Barcelona y Cambrils de 2017, veremos que una vez más la colaboración con redes de delincuentes sirvió para soportar parte de los costes de los atentados. En concreto fue la venta de joyas robadas la que proporcionó el capital necesario para adquirir las más de 100 bombonas de gas almacenadas en la casa de Alcanar. Este caso es también un claro ejemplo de acción que podríamos considerar “low cost”, autofinanciada y sin apoyo económico de la organización matriz.
Esta convergencia de intereses económicos a la hora de cooperar para obtener beneficios resalta el carácter transnacional y transversal del problema al mezclarse ambos tipos de entramados, llegando en ocasiones a convertirse en uno solo. Los grupos terroristas confían en las redes criminales para de ese modo poder actuar independientemente y sin apoyo exterior, pero eso no quiere decir que a otros niveles no existan profundas y sólidas conexiones en el ámbito europeo e internacional entre organizaciones de ambos tipos, empleando métodos de financiación mucho más complejos y que en ocasiones se han basado en entramados de fraude fiscal o de desvío de dinero a través de consorcios inmobiliarios.

Convergencia ideológica
La existencia de unas condiciones que facilitan la convergencia entre delincuentes comunes y yihadistas lleva a que se dé el proceso de salto de un “estamento” al otro cuando delincuentes comunes o miembros de organizaciones criminales se integran en células yihadistas tras un proceso de radicalización y adoctrinamiento fruto de esa estrecha colaboración.
En cierto modo, para algunos delincuentes comunes (hablando principalmente de aquellos de origen musulmán), enrolarse en la yihad es una oportunidad de “redimir” sus pecados utilizando sus conocimientos a favor de la causa religiosa. Por otro lado, la frustración y el desencanto que provoca el estilo de vida al margen de la ley y la incapacidad de llevar una vida acorde con las normas de la sociedad occidental en la que viven de un gran número de jóvenes musulmanes de segunda y tercera generación los lleva a una grave sensación de pérdida de autoestima. En ese contexto, el paso de integrarse en el movimiento yihadista es percibido por aquellos que lo dan como una oportunidad de sentirse parte de algo importante y que da sentido a sus vidas, recuperando esa honra o dignidad perdida.
Es, en cierto modo, una manera de romper con un pasado vacío de significado y lleno de insatisfacción, pero sin que necesariamente cambie su día a día, pues al fin y al cabo lo que hacen es dar un sentido más profundo a sus actividades delictivas y una justificación, aunque ese “salto” sí lleve aparejado un cambio profundo en su visión personal de la vida.
Ese sentimiento de redención se ve reforzado por el hecho de continuar con las mismas actividades, pero ahora ya sujetos a las normas de la yihad, que no hacen sino justificar y dar sentido a estas.
Todas las habilidades desarrolladas durante años de actividad ilegal son útiles para su nuevo papel como activistas extremistas violentos, especialmente la capacidad de mantenerse fuera del objetivo de las fuerzas de la ley. El haber cruzado la línea y estar actuando al margen de la legalidad, algunos de ellos incluso envueltos en crímenes violentos, significa que ya han dado un paso muy importante en el proceso de radicalización y, por lo tanto, el riesgo de pasar a actuar bajo el amparo de grupos que practican la violencia motivada ideológicamente es muy alto.

- Federal Research Division, “The Nexus Among Terrorists, Narcotics Traffickers, Weapons Proliferators, And Organized Crime Networks In Western Europe” .Library of Congress . United States Government (2002).
- Ricardo Magaz Álvarez, “Terrorismo y Narcotráfico como elementos clave del crimen organizado transnacional y amenaza para la seguridad” ,Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de la UNED.
- Djallil Lounnas,”The links between jihadi organizations and illegal trafficking in the Sahel”. MENARA Working Papers (2018)
- Argomaniz, J., Bermejo, R. . “Jihadism and crime in Spain: a convergence settings"