Los ultraortodoxos gozan de gran poder en Israel
Israel es el único Estado judío en el mundo, pero es aquí en la religión donde comienza la principal disyuntiva que adolece al país. La sociedad israelí, por sorprendente que pueda parecer, no considera que su principal amenaza sea el conflicto palestino, sino que su principal amenaza la identifican dentro de su propio territorio, más concretamente en la manera que se conforma su sociedad, es decir, en la religiosidad que se les atribuye a las esferas de poder, a la política y al Gobierno.
Uno de los grandes problemas a los que hace frente Israel en la actualidad está relacionado con el poder religioso y político de la ultraortodoxia y las dificultades que esto acarrea para el mundo progresista y laico. En el ámbito religioso es posible diferenciar cuatro grandes movimientos: el judaísmo ultraortodoxo o haredi, el judaísmo ortodoxo moderno, el mundo conservador o masortí - caracterizado por ser fuertemente sionista – y, por último, el movimiento progresista o reformista.
Son muchos los puntos de fricción entre estos grupos, así como con la población laica, entre ellos los privilegios económicos exclusivos que posee el sector ultraortodoxo de la población, además del debate sobre el matrimonio civil. Este enfrentamiento entre el mundo laico y el religioso supone un quebradero de cabeza para muchos de los líderes israelíes que lo ven como una amenaza más que real. El que fuera director del Mosad - servicio de Inteligencia israelí - entre 1998 y 2002, Efraim Halevy, llegó a avisar de que “el radicalismo de la ultraortodoxia representa una mayor amenaza existencial que el peligro de un Irán nuclear”.
El sector ultraortodoxo se compone de una malgama de agrupaciones que pueden abarcar diversas ideologías, como puede ser el rechazo total al Estado de Israel o un rechazo teórico, pero con aceptación y, por lo tanto, participación de la vida política. Los ultraortodoxos o haredi son abiertamente antisionistas, y aunque parezca una paradoja que el sector más radicalizado del judaísmo rechace la creación del Estado Judío es, en efecto, un hecho.
Los haredíes defienden que los judíos no tienen derecho a gobernar ni asentarse en la tierra prometida antes de la llegada del Mesías. Por lo que no reconocen la legitimidad del Estado de Israel, se encuentran aislados del resto de la comunidad judía y no reconocen la autoridad del Rabinato de Israel; además en el ámbito geográfico y cultural también se encuentran separados del resto de la sociedad ya que viven en barrios específicos y hablan yiddish en detrimento del hebreo. Los ultraortodoxos, por lo tanto, rechazan, en definitiva, los argumentos legitimadores del Estado judío en su esencia, provocando un enfrentamiento directo con el resto de la población judía, en su mayoría sionistas.
Asimismo, es interesante observar cómo la población ultraortodoxa aumenta cada vez más. La Oficina Central de Estadística de Israel calcula que en 1952 esta comunidad apenas llegaba a los 30.000, a mediados de 2019 ya son más de 1.120.000. Pero los datos más sorprendentes es que para 2030 se prevé que la comunidad haredí constituya un 16% de la población total, y las estimaciones más conservadoras calculan que para 2065 supondrán un tercio de la población israelí (un 40% de la población judía del Estado). El promedio de hijos para esta comunidad se estima en 6,9 por mujer, frente a los 2 o 3 del resto de la población.
El aumento de esta población impacta directamente con las estrategias políticas del Estado judío que ve en esta minoría una buena oportunidad para conseguir mayor respaldo. Los ultraortodoxos no se identifican con una corriente política concreta, sino que respaldan aquellas iniciativas que les reporte algún beneficio en su comunidad, es por ello que está población cada vez juega un papel más determinante en el mundo de la política israelí.
Benjamín Netanyahu ha sabido identificar el potencial de está minoría y ha conseguido formar Gobierno con su ayuda. La política en Israel se encuentra divida en dos bloques, uno se puede identificar con la derecha, que comprende el nacionalismo secular y religioso, que se ha unido a los ultraortodoxos (Shas y Judaísmo Unido del Torá); y, por otro lado, encontraríamos el bloque de izquierdas, con nuevas formaciones laicas como Azul y Blanco y Unión Democrática, entre otras.
Desde que en 2009 Netanyahu se convirtiera en primer ministro de Israel, siempre ha dado especial relevancia a los partidos ultraortodoxos. En sus discursos, Netanyahu ensalza a los dos partidos haredi como "aliados naturales del Likud”. Es más, tras las segundas elecciones de 2019, cuando el partido Azul y Blanco, liderado por Benny Gantz, surgió como el partido más grande, y decidió formar Gobierno con “el bloque de derechas”, el grupo de partidos religiosos se negó a negociar con Gantz e insistieron en que sólo Netanyahu podría ser primer ministro.
La comunidad ultraortodoxa ha disfrutado de múltiples beneficios por parte de la Administración Netantyahu a lo largo de los últimos años. La población haredí, que se declara abiertamente antisionista y rechaza el Estado de Israel, sí participa de la vida política del país cobrando cada vez una mayor relevancia en este ámbito, convirtiéndose en formaciones bisagras en el Parlamento israelí. Esta minoría apenas paga impuestos, y es la población que más se beneficia de ayudas públicas, puesto que el 60% de los haredíes viven en el umbral de la pobreza.
Asimismo, como consecuencia del incremento de las presiones políticas de los partidos ultraortodoxos integrados en la coalición de Gobierno, la financiación estatal a las yeshivás (escuelas rabínicas) ha aumentado considerablemente, pasando de 124 millones de euros en el 2014 a 250 en apenas dos años. Pero la concesión más polémica es su exención para realizar el servicio militar obligatorio.
De hecho, este privilegio de la minoría ultraortodoxa de no cumplir con el servicio militar obligatorio ha levantado ampollas entre la población y supuso una fuerte crisis de Gobierno. En 2017, el Tribunal Supremo de Israel revocó partes de una ley de reclutamiento de 2015 que eximía a los estudiantes de los seminarios judíos del servicio militar, calificando la medida de discriminatoria e inconstitucional. El Tribunal ordenó al Gobierno que encontrara un nuevo marco que ofreciera un trato igualitario a todos los ciudadanos judíos. Poco después el Tribunal Supremo concedió una prórroga del plazo para la aprobación de nuevas leyes.
En este contexto los ultraortodoxos, y los partidos que los representan y que integran la coalición de Gobierno israelí, exigieron una reforma de la legislación de reclutamiento que garantizase que buena parte de sus votantes varones pudieran quedar exentos del servicio militar. La norma ya se reformó en 2017 para incluir una reducción de cuotas de participación de los ultraortodoxos en el Ejército, si estos demostraban que eran estudiantes de la yeshivá.
De hecho, la reforma de la ley del servicio militar provocó tal crisis dentro del Gobierno de coalición de Israel que precipitó la convocatoria de elecciones anticipadas. El primer ministro Netanyahu convocó el voto de la polémica ley, para aumentar el reclutamiento de la minoría ultraortodoxa. Esta ley fue rechazada por los sectores religiosos, que también formaban parte de la coalición de Gobierno.
Pero lo más sorprendente fue el anuncio por parte del partido Yesh Atid – partido laicisita y de centro -, encabezado por Yair Lapid, y conocido por su lucha a favor de que los haredíes sirvan en el Ejército, al comunicar que no apoyaría la ley. Según Lapid, porque el dirigente conservador selló un pacto con los ultraortodoxos para no aplicar o suavizar la ley y darles más presupuestos con el objetivo de asegurarse la continuidad en el poder. El líder del partido Yesh Atid señaló al primer ministro por rendirse ante "la población ultraortodoxa porque le tiene miedo".
Unas nuevas elecciones se sucedieron en 2019, más concretamente dos, ya que tras las convocadas en abril las dos grandes agrupaciones, el Likud de Netanyahu y el partido Azul y Blanco de Benny Gantz, no lograron formar Gobierno, por lo que la población israelí tuvo que hacer frente a una nueva convocatoria a las urnas en septiembre del mismo año. En esta nueva formación de Gobierno, tras las elecciones de septiembre de 2019, los ultraortodoxos volvieron a entrar en la coalición de Gobierno como los grandes valedores de Netanyahu.
Mientras la sociedad israelí hacía frente a fuertes restricciones por culpa de la COVID-19, la población ultraortodoxa disfrutaba de una vida más bien normal. Los ultraortodoxos han hecho caso omiso a las indicaciones de las autoridades israelíes, y han seguido desempeñando sus tareas habituales, lo que ha provocado que esta minoría, que supone un 10% de la población de Israel, haya llegado a acumular el 40% de los positivos diarios.
Los ultraortodoxos han sido protagonistas de múltiples enfrentamientos violentos con la Policía, por incumplir el confinamiento y protestar contra las medidas sanitarias impuestas por el Ejecutivo de Netanyahu. Unas protestas provenientes de un colectivo que, a pesar de las restricciones, ha seguido asistiendo a las sinagogas, sus colegios se han mantenido abiertos, se han realizado bodas e incluso funerales multitudinarios, mientras el resto de la sociedad israelí se encontraba bajo estricto confinamiento.
Israel ya ha sufrido tres confinamientos, y ahora mismo se encuentra en medio de una desescalada, auspiciada por la rápida campaña de vacunación, que ha conseguido inocular al 40% de su población con al menos una dosis.
A pesar de ser una minoría que actualmente sólo representa al 10% de la población israelí, aproximadamente, posee cuotas de poder de vital importancia. En muchas ocasiones el carácter religioso que se otorga a una causa sirve para movilizar a ciertos grupos que de otra forma no participarían de la vida política. En este caso, los ultraortodoxos que rechazan de forma explícita el Estado de Israel, han conseguido establecerse como grandes fuerzas políticas en muchas ocasiones determinantes para lograr formar Gobierno y a cambio conseguir beneficios para su comunidad.
Por su parte, Benjamin Netanyahu también ha sabido jugar con esta minoría cediendo en aquellos aspectos que considera menos “polémicos” para asegurarse siempre el apoyo de partidos como Shas y Judaísmo Unido del Torá, que prácticamente fueron los que procuraron que volviera a ser nombrado primer ministro tras las últimas elecciones. A pesar de tratarse de un juego de intercambio de favores o concesiones, como pasa en cualquiera democracia, donde es necesario llegar a acuerdos para formar un Gobierno, este caso es algo más particular ya que se ofrece un estatus diferente a la minoría ultraortodoxa, que posee unos beneficios concretos de los que no disfruta el resto de la sociedad israelí, justificados por su religiosidad.
Existe un equilibrio complejo entre Estado y religión, que hasta ahora parece que se ha ido sosteniendo. Pero cada vez, son más las voces en Israel que critican los beneficios que se le concede a esta minoría, ya ha quedado demostrado que estos partidos políticos han llegado a causar una crisis de Gobierno, cuyo desenlace terminó en las urnas. En definitiva, no hay que subestimar a esta minoría que cada vez está adquiriendo un papel más relevante dentro del ámbito político, y puede acabar provocando un enfrentamiento con el resto de la población judía, por sus múltiples privilegios tanto a nivel social, como económico.