En Canarias y en la Península el asunto ha despertado vivas reacciones, especialmente de solidaridad hacia las aspiraciones independentistas saharauis. ¿Cuál es el vínculo que nos une a este territorio? ¿Cuáles son las implicaciones geopolíticas y de seguridad que deberíamos tener en cuenta si la situación se degrada?
Empecemos por la primera pregunta. El Sáhara fue hasta 1975 colonia española. Prueba de ello son las memorias de personas de cierta edad sobre el pavor que causaba en los jóvenes hacer el servicio militar allí y las imágenes de legionarios en Land Rover con turbante y sandalias. Administrativamente, el Sáhara no era una colonia, sino una provincia más de España.
El origen de la actual tensión empezó en 1975. Ese año -mientras Franco agonizaba- Marruecos -que reclama para sí el Sáhara- invadió la provincia en la famosa Marcha Verde. El conflicto se resolvió con los Acuerdos de Madrid, por los cuales España se comprometía a dejar el Sáhara y a administrarla temporalmente con Marruecos y Mauritania. Sin embargo, las cosas no se desarrollaron como estaban previstas: España se marchó un año más tarde, situación que aprovecharon Rabat y Nuakchot para ocupar el Sáhara. El Frente Polisario, que había luchado contra España, se vio ahora enfrentándose a Marruecos y Mauritania.
Aunque Mauritania se retiró en 1979, la guerra entre el Polisario y Marruecos se alargó hasta 1991, cuando ambas partes acordaron un alto el fuego y el establecimiento de la MINURSO de Naciones Unidas, encargada de velar por el alto el fuego y la elaboración de un referéndum. El referéndum no se ha celebrado y el conflicto se ha enquistado, llegando a tal punto de irrelevancia que la palabra referéndum ya no aparece en los comunicados de la ONU y que, desde 2019, no se ha nombrado un Representante Especial.
Un empeoramiento del conflicto debería preocuparnos, especialmente desde el ángulo migratorio y antiterrorista.

Si Marruecos decide declararle la guerra al Polisario (hasta ahora, sólo el Polisario está en guerra), el conflicto tendría el potencial de empeorar la crisis migratoria que desde hace unos meses padece el archipiélago canario. En lo que va de año han llegado a costas canarias 18.000 migrantes, la mayor parte de Marruecos y saliendo de las costas del territorio en disputa. Si hubiera guerra, es muy probable que muchos jóvenes marroquíes, con pocas oportunidades de trabajo, no quieran luchar, especialmente si tenemos en cuenta que en Marruecos el servicio militar obligatorio afecta a los varones entre 19 y 25 años. A este flujo habría que añadirle el de los saharauis que escaparían tanto del conflicto como de la represión de Marruecos, pues Rabat no tolerará ninguna manifestación de simpatía por el Polisario en lo que considera sus Provincias del Sur.
Otro riesgo tiene que ver con el terrorismo. El Sáhara Occidental limita con el Sahel, que en los últimos años se ha convertido en un polvorín yihadista. Para complicar las cosas, el líder del Estado Islámico del Sahel Adnan Abu al-Walid al-Sahrawi es de origen saharaui, más específicamente del campamento de Tinduf, principal campo de refugiados del Polisario. De hecho, el yihadismo encontraría terreno fértil para reclutar en los campamentos saharauis pues en los últimos años ha aumentado la frustración por el enquistamiento del conflicto, el autoritarismo del liderazgo del Polisario y las míseras condiciones de vida en los campos de refugiados. Como resultado, una guerra que en principio no tiene conexión alguna con el yihadismo, podría ser secuestrada por el EIGS (Estado Islámico del Gran Sáhara), como ocurrió en Mali en el año 2012, cuando la insurrección tuareg fue acaparada por los yihadistas.
También hay que considerar una posibilidad que, aunque desagradable, podría involucrar a España en el conflicto: la posibilidad de que España (especialmente las islas Canarias) se conviertan en el teatro de operaciones de actos terroristas por parte saharaui. Si bien es cierto que en Canarias existe simpatía por el Polisario, también es incuestionable que cuenta con una numerosa comunidad marroquí. Esto puede dar lugar a que ciertos saharauis -especialmente yihadistas- organicen atentados contra intereses marroquíes en las islas o contra instalaciones turísticas como represalia por el apoyo español a Marruecos. El impacto sobre el turismo sería grave, especialmente a la reputación de Canarias como un destino seguro, lo cual debilitaría aún más la economía de las islas. También aumentaría el rechazo local a los inmigrantes. Aunque el pueblo canario tiene fama de solidario, también ha aumentado el hastío popular frente a la crisis migratoria, más aún cuando la pandemia ha debilitado el principal motor económico de las islas (el turismo), del cual dependen muchas familias.
En conclusión, el vínculo colonial, la Marcha Verde de Marruecos y la subsiguiente retirada de España, unidas a la invasión del Sáhara Occidental por Marruecos y Mauritania y la guerra con Rabat hasta 1991, son los orígenes del actual conflicto saharaui. Para España, un agravamiento de la situación daría lugar a un aumento de la migración hacia Canarias de marroquíes y saharauis, empeorando la actual crisis migratoria en el archipiélago. En términos de seguridad, la sombra del yihadismo, especialmente del EIGS, se puede cernir sobre el Polisario, donde las condiciones son fértiles para la radicalización. Si el yihadismo se impone, España podría ser víctima de una campaña terrorista contra instalaciones turísticas e intereses marroquíes, con las islas Canarias siendo las más perjudicadas, impactando de manera negativa en la reputación turística del archipiélago.