Ambas naciones tienen las mismas aspiraciones y la manera de llevar a cabo su política exterior afecta al orden económico y de seguridad locales

Marruecos y Argelia, la lucha por el liderazgo regional

Morocco Algeria

Para poder ejercer este liderazgo es muy importante tener una aceptable estabilidad doméstica

Durante los últimos meses, diversas noticias relativas a nuevos proyectos armamentísticos del reino de Marruecos han suscitado el interés de varios sectores. Mucho más si tenemos en cuenta que no se trata de algo esporádico, sino de un paso más en un proceso que lleva tiempo desarrollándose. Por ello, es interesante profundizar un poco en las dinámicas de la zona y tratar de arrojar luz para poner en contexto los pasos que en materia de seguridad y otras áreas está dando nuestro vecino del sur.

Más de una década después del colapso de Libia y el grave proceso de desestabilización de Mali, los líderes políticos regionales aún están intentando establecer unos principios y un sistema adecuado de gestión que pueda llevar a la región a una razonable situación de estabilidad dentro del marco de una arquitectura de seguridad regional que englobe no solo al Magreb, sino a toda la región del Sahel.

Las potencias regionales en esta particular zona del planeta no pueden medirse o identificarse basándose simplemente en sus capacidades materiales, tales como gasto militar, potencial económico, población y demás, sino que el rasgo principal que debe caracterizarlas es su capacidad de llevar a cabo e implementar un amplio abanico de medidas y políticas de seguridad que tengan impacto más allá de sus fronteras.

La lógica establece que cuando un actor aspirante a ser un elemento clave que proporcione seguridad y estabilidad a una región, al verse confrontado por los problemas de seguridad o en la necesidad de afrontarlos, la relevancia de su poder ha de basarse en su capacidad para liderar, asistir, acotar los problemas adecuadamente y persuadir al resto de actores con capacidad de influenciar en la situación. En un sentido más amplio, este liderazgo se refleja en la capacidad de afectar a los países colindantes, de minimizar los dilemas de seguridad, establecer dinámicas de colaboración con otras potencias o figuras del sistema regional y limitar o contener las posibles intrusiones o injerencias de personajes extrarregionales. 

Pero estos logros no pueden calar de un modo efectivo salvo que estén apuntalados por tres pilares fundamentales:

  • Tener la capacidad suficiente y la voluntad de contribuir a la seguridad regional (mediante la asistencia militar, la mediación, las operaciones de mantenimiento de la paz…)
  • Estar en posesión de recursos de liderazgo y poder más allá de las capacidades militares (pertenencia a comunidades religiosas transnacionales, arraigada cultura diplomática, fuertes relaciones económicas)
  • La aceptación por parte del resto de Estados de la región como potencia regional.

Es indudable que para poder ejercer este liderazgo es muy importante que quien aspire al mismo tenga una aceptable estabilidad doméstica. Aquellos que aspiren al mismo, pero sufran problemas estructurales, dispongan de instituciones políticas incoherentes y sus propios proyectos como nación no estén asentados, difícilmente podrán asumir y mantener esa función de responsabilidad regional y actuar como interlocutores entre su región y las principales potencias mundiales. 

No obstante, la realidad es que son actores externos o potencias regionales subestimadas los que asumen este papel. Sin ir más lejos, el ejemplo de esta aseveración lo tenemos en el Sahel y en la zona de África oeste, donde son Francia y Marruecos los que se han revelado como elementos más activos en este sentido. Más concretamente, Francia ha asumido el liderazgo de la lucha antiyihadista en la zona, al tiempo que Marruecos utiliza su posición económica, sus relaciones y su papel de moderador, sustentado por una creciente capacidad militar, para extender su influencia en la región.

Esta combinación de ambas líneas de actuación con la finalidad de avanzar en la consecución de sus objetivos regionales está dando sus frutos, al tiempo que ofrece un claro contrapeso a la forma que tiene Argelia de lograr su posición. Es un hecho que ambas naciones tienen las mismas aspiraciones, y que la manera de llevar a cabo su política exterior afecta al orden económico y de seguridad locales.

El marco regional

El concepto de poder y las diferentes formas de medirlo es clave como parte de los estudios para establecer aquellos elementos susceptibles de ser proveedores de seguridad a una región. Hasta el momento, el modelo predominante ha sido el basado en las capacidades materiales. Según Derrick Frazier y Robert Stewart-Ingersoll, el poseer un conjunto suficiente de capacidades materiales, principalmente militares y económicas, es lo que determina la influencia relativa que tienen unos Estados frente a otros en una región.

Las capacidades materiales son sin duda importantes, pero para alcanzar el status de potencia o estabilizador regional en lo relativo a la seguridad es necesario cumplir ciertas condiciones previas, entre otras la capacidad de poseer una visión juiciosa del empleo de esos recursos de poder y el reconocimiento regional a su liderazgo. Así mismo, las dinámicas internas del estado aspirante a potencia regional (su sistema político y económico principalmente), son factores críticos para ese liderazgo regional.

En la zona del Magreb y el Sahel son dos las potencias que se disputan ese papel de dirigente regional: Marruecos y Argelia, y es interesante analizar tanto sus capacidades como su formación para ejercer como tales, sobre todo, después de los acontecimientos acaecidos durante el último año. Y, tal vez, dicho análisis arroje luz sobre los últimos movimientos a los que estamos asistiendo tanto a nivel político como militar.

Argelia

Argelia se ve a sí misma como la potencia natural en la zona. Tiene importantes reservas de hidrocarburos y gas que le proporcionan prominencia económica, que junto con un tamaño geográfico considerable alimenta la intención de dar forma a esas esferas de poder superpuestas, al tiempo que guían su actuación en el plano internacional. El país dispone de una importante capacidad militar, capaz de proyectarla y posee una reconocida capacidad y experiencia en la lucha contra el terrorismo. Un dato para tener muy en cuenta es su presupuesto de defensa. Solo Egipto tiene un presupuesto de defensa mayor que el de Argelia en todo el continente, y es el país africano con el mayor ratio de importación de armas.

Pero a pesar de las apariencias, Argelia ha luchado para influir en eventos regionales o ganar reconocimiento en su intento de lograr esa autoridad regional. A pesar de que una potencia disponga de una capacidad material muy superior a la de sus vecinos y tenga el propósito o deseo de imponer la agenda de seguridad según su visión en su región, es imprescindible que tenga el reconocimiento de su liderazgo a través del mantenimiento de relaciones cordiales con sus vecinos y una gestión inteligente de sus capacidades como Estado para desarrollar un rol constructivo en la prevención de conflictos, gestión de crisis, mediación, operaciones de mantenimiento de la paz y, si es necesario, de imposición de la misma.

La rigidez doctrinal demostrada por Argelia, los contenciosos que sobrevuelan sobre las relaciones con Francia y Marruecos y la ineficacia de las instituciones de seguridad regional que ha tratado de implementar han obstaculizado sus prolongados intentos para conseguir la legitimidad regional necesaria para lograr esa dirección.

La larga y seria enfermedad del hasta no hace mucho presidente del país también ha repercutido, privando al país de la cohesión interna necesaria y de un mandato fuerte y efectivo tan necesario ambos para desarrollar una efectiva política exterior.

Desde la consecución de su independencia, Argelia ha tratado de convertirse en una potencia capaz de influir en el mundo, buscando a su vez apoyo en foros multilaterales en beneficio de su derecho de autodeterminación, para la inviolabilidad de sus fronteras, la no injerencia en sus asuntos internos, etc. 

La época dorada de su actividad diplomática en África podemos enmarcarla durante la presidencia de Mohammed Boukharoba, más conocido como Houari Boumediene, desde 1966 a 1978. Su periodo fue de intensa actividad en lo que se refiere a política exterior, y entre otras acciones instigó y promovió movimientos de izquierdas promarxistas, así como grupos autoproclamados progresistas que se oponían a gobiernos pro-occidentales como los de Marruecos, Níger y Senegal. Y en ese intento por establecer alianzas con otras causas revolucionarias y movimientos similares a lo largo y ancho de toda la región, entabló estrechas relaciones con países como Cuba y la extinta Yugoslavia.  Durante ese periodo, elementos de las fuerzas de seguridad argelinas proporcionaron adiestramiento y material a grupos guerrilleros palestinos y a organizaciones aliadas del régimen cubano en Latinoamérica, sirviendo a su vez el territorio argelino como base de entrenamiento y operaciones para grupos que iban desde Sudáfrica a Argentina, pasando por Venezuela.

Esta tendencia se suavizó en parte y disminuyó en actividad durante el periodo de gobierno del sucesor de Boumediene, Chadil Bendjedid. No obstante, Bendjedid fue probablemente de los presidentes argelinos más activos en África, entablando fuertes lazos con varios líderes y ofreciendo buenos servicios de mediación en conflictos entre estados. Asimismo, tuvo un papel muy relevante a la hora de la admisión formal de la autoproclamada República Democrática Árabe Saharaui en la entonces Organización de la Unidad Africana, la actual Unión Africana, en 1984. Algo que, como era de esperar, generó tensiones con su vecino marroquí.

La espiral de violencia que llevó al país a la guerra civil en 1992 dio al traste con las aspiraciones regionales de Argelia. Las prioridades durante la década de los 90 fueron, por un lado, evitar el aislamiento del país y, por otro, evitar cualquier intervención o injerencia extranjera, principalmente occidental, en su conflicto interno. El resultado final fue la aquiescencia lograda por parte del régimen militar que se hizo con el poder para con su decisión de abortar el proceso electoral de enero de 1992 y la consiguiente campaña despiadada de contrainsurgencia que tuvo como objetivo los grupos armados islamistas.

Con la victoria lograda contra el alzamiento islamista y la elección del antiguo ministro de exteriores, Abdelaziz Bouteflika, como nuevo presidente del país en abril de 1999, la política exterior argelina cobró nueva fuerza. El gradual retorno de la paz al país y la mejora de la situación económica facilitaron el objetivo que se marcó Bouteflika de restaurar la deteriorada imagen exterior de Argelia.

El expresidente de Argelia Abdelaziz Bouteflika, en una fotografía de archivo del 28 de abril de 2014

El primer paso dado en esa dirección y para recuperar un papel de liderazgo en África esa fue la fundamental aportación en las negociaciones para la consecución de la paz entre Etiopía y Eritrea en el año 2000. Otro hito en este proceso fue la creación de la NEPAD (New Partnership for Africa´s Development) en 2001. Pero, curiosamente, fue un hecho como los atentados de nueva York en 2001 el que, además de provocar un cambio radical en el panorama internacional, reforzó las ambiciones geopolíticas de Argelia. El presidente tuvo el argumento perfecto para enarbolar la legitimidad de su lucha y su carácter de actor fundamental en la guerra contra el terrorismo ganado cuando el país se había convertido en un laboratorio de políticas y lucha contraterrorista.

En cierto modo, pudo vender la idea de que el régimen argelino fue providente durante su lucha contra los radicales islamistas en sus advertencias sobre el peligro que representaba este movimiento. La proliferación de grupos yihadistas en la zona sur del país impulsó el objetivo de Bouteflika de convertir a Argelia en una pieza fundamental y un socio clave en la lucha internacional y regional contra el terrorismo, y más concretamente en la zona transahariana.

Desde la puesta en marcha de la iniciativa Pan Saheliana en 2002 hasta nuestros días, en el marco de las diferentes evoluciones de ésta y de las diversas estructuras creadas para combatir el terrorismo en la zona, Argelia ha sido permanentemente invitada a participar en todas ellas, y se le ha solicitado su experiencia y lecciones aprendidas en la lucha antiterrorista, contrainsurgente y contra el crimen organizado. El importante papel que ha jugado en la lucha contra AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico) has sido reconocido como esencial. La importancia de Argelia en el campo de la seguridad se ha visto así mismo reforzada por una serie de acuerdos de cooperación en materia de defensa y seguridad con varios países de la Unión Europea, incluyendo a Gran Bretaña y Alemania, del mismo modo que a ello ha contribuido una estrecha colaboración con Estados Unidos, que se refleja en la creación de un grupo de contacto bilateral sobre asuntos de lucha antiterrorista y cooperación de seguridad.

Reunión del programa de desarrollo económico de la Unión Africana (UA), Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD), el 16 de julio de 2016 en el Centro de Convenciones de Kigali, durante la 27ª Cumbre de la UA

En abril de 2010, Argelia dio un paso decisivo en su intento de asumir el rol de líder regional en la lucha contra el terrorismo creando el 'Comité Conjunto de Estado Mayor Operacional', ubicado en Tamanraset. Las funciones de este órgano eran impulsar las operaciones militares y de seguridad, así como la coordinación en la obtención de inteligencia y apoyo logístico entre sus miembros (Argelia, Mauritania, Mali y Níger), y constituir una fuerza conjunta de setenta y cinco mil hombres. Los objetivos de Argelia con esta iniciativa eran más ambiciosos, y pretendía lograr extender las operaciones a un segundo círculo de países del Sahel que incluían Burkina Faso, Nigeria, Chad y Senegal. Desde luego, si algo no se puede achacar a Argelia es la falta de conocimiento del problema, pues solo es necesario echar un vistazo a la situación actual en todos los países mencionados y a cómo está siendo la evolución de la amenaza yihadista en la zona. Pero, después de ese esfuerzo, ni el CEMOC ni la Unidad de Fusión y Enlace creada al unísono con base en Argel fueron capaces de ir más allá de las promesas de proporcionar inteligencia y coordinar las fuerzas sobre el terreno en la lucha contra los grupos extremistas violentos. Las tropas comprometidas nunca fueron aportadas, del mismo modo en que tampoco lo fue la imprescindible arquitectura de comunicaciones. 

Cuando la situación estalló en Mali en 2012, tanto el CEMOC como la FLU eran dos organismos paralizados, incapaces de responder y mucho menos evitar la ocupación del norte de Mali por grupos yihadistas y su intento de avance hacia la capital del país.

Los motivos de esta ineficacia tienen sus raíces en un amplio número de factores que van desde la total inexistencia de una estrategia coordinada para el intercambio de inteligencia a la ausencia de la fundamental confianza mutua entre los miembros de dichas estructuras. El resto de los miembros de ambas organizaciones mostraron su descontento acusando a Argelia de acaparar inteligencia sobre grupos armados que operaban en el Sahel, al mismo tiempo que Argelia sospechaba que algunos de sus socios, más concretamente Mali, sufría importantes fugas de información. Otros motivos para el fracaso de ambas iniciativas fueron razones meramente estructurales, construidas en parte para evitar que el principal rival regional de Argelia, Marruecos, y potencias occidentales tomaran posiciones en su patio trasero.

Los intentos de Argelia por bloquear lo que percibía como competidores regionales y la actuación de fuerzas internacionales de estabilización no evitaron que sus vecinos de la zona del Sahel impulsaran sus alianzas en materia de seguridad con Francia y otros países occidentales, llegando en más de una ocasión a operar de forma conjunta con esos países en lugar de coordinar sus acciones con Argelia.

El malestar creado en el seno de las dos plataformas mencionadas, unido a las reticencias de Argelia a responder a la petición de ayuda por parte de Mali en 2012 para frenar el avance de las columnas yihadistas, llevaron a que Mauritania, Mali, Níger, Chad y Burkina Faso dieran un paso al frente y crearan el que se conoce como grupo G-5 Sahel, cuya finalidad es controlar la amenaza que supone para la seguridad en la región la enorme porosidad de las fronteras. Esta iniciativa, que cuenta con una fuerza de aproximadamente 5.000 hombres que operan a ambos lados de las fronteras de los países participantes, recibe un fuerte apoyo de Francia, que ha aprovechado la inacción y las reticencias de Argelia para actuar militarmente a favor de sus vecinos para ocupar el vacío de liderazgo que el país magrebí ha dejado.

El general Oumarou Namata Gazama, jefe de la fuerza conjunta G-5 Sahel, asiste a la inauguración del nuevo cuartel general en Bamako el 3 de junio de 2020

No obstante, Argelia sigue segura de lo indispensable de su participación, y no duda de que tarde o temprano su experiencia será necesaria y reclamada. No deja de ser cierto que tiene un profundo conocimiento de las dinámicas de las redes yihadistas en la zona, y es ampliamente conocida la compleja y discreta relación que mantiene con Iyad ag Ghali, el líder tuareg y cabeza del grupo yihadista Ansar Dine desde su creación en 2017 del ‘Frente de Apoyo al Islam y los Musulmanes’, asociación que aúna a los principales grupos yihadistas que operan en el Sahel. De hecho, el papel como mediador de Argelia fue indispensable para lograr el acuerdo de paz con el MNLA en 2015. 

Los acuerdos bilaterales con países de la región también son una parte importante de la influencia de Argelia en la región, que ha llegado a adiestrar a dos batallones del ejército de Níger y a comprometerse a la construcción de instalaciones para unidades de fuerzas especiales de Níger en In-Abanqarit, justo en la frontera común entre ambos países y Mali.

A pesar de todo lo anterior, es importante resaltar que la política exterior de Argelia, debido a las reminiscencias del legado colonial francés y a la consecución de forma violenta de su independencia, está muy marcada por la conservación de su soberanía y la no injerencia. Y fruto de ello es su escepticismo hacia las potencias occidentales y la OTAN.

Otro aspecto que no se debe olvidar es que Argelia es el país africano que más invierte en Defensa, teniendo el mayor presupuesto para este capítulo en todo el continente, aunque sigue manteniendo la prohibición de desplegar sus fuerzas más allá de sus fronteras, algo que está previsto que cambie con la adopción del nuevo texto constitucional.

Las relaciones con su competidor natural en la región, Marruecos, son algo más que tensas, precisamente debido a esa lucha por erigirse en la potencia de referencia regional, así como al opuesto punto de vista que ambos tienen sobre el problema del Sáhara Occidental, territorio que Marruecos reclama como suyo y que de hecho administra, al tiempo que Argelia da cobijo y apoyo al Frente Polisario en lo que no deja de ser una maniobra para debilitar y desestabilizar a su oponente.

A pesar de todo lo relatado hasta el momento y de la posición argelina hasta hoy, sus vecinos son conscientes de que sin su implicación activa será muy complicado actuar para resolver satisfactoriamente los conflictos de Mali y Libia. El ejemplo lo tenemos en Túnez, donde la implicación de Argelia fue fundamental para lograr la estabilidad política en la transición después del Gobierno de Ben Ali.

Pero como hemos visto al comienzo, uno de los pilares para poder erigirse como potencia estabilizadora regional es la consecución de su firmeza interna. Y actualmente la solidez de Argelia ofrece serias dudas. Desde comienzos de 2019, las protestas pacíficas a lo largo de todo el país han abierto una etapa de incertidumbre. Se iniciaron en febrero como respuesta a la decisión de Abdelaziz Bouteflika de presentarse a una quinta reelección a pesar de su avanzada edad y de su delicado estado de salud. 

La presión social tuvo efecto y en marzo el presidente Bouteflika retiró su candidatura a las elecciones. Poco después, en abril y forzado por el jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Ahmed Gäid Salah, auténtico hombre fuerte del régimen y hasta el momento su firme aliado, renunció a su puesto. Inicialmente las elecciones estaban previstas para el mes de abril, pero tras la renuncia de Bouteflika, el parlamento, siguiendo lo marcado por la constitución, reconoció al presidente del Senado, Abdelkader Bensalah, como presidente interino del país, convocando elecciones para 90 días después de dicho nombramiento. Pero, en otro giro de los acontecimientos, el Consejo Constitucional de Argelia canceló esos comicios previstos para el 4 de julio al anular las dos únicas candidaturas que se habían presentado. Si bien las protestas en las calles no habían cesado en ningún momento, esto no hizo sino acrecentarlas, demandando cambios políticos más profundos.

Durante el desarrollo de las protestas, grupos cercanos a organizaciones yihadistas vieron la oportunidad de llevar estas hacia una senda próxima a sus tesis. Las instrucciones, no obstante, eran mantener un perfil bajo, no dar ningún paso en falso para, de ese modo, poco a poco lograr que su mensaje calara en la masa descontenta que ocupaba las calles para, llegado el momento, hacerse con el poder. El principal temor era que, o bien algún grupo fuera de control llevara a cabo cualquier tipo de acción violenta que provocara una reacción furibunda por parte de las Fuerzas Armadas argelinas, o que ante el avance claro de los yihadistas fuese el Gobierno el que ejecutase dicho tipo de acción, culpando de ella a los islamistas con la finalidad de tener la excusa perfecta para obrar en su contra. De un modo u otro, la cosa no fue a mayores. Pero la situación no estaba clara, y no existía ni una idea definida sobre cómo resolver la discordia en las calles hacia las autoridades interinas, ni quién era la persona con la credibilidad suficiente para negociar una solución. El general Gäid Salah se posicionó como el elemento clave, pero sin hacerse con el poder de una forma explícita. Por su parte, Bensalah permaneció en su puesto una vez expirado el periodo de 90 días de mandato y, mientras tanto, las fuerzas del orden arrestaron a importantes hombres de negocios, miembros de la Inteligencia militar y políticos, todos ellos acusados de corrupción. Algunos de los detenidos pertenecían al círculo cercano del ya expresidente Bouteflika.

El teniente general argelino Ahmed Gaïd Salah, fallecido en diciembre de 2019

El sistema político construido durante la era Bouteflika se caracterizó por una figura presidencial muy fuerte soportada por un aparato de seguridad con las mismas características. Un Estado cuyo centro de gravedad era la economía con importantes programas de ayudas sociales, soportados por los grandes beneficios procedentes de la explotación de los recursos energéticos del país. Los procesos de toma de decisiones se percibían como opacos, y tanto políticos como miembros de la cúpula militar y de los servicios de inteligencia, así como prominentes hombres de negocios, medraban por lograr más influencia y se enfrascaban luchas intestinas por ello, pero siempre tras las bambalinas del poder.

A pesar de todo, el sistema proporcionó un aceptable nivel de vida a la población en general, así como una preciada estabilidad. Pero después de asistir a los diferentes movimientos en varios países árabes, la perspectiva de una transición incierta y falta de liderazgo comenzó a calar conforme aquellos miembros de la generación que lideró la revolución y que luchó por la independencia entraban en la última etapa de su vida o iban falleciendo. Ello degeneró en una parálisis política debido a la falta de consenso entre las elites sobre cómo afrontar la era post Bouteflika. 

Después de un prolongado periodo de interinidad, más allá de lo que marca la ley y durante el cual las protestas no cesaron, se convocaron elecciones para el día 12 de diciembre. En las mismas, el ex primer ministro, Abdelmadjid Tebboune, consiguió la victoria directa en la primera vuelta al recibir un 58,15% de los votos. Tebboune logró más de cuarenta puntos porcentuales de diferencia al segundo en la votación, el exministro de Turismo Abdelkader Bengrina, que obtuvo un 17,38%. Ninguno de los tres candidatos restantes rebasó el 11%. No obstante, la tasa de participación es el principal indicador de la situación política que vive el país: rondando el 40%, la más baja registrada en la historia de las elecciones argelinas. Esta se deduce derivada del extremo descontento popular con la élite política. 

Si comparamos estos datos con comicios anteriores, los datos son más que significativos. La tasa de participación en 2014 fue del 50,7%, un acusado descenso frente al 74,56% de asistencia en 2009. Esta tendencia descendente en el tiempo refleja el progresivo rechazo de los argelinos a un sistema político que consideran ineficaz y corrupto. El más claro ejemplo una vez más lo determina la continuación de las protestas en la capital tras el anuncio del resultado de las elecciones.

Tebboune, de 74 años, es considerado un tecnócrata, y llega a la Presidencia tras una larga carrera política que se truncó cuando fue cesado por Bouteflika por supuestos roces con influyentes empresarios del país y sospechas de injerencia en la política exterior del país, potestad del mandatario. El mayor desafío del nuevo presidente será convencer a los críticos de que no es, como denuncian, parte de una estratagema orquestada por las autoridades militares para preservar el viejo orden político y que “todo cambie sin cambiar nada”.

El presidente electo de Argelia, Abdelmadjid Tebboune. durante la ceremonia de juramento formal en la capital Argel, el 19 de diciembre de 2019

Otro aspecto fundamental, aunque no menor, será cómo enfrentar la crisis económica más grave que el país ha atravesado en décadas. Las exportaciones energéticas, que suponen el 95% de los ingresos estatales, han descendido un 12,5% en 2019. Las reservas de moneda extranjera se han desplomado y se prevé una reducción del gasto público en al menos un 9% durante este año.

Pero al poco de comenzar su mandato, un hecho inesperado se ha convertido en un problema principal tanto para el nuevo presidente como para la estabilidad del país. Solo cuatro días después del acto de investidura, fallecía de manera repentina a causa de un infarto el general Ahmed Gaïd Salah, jefe del Estado Mayor del ENP, viceministro de Defensa y responsable de los Servicios de Inteligencia. En abril de 2019, fue la persona clave para lograr la dimisión del presidente Bouteflika, con objeto de intentar frenar la presión popular del movimiento Hirak que también reclamaba su dimisión, consiguiendo así convertirse en el verdadero hombre fuerte del país. Gaïd Salah estaba inmerso en la supervisión de la transformación del Ejército, logrando su independencia del poder político y afianzando su papel de árbitro de las disputas políticas, asegurando que se mantenía bajo el control del poder civil.

La desaparición de una figura clave como esta no hace sino arrojar más incertidumbre sobre la deriva que pueden tomar los acontecimientos en el país norteafricano. Sin su colaboración, el nuevo presidente carece de alguien con la experiencia, carisma y conocimientos necesarios para poder llevar a cabo las reformas que exige la población de una forma sosegada evitando los seguros intentos que harán los islamistas de alterar la situación para poder hacerse con el control del país.

Marruecos

La situación actual no ha pasado desapercibida por el gran competidor de Argelia en la región y al mismo tiempo eterno enemigo, el reino de Marruecos. Si Argelia nos ofrece un claro ejemplo de nación que ha volcado sus esfuerzos en lograr que sus importantes recursos naturales y su elevada inversión en defensa se traduzcan en un eficaz liderazgo en la región del Magreb y en la zona del Sahel, Marruecos es el paradigma de actor aspirante a convertirse en el referente y proveedor de seguridad regional que emplea eficazmente sus menores recursos transformándolos en herramientas eficaces para incrementar su influencia regional.

El país alauí ha utilizado muy inteligentemente sus recursos más adecuados para proyectar su poder en la región, al tiempo que gradualmente ha incrementado sus relaciones e interconexiones culturales y económicas con el resto de los países de la zona. El hábil empleo que ha hecho Marruecos de un factor tan determinante en el mundo árabe como es la religión, así como la ventaja comparativa de sus empresas, su industria y su apuesta por incrementar sus capacidades en lo que se refiere al empleo de energías renovables ha colocado al país a la vanguardia de un gran número de asuntos que afectan no solo a la región, sino más allá de esta.

Si se pone el foco en el plano de las capacidades militares, es obvio que estas son menos significativas que las que posee Argelia, pero aun así también sirven de impulso estratégico para sus intereses, como lo demuestra el lanzamiento en noviembre de 2017 de un satélite de observación terrestre, convirtiendo al Reino de Marruecos en el primer país africano que posee un medio como ese. Como contrapartida, y dentro de la rivalidad y competencia entre ambos países, Argelia está preparando el lanzamiento de su propio satélite desde China, pero sus capacidades, una vez operativo, son mucho menores que el marroquí, que proporciona a su país un medio de obtención de inteligencia y una independencia en este campo sin parangón en toda la región.

Asimismo, y continuando en el plano estricto de la seguridad, los servicios de inteligencia del Reino son muy activos en ciertas zonas del Sahel, y la compañía marroquí de telecomunicaciones Maroc Telecom, que tiene cuatro filiales en el continente africano, se cree que realiza labores de obtención de información sobre grupos extremistas en aquellos países en los que opera.

Vista de la nueva sede de Maroc Telecom en Rabat, Marruecos

Al contrario que Argelia, Marruecos sí ha jugado la carta de implicarse fuera de sus fronteras, al menos puntualmente. En 2016, ayudó en la lucha contra Boko Haram proporcionando a Níger equipamiento militar. El anunciado próximo retorno del reino alauita a la Unión Africana tendrá sin lugar a duda un impacto visible en la evolución del papel de las Reales Fuerzas Armadas en la región del Sahel y adyacentes. 

La posición que tradicionalmente ha ocupado el país en el concierto africano ha sido ligeramente moderada, incluso a pesar de haber ganado cierto peso después de la subida al trono de Mohamed VI en 1999. Y todo ello solventando de una manera muy eficaz los problemas socioeconómicos y de seguridad que afectaron al régimen alauí en 2011 a raíz de los movimientos surgidos durante la primavera árabe.

Mohamed V, abuelo de Mohamed VI, tuvo siempre un gran respeto y reconocimiento en el continente africano y fue conocido por ser un convencido activista africanista y antiimperialista. Durante su reinado, Marruecos se implicó en la operación de mantenimiento de la paz en el entonces Congo Belga, al tiempo que Mohamed V apoyaba al líder nacionalista africano y padre de la nación congoleña Patrick Lumumba. Fue suya también la iniciativa de la Conferencia de Casablanca, en la que se adoptó una carta de acuerdos con una serie de términos anticolonialistas y contra la segregación racial que sirvieron de base para el establecimiento de la Organización de la Unión Africana en mayo de 1963.

Su hijo, Hassan II subió al poder en 1961 y siguió una política continuista con la de su padre. Habitualmente recurría a la metáfora de comparar a Marruecos con un árbol que tiene sus raíces en África y sus ramas en Europa. Ejemplo claro de su línea de actuación es la creación de Ministerio de Asuntos Africanos. Cuando emergió el conflicto del Sáhara Occidental, se puso de relieve la profunda brecha y las diferencias económicas e ideológicas que existían en el continente entre los países que se podían calificar como moderados y que se alineaban con Marruecos y aquellos que se autodenominaban progresistas y respaldaban a Argelia. Como respuesta a la admisión de la autoproclamada República Árabe Democrática Saharaui en la Organización de la Unión Africana, Marruecos abandonó dicha organización en 1984, intensificando la división entre los bloques previamente mencionados.

Desde entonces, la principal preocupación de Marruecos procedía del temor de verse atrapado por lo que podría considerarse una pinza con Argelia en el este y España al norte, a lo que había que añadir las complicadas relaciones con su vecino del sur, Mauritania.

La subida al trono de Mohamed VI vino acompañada de un claro refuerzo de las alianzas tejidas por su padre, Hassan II, en el África oeste, imbuyendo a estas con un marcado carácter económico que se unía a las tradicionales relaciones personales y acuerdos en materia de seguridad logrados por su antecesor.

El rey Mohamed VI durante un  Consejo de Ministros en el Palacio Real de Rabat

Tras largos años centrándose en buscar alianzas e influencias en el África francófona, el reino de Marruecos ha dado un giro orientando su política exterior hacia los países del África anglófona, pero con el mismo objetivo, en parte debido a que las hasta ahora imprescindibles relaciones comerciales y económicas con la UE en cierto modo pueden verse afectadas por la diferente postura frente al problema del Sáhara Occidental. Como se ve, este tema es uno de los centros de gravedad de la geoestrategia alauita. Todo ello convierte en una necesidad imperativa para Marruecos el reducir su dependencia económica de la UE como mercado principal para sus productos y buscar nuevos mercados en las economías emergentes del continente africano, lo que, de conseguirlo, será sin duda el más claro ejemplo de convertir la necesidad en virtud. Eso sí, desde el punto de vista español, ese factor debe ser tomado muy en cuenta y seguido muy de cerca. Cuanto menos necesite Marruecos a la UE más libre se sentirá para profundizar en sus históricas reclamaciones. El reciente movimiento en lo que se refiere a sus aguas de soberanía y la zona económica exclusiva es muy probable que se enmarque en esa reorientación global del país. Un primer paso para estar en disposición de seguir adelante, si se dan las circunstancias.

Ejemplo de lo activo del país en el plano económico son las cifras de exportación de fosfatos, que lo convierten en líder mundial del sector. Del mismo modo empresas tan importantes como Royal Air Maroc, Maroc Telecom, el Grupo Adoha, o el Banco Attijariwafa están muy bien implantadas en un significativo número de países africanos, cubriendo sectores como la minería, el transporte aéreo, las telecomunicaciones, el desarrollo inmobiliario o el bancario. En lo que se refiere a este último, son tres entidades marroquíes las que lideran el mismo en todo el África oeste francófona: Attijariwafa Bank (AWB), Groupe Banque Centrale Populaire (BCP) y el Banque Marocaine du Commerce Exterieur (BMCE).

El objetivo no es otro que llegar a convertirse en la plataforma financiera regional y la puerta de salida de los potencialmente rentables mercados emergentes del continente, y para ello, además de la implantación de las citadas entidades, se ha creado la “Casablanca Finance City”. Y lo cierto es que gran parte del atractivo de Marruecos es la perspectiva que ofrece de convertirse en el epicentro de una cooperación a tres bandas en la que puede utilizar sus herramientas y posición ventajosa para movilizar y atraer los recursos de sus aliados en el golfo Pérsico y los de sus socios europeos para invertirlos en el continente africano.

No obstante, esta política no está exenta de críticas, y hay quien teme que el objetivo sea inundar los mercados africanos con productos europeos y marroquíes. Esto se traduce en el principal argumento de oposición al ingreso de Marruecos en la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS), el cual daría a los productos marroquíes acceso libre de aranceles a los países miembros. Por descontado, el reino marroquí argumenta que su política de inversiones y su interés en formar parte del citado grupo no están guiados por un interés “depredador”. Y hace hincapié en que su integración y la eliminación de los aranceles sería un proceso progresivo que permitiera a los demás países miembros del ECOWAS adaptar sus políticas económicas y sus leyes para lograr un mayor aprovechamiento mutuo del potencial que ofrece esa integración económica.

En paralelo a ese giro político y económico hacia África, lo que podemos considerar el patrimonio transnacional que significa el 'sufismo', ha sido empleado de una forma muy activa como una forma de diplomacia religiosa. La Monarquía alauí se ha preocupado de ir buscando un acercamiento a las redes de esta corriente del islam para crear un vínculo más profundo entre Marruecos y los países del África subsahariana, no solo con la intención de promover su visión moderada de la religión, sino para lograr que la autoridad moral y religiosa que representa el rey Mohamed VI en su país vaya traspasando fronteras.

A los ojos de la UE, y desde el punto de vista de la seguridad, esta iniciativa es muy atractiva por lo que supone a la hora de establecer dinámicas que contrarresten el avance del terrorismo yihadista en el Sahel y cuenta con cierto apoyo, pero aún se mantiene cierta cautela por la deriva autoritaria que pudiera tomar. 

Sede del banco marroquí Attijariwafa en Casabalanca, Marruecos
Conclusiones

El papel de Marruecos en lo que se refiere a las políticas de paz y seguridad en el seno de la Unión Africana aún está por definir. Pero la política antiterrorista, la prevención contra el extremismo religioso violento y el control de la inmigración ilegal son los tres asuntos prioritarios para el reino alauí.

La realidad es que le ha dado mucha importancia a su retorno a la UA y mantiene una representación permanente muy numerosa, estando sus delegados presentes de una forma muy activa en diversos foros y discusiones de la Comisión de la Unión Africana en su sede de Addis Abeba.

Marruecos está aprendiendo muy rápidamente a desenvolverse con la complejidad que supone los diferentes conflictos existentes en el continente, a pesar de que aún necesita desarrollar la agilidad necesaria para trabajar e incluso liderar acelerado ritmo de las dinámicas de paz y seguridad en África.

A medio o largo plazo, en el proceso de encontrar su sitio en la resolución de los asuntos concernientes a la paz y la seguridad en el seno de la UA, se verá frente a frente con su principal competidor en la zona, Argelia, que aún mantiene una gran influencia en ese campo, si bien es cierto que la situación de cierta incertidumbre e inestabilidad que vive el país desde la renuncia de Bouteflika juega en su contra, y ese es un hecho que no ha pasado desapercibido a los estrategas marroquíes.

El otro punto que irremediablemente será objeto de fricción es el contencioso del Sáhara Occidental. Marruecos y Argelia no solo disputan un ‘duelo’ por alcanzar el uno, y conservar el otro la hegemonía regional, sino que tienen visiones opuestas sobre dicho problema. 

En definitiva, los objetivos centrales de la política del reino alauí en África son consolidar sus intereses en el Sáhara Occidental y ofrecer un contrapeso o alternativa creíble y viable a la influencia regional y continental que hasta el momento ha ejercido Argelia. Y ambos son, sin lugar a duda, dos de las principales razones que han llevado a Marruecos a regresar a la UA. Como objetivo colateral y vinculado a los dos anteriores podemos considerar el intento de disminuir la dependencia de la Unión Europea, pues no es sino un lastre que limita enormemente la capacidad de maniobra tanto en el Sáhara Occidental como con otras reclamaciones territoriales o marítimas. Cualquier movimiento que afecte a los intereses de la UE o alguno de sus miembros o a decisiones o acuerdos internacionales como los existente sobre el Sáhara Occidental podría acabar en el peor de los casos con una respuesta en forma de sanciones como ya se ha visto en otros conflictos. Por ello, cuanto menor sea la dependencia de la UE, mayor libertad tendrá Marruecos para actuar sin temor a verse afectado por posibles represalias.

Con referencia al asunto del Sáhara, la evolución de la actitud marroquí es patente. En el pasado su postura incluía el boicot a cualquier tipo de reunión en la que se tratara el tema o donde la República Árabe Democrática Saharaui estuviera representada de cualquier modo. En cambio, ahora se centra en reforzar su presencia en África para alcanzar sus objetivos a largo plazo, tratando de asegurarse una posición favorable en el seno del continente africano hacia estos.

Por último, el recurso de lo que se ha venido en llamar la “diplomacia espiritual” está siendo empleado para exportar su modelo de éxito a la hora de tratar con instituciones y personalidades religiosas para luchar contra el radicalismo religioso violento. Esto es parte de la estrategia regional de Marruecos y tiene como finalidad alcanzar tres objetivos:

  • Mejorar la seguridad nacional
  • Mejorar los límites que ofrecen otros mecanismos formales de seguridad regionales.
  • Romper con la forma de hacer de Argelia cimentar su propia impronta.

No obstante, el éxito de Marruecos en la lucha antiterrorista mediante una aproximación holística que aúna, junto a la difusión de narrativas contrarias a la violencia, un programa de reintegración de excombatientes e inversiones para el desarrollo social y prestar servicios a poblaciones marginadas y vulnerables a la radicalización, tiene su oposición interna y no es compartida por todos los sectores. Así, mientras que los servicios de seguridad e inteligencia trabajan con un razonable éxito y están logrando evitar atentados y la implantación de células yihadistas en su territorio, el problema de los jóvenes que abandonan el país siguiendo la llamada de la yihad para unirse a las filas de Daesh persiste. Se calcula que más de 1.500 han viajado a Siria y Libia para combatir junto a Daesh u otros grupos armados de corte yihadista.

La actuación de Marruecos en la región del Magreb y el Sahel es compleja. Si solo se juzga en base a su 'poder de seducción', el reino alauí cumple todos los requisitos para asumir el liderazgo regional. Su política económica y comercial, reforzada por su diplomacia religiosa y cultural, ha ganado una enorme influencia. Pero el gran desafío está representado por Argelia, que se opone de un modo impetuoso a los planes trazados por su vecino, restringiendo su capacidad de maniobra para actuar de un modo efectivo como fuerza o elemento estabilizador, especialmente en aquellas zonas que considera su área de influencia natural, como son Mali, Libia y Níger. Y es esa la razón por la que podemos explicar esa pequeña carrera armamentística regional entre los países. Ambos se miran con recelo, los intereses en juego son muchos, el peligro del yihadismo se hace cada día mayor y el riesgo de desestabilización que supone junto con la incertidumbre y tensión latente que vive Argelia desde hace meses no ayuda a serenar a ninguno de los dos países.

Y, paradójicamente, esa conflictiva interacción regional entra ambas naciones es el mayor obstáculo para sus reclamaciones de liderazgo.

Bibliografía

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