Una nueva hornada de oficiales toma las riendas del continente a base de golpes de Estado

La vuelta de los hombres fuertes a África

photo_camera PHOTOS/REUTERS/FRANCIS KOKOROKO/REUTERS TV/AFP/JOHN WESSELS - La tríada de coroneles golpistas, Assimi Goïta, Mamady Doumbouya y Paul-Henri Sandaogo Damiba

Los coroneles regresan al poder seis décadas después para hacer frente a la crisis crónica del África Occidental.

Una pick up avanza por una larga avenida de la capital, Conakry. En la parte trasera viajan, encaramados, una docena de soldados armados con fusiles AK-47, protegidos con chalecos antibalas, casco y gafas. Visten el uniforme de las Fuerzas Armadas de Guinea. Es fácil identificarles, llevan el parche con la bandera en la manga izquierda. Detrás les sucede una columna kilométrica de vehículos, prácticamente en la misma posición. A uno y otro lado de las camionetas se agolpan centenares de personas. Hasta donde alcanza la vista todos ellos son hombres jóvenes, muy jóvenes, incluso niños. Corren jubilosos al lado de los vehículos, intentando alcanzarlos. Sonríen, porque saben que lo que está ocurriendo puede cambiar sus vidas. 

Es 5 de septiembre de 2021, y el país ha amanecido con la esperada noticia. El Ejército acaba de dar un golpe de Estado contra el presidente Alpha Condé. Un grupo de oficiales, liderados por el coronel Mamady Doumbouya, irrumpió a primera hora de la mañana en la residencia del jefe de Estado sin apenas resistencia de su escolta personal, aunque las informaciones son confusas, se contradicen. Los militares retienen al presidente y difunden una imagen suya, rodeado por cuatro soldados fuertemente armados. Condé posa tranquilo, descalzo, con un pie encima del sillón y ligeramente echado hacia atrás. No parece sorprendido, sino abstraído. Era cuestión de tiempo

Guinea golpe de Estado

Una epidemia golpista asola África. En menos de dos años, el continente ha experimentado hasta ocho asonadas, de las cuales seis han tenido éxito. A los contagios de Malí, que sufrió dos golpes en un lapso de nueve meses, Chad, Guinea, Sudán y Burkina Faso se suman los casos de Níger y, más recientemente, Guinea Bissau, que vivieron intentonas golpistas que quedaron en eso, en un intento. Nadie sabe quién será el siguiente en caer. Pero en un escenario como este, marcado por la inestabilidad, es probable que el fenómeno putschista se extienda, que la epidemia se propague. 

El efecto dominó ha provocado un intenso déjà vu, un aroma a la década de los sesenta del siglo pasado. El legado de los Sankara, Rawlings, Lumumba o Nkrumah parece hoy más vivo que nunca, pero encarnado en una nueva hornada de líderes pretenciosamente carismáticos. La comparación se antoja complicada, excesiva quizá, muy excesiva. Lo cierto es que los hombres fuertes han vuelto a África. De los golpes de Estado que salieron adelante, todos llevan el sello castrense, todos han sido impuestos manu militari y todos, menos en Chad y Sudán, han derrocado Gobiernos civiles aupados por las urnas en procesos democráticos. 

Cuando los expertos y observadores internacionales analizaron el golpe de 2015 protagonizado por el general Diendéré en Burkina Faso, que pasó a la posteridad como “el golpe de Estado más tonto del mundo” por la forma rocambolesca en que fue ejecutado, pronosticaron el final del intervencionismo militar en la política africana. Dijeron entonces que aquello era algo del pasado, que los ciudadanos habían apostado por la democracia. Nada más lejos de la realidad. Una nueva generación de oficiales ha sabido capitalizar el hartazgo germinado en estos últimos años como consecuencia de la corrupción, la mala gobernanza y la inseguridad, fruto de la amenaza yihadista y la violencia inter o intracomunitaria.

“Analizados durante mucho tiempo en términos de crisis de la democracia en África, los golpes de Estado aparecen cada vez más, paradójicamente, como una forma de respiro democrático para una generación de jóvenes desilusionados con un liderazgo político envejecido”, apunta en conversación con Atalayar Bakary Sambe, director regional del Instituto de Tombuctú. “De hecho, la promesa de desarrollo económico, paz y seguridad durante los procesos de democratización desde la década de 1990 no se ha hecho realidad. Los golpes, además de señalar la debilidad institucional, son una manifestación de desilusión”. Pero ¿quién está detrás de este alud golpista?

Assimi Goïta, un golpista reincidente 
Assimi Goita

El siempre serio y discreto líder de la transición maliense era un completo desconocido cuando encabezó el golpe de Estado de 2020 que derribó al impopular presidente Ibrahim Boubacar Keïta, alias IBK. Ni siquiera habría llevado las riendas de la camarilla de oficiales que conspiraba para tumbar al Gobierno, sino que había sido elegido entre sus compañeros por su perfil bajo y apariencia maleable. En principio, Goïta pondría rostro a la junta militar durante el proceso transicional de 18 meses desde un segundo plano, la vicepresidencia. Pero el rumbo que empezaba a tomar el Ejecutivo en funciones, presidido por el exmilitar y exministro de Defensa, Bah Ndaw, y su primer ministro civil, Moctar Ouane, pronto levantó ampollas entre los golpistas. 

De nuevo dirigidas por Goïta, las Fuerzas Armadas de Malí secuestraron a las cabezas visibles de la transición en la madrugada del 24 de mayo de 2021 para, horas después, anunciar su destitución tras acusarles de intentar sabotear el proceso por no haber consultado con la junta la remodelación del gabinete. Goïta no contaba con las prerrogativas legales para hacerlo, pero lo hizo, autoproclamándose en el acto presidente. Apenas habían transcurrido nueve meses desde el último putsch, aunque esta vez la comunidad internacional lo describió como “un golpe de Estado dentro de un golpe de Estado”. El contador de la transición se ponía a cero. 

Assimi Goita

Assimi Goïta nació en 1983 y creció en la capital, Bamako. Hijo de militar, soñó desde pequeño con seguir los pasos de su padre. Y así fue. En 2008 ascendió al rango de comandante y combatió durante los siguientes 15 años en las zonas más arriesgadas del país. Pasó por Gao, Kidal y Tombuctú, donde luchó contra la insurgencia yihadista en estrecha colaboración con las fuerzas francesas e internacionales. Pero también estuvo presente en la región sudanesa de Darfur en mitad del enésimo brote de violencia interétnica. Antes de derrocar a IBK, el coronel integraba las Fuerzas Especiales. 

Ahora, Goïta habita Koulouba, la residencia presidencial, desde donde dirige con mano de hierro un país considerado como el corazón del Sahel. Fuentes próximas al coronel trasladaron a Jeune Afrique que el líder de la transición es disciplinado. Escucha e intenta ser riguroso. Está en proceso de aprendizaje, pero eso no le ha eximido de tomar decisiones contundentes, alejadas de la línea trazada por sus predecesores. Por de pronto, Goïta ha roto las relaciones con el Elíseo y ha azuzado el sentimiento antifrancés para modificar las alianzas en materia de seguridad. A medida que las tropas galas abandonan Malí, aterrizan más y más mercenarios del Grupo Wagner. Una deriva que ha hecho saltar las alarmas en las sedes de la CEDEAO y la Unión Africana (UA).

“Todo parece comprometido por la presencia de Wagner”, advierte el director regional del Instituto de Tombuctú. “Este grupo de seguridad privada no tiene ni la vocación ni la capacidad de derrotar al terrorismo ni de asegurar a Malí. Sin embargo, las autoridades de Malí pueden comprender fácilmente que no se es más libre por cambiar de dominador”.

Mamady Doumbouya, el hombre que sostenía el paraguas del presidente 
Mamady Doumbouya

El expresidente guineano de 83 años, Alpha Condé, obligado a volver a Guinea por la junta militar que le apeó del poder para ser juzgado por la mortífera represión desplegada durante su mandato, elogiaba hasta hace no mucho tiempo a Mamady Doumbouya. Durante una entrevista concedida en 2018, Condé se deshizo en elogios hacia el joven y distinguido oficial, miembro de su guardia pretoriana y máximo responsable del Grupo de Fuerzas Especiales. De hecho, Doumbouya era un protegido del entonces presidente, un estrecho aliado y compañero de la tribu malinké. En definitiva, uno de los hombres fuertes de su administración. 

Una imagen de pésima calidad circula por redes sociales y medios africanos. En ella se atisba, no sin dificultad, al entonces presidente Condé durante un desplazamiento institucional y, un paso por detrás, al coronel Doumbouya sosteniendo un paraguas. Evita que el presidente se moje. Es difícil saber si la imagen es real o no, pero describe a la perfección su relación con el antiguo jefe de Estado. El coronel mantuvo con vida su maltrecho liderazgo, intentando que no se empapara, hasta que interpretó que la situación era insostenible y que debía dar un paso adelante. Soltó el paraguas. 

Mamady Doumbouya

Doumbouya, un soldado condecorado con amplia experiencia en misiones sobre el terreno, nació hace 41 años en la región de Kankan, ubicada al este del país. Antes de establecerse en el Palacio de Sékhoutouréya como líder de facto de Guinea tras el golpe de Estado, el coronel había formado parte de varias operaciones del Ejército francés en destinos como Israel, República Centroafricana o Afganistán. También había servido en la Legión Extranjera, donde se licenció con galones de capitán. De ahí pasó a integrar las filas de la unidad de élite del Ejército guineano, punta de lanza de la lucha contra el yihadismo en la región. 

Formado en la Escuela de Guerra de París, ciudad donde obtuvo un diploma en Estudios Militares Superiores, una maestría en Defensa por la Universidad de Panthéon-Assas, adquirió la nacionalidad francesa y conoció a su mujer, policía militar, Doumbouya participó de diversos ejercicios conjuntos con Burkina Faso y Mauritania en el marco del G5 Sahel. Estos fueron supervisados por Estados Unidos, un hecho que levantó teorías acerca de la presunta participación de Washington en el derrocamiento de Condé. Allí conoció por cierto al coronel Assimi Goïta, con el que trabó una buena amistad. 

De físico rocoso y ataviado con su ya característico atuendo, uniforme militar con boina roja y unas gafas de sol ahumadas, Doumbouya se arrogó la presidencia, asumiendo desde el minuto uno un poder omnímodo y convirtiéndose de paso en el segundo líder más joven de un Estado africano. Días después de sentar las bases del previsiblemente dilatado proceso transicional, juró el cargo con honores. De aquello han pasado ya unos meses, pero, por el momento, la figura del coronel sigue encerrando muchas incógnitas y muchas más dudas. Nadie sabe hacia dónde se dirige el país. 

Paul-Henri Sandaogo Damiba, el golpista moderado 
Paul Henri Damiba

Cae la noche en Uagadugú. Es lunes, pero no un lunes más. Un par de días antes, el sábado 22 de enero de 2022, una decena de militares díscolos se había amotinado en varios cuarteles para exigir al Gobierno más medios en la lucha contra el yihadismo, propiciando un alud de protestas contra el presidente Roch Marc Christian Kaboré. Centenares de burkineses habían tomado las calles para manifestar su respaldo a los sublevados cuando, de repente, irrumpen en el estudio principal de la televisión estatal burkinesa RTB hasta 14 soldados. Unos deciden cubrirse el rostro, otros no. Van a hacer un anuncio importante. 

Habla un joven oficial con la boina azul al que apuntan los focos, anuncia que queda suspendida la Constitución y disuelto el Parlamento. Pero ese no es el importante, solo el portavoz. Quien maneja los hilos del golpe se sienta a su izquierda, es el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. Muy pocos le conocen, pero con ese movimiento se ha convertido en el tercer “hombre fuerte” en discordia en unirse al selecto club de golpistas, siguiendo los pasos de sus homólogos maliense y guineano. Horas antes, sus secuaces habían detenido al presidente Kaboré, a quien obligan a firmar su dimisión. Continúa desde entonces bajo arresto domiciliario. 

Oriundo de la capital burkinabé, Damiba nació en 1981 en el seno de una familia perteneciente a la minoría católica y se formó como oficial de infantería en dos academias de renombre del país cuando este aún se llamaba Alto Volta, finalizando su etapa formativa en la Escuela de Guerra de París, donde quizá, por las fechas, pudo coincidir con Doumbouya. Ya uniformado, Damiba habría formado parte del temido Regimiento de Seguridad Presidencial, la guardia pretoriana del longevo presidente Blaise Compaoré que protagonizó numerosas violaciones de los derechos humanos y persiguió a toda disidencia política.

Golpe de Estado Burkina Faso

Tras la imprevista caída del presidente 27 años después en las revueltas de 2014, Damiba jugó un papel esencial durante el período transicional que finalizó un año después con la victoria electoral de Roch Marc Christian Kaboré, distanciándose así del ala dura del régimen anterior y posicionándose en contra de la asonada “más tonta del mundo” perpetrada unas semanas antes de la votación por el general Diendéré. Con este movimiento, Damiba amasó una gran influencia en el Palacio de Kosyam.  

El ascenso sincrónico al poder de los Goïta, Doumbouya y Damiba no puede ser entendido como una mera casualidad, sino como un fenómeno a gran escala que responde a las múltiples problemáticas acumuladas desde hace años por los países del Sahel y, en especial, por los países del África Occidental. Estados frágiles, insurgencia yihadista, violencia intercomunitaria y lucha por los recursos. Un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de figuras mesiánicas capaces, al menos en apariencia, de garantizar un mínimo necesario de seguridad para impulsar el desarrollo. 

La tríada de líderes golpistas comparte una serie de rasgos que permiten establecer un patrón más o menos definido. Goïta, Doumbouya y Damiba son de la misma generación, son niños de los ochenta. Apenas les separan tres años de diferencia. Rondan la cuarentena, lo cual no parece haber sido un impedimento para hacerse con un poder absoluto en sus respectivos países, donde todavía se estila la gerontocracia. Los tres son, junto al chadiano Mahamat Déby, los jefes de Estado más jóvenes del continente.

Proceden del mismo estrato social y han mamado desde pequeños la vida castrense. Los tres han vivido experiencias análogas, habiendo servido en todo momento al Ejército, siendo testigos directos de las internalidades de las Fuerzas Armadas y, sobre todo, de la evolución de las distintas amenazas contra la seguridad que han lastrado el desarrollo de sus respectivos países. Por si fuera poco, los tres han recibido formación militar en el extranjero, con París como zona de encuentro. Con todo, su percepción de la realidad no puede ser muy distinta, es imposible

Thomas Sankara

Goïta, Doumbouya y Damiba han realizado un diagnóstico cuasi idéntico sobre las crisis que golpean sin descanso a la región del Sahel, y apuestan por recetas similares para dejar atrás este escenario. Los tres utilizan una retórica coincidente con la que pusieron de moda los ilustres panafricanistas de los años sesenta. Hablan, con mayor o menor elocuencia, sobre patriotismo, soberanía, refundación del Estado, lucha contra la corrupción, y sobre devolver la capacidad de decisión al pueblo. Aunque hasta el momento ninguno ha dado pasos en esta dirección.

“Los discursos populistas nunca han resuelto los problemas estructurales, a pesar de la necesidad de las actuales autoridades de Bamako de construir la legitimidad política sobre la contestación”, señala Bakary Sambe. 

Los coroneles coinciden también en sus exigencias ante la comunidad internacional. Los períodos de transición anunciados a bombo y platillo son prolongados, con los retos que eso conlleva para devolver cierta normalidad al Sahel. La junta militar maliense pospuso en abril otros dos años la celebración electoral; tres durará presumiblemente la transición en Guinea después de que el Parlamento elegido por Doumbouya, nombrado seis meses después de tomar el poder, redujera tres meses el período propuesto por el nuevo líder; y otros tres, hasta 2025, está previsto que dure la transición burkinesa comandada por Damiba, pese a las acusaciones de debilidad internas.

Sambe cree que existe “una banalización de los golpes de fuerza que llevará a la desacralización del poder político”. “Comenzó con Malí y se ha extendido a Guinea y Burkina Faso. La credibilidad de las organizaciones subregionales, como la CEDEAO, está ahora muy debilitada en un contexto en el que la amenaza terrorista se agrava debido al fenómeno de desbordamiento de los epicentros en el Sahel y, cada vez más, por el desplazamiento hacia los países costeros”, explica. 

Con sus acciones, IBK, Condé y Kaboré perdieron todo el crédito. Modificaron la Constitución para perpetuarse en el poder, no asumieron el liderazgo para combatir la amenaza yihadista o se vieron envueltos en graves casos de corrupción y nepotismo. Ninguno cumplió sus promesas, y eso erosionó inexorablemente tanto su legitimidad como la del sistema. Los coroneles quieren ahora ganarse la suya, pero no tendrán fácil ocultar sus pulsiones autoritarias. Muchos pensaban que, con su llegada al poder, los problemas se desvanecerían. No ha sido así, pero los hombres fuertes han vuelto a África.

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