El Ejército de Tierra se prepara para desembarcar en Isla Decepción junto a un equipo de científicos, y Atalayar los acompaña durante la fase de preparación para conocer las claves de esta misión internacional

Rumbo a la Antártida para seguir haciendo ciencia

photo_camera PHOTO/MARÍA SENOVILLA - Los miembros de la XXXIV campaña Antártica que viajarán a Isla Decepción

Es la misión internacional más antigua en la que participa el Ejército español.

También la más atípica: se trata una campaña con fines científicos. Para los que se pregunten por qué es necesaria una misión militar en una región donde no hay ningún conflicto, la respuesta es porque cuanto mejor sea la logística, mejor será el trabajo de los científicos que, procedentes de distintas universidades de España, realizan sus investigaciones en el continente helado. 

Y mientras ellos investigan, las Fuerzas Armadas se ocupan de su seguridad, sus desplazamientos, su atención médica, su comida y hasta de su alojamiento dentro de la base Gabriel de Castilla.

Así, desde 1988 y durante cuatro meses al año, esta base militar se pone en marcha para que España pueda hacer ciencia en la Antártida. La expedición se realiza entre diciembre y marzo, que es cuando las condiciones climatológicas permiten un mejor aprovechamiento del trabajo. Sin embargo, este año marcado por la COVID-19, no partirán hacia Isla Decepción hasta después de Navidad, a la espera de ver cómo evoluciona la situación de la pandemia.

En palabras del comandante Cardesa, al frente de esta campaña 2021, "lo que no debe entrar en la Antártida bajo ningún concepto es el coronavirus". Y con esa premisa, tanto científicos como militares, pospondrán el viaje lo que sea necesario.

Atalayar_ Rumbo a la Antártida
A 1.000 kilómetros de la zona de vida más cercana

“La diferencia principal entre la base Gabriel de Castilla y cualquiera de otra misión internacional es que en la Antártida sabes que la zona de vida más cercana está a 1.000 km, en Argentina o Chile. Eso obliga a hacer una previsión logística muy meticulosa, y aunque el buque Hespérides aparece por allí cada tres o cuatro semanas para aprovisionarnos de productos como frutas o verduras, hay que llevar todo calculado”, nos cuenta el brigada José Pardos Fernández, encargado del Área de Motores y uno de los “repetidores”.

Cada año, dos miembros de la campaña anterior repiten la misión, sirviendo de enlace a los nuevos y dando continuidad a los trabajos de mantenimiento. En esta XXXIV campaña viajarán 13 efectivos, 12 hombres y una mujer. Al ser tan pocos, cada uno de ellos es capaz de realizar distintas tareas. Debe ser así. La base Gabriel de Castilla tiene capacidad para 28 personas, y  cada militar de más, sería un científico de menos.

Para adquirir estas capacidades, es necesario casi un año de formación. El proceso es siempre igual: una vez designado el jefe de misión, este viaja unos días a Isla Decepción para ver cómo transcurren los trabajos allí, y saber qué perfiles va a necesitar. A su vuelta comienza a seleccionar al personal de la siguiente campaña, y los elegidos (de entre 200 solicitudes) se preparan en varias fases. 

No hay relevo como tal en la Antártida. La base se cierra en marzo y se reabre nuevamente cada diciembre. Y los españoles no están solos allí. Hay bases militares americanas, canadienses o coreanas. Todas dedicadas a dar soporte a la investigación científica de sus respectivos países.

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Impacto medioambiental cero

Cada año pasan por Isla Decepción nuevos científicos y militares, pero la premisa es muy clara: la huella humana que dejan en la Antártida tiene que ser inexistente. El impacto medioambiental ocasionado debe ser cero. 

No se puede dejar ningún residuo, ni se puede provocar ninguna alteración del entorno, donde hay una flora y una fauna muy sensible. Y, por supuesto, la basura generada que no se pueda incinerar es evacuada por el contingente.

Para que todo esto se cumpla a rajatabla, desde el año 2000 se ha implantado la figura del oficial de Medio Ambiente, encargado de que se aplique un estricto sistema de gestión medioambiental. Cosas cotidianas, como separar la basura o cerrar el grifo mientras se lavan los dientes, allí cobran una dimensión mucho mayor. “Hay que dejarlo todo tal y como lo has encontrado –aclara el brigada Pardos–, y debes ser consciente de cosas como que los pingüinos tienen prioridad antes que nosotros”. Y eso es mucho decir, porque sólo durante la campaña del año pasado se apadrinaron 67.227 pingüinos en Isla Decepción.

Por eso se cuida hasta el más mínimo detalle. “Si cae una gota de aceite de motor a la nieve, se recoge”, insiste Pardos. Y todos los elementos que se utilizan (incluidos aquellos con los que está construida la base Gabriel de Castilla) son desmontables. Si un día se pone punto y final a la misión, se desmontaría todo y sería como si nunca hubiera pisado una persona.

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Adaptación al medio

Para que el engranaje sea perfecto entre los miembros de la expedición, durante este 2020 se han realizado varias fases de preparación: una fase logística en Zaragoza, otra de montaña en Jaca y una fase de navegación en Galicia. Además de replicar situaciones con las que luego se encontrarán en Isla Decepción, esta serie de maniobras  sirven también para “hacer equipo”.

“Tenemos que dar seguridad a un equipo de científicos que se mueven de una punta de la isla a otra, y el 80% de los trayectos se van a hacer navegando, por eso la fase más importante es la de navegación. Una vez allí, hasta el cocinero navega… somos muy pocos, y habrá días que tengamos cuatro o cinco expediciones distintas  la vez”, explica Cardesa. De hecho, los 13 miembros del contingente se han tenido que sacar el título de patrón de barco.

Acompañando al contingente durante esta fase de navegación, en las costas de O Grove, descubrimos la clave del éxito de su programa de formación: se apoyan unos a otros, los repetidores ofrecen la experiencia adquirida durante el año anterior y los ejercicios se repiten una y otra vez hasta que todo sale perfecto.

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De Galicia al Polo Sur

Llevan seis años preparando esta fase en O Grove (Pontevedra) porque el Batallón de Zapadores 7 que tiene base allí cuenta con embarcaciones y equipo muy similares a los que hay en la Antártida, y eso les permite “entrenar” con los mismos medios que tendrán allí. Además, las condiciones del mar en Galicia son óptimas.

Aprender el manejo de las embarcaciones tipo zodiac, los rescates de hombre al agua o la recuperación de material náutico son algunas de las habilidades que todos ellos aprenden. “En Isla Decepción las expediciones se hacen siempre con un mínimo de dos embarcaciones para tener la seguridad de que, pase lo que pase, cuentan con las herramientas para superar cualquier situación”, añade el jefe de misión.

Además, aprenden a ponerse correctamente los engorrosos trajes aislantes que llevarán en el continente helado, unos monos naranjas llamados “Vinking”, preparados para resistir temperaturas bajo cero y proteger a quien lo lleva puesto en caso de que caiga al agua helada.

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Ejército y sociedad civil

Que las Fuerzas Armadas pueden desempeñar un papel importante en la sociedad civil, y en tiempos de paz, lo hemos podido comprobar esta primavera con la Operación Balmis. Enmarcados en este operativo, 187.000 militares lucharon contra la COVID-19 en todas las provincias españolas durante más de tres meses, y a día de hoy siguen realizando descontaminaciones en los lugares que lo solicitan.

Con la misión antártica las FAS también cumplen una función enfocada en la sociedad civil, y buscan darse a conocer. “Somos unos grandes desconocidos. Nosotros formamos parte de una institución que tiene muchas capacidades y muy aprovechables”, reflexiona el comandante Cardesa. 

“Nuestra base en la Antártida, la Gabriel de Castilla, es la envidia de todas las bases internacionales en esa zona por nuestro sistema de comunicaciones. Ofrecemos una comunicación permanente con un ancho de banda muy potente que ayuda a los científicos mientras realizan su trabajo allí. La sociedad desconoce muchas de las misiones que acomete el Ejército. Algunos sólo nos respetan por el uniforme que llevamos… hasta que nos conocen, y entonces también respetan por el trabajo que hacemos”, asegura.

Más allá de la reputación, de cara a la sociedad, hay otra cuestión clave que nos explica el jefe de misión: “Nosotros somos más baratos, no necesitamos contratar a expertos en telecomunicaciones, ya los tenemos en el Ejército de Tierra; y no tenemos que comprar materiales, nos sirven los que usamos en nuestro trabajo. Contamos con la preparación y la experiencia. Nosotros ya estamos formados y en activo, sólo hay que movernos allá donde se nos necesita”.

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Las investigaciones en la Antártida son únicas. Se llevan a cabo en una isla cuya superficie está cubierta por glaciales que, en algunos casos, han sido cubiertos a su vez por erupciones volcánicas, dando lugar a los inusuales “glaciales negros”. Pero Isla Decepción no sólo es excepcional desde el punto de vista científico por su actividad sísmica y volcánica, sino también por los procesos de colonización de flora, líquenes y musgos que han seguido a los depósitos variables de ceniza.

“En tiempos de crisis es más importante invertir en proyectos, en tecnologías y en ciencia que en manufacturas, porque al final estás invirtiendo en futuro. Lo que se hace en la Antártida es investigación, es una inversión en futuro”, prosigue el comandante Cardesa. “Y nosotros facilitamos la vida y el trabajo a los científicos, para que puedan centrar todos sus esfuerzos en investigar durante 100 días”.

Mantener la presencia física de España en el territorio antártico, cumpliendo los acuerdos suscritos en el Tratado Antártico, es la otra pata de esta misión. La base Gabriel de Castilla, junto al buque de investigación oceanográfica Hespérides y la base Juan Carlos I (en la isla Livingston) constituyen las tres plataformas de investigación con las que España opera en este punto del planeta.

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Quiénes son

El comandante José Ignacio Cardesa (jefe de misión), el comandante José Antonio Álvarez (jefe de Logística), la teniente médico Nerea Alonso, el comandante Manuel Macho (Medio Ambiente), el sargento 1º Joan Campreciós (Movimiento y Navegación), el teniente José Ignacio Soler y el brigada Carlos Ferrer (de Comunicaciones), los brigadas José Pardos y Jorge Tablero (Área de Motores), el brigada Alberto Galán y el sargento primero David Lobato (Instalaciones) y los cocineros Ambrosio Carreras y el cabo 1º Jesús Cotoré son los 13 miembros del esta XXXIV campaña Antártica.

Prácticamente todos tienen experiencia en misiones internaciones; algunos, como la teniente Nerea Alonso, van a empalmar dos seguidas este año… de Mali a la Antártida. Y todos ellos han estudiado y realizado los cursos necesarios para ser elegidos y poder dar el máximo durante la misión. Una preparación minuciosa con la que afrontarán condiciones extremas durante cuatro meses.

Cuando no estén de expedición en el exterior, con temperaturas que pueden alcanzar los 20 grados bajo cero, tendrán 250 metros cuadrados a su disposición, que son los que suman la zona de vida y los siete dormitorios compartidos que hay en la base Gabriel de Castilla. Allí convivirán con los científicos, y seguirán con su trabajo.

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Durante todo ese tiempo, a 13.000 km de casa, el ocio consistirá en conectarse con la familia por videoconferencia o WhatsApp, hacer deporte en el gimnasio que tiene la base o pasar el tiempo en la biblioteca, donde además de libros tienen películas y música. Las pantallas serán su única ventana al resto del mundo. Una sensación que, después de un confinamiento a nivel global, todos somos capaces de entender. 

Pero en palabras del otro “repetidor” de esta campaña, el brigada Alberto Galán, “a pesar de todo, el tiempo pasa muy deprisa… El año pasado estaba tan inmerso en mi trabajo que me olvidé hasta de mi cumpleaños –recuerda entre risas–. El trabajo puede que no sea muy diferente al que haces en otras misiones internacionales, pero el ambiente es completamente distinto y hace que sea una experiencia única”.

Una experiencia tan única como las investigaciones científicas que se llevarán a cabo, un año más, en uno de los confines del mundo.

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