Un cambio interno en Rusia es posible, aunque poco probable, y obligaría a actuar según las circunstancias

De nuevo guerra en Europa

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

La guerra de Ucrania se ha convertido en un polvorín que cualquier día puede hacer saltar Europa por los aires. Ucrania puede ganar la guerra, pero probablemente perderá la paz. De momento, la dialéctica de voluntades entre Washington y Moscú ha llevado a un callejón sin salida, mientras la prioridad estratégica de EE. UU. está en el Indopacífico. Además de en el militar, la contienda se libra en los ámbitos económico-energético, tecnológico y cognitivo.

Escalar el conflicto para expulsar a las tropas rusas de todo el territorio ucraniano sometería a Europa a un alto riesgo nuclear.

Alargar la guerra para que Rusia se desangre, devastaría Ucrania, pondría la unidad de la UE a prueba y dañaría gravemente su economía.

Un cambio interno en Rusia es posible, aunque poco probable, y obligaría a actuar según las circunstancias. Si la Federación Rusa se desestabiliza en el proceso, nos podríamos encontrar con un escenario aún peor.

Otra opción es intentar detener la escalada, para posteriormente contener y enfriar el conflicto, lo que desembocaría en algún tipo de coexistencia tensa con perfiles de guerra fría.
En cualquier caso, se debe proteger la unidad de la UE y España no puede dejar el flanco sur de la OTAN desguarnecido.

Para que su respuesta sea eficaz, Europa debe tener en cuenta los riesgos que asume y las capacidades de las que dispone. En este caso, sus riesgos son considerables y sus capacidades estratégicas, limitadas1.
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ

Introducción

La ambición de poder no se justifica a sí misma, pero, en mayor o menor medida, siempre está presente en las relaciones internacionales. Hay, pues, que contar con ella para mitigar sus efectos, más aún, en un momento de inflexión histórica en que la «trampa de Tucídides» está llevando a las grandes potencias a una intensa confrontación, siendo el recurso a las armas la expresión última de dicha dialéctica de voluntades.

Aunque no había ningún indicador que lo confirmara, en las sociedades occidentales
—especialmente en las europeas— se pensaba que la guerra había quedado superada por la lógica de la historia. Así, la de Ucrania nos ha hecho despertar a la realidad contradictoria de la condición humana y lo ha hecho con tal crudeza que no se ve una salida clara a los dilemas estratégicos que esta presenta y se corre el riesgo de una escalada de dimensiones impredecibles.

Ucrania, al igual que España con motivo de la invasión napoleónica, está siendo víctima de los designios estratégicos de su poderoso vecino del noreste, en una guerra que presenta grandes paralelismos con la «francesada» (figura 1). Entonces, la reacción patriótica humilló a las orgullosas águilas imperiales, propiciando así la intervención de Inglaterra, la gran potencia rival. El presidente Putin, como entonces Napoleón, está arrasando todo lo que se interpone al paso de su carro de fuego, dejando tras de sí un panorama de barbarie y desolación.

Poner el énfasis en que la responsabilidad moral recae en el agresor no resuelve el problema de que los perjudicados somos todos, que el bien más importante a proteger es la paz y que las estrategias de seguridad se evalúan fundamentalmente por sus resultados. Muchas personalidades relevantes piensan que se erró en la estrategia para evitar una guerra previsible y pronosticada2. Así, Emma Ashford ha reconocido en Foreign Affairs que «muchos prominentes teóricos realistas de las relaciones internacionales predijeron correctamente la guerra en Ucrania»3.

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Si la Guerra Fría, tras cuatro décadas de intensa rivalidad estratégica, acabó con una victoria inapelable de EE. UU. frente a la poderosa URSS, el periodo de hegemonía norteamericana, que le sucedió y que empezó con tan espléndidos augurios, ha obtenido el resultado opuesto contra la Federación Rusa, un rival de menos talla y menor antagonismo.

La decisión de expandir la OTAN a Ucrania ha sido la manzana de la discordia que ha terminado tensando la relación entre las potencias anglosajonas y Rusia y que, finalmente, ha extinguido todo espacio de un entendimiento que no había dejado de menguar. Temeroso de perder definitivamente el control sobre el destino de Ucrania y llevado de un exceso de confianza, Putin tomó la decisión de invadir el país vecino para propiciar un cambio de gobierno que le fuera favorable y anexionarse una cierta porción de territorio que sumar a Crimea y el Dombás, ya bajo control ruso.

Contra todo pronóstico y con la inestimable ayuda de EE. UU. y sus aliados, Ucrania ha obtenido grandes éxitos militares. La guerra se está prolongando y, en el momento de finalizar la redacción de este documento (enero de 2023), la Federación Rusa intenta aprovechar el invierno y utilizar su dominio energético para debilitar a su rival, dividir a los europeos y forzar una paz que le sea lo menos desfavorable posible.

Occidente ha respondido con unas sanciones económicas sin precedentes, dirigidas principalmente al poderoso sector energético ruso. Al ser la Federación Rusa, al iniciarse la guerra, el mayor exportador energético del mundo con un 16 % de dicho comercio internacional4 y, además, compartir con Ucrania una posición dominante en las exportaciones de cereales, con, en conjunto, el 29 % de las exportaciones globales de trigo y 19 % de las de maíz, el daño sobre la economía y el bienestar globales está siendo considerable.

Moscú está intentando redirigir sus flujos y vínculos comerciales, tecnológicos y financieros, anteriormente centrados en Europa, hacia China y el Sur global. En consonancia con Pekín, pretende desdolarizar sus relaciones comerciales, fracturar el sistema económico global y ganar resiliencia frente las sanciones occidentales5.

La Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de los EE. UU. (octubre de 2022) define a Rusia como una amenaza inmediata pero secundaria y como potencia peligrosa a la que se debe constreñir, reconociendo a China como su prioridad estratégica y el único competidor con la intención y, cada vez más, con la capacidad de reconfigurar el orden internacional.

Washington pretende dar una lección contundente al Kremlin, dejar a Rusia fuera de combate y reforzar con ello su liderazgo para conformar una potente coalición que le permita confrontar las ambiciones de Pekín. La UE ha cerrado filas contra Rusia, aunque se perciben distintas sensibilidades y se empiezan a oír voces en favor de algún tipo de diálogo o negociación.

Son muchos los factores de la ecuación bélica y diversas e importantes las consecuencias de su resolución. De momento, no se vislumbra una solución aceptable a las partes que permita pensar en un final cercano de esta guerra. La UE puede salir reforzada, pero también se puede fracturar. España se puede ver arrastrada al Este, cuando su prioridad estratégica está en el Sur.

Surgen las cuestiones: ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar Rusia? ¿Cuáles son los intereses en juegos? ¿Cuáles son los riesgos asumibles? ¿Cuáles son las posibles respuestas?

Antecedentes

En el Panorama Estratégico 2022 y en el capítulo anterior de Emilio Lamo de Espinosa se presentan de forma extensa los antecedentes de esta guerra. Recapitulemos aquí únicamente unos trazos generales.

El final de la Guerra Fría abrió una etapa de gran optimismo. Había razones para ello. Se acababa de superar un prolongado enfrentamiento de bloques sometido a una intensa rivalidad ideológica bajo la espada de Damocles nuclear. No obstante, se consideró con excesiva ligereza que ciertos principios geopolíticos habían quedado superados por la consolidación de una fértil asociación de democracia, libre mercado y globalización. La guerra de los Balcanes supuso un serio contratiempo, pero no modificó en lo esencial la convicción que apuntaba hacia un mundo pretendidamente cada vez más kantiano.

Algunos politólogos de referencia, como Kennan, Kissinger o Brzezinski, advirtieron de la vigencia del equilibrio de poder entre grandes potencias como medio para afianzar la paz global y preservar, en lo posible, el liderazgo norteamericano del sistema internacional. A esto se respondía afirmando que eran planteamientos correctos para unos tiempos ya superados, pero que habían perdido vigencia en el siglo XXI con el triunfo definitivo de la democracia y de su sistema asociado de valores.

Sin embargo, un abandono tan radical de las premisas del realismo político ha hecho que este haya vuelto con más fuerza, siendo realismo e idealismo dos caras de la misma moneda que se necesitan para encontrar en cada momento el equilibrio adecuado. Además, las premisas realistas ganan fuerza en tiempos de confrontación y se ajustan como un guante a la concepción que el liderazgo ruso —muy en particular Putin— tiene del mundo internacional.

No es una cuestión de determinismo, el ser humano es libre y el futuro siempre estará abierto. Se trata de configurar las estrategias de seguridad en función de los comportamientos más previsibles del rival, sin olvidar los más peligrosos, partiendo de un conocimiento profundo de su cosmovisión y, en definitiva, de su cultura estratégica. George Kennan lo hizo magistralmente en su famoso artículo «The Sources of the Soviet Conduct». De ahí también se derivó el éxito de la paciente estrategia de la Contención que supo compaginar aspectos realistas e idealistas. La OTAN se forjó en dicho contexto.

Hasta la doctrina Primakov en 1996, la Federación Rusa cifró su prioridad en abrazar el modelo liberal y dejar atrás las rémoras del periodo soviético. A partir de entonces, Moscú recobró su ambición geopolítica, aunque la relación Este-Oeste no se resintiera en lo esencial porque Rusia necesitaba a Europa y tenía confianza en poder gestionar sus principales intereses estratégicos. No obstante, Brzezinski (1997) nos recordó que Rusia tiene grandes ambiciones geopolíticas y sigue siendo un actor de primer orden, que Ucrania es un pivote geopolítico y su independencia modifica la naturaleza misma del Estado ruso y que sin ella Rusia deja de ser un imperio en Eurasia.

Aquel mismo año, Moscú y Pekín acordaron crear una asociación estratégica que tenía como objetivo oponerse tanto al orden internacional hegemónico presidido por Washington como a la injerencia en asuntos internos. Si el rechazo de un orden unipolar respondía a la lógica geopolítica tradicional, ambos Estados interpretaban la injerencia en asuntos internos como una amenaza a su integridad territorial y a la legitimidad de los respectivos regímenes políticos.

Por entonces, todavía prevalecía la desconfianza entre ambos vecinos fruto de la intensa rivalidad histórica. El principal fruto de la entente estratégica fue la firma en 2004 del acuerdo fronterizo que eliminó el mayor motivo de fricción.

En 2008, tras considerar la Alianza Atlántica en la cumbre de Bucarest la incorporación de Ucrania y Georgia, Rusia respondió con la intervención militar en Georgia y el giro a Asia. La asociación estratégica chino-rusa se reforzó con relevantes avances en los ámbitos energéticos y armamentístico. No obstante, la rápida distensión en las relaciones de Moscú con las capitales occidentales hizo que hasta la crisis ucraniana de 2014 la entente estratégica no adquiriera un carácter de primer orden, alcanzando cotas de colaboración hasta aquellas fechas poco previsibles. A partir de entonces, ambas potencias se sintieron suficientemente respaldadas para retar abiertamente el orden internacional vigente.

La potencial incorporación de Ucrania a la OTAN despertó, además, a Rusia del letargo militar. Putin impulsó una profunda reforma de las Fuerzas Armadas que daría importantes frutos en los años siguientes6 que indujeron, a su vez, en el líder ruso un exceso de confianza.

«El Kremlin era muy consciente (Galeotti, 2022) de que, aunque se rearmase, el poder militar ruso no estaba a la altura del de la OTAN y de que un conflicto abierto sería un desastre autodestructivo. De esto se deriva el surgimiento de nuevas formas de hacer la guerra, muchas de ellas encubiertas e indirectas: ciberataques, desinformación, asesinatos selectivos y empleo de mercenarios. Estos métodos se han utilizado, en mayor o menor medida, en toda la serie de conflictos en los que se ha involucrado Rusia».

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En 2015, el Kremlin hizo una apuesta arriesgada en la guerra de Siria. Gracias a los éxitos militares, a la diplomacia energética y a las exportaciones de armamento consiguió posicionarse con solidez y determinación en Oriente Medio, rompiendo el percibido cerco de la OTAN y proyectando desde allí su poder y ambición más allá de su esfera de influencia cercana, reivindicando con ello el rango de potencia global.

Por otra parte, Moscú había iniciado un plan de desdolarización de la economía rusa para mejorar su resiliencia económica en caso de una crisis grave. Así (figura 2), entre 2013 y 2020, la participación del dólar en las exportaciones rusas cayó del 80 % al 56 %7.

«Después de la crisis de 2014-15, el gobierno controló sus gastos y se adaptó a los precios más bajos del petróleo, creando superávits presupuestarios y una creciente reserva de guerra. Según estimaciones de agosto de 2021, el valor del Fondo Nacional de Riqueza de Rusia era de unos 185.000 millones de dólares y sus reservas de divisas se elevan a 615.000 millones de dólares8».

Hasta 2017, la prioridad de los EE. UU. había sido el combate contra el terrorismo radical islámico y había prevalecido la idea de que las potencias autoritarias terminarían cediendo a las presiones democratizadoras. La ESN de aquel año, hecha pública en diciembre, supuso un cambio decidido en defensa del orden internacional liberal, contrario a hacer concesiones a Rusia.

Washington —con la sintonía de Londres, Varsovia y las repúblicas bálticas— y las principales capitales de la UE mantenían un enfoque diferente sobre cómo abordar la relación con Rusia. EE. UU. había decidido no permitir que el Kremlin se adjudicara una esfera de influencia, apoyando firmemente la ampliación de la OTAN a Ucrania. Berlín seguía apostando por la Ostpolitik, con la que esperaba moderar la actitud de Moscú sobre la base de intereses comunes: Rusia exportaba materias primas, principalmente petróleo y gas natural y, a cambio, recibía apoyo tecnológico y financiero.

«El enfoque elegido fue una combinación de presión política y económica que combinó medidas restrictivas sobre Rusia con diálogo. Junto con Francia, Alemania participó en el llamado Formato de Normandía que condujo a los acuerdos de Minsk y al correspondiente proceso de Minsk, que exigía que Rusia y Ucrania se comprometieran a un alto el fuego y tomaran otras medidas9».

Ambos planteamientos tenían sus razones, pero en lo esencial eran incompatibles: la ampliación de la OTAN más allá de la línea alcanzada en 2004 —cuando se incorporaron las repúblicas bálticas— hacía la Ostpolitik imposible, puesto que convertiría a Rusia en un vecino hostil. Por otra parte, la excesiva dependencia de la UE, y de Alemania en particular, de los combustibles fósiles rusos —circunstancia opuesta a los principios de la seguridad energética— hacía a Europa muy vulnerable en caso de un serio encontronazo.

De igual modo, si se quería incorporar Ucrania a la OTAN, había que respaldarlo con medidas disuasorias creíbles, muy costosas en términos políticos y militares, que nos devolverían, en parte, a los tiempos de la Guerra Fría. EE. UU. no se lo podía permitir. Había abandonado Afganistán para desplazar su atención al Indopacífico, no a Europa. Washington había estado presionando a Berlín para que redujera sus compromisos energéticos con Moscú sin obtener resultados. Las tensiones OTAN-Rusia se intensificaban sin que los aliados dispusieran de una estrategia concertada que defendiera con garantías suficientes la paz en Europa.

Desencadenamiento de la guerra

A partir de la cumbre de Bruselas de junio de 2021, en la que se reiteró en lo esencial lo acordado en Bucarest, Washington y Londres redoblaron su apoyo militar y diplomático a Ucrania con la intención de incorporar dicho país al bloque occidental por la vía de los hechos consumados. El Kremlin que, en julio, acababa de publicar su propia ESN, que expresaba confianza en poder gestionar a su favor los tiempos tormentosos que se avecinaban10, empezó a considerar la posibilidad de emplear la fuerza y a acumular tropas en la frontera con Ucrania bajo pretexto de maniobras militares. Hacia principios de noviembre, la inteligencia estadounidense descubrió que Rusia estaba comenzando a planificar una posible invasión de Ucrania11. En diciembre Moscú lanzó un ultimátum que Washington rechazó.

EE. UU. —como el trazado de la línea Dean Acheson (enero de 1950) que dejó a Corea del Sur fuera del territorio que Washington declaraba estar dispuesto a defender y que fue lo que decidió a Pyongyang a invadir el Sur— afirmó que respondería con las más duras sanciones económicas a una invasión rusa pero que no utilizaría la fuerza para impedirlo. Dmitri Trenin advirtió entonces en Foreign Affairs:

«Existe una asimetría significativa en la importancia que Occidente y Rusia atribuyen a Ucrania […]. Washington carga con una promesa a Kiev que ambas partes saben que no puede cumplir. Rusia, por el contrario, trata a Ucrania como un interés de seguridad nacional vital y ha declarado que está dispuesta a usar la fuerza militar si ese interés se ve amenazado. Esta apertura para enviar tropas y la proximidad geográfica a Ucrania da a Moscú una ventaja sobre EE. UU. y sus aliados12».

Putin acudió a los juegos olímpicos de invierno de Pekín a concertar su decisión con Xi Jinping. EE. UU. tenía claro lo que iba a ocurrir e incluso dio una fecha para la ofensiva rusa que solo erró por 8 días. Una vez iniciada la guerra, Liana Fix y Michael Kimmage afirmaron en la misma revista:

«Aunque el Ejército ruso había ganado sus batallas de 2014 y 2015, el Kremlin estaba perdiendo la guerra por el futuro de Ucrania. Putin creía que derrocar rápidamente al gobierno en Kiev transformaría este estado de cosas y haría que Ucrania volviera al redil ruso, castigando a los socios europeos y estadounidenses de Kiev13».

Putin apostó demasiado alto y le salió mal. Según Galeotti (2022), el líder ruso ha evolucionado con el tiempo, se ha convertido en un hombre obsesionado con cómo pasará a la historia, se ha rodeado de sus leales —que no se atreven a contradecirle— y se ha aislado del exterior —algo que la pandemia ha favorecido—, convirtiéndose en una caricatura de sí mismo. Al igual que el Emperador de los franceses, Putin ha sido el artífice de la estrategia tanto política como militar, ha minusvalorado a su rival y sufre de embriaguez de poder, lo que le ha hecho perder el sentido de la realidad.

Fuerzas enfrentadas

Federación Rusa

Rusia, como se suele decir, «no es tan fuerte como parece cuando parece fuerte, ni tan débil como parece cuando parece débil». La primera parte se ha cumplido en relación con lo que se esperaba de su poder militar, podríamos ahora caer en la trampa opuesta de sobreestimar su debilidad.

Perfil convencional

«La capacidad táctica del ejército ruso resultó significativamente inferior en comparación con las expectativas de muchos observadores dentro y fuera de Ucrania y Rusia. Sin embargo, los sistemas de armas rusos demostraron ser en gran medida efectivos, y aquellas unidades con un mayor nivel de experiencia demostraron que las Fuerzas Armadas rusas tienen un potencial militar considerable, incluso si las deficiencias en el entrenamiento y el contexto en el que se emplearon significaron que el ejército ruso no logró alcanzar ese potencial14».

En 2021, la Federación Rusa gastó en Defensa un 4,1 % de su PIB15. Para hacer una evaluación de su capacidad militar es más conveniente considerarlo según la paridad de poder adquisitivo, lo que (figura 3) la sitúa en la 6.ª posición mundial, ya que sostiene sus Fuerzas Armadas en rublos y no en dólares. Esto multiplicaría por tres su poder militar si no fuera por la corrupción. Cuenta además con una potente industria militar, la 2.ª por ventas de armamento en el mundo y exporta en dólares la mitad que toda la UE junta16. Después de EE. UU. y China, es el único país capaz de sostener una guerra de alta intensidad con sus propios medios por un periodo de tiempo prolongado.

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Ciertamente, su doctrina de impronta soviética le infiere un cierto perfil de paquidermo que combate por aplastamiento. No obstante, su punto más débil es que los grandes recursos que Rusia dedica a defensa y el importante capital científico de que dispone son insuficientes para su desproporcionada ambición geopolítica. Además de unas voluminosas fuerzas convencionales desplegadas por su extenso territorio, tiene que sostener una fuerza nuclear de primer orden —que supone el 13 % de su presupuesto militar— equiparable a la de EE. UU. —que dedica a ello únicamente el 5,5 %— y un sector espacial que detrae mucho capital humano de alta calidad. Como resultado, tiene muchos eslabones de la cadena inadecuadamente provistos.

Su punto fuerte es la determinación y falta de escrúpulos para emplear la fuerza. Esto le ha dado ventaja durante un tiempo, hasta que ha cruzado un cierto umbral y EE. UU. ha reaccionado.

Amenaza nuclear

Con todo, la capacidad militar determinante de la Federación Rusa es la nuclear. Sin ella EE. UU. ya habría destruido sus Fuerzas Armadas. Cualquier conflicto con Rusia es implícitamente de naturaleza nuclear. Si no se gestiona, la lógica es la escalada hacia su utilización17. Al final, la decisión es política y se mueve en la nebulosa de lo especulativo, lo que le confiere ese carácter de «ruleta rusa» con un grado de probabilidad incierto y un riesgo difícil de evaluar.

Según el director de la CIA, William Burns: «Ninguno de nosotros puede tomar a la ligera la amenaza que representa un recurso potencial a las armas nucleares tácticas»18. Durante la Guerra Fría, sabemos que al menos en tres ocasiones se estuvo muy cerca del empleo del arma nuclear. Al final, fueron decisiones de personas concretas las que lo evitaron. La espada de Damocles estará en alto mientras dure la guerra.

«En su estrategia de “control de escalada”, el Ejército ruso cree poco probable que un conflicto siga siendo convencional a medida que va escalando y prevé que una guerra de grandes potencias entre pares nucleares eventualmente involucre armas nucleares y, a diferencia de los estrategas estadounidenses, acepta esta realidad. Sin embargo, dicho ejército no piensa que el uso limitado del arma nuclear conduzca necesariamente a una escalada descontrolada y considera que el uso medido de la capacidad convencional y nuclear no solo es posible, sino que puede tener efectos disuasorios decisivos 19».

Además, los ejercicios «Запад» (Oeste), en los que el Ejército ruso se prepara para una confrontación con la OTAN, suelen incluir el empleo de armas nucleares mal llamadas tácticas.

Ucrania

Desde 2014, sus Fuerzas Armadas han recibido entrenamiento y ayuda militar de EE. UU., Gran Bretaña y la OTAN y se han transformado en una fuerza moderna de corte occidental. Entre 2014 y el inicio de la guerra, EE. UU. entregó a Ucrania 2.500 millones de dólares en ayuda militar20.

En la segunda mitad de 2021, empezó a recibir grandes cantidades de modernas armas portátiles anticarro y antiaéreas, así como drones, de enorme eficacia. En el otoño, cuando la guerra ya se veía inminente, empresas norteamericanas limpiaron las infraestructuras ucranianas de programas malignos rusos y las reforzaron con las más modernas capacidades anticibernéticas. Gracias a sistemas de reconocimiento facial e inteligencia artificial estadounidenses, se pudo desmantelar una buena parte de la quinta columna rusa en Ucrania.

Como pudimos ver por televisión, la población se empezó a preparar para una guerra de resistencia. Los ánimos de la nación estaban exaltados. En previsión de un ataque próximo, las fuerzas ucranianas dispersaron sus arsenales, aviones y defensas aéreas para reducir el impacto de la ola inicial de ataques en profundidad que no se dejaría de producir.

No se trataba de unas Fuerzas Armadas equiparables a las rusas, pero con la experiencia adquirida en el frente de Dombás y la estrecha ayuda exterior, estaban dispuestas a vender caro cualquier intento del Kremlin de imponerse por la fuerza, movilizando todos los recursos disponibles.

Operaciones militares: dos derrotas y un impasse

En cada fase, como hiciera Napoleón en España21, Putin empleó la estrategia que le habría dado la victoria en la anterior.

Invasión de Ucrania, 24 de febrero-marzo

Rusia disponía junto a la frontera ucraniana (mapa 4) de una fuerza que no excedía los
150.000 hombres, a la que se sumaban unos 40.000 combatientes de las repúblicas separatistas del Dombás, dispuesta a penetrar en el país vecino por unos 16 ejes muy separados entre sí a lo largo de un frente de unos 2.000 km.

La consigna era hacer el mínimo empleo de violencia y destrucción con el fin de limitar el rechazo de la población ucraniana, lo que redujo el volumen de la artillería rusa. Las tropas no sabían que se dirigían al combate y las unidades estaban constituidas con sus dotaciones de paz, insuficientes para el manejo adecuado de toda la maquinaria militar disponible. Esto obligó a utilizar soldados de infantería para completar las filas de la logística y de las otras armas.

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El 24 de febrero las operaciones militares se iniciaron con más de un centenar de ataques en profundidad a lo largo y ancho del país contra objetivos militares seguidos de la ofensiva terrestre.

«Rusia planeó invadir Ucrania en una campaña de 10 días […] que presuponía que la velocidad y el uso del engaño para mantener a las fuerzas ucranianas alejadas de Kiev podrían permitir la rápida toma de la capital. El plan de engaño ruso tuvo éxito en gran medida y los rusos lograron una ventaja de relación de fuerza de 12 a 1 al norte de la capital. Sin embargo, la misma seguridad operativa que permitió el engaño también hizo que las fuerzas rusas no estuvieran preparadas a nivel táctico para ejecutar el plan de manera efectiva […]. Como resultado, cuando la velocidad no produjo los resultados deseados, las fuerzas rusas encontraron que sus posiciones se iban degradando a medida que Ucrania se movilizaba22».

A los dos días del inicio de la guerra, ante lo que parecía una derrota inminente, EE. UU. ofreció al presidente Zelenski la posibilidad de abandonar su capital. Este —en lo que fue el Dos de Mayo ucraniano— decidió permanecer y con ello levantó la moral de la nación y la dispuso para resistir la acometida rusa.

La táctica ucraniana (mapa 5) consistió en concentrar sus fuerzas en la defensa de los principales núcleos urbanos y atacar en profundidad las columnas rusas que habían quedado muy expuestas a lo largo de las líneas de comunicaciones.

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Cuando las tropas rusas se encontraron con más resistencia de la esperada, la diferencia entre la artillería rusa y ucraniana no era tan significativa, con una ventaja de poco más de 2 a 123. La ofensiva rusa se detuvo antes o después en todos los frentes. La única ciudad importante que los rusos consiguieron ocupar fue Jersón (1). Mariúpol (2) emuló a Zaragoza en su sitio, detrayendo fuerzas y reforzando la moral de resistencia. La fuerza aérea rusa defraudó por completo sus expectativas24.

A las tres semanas de iniciada la guerra, las fuerzas ucranianas empezaron a recuperar terreno. Las pérdidas rusas eran cuantiosas, la situación se hizo insostenible y, a finales de marzo, las tropas invasoras empezaron a replegarse de los tres frentes del norte.

El Ejército ruso se centra en las conquistas territoriales, abril-agosto

El nuevo objetivo del Kremlin (mapa 6) era arrebatar a su vecino una importante franja de territorio, en primer lugar, la totalidad del Dombás (1), con la vista puesta en Odesa. Rusia todavía disponía de tiempo y de recursos para salir victoriosa. Las guerras suelen durar unos pocos meses, pero si se alargan más allá de cinco, tienden a prolongarse25. Si el Kremlin le daba tiempo a Ucrania, esta recibiría abundante apoyo de EE. UU. y sus aliados, como ya estaba ocurriendo. La situación exigía pues una movilización considerable de tropas que asegurara al Ejército ruso, primero, el impulso ofensivo y, después, la capacidad para defender el territorio conquistado. Por razones de política interna, Putin volvió a tomar la decisión equivocada.

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El Ejército ruso optó por la táctica de preparaciones artilleras masivas y posterior avance de la infantería, así como ataques en profundidad dirigidos a obstaculizar la llegada de recursos militares desde el este del país hasta el frente de combate. Ucrania mantuvo la paridad de artillería durante el primer mes y medio y luego comenzó a quedarse sin municiones, mientras que el Ejército ruso empezó a recibir más artillería, de modo que, en junio, tenía una ventaja de 10 a 1 en volumen de fuego26.

Las unidades regulares rusas y las milicias del Dombás mostraron un rendimiento operativo bajo, lo que dejó el protagonismo en las operaciones ofensivas a las unidades más aguerridas como las tropas chechenas o cosacas y muy en particular a los pseudomercenarios de Wagner27.

Ucrania consiguió ralentizar, hasta posteriormente detener, el avance ruso, más por la determinación que por la capacidad de sus tropas, con una contribución determinante de la inteligencia militar estadounidense, que practica un modelo de «guerra online». No obstante, Kiev, que no tenía ni medios militares ni económicos para sostener la guerra, los empezó a recibir de forma masiva de los países de la OTAN. De ese modo, los aliados tienen la llave para modular el esfuerzo bélico ucraniano.

La contienda degeneró en una guerra de desgaste. El Ejército ucraniano, más improvisado, pero también más motivado, era más numeroso —con muchos voluntarios de medio mundo— y, a diferencia de su oponente, reponía fácilmente las unidades desgastadas. La superioridad militar rusa se veía contrarrestada por la ventaja tecnológica ucraniana derivada del apoyo exterior.

Las tropas ucranianas sufrieron muchas bajas. El tiempo ganado fue suficiente para permitir la llegada en agosto de armamento más potente, en particular, la artillería de largo alcance y alta precisión, que atacó en profundidad y con gran eficacia objetivos rusos sensibles.

Kiev consiguió cambiar el signo de la guerra. Había reservado, entrenado y armado un núcleo de contraataque a cada lado del río Dniéper. Anunció con antelación que lanzaría una contraofensiva en la región de Jersón. La ejecutó (mapa 7) a finales de agosto (1), para fijar al enemigo y atraer hacia allí las reservas rusas. Una semana después, el 6 de septiembre (2) lanzó un ataque exitoso contra el flanco oriental del despliegue ruso que rompió el frente, avanzó rápidamente y tomó por sorpresa a su oponente (3).

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Putin moviliza y estabiliza el frente, septiembre 2022-enero 2023

Rusia sufrió una segunda derrota que ha dañado seriamente el liderazgo de Putin. Por primera vez en el transcurso de la guerra, el Kremlin se vio confrontado con la posibilidad de perder la guerra28. Como respuesta, el Kremlin organizó unos referendos locales para incorporar las provincias ocupadas a Rusia, ordenó una movilización parcial de 300.000 reservistas, amenazó de nuevo con utilizar «todos los medios al alcance», incluido el nuclear, para defender su país y empezó a atacar de forma sistemática la infraestructura energética ucraniana. Ucrania respondió golpeando objetivos cada vez en mayor profundidad, incluso en territorio ruso. Las operaciones militares siguieron escalando.

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En el noreste, las fuerzas ucranianas continuaron su presión sobre el ejército ruso, ganando algo de terreno. A mediados de noviembre, las tropas rusas se vieron obligadas a abandonar el territorio de la provincia de Jersón al norte del Dniéper, para establecerse tras el río en una sólida línea defensiva y transferir fuerzas al Dombás, en el extremo opuesto del despliegue. El ejército ruso consiguió estabilizar el frente (mapa 8) y las operaciones volvieron a adquirir un carácter estático y de desgaste. Está por ver qué nos deparará el invierno y qué cambios traerá en el Ejército ruso, así como si Ucrania recibirá los recursos militares suficiente para pasar de nuevo a la ofensiva.

Guerra económico-energética

Las sanciones económico-energéticas y tecnológicas —que se han ido intensificando con el paso del tiempo— fueron inicialmente la respuesta de EE. UU. a la invasión rusa de Ucrania. A las tres semanas, más de 30 socios, incluidos Australia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán y los miembros de la Unión Europea y el G-7, se le unieron para oponerse a la agresión de Rusia. Sin embargo, ni China ni el Sur global se han sumado, lo que reduce el impacto global de las sanciones. Las tecnológicas están siendo las más eficaces.

«Estas han frenado el acceso de Rusia a la microelectrónica, los chips y los semiconductores, lo que ha hecho que la producción de automóviles y aviones sea casi imposible. De marzo a agosto de 2022, la fabricación de automóviles en Rusia cayó un asombroso 90 %, y la caída en la producción de aviones fue similar. Algo parecido se aplica a la producción de armamento29».

En contraposición, el efecto de las sanciones económico-energéticas está siendo mucho menor de lo esperado. Las previsiones de contracción económica de Rusia del FMI para 2022 han pasado del 8,5 % al inicio de la guerra, al 6 % en julio y al 3,4 % en octubre. Esto se ha debido a las hábiles políticas tecnocráticas rusas y a los ajustados mercados mundiales de energía que han mantenido altos los precios del petróleo y el gas30. La OPEP+ también ha contribuido a ello, a pesar de las presiones de Washington a Riad.

Antes de la guerra el comercio energético representaba el 60 % de las exportaciones totales rusas, el 40 % de sus ingresos presupuestarios y el 25 % de su PIB31. Aunque las exportaciones de combustibles fósiles a Europa han disminuido sensiblemente, especialmente en el caso del gas —las dirigidas por gasoducto (figura 9) cayeron un 80 % entre mayo y octubre de 2022—, los ingresos globales por exportaciones de recursos energéticos han crecido significativamente. Así, en agosto de 2022, Moscú ingresó de la UE un 89 % más que en el año anterior, pese a venderle un 15 % menos de combustible32.

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Para reducir los ingresos rusos por las exportaciones de petróleo Occidente ha topado los precios y está poniendo obstáculos a los seguros de transporte. Según la AIE (figura 10), las exportaciones de gas y petróleo rusos van a seguir sufriendo una merma muy importante en el futuro. Para compensarlo, entre otras medidas, Moscú tiene previsto construir tres nuevos gasoductos con China que, en el mejor de los casos, aportarían 79 bcm de aquí a 2030 (figura 11). A medio y largo plazo la economía rusa que, sin duda, pasará por un periodo de estancamiento, depende en gran medida de cómo se libre la batalla energética y su impacto en los precios.

Desde febrero de 2022, el Kremlin ha redoblado sus esfuerzos para proteger la economía del país, alejarla del dólar estadounidense y promover el rublo en el comercio internacional. El esfuerzo de desdolarización de la Federación Rusa coincide con la estrategia de China para debilitar el dominio del dólar estadounidense e internacionalizar su moneda. Este es otro importante frente de la guerra entre Occidente y las potencias autocráticas que puede tener gran incidencia en la supervivencia de la Rusia de Putin y que no dejará de afectar negativamente al sistema económico global.

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Por su parte, como consecuencia del efecto de las sanciones tanto en el alza de los precios energéticos como en la escasez de suministro, las economías de la UE —que antes de la guerra importaban el 40 % del gas y el 26 % del petróleo de Rusia33— están pasando momentos difíciles con crecimientos menores (figura 12), alta inflación e incluso Alemania, el motor económico de la UE, apuntando a la recesión en 2023.

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Este invierno, si no es demasiado frío, puede que las reservas de gas natural basten, pero en el siguiente, partiendo con los depósitos vacíos en primavera, la situación se presenta muy delicada. Todo ello puede afectar a la cohesión europea en la respuesta frente a Rusia.

«(Además), si bien Washington y las capitales europeas han mantenido un frente unido sobre las sanciones contra Rusia y la ayuda militar a Ucrania, Europa está pagando un coste económico mucho más alto por el conflicto. Los precios del gas natural en la mayoría de los países europeos se han disparado hasta 10 veces los niveles de EE. UU., poniendo a la industria europea en una gran desventaja competitiva, mientras que EE. UU. le vende el gas natural licuado a unos precios de mercado que están muy inflados34».

Esto se suma a las tensiones que están creando entre los socios las amplias subvenciones estadounidenses para la industria del automóvil, las energías limpias y los semiconductores35.

Dimensión cognitiva

Bismarck decía que «no se mentía más que antes de unas elecciones, durante una guerra o después de una cacería». Cuando la lógica de la guerra se impone sobre la de la paz, lo importante es ganarla.

La «voluntad de vencer» es uno de los principios de arte de la guerra, todo lo que la refuerza debe ser impulsado y lo que la debilita, obstaculizado. La dimensión cognitiva es clave en todo ello.
No solo resulta difícil saber qué es verdad y qué no, la misma instrumentalización de la verdad o su más burdo pisoteo son armas de guerra.

El control de la población alcanza pues una gran relevancia estratégica. Los sistemas autoritarios lo hacen con mucho más descaro y sin los límites propios de un Estado de derecho construido sobre fundamentos democráticos.

Dimensión demográfica

Rusia es un país enorme, infrapoblado y con un ligero decrecimiento antes de la guerra, cuya situación demográfica presenta muchos interrogantes y retos de futuro. De momento, parece que cerca de un millón de rusos han abandonado su país por rechazo a la guerra, al régimen político o para evitar la movilización, mientras que casi tres millones de ucranianos han sido desplazados a Rusia desde los territorios ocupados a causa de los estragos de la guerra. Restando los muertos que se produzcan, el resultado final puede suponer un cierto crecimiento global de población, dependiendo también del territorio ucraniano que Moscú retenga.

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En Ucrania, el panorama es muy preocupante (figura 13). Su tasa de natalidad antes de la guerra era de 1,2 hijos por mujer, su edad media de 42 años, la emigración redujo la población en 7,5 millones entre 1990 y 2022, las estimaciones eran que la población de 43 millones y medio quedara reducida en 2050 a 35 millones y medio36. Buena parte de los casi 8 millones de refugiados —especialmente mujeres y niños— que han abandonado el país por la guerra no volverá, sobre todo cuanto más dure esta. Surgen las preguntas: ¿cómo puede soportar una nación tan envejecida que una parte significativa de sus jóvenes muera en la guerra o se vaya del país? ¿Con qué moral se reconstruye un país después de la guerra, si no hay una nueva generación por la que sacrificarse?

Dilemas estratégicos

Hay mucha incertidumbre sobre el desenlace y duración de la guerra, lo que pueda ocurrir en Rusia, la evolución global de la economía —en particular la europea—, la posibilidad de que haya un cambio de timón estratégico en la Casa Blanca después de las próximas elecciones de noviembre de 2024 y la evolución y consecuencias del enfrentamiento entre Washington y Pekín en el Indopacífico. La misma estabilidad interna de EE. UU. también está en entredicho. Así, Richard Haass ha llegado a afirmar:

«Mientras problemas nuevos y viejos chocan y se combinan para retar al orden liderado por Washington, quizás los cambios más preocupantes tengan lugar en los mismos Estados Unidos. El país retiene muchos puntos fuertes. Pero algunas de sus ventajas […] están ahora menos aseguradas que antes y problemas como la violencia con armas, el crimen en áreas urbanas, el abuso de las drogas y la inmigración ilegal se han hecho más pronunciados. Además, el país se ve atenazado por la división política»37.

El conflicto de Ucrania está desviando la atención de EE. UU. de Asia a Europa. Pekín, aunque preocupado por el desenlace de la guerra, se beneficia de ella, al hacerse Moscú más dependiente y dividir Washington su esfuerzo estratégico, mientras Teherán se sigue acercando a ambas potencias revisionistas en una coalición antiestadounidense.

La estrategia de cruzada democrática que EE. UU. impulsa en su ESN, convocando a todos contra las potencias autoritarias, tiene el inconveniente de que produce una polarización binaria sobre la base de un credo de valores que refuerza la percepción de amenaza recíproca, dejando muy pocos resquicios a la distensión y la coexistencia.

«En muchos sentidos, la confrontación entre EE. UU. y China es solo eso: una rivalidad entre dos países poderosos. Pero es mucho más que eso, es una competición no solo entre dos Estados rivales sino también entre dos jerarquías rivales. A medida que EE. UU. y China se enfrentan, también compiten por la lealtad de países de todo el mundo, lo que aumenta el número de posibles puntos de fricción y la probabilidad de que los países que deseen permanecer fuera de la competición se vean arrastrados a ella38».

El Sur global, con sus buenas razones, no parece dispuesto a que se le arrastre a una confrontación entre grandes potencias —ya fue víctima de ello durante la Guerra Fría—, ni parece aceptar que Occidente le imponga su sistema de valores como universal39. El nuevo acuerdo de asociación estratégica entre China y Arabia Saudita abre el interrogante si la contundente retórica de democracia versus autocracia de Biden no estará empujando a los socios no democráticos de Washington hacia Pekín40.

En un momento donde la extrema polarización política en los EE. UU. —presente en menor medida también en Europa— encubre con los populismos una fractura precisamente de valores41 —los cuales, además, han cambiado en las últimas décadas—, el resto del mundo se pregunta: ¿cuáles son exactamente los valores que Occidente defiende?, ¿en qué se fundamentan?, ¿quién los determina? El distinto trato dado a los refugiados y víctimas ucranianos frente a los de piel más oscura, así como la intervención militar en Irak en 2003, se interpretan como distintas varas de medir.

Un orden internacional necesita unos mínimos consensos de los que participen los principales actores. Desgraciadamente, eso ya no existe y es difícil que se pueda imponer. Además, Occidente debe ser más empático; cuanto más enarbole su supremacía moral, más rechazo producirá en el resto del mundo, lo que favorecerá a las potencias revisionistas.

El mismo Haass reconoce «Washington tendrá que priorizar el establecimiento del orden sobre el fomento de la democracia en el extranjero, al mismo tiempo que trabaja para apuntalar la democracia en casa»42. El Strategic Survey 2022 del IISS añade:

«En este momento de competencia geopolítica intensificada e incertidumbre, es poco probable que agregar una batalla político-ideológica adicional ocasione una ventaja estratégica […]. Sería un error montar una nueva competición bipolar entre los llamados Estados autocráticos y democráticos. Occidente no está en la mejor posición para lanzar una nueva misión democrática global. La democracia, en todo caso, no es un producto exportable […]. El ejemplo occidental sigue siendo exitoso, y muchos en otros países querrán seguirlo, pero a su manera y por sus propios medios43».

No obstante, el dilema estratégico por excelencia es que, por primera vez, desde que, hace más de un siglo, EE. UU. alcanzó la primacía global, el tiempo y la apabullante ventaja material han dejado de jugar a su favor. Dejar correr el reloj favorecería probablemente a China, por lo que en Washington se escucha cada vez más: ¡si no pasamos pronto a la acción, más tarde será peor! Esta lógica, como afirma el profesor australiano Hugh White, puede arrastrarnos sonámbulos al abismo44.

Lo principal en una estrategia de seguridad no son las razones que la asisten, sino el endstate, el desenlace. Ahí están las intervenciones de Afganistán (2001), Irak (2003) y Libia (2011), que han dejado panoramas contraproducentes.

En el caso actual de Ucrania, parece poco probable que el Kremlin vaya a aceptar la derrota y se retire del territorio ocupado45. No, en cualquier caso, con Putin en el poder. Si tal cosa se intentara por la fuerza, el riesgo de una respuesta nuclear sería inasumible. Si se produce un cambio interno en la Federación Rusa, habrá que actuar según las circunstancias y la naturaleza de aquel.

Washington parece decidido a alargar la guerra y desangrar a Rusia sin que se produzca un giro brusco que encienda las alarmas y propicie una decisión desesperada. Una guerra larga es más asumible para EE. UU., exportador neto de recursos energéticos, que para los países europeos, mucho más amenazados por la escalada de la guerra y con una situación económico-energética muy vulnerable que podría dividir a los europeos46.

De momento, la UE y la OTAN han salido reforzadas y se ha logrado el objetivo estratégico de debilitar a Rusia, haciendo más seguro el flanco oriental de la Alianza e impidiendo que Moscú se pueda anexionar toda Ucrania. Alemania está reforzando significativamente su política de defensa y sus capacidades militares y, progresivamente, irá tomando el liderazgo de la UE en el conflicto ucraniano.

Al final, la resiliencia de las sociedades puede ser determinante. No está claro quién va a resistir más y mejor según la guerra se vaya alargando. Si Europa aguanta y Rusia sufre una crisis, de esta última circunstancia, según Robert Kaplan, se podría derivar ser una amenaza aún mayor47.

La guerra está consumiendo considerables activos militares y grandes cantidades de costosas municiones, cuyas existencias se están vaciando. En palabras de Borrell: «Nos damos cuenta de que nuestros arsenales militares se han agotado rápidamente debido a años de inversiones insuficientes»48. No está claro cuánto tiempo Occidente puede continuar suministrando a las tropas ucranianas. Las líneas de producción no pueden reponer oportunamente el material militar enviado a Ucrania. Por otra parte, la contribución occidental a dicho país reduce considerablemente la capacidad de los Estados europeos para librar una guerra en otro lugar49.

La continuación de la guerra solo magnificará la destrucción que Rusia está provocando en Ucrania. Por admirable que resulte la heroica lucha ucraniana, a todo lo que probablemente pueda aspirar Kiev es a una victoria pírrica con la esperanza de que sus aliados reconstruyan el país cuando las armas callen. No se puede descartar un final coreano con algún tipo de partición. Tampoco hay garantías de que, con el paso del tiempo, Ucrania vaya a recibir la atención necesaria. La historia demuestra que las promesas de amistad y compromiso que se realizan antes y durante las guerras se suelen desvanecer rápidamente cuando estas acaban. Ahí están los ejemplos de Afganistán en 1988, tras la guerra soviético-afgana y, de nuevo, en 2021, o el Congreso de Viena (1814-15) donde la silla de España —el país aliado que más sangre había derramado— fue ocupada por Francia, el enemigo común.

Al Kremlin le preocupa tanto la resistencia de una parte de la población rusa frente a la movilización forzosa como el comportamiento de algunas de las antiguas repúblicas soviéticas, que, al percibir la debilidad de la Federación Rusa, empiezan a desafiar su dictado. «Las escaramuzas fronterizas entre Armenia y Azerbaiyán en el Cáucaso y entre Kirguistán y Tayikistán en Asia Central han dejado en evidencia el vacío de poder creado por la guerra en Ucrania en la periferia rusa, donde hasta hace poco no se movía una hoja sin el consentimiento del Kremlin»50. Esto hace que a Moscú tampoco le convenga que la guerra se alargue demasiado.

La estrategia más adecuada podría tener un sabor más agrio que dulce y no dejaría de ser un mal menor. El objetivo podría ser detener inicialmente la escalada bélica, para ir buscando fórmulas que vayan enfriando y conteniendo el conflicto armado. El tiempo dirá los pasos sucesivos que se deban dar.

No se deben asumir riesgos mayores que el beneficio que se espera alcanzar, siendo la protección de la población —también la de Ucrania—, su vida y su bienestar lo que debe guiar a los gobiernos para superar con el menor daño posible esta «década decisiva» a la que, de momento, le bastan sus propios afanes.

El caso particular de España

No se debe tomar a la ligera la amenaza nuclear rusa. España, al menos, no debe hacerlo: no dispone de armas nucleares propias y no se enfrenta a un riesgo existencial como consecuencia de la guerra de Ucrania, pero sí en caso de escalada militar del conflicto a territorio de la OTAN.

La tiranía de la geografía ha situado a la península ibérica lejos de Ucrania y a la vista de la costa noroccidental africana. Además del grave deterioro de las relaciones argelino- marroquíes, el Strategic Survey 2022 nos recuerda que «el extremismo islámico continúa extendiéndose en África (figura 14), especialmente en el Sahel y en Mozambique»51. La demografía  regional se multiplicará por dos en   poco más de tres décadas.

«La joven África va a huir hacia el Viejo Continente; esto se inscribe en el orden de las cosas» (Smith, 2019). Sin paz y desarrollo en el continente vecino, el fenómeno puede volverse incontrolable. España, como indica el III Plan África, «es el país que más se juega en África […]. El interés nacional inmediato está en África, casi tanto como lo está en Europa […]. España debe aspirar a desempeñar un papel en África equiparable al que tuvimos en Iberoamérica en los años 80 y 90 del siglo pasado»52.

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Rusia (figura 15) y China han llegado al continente africano para quedarse. Los problemas de la región no se podrán resolver en abierta confrontación con estas potencias. Lo peor sería que en África se abriera un nuevo teatro de enfrentamiento militar entre Occidente y la Federación Rusa.

El gobierno español lleva años predicando la necesidad de prestar más atención al Sur tanto en la OTAN como en la UE. En adelante, la prioridad española encontrará aún menos eco. La misión de España en ambas organizaciones debe ser pues respaldar a los aliados en el Este, pero mantener sus propias capacidades militares dirigidas al flanco Sur. No hay recursos militares para más y, aun así, el Estado español tendrá que hacer importantes esfuerzos para que sus Fuerzas Armadas respondan a los grandes retos estratégicos que ya son una realidad innegable.

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Conclusiones

Rusia es un socio difícil y un enemigo peligroso. EE. UU. que contuvo a la URSS en la Guerra Fría, no ha sabido asegurar la paz en Europa frente a la Rusia de Putin. A ello ha contribuido una mezcla de exceso de idealismo y haber minusvalorado la amenaza que Rusia representaba. Europa, que ha externalizado su seguridad en la gran potencia trasatlántica, ha jugado hasta el presente un papel menor.

La guerra de Ucrania se ha convertido en un polvorín que cualquier día puede hacer saltar Europa por los aires. Ucrania podría ganar la guerra, pero perderá la paz, como le ocurrió a España en la guerra de la Independencia. De momento, la dialéctica de voluntades entre Washington y Moscú ha llevado a un callejón sin salida, mientras la prioridad estratégica de la gran potencia norteamericana está en el Indopacífico.

Las incertidumbres son numerosas: ¿cuánto durará la guerra?, ¿qué hará Rusia?, ¿qué pasará con la economía?, ¿qué ocurrirá en las próximas elecciones en EE. UU.?, ¿cuál debe ser la respuesta a la invasión rusa?

Escalar el conflicto para expulsar a las tropas rusas de todo el territorio ocupado, incluido Crimea, sometería a Europa a un alto riesgo nuclear. No es previsible que el Kremlin acepte semejante derrota o se deje aplastar sin sentirse tentado de utilizar el último recurso.

Alargar la guerra para que Rusia se consuma poco a poco en su propio jugo, devastaría Ucrania por completo y pondría a la UE a prueba. No está claro que la vaya a superar y, en cualquier caso, el daño económico y social sería desproporcionado.

Un cambio interno en Rusia es posible, aunque ahora parece poco probable, y obligaría a actuar según las circunstancias. Si la Federación Rusa se desestabilizara en el proceso, nos podríamos encontrar ante un escenario aún peor.

Queda la opción, a modo de mal menor, de intentar detener la escalada, para posteriormente contener y enfriar el conflicto, lo que daría lugar a un panorama de seguridad europeo que recordaría a la Guerra Fría.

No es fácil acertar en la decisión que se adopte. En cualquier caso, se debe proteger la unidad de la UE y actuar según se crea vaya a quedar después el panorama de seguridad europeo. Se tendrán que dedicar muchos más recursos y compromiso político a la defensa. España debe medir cuidadosamente los riesgos que asuma y no puede dejar el flanco sur de la OTAN desguarnecido. Nos queda por delante una década decisiva en la que, como afirma Kevin Rudd, viviremos peligrosamente53.

José Pardo de Santayana*
Coronel de Artillería del ET (DEM) Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE)

Referencias:

1 Pérez-Diaz, V. (6 de diciembre de 2022). El riesgo de prolongar la guerra. El Mundo

2 Mearsheimer, J. (Junio de 2015). The causes and Consequences of the Ukraine Crisis, conferencia pronunciada en la Universidad de Chicago. Disponible en: The causes and consequences of the Ukraine war A lecture by John J. Mearsheimer - YouTube.

3 Ashford, E. (Septiembre/octubre de 2022). In Praise of Lesser Evils: Can Realism Repair Foreign Policy? Foreign Affairs.

4 BRICS Russia 2020 Energy Report. BRICS Energy Research Cooperation Platform.

5 Hill, F. y Stent, A. (Septiembre/octubre 2022). The World Putin Wants. How Distortions About the Past Feed Delusions About the Future. Foreign Affairs.

6 Pardo de Santayana, J. (25 de julio de 2018). Consideraciones estratégicas de la reforma militar rusa. Documento de Análisis IEEE 28/2018. Disponible en: Consideraciones estratégicas de la reforma militar rusa (ieee.es)

7 Shagina, M. (Mayo de 2022). Western Financial Warfare and Russia’s De-dollarization Strategy. How Sanctions on Russia Might Reshape the Global Financial System. FIIA Briefing Paper 339. Disponible en: Western financial warfare and Russian de-dollarization | FIIA

8 Kofman, M. y Kendall-Taylor, A. (Noviembre/diciembre 2021). The Myth of Russian Decadence. Why Moscow Will Be a Persistent Power. Foreign Affairs.

9 Scholz, O. (Enero/febrero de 2023). The Global Zeitenwende: How to Avoid a New Cold War in a Multipolar Era. Foreign Affairs.

10 Trenin, D. (6 de julio de 2021). Russia’s National Security Strategy: A Manifesto for a New Era.
Carnegie Moscow Center. Disponible en: https://carnegie.ru/commentary/84893

11 Adeyemo, W. (16 de diciembre de 222). America’s New Sanctions Strategy: How Washington Can Stop the Russian War Machine and Strengthen the International Economic Order. Foreign Affairs.

12 Trenin, D. (28 de diciembre de 2021). What Putin Really Wants in Ukraine: Russia Seeks to Stop NATO’s Expansion, Not to Annex More Territory. Foreign Affairs.

13 Fix, L. y Kimmage, M. (23 de marzo de 2022). What If Russia makes a Deal? How to End a War No One Is Likely to Win. Foreign Affairs.

14 Zabrodskyi, M. et al. (30 de noviembre de 2022). Preliminary Lessons in Conventional Warfighting from Russia’s Invasion of Ukraine: February–July 2022. RUSI Special report. Disponible en: 359-SR-Ukraine- Preliminary-Lessons-Feb-July-2022-web-final.pdf

15 Armed Forces of Russia - statistics & facts. (1 de noviembre de 2022). Statista. Disponible en: Armed Forces of Russia - statistics & facts | Statista

16 World Military Expenditures and Arms Transfers 2021. (diciembre de 2021). Departamento de Estado de EE. UU. Disponible en: World Military Expenditures and Arms Transfers 2021 Edition - United States Department of State

17 Kofman, M. y Fink, A. (19 de septiembre de 2022). Escalation Management and Nuclear Employment in Russian Military Strategy. War on The Rocks.

18 Mearsheimer, J. (17 de agosto de 2022). Playing With Fire in Ukraine. The Underappreciated Risks of Catastrophic Escalation. Foreign Affairs.

19 Kofman, M. y Fink, A., op. cit.

20 Hennis, A. (11 de agosto de 2022). The U.S. Has Sent Billions of Dollars in Aid to Ukraine — Breaking It All Down. Market Realist. Disponible en: How Much Money Has the U.S. Sent to Ukraine? Billions in Aid (marketrealist.com)

21 Pardo de Santayana, J. (2012). Lecciones aprendidas de la guerra de la Independencia sobre guerra antiinsurreccional. Premio Hernán Pérez del Pulgar 2011.

22 Zabrodskyi, M. et al. (30 de noviembre de 2022). Preliminary Lessons in Conventional Warfighting from Russia’s Invasion of Ukraine: February–July 2022. RUSI Special report. Disponible en: 359-SR-Ukraine- Preliminary-Lessons-Feb-July-2022-web-final.pdf

23 Ibid.

24 Para más información ver: Fernández, J. (4 de septiembre de 2002). La gran sorpresa de la guerra: por qué la aviación rusa sigue inoperativa medio año después. El Confidencial.

25 Blattman, C. (29 de noviembre de 2022). The Hard Truth About Long Wars: Why the Conflict in Ukraine Won’t End Anytime Soon. Foreign Affairs.

26 Ibid.

27 Para conocer más sobre el Grupo Wagner, De la Corte, L. (23 de abril de 2022). ¿Qué sabemos sobre el Grupo Wagner? Documento de Investigación IEEE 4/2022. Disponible en: ¿Qué sabemos sobre el Grupo Wagner? (ieee.es)

28 Fix, L. y Kimmage, M. (22 de septiembre de 2022). Putin’s Next Move in Ukraine. Mobilize, Retreat, or Something in Between? Foreign Affairs.

29 Sonin, K. (Noviembre de 2022). Russia’s Road to Economic Ruin: The Long-Term Costs of the Ukraine War Will Be Staggering. Foreign Affairs.

30 Miller, C. (2 de septiembre de 2022). Is Russia’s Economy on the Brink? Moscow’s Struggle to Sustain its War in Ukraine. Foreign Affairs.

31 Alarcón, Nacho. (16 de junio de 2021). Borrell advierte del riesgo de una «espiral negativa» entre la UE y una Rusia impredecible. El Confidencial.

32 Putin presume del aumento de los ingresos por petróleo y gas. (25 de agosto de 2022). EFE. Moscú.

33 Alarcón, N. (16 de junio de 2021). Borrell advierte del riesgo de una «espiral negativa» entre la UE y una Rusia impredecible. El Confidencial. Disponible en: Borrell advierte del riesgo de una "espiral negativa" entre la UE y una Rusia impredecible (elconfidencial.com)

34 Alden, E. (5 de diciembre de 2022). Biden’s ‘America First’ Economic Policy Threatens Rift with Europe. Foreign Policy Analysis. Disponible en: Biden’s 'America First' Economic Policy Threatens Rift With Europe (foreignpolicy.com)

35 Ibid.

36 Populationof.net

37 Haass, R. (septiembre/octubre). The Dangerous Decade: A foreign Policy for a World in Crisis. Foreign Affairs.

38 Colgan, J. y Miller, N. (Noviembre /diciembre de 2022). The Rewards of Rivalry: U.S.-Chinese Competition can Spur Climate Progress. Foreign Affairs.

39 Sing, M. (7 de diciembre de 2022). The Middle East in a Multipolar Era: Why America’s Allies Are Flirting with Russia and China. Foreign Affairs.

40 Tucker, P. (16 de diciembre de 2022). The Saudi-China Deal Tells Us What Autocracies Want From Each Other. Defense One. Disponible en: The Saudi-China Deal Tells Us What Autocracies Want From Each Other - Defense One.

41 El propio Fukuyama (2022) ha tenido que salir en defensa del pluralismo ideológico y del respeto a las otras opciones como esencia de la democracia liberal.

42 Haass, R., op. cit.

43 Strategic Survey (diciembre de 2022). IISS. P. 29.

44 White, H. (Junio de 2022). Sleepwalk to War: Australia’s unthinking Alliance with América. Quarterly Essay.

45 Inbar, E. (6 de diciembre de 2022). It is in America’s Interest to End the War in Ukraine. Jerusalem Institute for Strategy and Security. Disponible en: It is in America’s Interest to End the War in Ukraine - JISS

46 Bordof, J. y O’Sullivan, M. (Julio/agosto). The New Energy Order: How Governments Will Transform Energy Markets. Foreign Affairs.

47 Kaplan, R. (4 de octubre de 2022). The Downside of Imperial Collapse: When Empires or Great Powers Fall, Chaos and War Rise. Laruelle, M. (9 de diciembre de 2022). Foreign Affairs.

48 Martín Martínez, S. (9 de diciembre de 2022). Josep Borrell afirma que la guerra en Ucrania ha agotado los arsenales armamentísticos de la UE. Euronews español. Disponible en: Josep Borrell afirma que la guerra en Ucrania ha agotado los arsenales armamentísticos de la UE (msn.com).

49 Inbar, E. Op. cit.

50 Rusia pierde el control de su periferia. (3 de octubre de 2022). Informe Semanal de Política Exterior. N.º 1293.

51 Strategic Survey. (Diciembre de 2022). IISS. P. 6.

52 Borrell, J. (2019). Prólogo al III Plan África. Gobierno de España.

53 Rudd, K. (Marzo/abril de 2021). Short of War: How to Keep U.S.-Chinese Confrontation from Ending in Calamity. Foreign Affairs.

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